martes, 5 de junio de 2012

El humo de Satanás ha entrado en el Vaticano - por gabriel andrade

Hasta hace no demasiado tiempo, las sociedades secretas y el Vaticano como corporación, estaban enfrentados en una guerra de poder a muerte. Eran frecuentes las encíclicas papales condenando la masonería y toda suerte de sociedades secretas, excomulgando a cualquier cristiano que adhiriera a ellas. La causa que más se publicitó acerca de ese enfrentamiento era que la Iglesia percibía que las sociedades secretas practicaban rituales y creencias de origen pagano. Pero en realidad -y con mucha más fuerza desde la fundación de la sociedad masónica de los Illuminati de Baviera- era fácil percibir que el motivo de la lucha no era otro que una pugna por el poder.

Durante toda la Edad Media y la Moderna el poder político en Europa estaba en mayor o menor medida concentrado en el papado y las monarquías. La burguesía comercial y financiera, si bien financiaba a esos poderes políticos sabía que la única forma de aumentar su dominio en Europa era socavar las bases del poder tanto de los papas como de los reyes. Por lo tanto se asociaban secretamente para llevar a cabo sus objetivos. Buena parte del financiamiento que recibieron tanto los científicos e investigadores como los medios de comunicación en siglos pasados provenía de miembros de esas sociedades, quienes por medio de la ciencia y la prensa deseaban demostrar que las doctrinas religiosas del Vaticano eran equivocadas y que las casas reales europeas no tenían "derecho natural" alguno a ocupar sus lugares.

Las sociedades secretas -más allá de las prácticas ocultistas y a veces satanistas de las cuales sus enemigos más encarnizados las acusan, algunas veces con causa y razón justificada- se oponían al régimen político, social y religioso imperante en Europa no tanto por cuestiones ideológicas, religiosas o morales, sino como una forma efectiva de acumular poder en los estamentos en los que les estaba vedado. Es por esta causa que en general estaban -y están- compuestas por partidarios acérrimos de la forma republicana de gobierno de la “democracia”, no como producto de un deseo liberar a las masas de la opresión que podían padecer por el poder abusivo de reyes y papas, sino como alternativa política para alzarse con el poder. Esto -y ninguna otra motivación- fue lo que las impulsó a apoyar financieramente la serie de revoluciones que determinaron los cambios políticos en Europa y los Estados Unidos hacia la forma republicana (democráticas) de gobierno, demoliendo el poder de los rivales.

Principalmente a través de los papas Pío IX y León XIII, la institución católica respondió con durísimas encíclicas que otros papas posteriores citaron repetidamente o profundizaron hasta que, principalmente luego de la Segunda Guerra Mundial, poco y nada hicieron para impedir su avance. Más aún, durante el largo papado de Juan Pablo II, el tercero más largo de la historia, prácticamente ningún documento fue elaborado en el Vaticano contra la actividad de su antiguo enemigo mortal. ¿Por qué?



Cuando Napoleón fue derrotado en Waterloo (1815), mediante el Congreso de Viena se diseñó el nuevo mapa europeo. Entre las disposiciones de ese congreso se convino en devolverle al papado algunas de las tierras que Napoleón le había confiscado. Esos territorios, gobernados directamente por los papas, constituían los denominados "Estados pontificios", abarcando cuatro áreas geográficas italianas (el Lazio, la Umbria, las Marcas y la Emilia-Romagna) y reconstituyéndose así en la fuente de los ingresos papales a través de la recaudación de impuestos sobre la actividad económica.

Pero entre 1850 y 1870 los Estados pontificios vieron recortados progresivamente esos dominios, que se iban anexando a los reinos que luego conformarían lo que hoy es Italia. Fue entonces cuando los papas emitieron las más duras encíclicas contra la masonería y las sociedades secretas, dado que eran los Carbonari, la Giovane ltalia y la masonería -las sociedades que más luchaban para unificar el país- fueron despojando al papado de sus territorios y de sus fuentes de recaudación.

