martes, 15 de diciembre de 2009

CUMBRE SOBRE CAMBIO CLIMÁTICO - A COPENHAGUE CON AMOR - por gabriel andrade

Los pronósticos de los especialistas más serios son amenazantes. Hay una fecha fatídica de la que se habla: el año 2025. Se afirma que si ahora no hacemos lo suficiente, la catástrofe ecológico-humanitaria será inevitable.
Hasta esa fecha fatídica están pronosticados de 150 a 200 millones de refugiados climáticos. El informe hecho por 2.700 científicos “State of the Future 2009” dice enfáticamente que debido principalmente al calentamiento global, hacia 2025, cerca de tres mil millones de personas no tendrán acceso a agua potable. Sencillamente, podrán morir de sed, deshidratación y otras enfermedades. El informe agrega: la mitad de la población mundial estará envuelta en convulsiones sociales a causa de la crisis socio-ecológica mundial.
Paul Krugman, premio Nóbel de economía 2008, dice que “si actuamos como hemos venido haciéndolo, no el peor escenario, sino el más probable será la elevación de las temperaturas que van a destruir la vida tal como la conocemos”.

Sin embargo, en la cumbre de Copenhague que se viene realizando desde el 7 al 18 de diciembre prevalece la estupidez por sobre el cuidado por nuestro destino común.
Se pretende tratar los síntomas dejando de lado las causas. El cambio climático con eventos extremos son un síntoma producido por gases de efecto invernadero que tienen la huella digital humana. Las soluciones sugeridas son: disminuir los porcentajes de gases, más altos para los países industrializados y más bajos para aquellos en desarrollo; crear fondos financieros para socorrer a los países pobres y transferirles tecnologías; medidas todas que atacan solamente los síntomas.
El problema no en sí la Tierra sino nuestra relación con la Tierra. Tenemos que cambiar la ideología del lucro por sobre todo. La alternativa al cambio es aceptar el riesgo de nuestra propia destrucción y de una terrible extinción de la biodiversidad.
El sueño de buscar la felicidad individual a través de la acumulación material y del progreso sin fin -usando para eso la ciencia y la técnica con las cuales se puede explotar de forma ilimitada todos los recursos de la Tierra- a derivado en pesadilla.
Durante siglos predominó este sueño ilusorio, haciendo pocos ricos por un lado y muchos pobres por el otro, a costa de una espantosa devastación de la naturaleza.
Una Tierra finita no puede soportar este suicida proyecto infinito. Ella sola no consigue reponer lo que se le ha extraído. Perdió su equilibrio interno por causa del caos que hemos creado en su base físico-química y por la contaminación atmosférica que la hizo cambiar de estado.
Los anteriores protocolos de Kyoto fueron firmados pero nunca ratificados por los Estados Unidos, que con apenas el 4 por ciento de la población mundial, consume cerca del 25 por ciento de la energía fósil del planeta, y es el mayor emisor de gases contaminantes. La mayor aspiración de los organizadores de la Cumbre de Copenhagen será que los Estados Unidos (y también India y China) se “comprometan” a reducir la emisión de gases, en plazos “razonables” (2020, 2040, 2060). Mientras tanto, la desertización, inundaciones y el agotamiento de los suelos traen más hambre a los que ya tenían hambre. El hielo de los polos se derrite y las mineras a cielo abierto dinamitan glaciares molestos y siembran el mar con pequeñas montañas de hielo llamadas icebergs. El Titanic avanza, a toda velocidad, con la ganancia como única razón y brújula.
Todos somos víctimas del cambio climático, es verdad. Sin embargo, lo mismo que en el Titanic, hay una primera clase que cuenta con chalecos y botes salvavidas, una segunda clase que deberá pelear, con poca chance, para tenerlos y una tercera clase que ha subido a ese barco, sin saberlo, con la muerte decretada.
Hay 60 millones de niños en América Latina que cada noche deben irse a dormir sin comer. 500 millones de seres humanos son corresponsables del 50% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero; mientras que 3400 millones responden solamente por el 7% y son las principales víctimas inocentes. Un 20 por ciento de la población mundial (es decir, casi 1400 millones de personas) sobrevive con un ingreso de 2 dólares diarios. El 75 por ciento de la riqueza del planeta está en manos del 10 por ciento de la población. Los ingresos de las 500 personas más ricas del mundo equivalen a los ingresos de 416 millones de pobres. El año pasado, los amos del planeta gastaron 850000 millones de dólares en la fabricación de armas y equipamiento militar, mientras que en asistencia alimentaria decidieron invertir sólo 4500 millones. Ésa es la distancia que actualmente existe entre la primera clase del Titanic global y los auténticos condenados de la tierra. En pocos años, sonará una campana y se oirán gritos y silbatos. Entonces el Titanic se hundirá y lo único que este capitalismo hipócrita tendrá para decir es “¡sálvese quien pueda!”