Desde 1850 entonces, el Vaticano debió recurrir regularmente a préstamos externos que eran otorgados por las casas bancarias de la familia Rothschild, paradójicamente, principal impulsora de la más anticatólica de todas las sociedades secretas: los Illuminati de Baviera. En 1860, a fin de pagar los intereses de esas deudas y los gastos corrientes del papado, se estableció el actual sistema: el "óbolo de San Pedro", por medio del cual las diócesis extranjeras debían aportar una proporción de sus ingresos al Vaticano. Como desde la Guerra Civil norteamericana los Estados Unidos no cesaría de crecer hasta transformarse en la primera potencia mundial, las diócesis de ese país se fueron transformando en las primeras aportantes de los recursos económicos con los que cuenta la Santa Sede; con lo que también se fueron estrechando los vínculos entre el Vaticano y las grandes empresas norteamericanas.

Con esto, el Vaticano vio aumentar sus ingresos económicos cada vez que un gran crecimiento de la economía norteamericana hacía florecer a sus diócesis y por el otro los grandes capitales norteamericanos fueron logrando que la Iglesia Católica, aún muy fuerte en Europa y América latina, "facilitara" la imposición de la agenda globalizadora. Es por esa causa principalmente que el Vaticano no levantó la voz ante la dura represión militar de los años setenta contra movimientos latinoamericanos de índole socialista, ni ante la intensa campaña privatizadora que se vivió en las naciones latinoamericanas durante la década de los noventa. Por lo mismo, existe una especie de veto tácito proveniente de los poderosos cardenales norteamericanos a la posibilidad de que sea electo un papa latinoamericano: la idea sería impedir cualquier atisbo de "progresismo religioso" que pueda complicar la agenda globalizadora de la elite.

Los lazos de la propia Iglesia Católica norteamericana con los objetivos de las principales corporaciones de los Estados Unidos y la CIA siempre han sido muy estrechos. Pero si la dependencia de los fondos de sus diócesis extranjeras por parte del Vaticano desde 1870 ha ayudado a tejer fuertes lazos entre Roma y Wall Street, éstos no son de ninguna manera los únicos.

En 1929 se firmó el Tratado de Letrán entre el Vaticano y el gobierno de Mussolini, el cual estaba destinado a zanjar definitivamente los pleitos de la Iglesia Católica e Italia ocasionados por el despojo de los Estados pontificios. El gobierno de Mussolini acordó, entre otras cosas, brindar al papa una compensación de 90 millones de dólares de la época por la confiscación de los Estados. Además, Italia se encargaría de sufragar los sueldos y gastos de los sacerdotes italianos, lo que constituyó una manera de que éstos no levantaran la voz ante un acuerdo que podía resultarle escandaloso a muchos que estaban enterados de la "letra chica" del pacto.

Fue entonces cuando el Vaticano de Pío XI contrató los servicios de un financista llamado Bernardino Nogara con la intención de que invirtiera esos fondos a su leal saber y entender sin ninguna consideración religiosa, simplemente teniendo en cuenta su propia estimación personal de rentabilidad y riesgo hacia diferentes activos financieros. Entre los años treinta y fines de los años cincuenta, Nogara fue un personaje sumamente poderoso en el Vaticano al lograr que los fondos se multiplicaran. A inicio de los años setenta, ya creada oficialmente la banca vaticana (IOR: Instituto para las Obras de Religión) esos fondos habrían llegado a superar los 500 millones de dólares. Entre las empresas en las cuales Nogara invirtió los fondos se cuentan Shell, Esso, General Electric, General Motors, JP Morgan, Chase Manhattan Bank y -según se especula- hasta empresas de armamentos. Las operaciones se hicieron generalmente a través del banco que había adquirido en parte minoritaria el Vaticano en los Estados Unidos: el Bankers Trust. Así, el Vaticano se convirtió en socio minoritario de los intereses de los sectores estadounidenses más relacionados con las propias sociedades secretas contra las cuales los papas antecesores intentaban luchar, asociándose con los elitistas clanes familiares como los Rothschild y los Rockefeller que manejan enormes megacorporaciones e influyen en forma determinante en las sociedades secretas.



Ahora bien, durante las décadas de 1930 y 1940 la Iglesia Católica comenzó a tener otro "socio adicional": el régimen nazi de Adolf Hitler que impuso un impuesto proporcional sobre todos los salarios alemanes para uso exclusivo y discrecional del Vaticano, dado que, al igual que Mussolini, no sólo necesitaba una religión "de Estado", a pesar de sus propias creencias paganas, sino que además no deseaba "propaganda hostil del Vaticano", conocedor de sus lazos con Nogara y Wall Street.

Ese impuesto, llamado "Kirchenesteuex", nunca fue derogado, y contribuye a explicar la existencia actual de un papa alemán, más allá de su afinidad ideológica con el sector que hoy predomina ampliamente en la Iglesia: el más reaccionario.

Como se ve, este factor puede explicar también en buena medida la "neutralidad" del papa Pío XII en la Segunda Guerra Mundial frente a los dos bandos en lucha, su asentimiento tácito a muchas de las políticas de Hitler -e incluso la red secreta en la que se habría involucrado el Vaticano junto con la propia CIA- en la posguerra para sacar jerarcas nazis de Europa. La relación con Hitler también se había fortalecido por otros motivos: Bernardino Nogara había hecho, a principios de los años treinta, fuertes inversiones en empresas italianas que colaboraban estrechamente con el régimen de Mussolini y sus planes bélicos expansionistas. La relación se acentuó con la "súbita desaparición" del antibelicista Pío XI justo antes de empezar la Segunda Guerra Mundial, y su reemplazo por Eugenio Pacelli (Pío XII) hermano de Francesco Pacelli, el cardenal que hizo excelentes lazos personales con funcionarios del régimen nazi durante los años treinta, cuando se encontraba destacado en Alemania.

Con la excepción del régimen comunista de la Unión Soviética que había prohibido desde su propio inicio el culto religioso, el papa era "amigo de todos".

Pero nada es gratis, y ese florecimiento de la riqueza financiera vaticana trajo aparejado un inconveniente adicional: como una proporción muy alta de los fondos invertidos por Nogara estaba colocada en acciones de empresas norteamericanas cotizantes en Wall Street, las finanzas del Vaticano quedaban atadas de pies y manos a los beneficios de las megacorporaciones estadounidenses. Por lo tanto, su dependencia de las grandes empresas norteamericanas se daba por partida doble: por un lado, sus ganancias dependían -y dependen- de la "generosidad" de las donaciones de particulares, empresas o fundaciones estadounidenses, a las diócesis de los Estados Unidos. Por el otro, un alza de las acciones en Wall Street hace más rico al Vaticano, mientras que una baja lo empobrece. No debe extrañar en absoluto entonces que desde finales de la Segunda Guerra Mundial la sumisión de la institución católica a los grandes intereses de Wall Street haya ido en aumento.

En 1972 el papa Paulo VI había pronunciado una extraña frase en la homilía del 29 de junio: “De alguna grieta, el humo de Satanás ha entrado en el Vaticano”.

La referencia a Satanás tiene un significado más que “sonoro” en relación a la masonería. Paulo VI estaba diciendo que las sociedades secretas se habían infiltrado en el Vaticano con varios de sus miembros ocupando altos puestos dentro de él.

Lo cierto es que a su muerte el poder político y financiero de los Estados Unidos y Londres deseaba que accediera al papado un cardenal conservador que bloqueara los avances de la Teología de la Liberación, que se consideraba "filomarxista", en América Latina, región muy densamente poblada por católicos. Se trataba justamente del momento en que era funcional a esos centros de poder la existencia de dictaduras militares en todo el continente -las cuales mantenían excelentes relaciones con los sectores más conservadores de la institución católica- y que aplicaban teorías económicas neoliberales de neocolonización.

A su vez, los cardenales sindicados como masones infiltrados -en una lista de miembros de la logia P-2 publicada en Il Giornale de Turín por el periodista Mino Pecorelli, quien luego fuera asesinado- eran nombrados Jean Villot y Paul Marcinkus, y otras fuentes señalan a Poletti, Baggio y Casarolli- deseaban evitar a toda costa cualquier atisbo de renovación en el Vaticano. No solamente compartían los intereses ideológicos de sus nuevos socios, los núcleos protestantes de poder en Nueva York, Washington DC y Londres, sino que necesitaban evitar que se destapara un gran escándalo financiero con la banca relacionada con la Santa Sede y en parte, propiedad del Vaticano. Lo peor es que esa relación financiera involucraba a la institución católica en el lavado de dinero de la droga y tráfico de armas, fondos de la mafia, y más.