Desde que los seres humanos establecieron un contrato social no escrito en el que formularon normas, prohibiciones y propósitos comunes que les permitieran una convivencia mínimamente pacífica, padecieron siempre de un defecto: suponer individuos sin el mínimo vínculo con la Naturaleza o la Tierra ignorando el contrato natural. Más todavía: se implantó la ilusión de que el ser humano está por encima y fuera de la naturaleza, con el propósito de dominarla y poseerla.
¿Qué es un contrato natural?: Es el reconocimiento por parte del ser humano de que él está inserto en la naturaleza, de la que recibe todo, y el reconocimiento de que debe comportarse como hijo de la Madre Tierra, devolviéndole cuidado y protección para que ella continúe haciendo lo que siempre hace: darnos vida y medios de vida. Desde el punto de vista teológico decimos que la Creación es un don con vocación de universalidad dado a todos y todas las generaciones con el bien común como propósito por encima de cualquier bien individual o de grupo.
El contrato natural, como todos los contratos, supone reciprocidad. La naturaleza nos da todo lo que necesitamos, y nosotros, en contrapartida, la respetamos, y reconocemos sus derechos de existir y preservamos su integridad y vitalidad.
Sin embargo, el proyecto de explotación capitalista continúa llevándose a cabo mediante la guerra de conquista que se sigue con la apropiación de todos los recursos y servicios naturales. Atrás queda siempre un rastro de devastación de la naturaleza y de deshumanización brutal. El presupuesto ilusorio del capitalismo es que los recursos estarían siempre allí, disponibles e infinitos. Pero éstos se han evidenciado finitos, y ya hemos sobrepasado su capacidad de reposición en un 40%. Todas las energías alternativas a la fósil, manteniendo el consumo actual, cubrirían solamente el 30% de la demanda global.
Antes se hacía la guerra para apropiarse de regiones y pueblos. Hoy ya se han conquistado todos los espacios, y lo que se lleva es una guerra total y sin cuartel contra la Tierra, sus bienes y servicios, explotándolos hasta la extenuación. La Tierra no tiene ya descanso, refugio o espacio al que replegarse. El ideal capitalista de crecimiento ilimitado en un planeta limitado ya no se puede seguir proponiendo o sólo bajo una gran violencia contra la Tierra y contra el resto de la humanidad.
La agresión es mundial, y la reacción de la Tierra está siendo también mundial. La respuesta es el conjunto de varias crisis, agrupadas en el devastador calentamiento planetario. No tenemos otra salida que no sea reintroducir consciente y rápidamente lo que habíamos olvidado: un contrato natural articulado con el contrato social. Se trata de poner a nosotros junto a la Tierra, como parte de un todo.
¿Cuándo será traído a debate ese factor, a la búsqueda de soluciones para la crisis actual? Estamos siendo dominados por verdaderos idiotas especializados en economía que sólo pueden hacer lo que hacen porque se apropiaron ilegítimamente de la naturaleza (creación de Dios con vocación al bienestar de todos) exacerbando su egoísmo y articulando las barbaridades de explotación que la actual economía hace, minando la base que la sostiene.
Hoy en día en todos los países y foros se habla de desarrollo-crecimiento como nunca antes. Es una obsesión que nos acompaña por lo menos desde hace tres siglos. Ahora que se ha producido el colapso económico, la idea ha vuelto con renovado vigor, porque la lógica del sistema no permite abandonar esa idea-matriz. Pero tenemos que decirlo con todas las letras: retomar esa idea es una trampa en la que está cayendo la mayoría, inclusive Benedicto XVI en su reciente encíclica Caritas in veritate, dedicada al desarrollo, habla de retomar el desarrollo-crecimiento, si no la crisis se eterniza sin contemplar la relación de la humanidad con la Tierra.
¿Por qué es una trampa? Porque para alcanzar los índices mínimos de desarrollo-crecimiento del 2% anual previsto, necesitaremos dentro de poco dos Tierras iguales a la que tenemos. La Tierra está dando señales inequívocas de estrés generalizado. Hay límites que no se pueden sobrepasar.
Recientemente, el Secretario de la ONU, Ban-Ki-Moon advirtió a los pueblos de que solamente tenemos unos diez años para salvar a la civilización humana de una catástrofe ecológica planetaria. En un número reciente de la revista Nature, un prestigioso grupo de científicos publicó un informe sobre “Los límites del planeta” en el que afirmaban que en varios ecosistemas de la Tierra estamos llegando al punto de no retorno con referencia a la desertificación, la fusión de los cascos polares y del Himalaya, y a la creciente acidez de los océanos. La excesiva aceleración del desarrollo-crecimiento de las últimas décadas, del consumo y del desperdicio, nos han hecho conocer los límites ecológicos de la Tierra. No hay técnica ni modelo económico que garantice la sostenibilidad del proyecto actual. La cultura del capital tiene una tendencia autosuicida. Prefiere morir a cambiar, arrastrándonos a todos.
Los formuladores de la visión sistémica llaman a este fenómeno sobrepasamiento y colapso. Es decir, sobrepasamos los límites y nos dirigimos hacia un colapso.
Lo que se ofrece es hacer correcciones y controles a lo Keynes, que en el fondo son cambios en el sistema, pero no cambios del sistema. Pero es el sistema lo que resulta realmente insostenible, incapaz de ofrecer un horizonte prometedor para la humanidad. Por eso, se demanda otro sistema y otro paradigma de habitar este pequeño, viejo, devastado y superpoblado planeta. Es urgente porque el tiempo del reloj corre en contra nuestra y tenemos poca sabiduría y sentido de cooperación.
Por causa de los intereses de los poderosos, las soluciones que están siendo propuestas en el mundo son “más de lo mismo”. Esto es absolutamente irracional, pues ha sido ese “mismo” lo que nos ha llevado a la crisis total.

Como nos cuenta Leonardo Boff, hay tres propuestas creativas alternativas a este capitalismo: la economía solidaria, que no se guía por el objetivo capitalista de maximización del lucro ni por su apropiación individual; el cambio de monedas regionales, y la tercera es la de la biocivilización y la Tierra de la Buena Esperanza, del economista polaco que dirige un centro de investigación sobre Brasil en Paris: Ignacy Sachs. Esta propuesta da un lugar central a la vida y a la naturaleza, considerando a Brasil el lugar donde se anticipa. Las tres son posibles, pero todavía no han acumulado fuerza suficiente para ser hegemónicas.

Todo indica que vamos al encuentro de una formidable crisis generalizada que nos llevará al límite de la supervivencia. Cuando el agua nos llegue al cuello, haremos todo para salvarnos. Posiblemente seremos todos socialistas no por ideología o por fe, sino por necesidad: los escasos recursos naturales serán repartidos ecuánimemente entre los humanos o habrá guerra en cada rincón del planeta.
San Agustín sabiamente enseñó que hay dos factores que producen en nosotros grandes transformaciones: el sufrimiento y el amor. Debemos aprender desde ya a amar y a sufrir por esta única Tierra a fin de que pueda ser habitada por todos.
Todos somos coproprietarios de la Creación y somos corresponsables de su salud. La Tierra nos pertenece a todos. Nosotros la tenemos en préstamo de las generaciones futuras y nos ha sido entregada con confianza para que cuidemos de ella. Si miramos lo que estamos haciendo, debemos reconocer que la estamos traicionando. Amamos más el lucro que la vida, estamos más empeñados en salvar el sistema económico-financiero que a la humanidad y la Tierra.
¿Qué mundo heredarán nuestros hijos de nosotros? ¿Qué decisiones se verán obligados a tomar que podrán significar para ellos la vida o la muerte?
Como escribe el mismo Boff: “nos comportamos como si la Tierra fuese nuestra y de nuestra generación. Olvidamos que ella pertenece principalmente a los que van a venir, nuestros hijos y nietos. Ellos tienen derecho a poder entrar en este mundo mínimamente habitable y con las condiciones necesarias para una vida decente que no sólo les permita sobrevivir sino florecer e irradiar”.