Varios de esos cardenales masones dirigían las finanzas vaticanas. El Opus Dei también reclamaba un candidato conservador, y estaba alineado, por una confluencia de factores, con la CIA y la masonería. A la muerte de Paulo VI, el candidato de estos sectores era el "ultraconservador" Siri, y su oponente, Giovanni Benelli, era un progresista nato. Pero había un empate técnico y ninguno podía llegar al papado. Era necesario encontrar un tercer candidato y fue gracias a la incesante actividad de Benelli que surgió como papa Albino Luciani, llamado Juan Pablo I, quien era un progresista que quería depurar a la Iglesia de los miembros corrompidos que habían afectado y ensuciado al catolicismo con rarísimos movimientos financieros. También quería extender la actividad de los teólogos de la liberación en América Latina, dado que consideraba que la Iglesia debía aproximarse al pueblo. El obispo John Magree declaró mucho tiempo más tarde (los medios de comunicación no lo reflejaron) que Juan Pablo I le confesó varias veces que su papado sería muy corto y su sucesor sería "El Extranjero" (Wojtyla estaba sentado casualmente justo frente a Luciani en el cónclave que eligió a este último como papa).

Luciani sabía de la connivencia de los sectores más reaccionarios y conservadores de la Iglesia con los oscuros centros de poder de la CIA con su socio la mafia siciliana, la masonería, el Opus Dei y las altas finanzas. Es claro que entreveía su próxima muerte, y muy probablemente su reemplazo por Wojtyla, dado que no estaba dispuesto a ceder en sus convicciones y sabía muy bien el tamaño formidable de los intereses a los que se estaba oponiendo. Más precisamente lo sabía desde mucho antes de que tuviera una muy agria discusión con Marcinkus, cuando lejos aun de ser papa era Patriarca de Venecia, dado que aquél había vendido la Banca Cattolica del Veneto, la cual hasta entonces daba pequeños préstamos a las clases medias y bajas venecianas y de zonas aledañas. Marcinkus vendió ese banco católico al siniestro Banco Ambrosiano, y de nada sirvieron las arduas intervenciones del cardenal Luciani por evitarlo.

El cardenal Benelli, enrolado en la línea de Luciani, también lo sabía muy bien. Pero Luciani no tenía la fuerza de Benelli, y el "bloqueo" a su nominación como papa por las partidarios del cardenal Siri había arruinado las oportunidades de que el cardenal italiano más progresista -verdaderamente fuerte y sagaz- llegara a la silla de Pedro.

Quizás otra hubiera sido la historia. Al menos Benelli, moviéndose con sagacidad, pudo lograr el nombramiento de Luciani, dado que en ese mismo cónclave ya se manejaba la posibilidad muy seria de que Wojtyla, un incondicional del grupo CIA-Opus Dei-masonería, fuera firme candidato al puesto ante el "bloqueo" del propio Benelli y su archienemigo Siri.



Pero la situación puede comprenderse aun mucho más allá de los elementos ideológicos y geopolíticos involucrados en la conformación de esa "extraña" y non sancta alianza tripartita, si se entiende en detalle lo que estaba ocurriendo en forma específica con las finanzas vaticanas. Ocurre que los ingresos del Vaticano venían cayendo en relación con su incremento en los gastos. Como el Vaticano no genera ningún "producto de exportación", la financiación de los déficit se tornaba difícil. A fin de facilitar el financiamiento de esos déficit, Paulo VI había nombrado al arzobispo de Chicago, Paul Marcinkus, como jefe del Banco Vaticano (Instituto para la Orden de la Religión - IOR). Marcinkus tenía fuertes vinculaciones con la banca internacional, y se suponía que podía hacerse cargo con mayor eficiencia de las finanzas vaticanas. Era el precio que había que pagar para obtener financiamiento, dada la membresía de muchos de los más prominentes banqueros occidentales respecto de las sociedades secretas. De otra manera no estarían en sus puestos en muchos bancos, pues las sociedades secretas y sus organizaciones de superficie son las asociaciones mediante las cuales la elite financieras toma contacto con personas con características promisorias y elige a los directivos de sus empresas.

Desde mediados de los años setenta el Vaticano se habría prestado a un acuerdo con el socio italiano de la banca estadounidense: la Mafia siciliana, que no es más que otra sociedad secreta, pero dedicada exclusivamente a negocios ilegales e inmorales, sin entrar en consideraciones geopolíticas, geoestratégicas, ni de cualquier tipo que no tengan que ver con el dinero contante y sonante. Cabe agregar además que la Mafia ya venía colaborando estrechamente con la CIA desde finales de la Segunda Guerra Mundial (cuando la CIA se llamaba OSS) dado que Mussolini la perseguía tanto como a los aliados.

El acuerdo, entonces, habría sido el siguiente: el Vaticano prestaba su banco (IOR) para que la Mafia pudiera girar fondos al exterior (sobre todo a Suiza), al ser el único banco italiano exento de las duras restricciones a la fuga de capitales que había en aquella época en Italia, y a cambio podría quedarse con una muy generosa comisión sobre los fondos girados. Al poco tiempo, el acuerdo se complementaría con otro mucho más estrecho, dado que por medio del mismo el Banco del Vaticano se asociaba a capitales provenientes de bancos occidentales, especialmente de la Mafia y de la logia masónica Propaganda Due (P-2), manejada por Licio Gelli -socio de la CIA-, a fin de manejar por partes iguales el Banco Ambrosiano. El acuerdo podría representar muy buenas fuentes de ingresos para el Vaticano, pero los directivos del Banco Ambrosiano vaciaron al mismo en los años setenta, de modo que cuando el Banco de Italia auditó sus cuentas descubrió un faltante de cientos de millones de dólares de entonces, factor que precipitó la intervención oficial del Banco Ambrosiano y su posterior liquidación. Pero la investigación oficial no terminó allí, sino que llegó hasta el propio Banco Vaticano (IOR), de tal manera que la conexión entre el Vaticano y la Mafia quedó al descubierto, como también el hecho de que parte de los fondos del Vaticano provenía del crimen organizado.

Albino Luciano no sólo estaba muy al tanto de todo desde mucho antes, a raíz de aquella rara venta de la Banca Cattolica del Veneto al masónico Banco Ambrosiano, y sus protestas cayeron en saco roto dado que Paulo VI era involuntario prisionero de los crónicos problemas financieros de la Santa Sede y del eje Villot-Marcinkus-Siri-Baggio-Poletti-Casarolli.

Luciani también sabía que el Vaticano estaba operando como una suerte de "paraíso fiscal" por medio del cual la Mafia y la logia P-2 podían sacar de Italia cientos de millones de dólares sin control alguno, dado que su banco era extraterritorial, y sin pagar impuestos ni ser afectado por las regulaciones del mercado cambiario que en aquel momento la Banca de Italia establecía sobre todos los movimientos de capitales desde y hacia el país.

Lo cierto es que el Vaticano había dejado en manos de sus nuevos socios, los miembros de la P-2, el manejo del Banco Ambrosiano. Al quebrar éste, se encontró de la noche a la mañana, merced al fraude hecho por sus directivos Michele Sindona y Roberto Calvi, con un pasivo imprevisto de 500 millones de dólares de la época, por el cual debía responder. La situación financiera era sumamente difícil para la Iglesia, que sólo poseía las riquezas que Bernardino Nogara había dejado a través de su serie de inversiones en grandes empresas de Wall Street, pero no tenía ni un centavo más. El "agujero negro financiero" fue finalmente cerrado merced a préstamos que obtuvo el cardenal Casarolli gracias a sus excelentes contactos con importantes bancos y sociedades secretas, pero los préstamos son eso: deudas que un día hay que pagar.

El Vaticano había postergado -y no solucionado- un grave problema.

Cuando murió Paulo VI, el Vaticano ya habría estado virtualmente en manos de los prestamistas y sus asociadas: las sociedades secretas. Cuando se eligió como papa a Juan Pablo I, se pensaba en la posibilidad de convencerlo para que continuara manteniendo en secreto la precaria situación financiera y la enorme serie de "trapos sucios". Pero Luciani, lejos de mostrarse como el clérigo sumiso y dominable que muchos pensaban que era, parece haber decidido depurar a la Iglesia de sus miembros masónicos, expulsar a Marcinkus y ventilar ampliamente a la prensa la situación. Iba a comenzar, más precisamente el día posterior a su muerte. El té que le sirvieron a Luciani la noche anterior a lo que habría sido su envenenamiento, determinó que no lo pudiera hacer y también un brusco cambio en la historia tanto del Vaticano como de sus relaciones con el mundo, la Mafia, la CIA, el Opus Dei, la masonería, con la propia Unión Soviética y hasta con el nacimiento de la globalización...

Tras la muerte de Luciani era necesario elegir un sucesor que se prestara a seguir tapando la complicada situación y, a la vez, se hacía imprescindible conseguir financiamiento para salir de la ruinosa situación financiera. Allí entró a jugar el Opus Dei y su candidato, el polaco Karol Wojtyla, como el propio Luciani previó. El Opus Dei podría brindar el financiamiento que la Iglesia Católica necesitaba merced a sus estrechos lazos con Wall Street, pero el problema sería qué hacer con la "vieja guardia" masónica, que ocupaba prominentes puestos en el Vaticano. En aquellos tiempos, el Opus Dei, tradicionalista a pie juntillas, seguía la doctrina oficial de la Iglesia y no soportaba escuchar hablar de la masonería y las sociedades secretas que eran sus enemigas. No hay que olvidar que el Opus Dei nació en la España de Franco amigo íntimo de su fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, con el apoyo tácito del Generalísimo, que estaba empeñado en una verdadera cruzada antimasónica. Pero todo alejamiento puede arreglarse cuando la necesidad aprieta, y mucho más precisamente cuando la misma viene del bolsillo. Fue en ese momento, entre la muerte de Luciani y el advenimiento del cardenal polaco con vocación de actor como posible sucesor, cuando se produjo un pacto entre el Opus Dei y la masonería: el Opus Dei proveería de financiamiento constante al Vaticano y respetaría los puestos de los cardenales y otros religiosos masones. Además, el asesinato de Luciani no sería investigado, se lo taparía como una muerte natural. A cambio, el Opus Dei obtendría el papado con un cardenal muy afín, coparía una serie de altos puestos y dictaría la línea oficial de la Iglesia alejándola de cualquier actitud progresista. Y todos contentos: el Opus Dei, la masonería infiltrada al más alto nivel, y por supuesto la CIA, con la "vía libre" para lanzar sus proyectos en América Latina, incluir a los nuncios papales entre los "influyentes" que respaldaban a los dictadores e incluso comenzar a derribar a la Unión Soviética del todo.

La caída del Muro de Berlín y la disolución del imperio soviético incluía la provocación de un gran clima de agitación social en Polonia, que iba a ser llevado a cabo por el sindicato Solidaridad dirigido por Lech Valesa y debía ser financiado por la CIA. El problema era que la CIA no contaba con medios humanos para sostener los grandes movimientos sociales que se desarrollarían en Polonia. La agencia no podía girar fondos a un banco polaco para que un agitador los retirara porque en Polonia, en aquella época tras la "Cortina de Hierro", había control de cambios y los fondos podían ser fácilmente identificados por las autoridades monetarias. Juan Pablo II coincidía con la posición de Reagan y Bush padre en el sentido de que el comunismo era el peor de los males que asolaban a la Tierra, por lo que los fondos se distribuyeron a través de miembros afines a la Iglesia Católica polaca.

Pero la colaboración de Juan Pablo II con la elite globalista no se limitó a desestabilizar al régimen soviético. A lo largo de su pontificado, el papa dio cada vez más preeminencia al Opus Dei, constituyéndolo en prelatura personal y elevando a la categoría de santo a su fundador Josemaría Escrivá de Balaguer. El Opus Dei se ha constituido en una entidad de gran poderío económico y financiero en América latina, España y los Estados Unidos, donde varios de sus miembros ocupan puestos muy prominentes en Wall Street. Asimismo, nombró a muchos de sus sacerdotes como cardenales, y su actuación fue determinante a la hora de elegir a Joseph Ratzinger como nuevo Papa. Vale la pena mencionar especialmente al español Julián Herranz y a dos cardenales colombianos: Darío Castrillón Hoyos y Alfonso López Trujillo. Los tres organizaron conciliábulos previos al cónclave para que Joseph Ratzinger fuera Papa. Y un detalle posterior, el cardenal chileno Errazciuz, encumbrado como presidente de la Conferencia Episcopal Latinoamericana y el Caribe es señalado como el responsable de falsificar los documentos de la última conferencia latinoamericana y el caribe de Aparecida del 2007, respondiendo a los intereses de su pertenencia al Opus Dei.

Este tradicionalismo católico de Ratzinger y Wojtyla se corresponde muy bien con el gran tradicionalismo y conservadurismo de las doctrinas del Opus Dei, enfrentado con las tendencias tercermundistas de muchas organizaciones católicas latinoamericanas que permitieron la aplicación de las políticas liberales y la privatización de recursos naturales y de empresas públicas en Latinoamérica, donde la población es mayoritariamente católica.

El Opus Dei correspondió de forma muy generosa al Vaticano por "inclinar la balanza" de la correlación de fuerzas en la Iglesia Latinoamericana a favor de sus tendencias tradicionalistas -y en contra de los grupos tercermundistas que podrían haber sido un duro obstáculo al liberalismo y a las privatizaciones latinoamericanas-, ayudando a engrosar el presupuesto del Vaticano, que hasta antes de Juan Pablo II mostraba muy fuertes "rojos" que ponían en peligro su estabilidad financiera. Lo hizo mediante donaciones sistemáticas a la Santa Sede por montos de hasta el 30% de los gastos de la misma, según una especie de "acuerdo tácito" de repartija de favores.

En realidad, Karol Wojtyla era un adepto del Opus Dei desde mucho tiempo atrás. Mucho antes ya de la muerte de Paulo VI pertenecía a una sociedad del Opus Dei llamada Priestly Society of the Holly Cross (Sociedad Fraternal de la Santa Cruz). Cada vez que Wojtyla viajaba a Roma por asuntos religiosos como arzobispo de Cracovia, desde años antes de su llegada al papado, pernoctaba en una de las sedes del Opus Dei en esa ciudad, donde tenía la oportunidad de conversar e intercambiar pareceres con algunos de los más importantes miembros de esa organización, quienes así comenzaron a estrechar lazos con él, a quien podían ver cada vez más como un potencial papable. Durante el papado de Paulo VI, la organización había obtenido algunas ventajas dentro de la jerarquía católica, pero era aún un sector muy minoritario, y el propio Paulo VI parecía desconfiar de ella, y le negaba, cada vez que podía, el estatus de prelatura personal. El propio Escrivá de Balaguer, su fundador, había ofrecido a Paulo VI apoyo monetario para la alicaída situación financiera del Vaticano, pero no había obtenido resultado alguno. Por lo tanto, los miembros del Opus Dei consideraban que debía ser sucedido por algún cardenal muy afín a su visión conservadora y tradicionalista en lo religioso, pero librecambista y privatista en lo político y económico. Durante su papado, Juan Pablo II no se quejó -más allá de lo meramente declamatorio- de los excesos visibles de pobreza, marginalidad y desempleo que la globalización provocaba crecientemente.

Tampoco -más allá de cortas declaraciones formales- trató de impedir las guerras en que los Estados Unidos incursionaron durante su pontificado, y ni siquiera se refirió a la serie de guerras desatadas en Yugoslavia durante toda la era Clinton. Se limitó a viajar incesantemente a países pobres, buscando el aplauso fácil de las masas católicas, llevando mensajes de fe vacíos de contenido efectivo. Esos viajes, generalmente de contenido propagandístico, ayudaban a reforzar una fe católica primaria y narcotizante en las masas empobrecidas, pero Juan Pablo II en vez de condenar las políticas liberales con toda crudeza e insistentemente -lo que habría radicalizado los sentimientos antiglobalizadores de vastas poblaciones- se limitó sonreír, mostrarse y bendecir sin hacer ni decir de más.

No le faltaba razón a Paulo VI entonces cuando señalaba que por alguna grieta el "humo de Satanás" había ingresado al Vaticano. Pero lo que no se puede dejar de notar es que el origen y la extensión de esa profunda grieta no podían dejar de ser conocidos por casi todos los papas del siglo XX, quienes sin embargo, al igual que el actual Benedicto XVI, optaron por silenciar el tácito pacto perverso existente entre Roma y Wall Street y dejar de hostilizar a las sociedades secretas, dado que Estados Unidos es el paraíso de las mismas (en el año 1900 existían más de 600, según Albert Stevens), y ellas son funcionales a los intereses de las corporaciones anglo-norteamericanas.



Con respecto a Ratzinger, hay que decir que es el digno descendiente natural de Juan Pablo II, superando en actuación reaccionaria a su antecesor. Juan Pablo II, entre 1978 y 2005 tuvo suficiente tiempo como para designar su sucesor, nombrando, en esos 27 años, una abrumadora mayoría de cardenales filosóficamente afines a su agenda conservadora, factor que ha hecho perder ascendencia a la Iglesia Católica sobre sus fieles, la mitad de los cuales se concentra hoy en América latina, y una parte importante restante en Europa. Esa pérdida de ascendencia es un hecho muy deseado por la elite, socia y creadora de las sociedades secretas, dado que una Iglesia muy cercana a la gente podría resultar un enemigo muy digno de la agenda globalizadora de la elite.

Los pueblos de muchas naciones latinoamericanas y europeas podrían canalizar buena parte de su disgusto contra la globalización a través de una institución como la Iglesia, la cual, si estuviera muy cercana a las poblaciones, bien podría constituirse en un poderoso factor antiglobalización. En vez de ello, durante la era de Juan Pablo II, más allá de sus frecuentes viajes apostólicos, la persistencia casi obsesiva del Vaticano en negarse a dejar de lado algunos de sus dogmas más anticuados como la grave situación de pecado mortal para quienes acepten mecanismos anticonceptivos, se divorcien o formen parejas homosexuales, alejó a muchísimos fieles. Como se observa, el catolicismo oficial a sido mucho más que una religión: una verdadera institución terrenal con el poderío suficiente para disputar durante casi diecisiete siglos el poder de los más importantes reyes europeos. Pero ésta también resultó muchas veces una maquinaria recaudatoria de dinero mediante nefastos mecanismos como la Inquisición o diversos impuestos, cuyas víctimas resultaban precisamente los incipientes miembros de las burguesías, hermanados en sociedades secretas.

El hecho de que Ratzinger sea más conservador que su antecesor quedaba claro tan sólo con el dato, muy difundido, de que en su adolescencia perteneció a las Juventudes Hitlerianas.

Ratzinger expresó, en su homilía navideña Urbi et orbe de 2005, una extraña llamada a un "Nuevo Orden Mundial", al igual que lo hizo años antes su antecesor Juan Pablo II y, entre otros, también lo había hecho George Bush padre, este último significativa o casualmente el día 11 de septiembre de 1990, en un famoso discurso. Muchos otros personajes "poderosos", como Gorbachev pronunciaron "coincidentemente" esa misma expresión muchas veces, en público y frente a toda la prensa. "Nuevo Orden Mundial" es la frase que está en latín (Novus Ordo Seculorum) en el reverso del billete de un dólar bajo la pirámide partida en su cumbre con y por el "Ojo que Todo lo Ve", característica de las sociedades secretas.

Pero haciendo la vista gorda a su antiguo enemigo, el Vaticano eligió faltar a todo profetismo que le es misión, traicionar el Evangelio y a la causa de Jesús de Nazaret sin condenar jamás la permanencia ilegal de los Estados Unidos y el Reino Unido en lrak, las amenazas permanentes de los Estados Unidos a Irán, la invasión y destrucción de El Líbano por parte de Israel y las crecientes tensiones occidentales contra Siria. Nada dijo Ratzinger acerca de las permanentes agresiones e intromisiones de los Estados Unidos en terceras naciones, generalmente islámicas y donde se concentran los recursos petrolíferos y gasíferos, ni contra la globalización, empobrecedora creciente de las masas populares de países pobres y ricos, ni sobre la acumulación de capital en manos de la elite globalista que aumenta su poder día a día. Las posteriores "disculpas" del Vaticano no pueden borrar el mensaje, mucho menos porque fue leído y no improvisado.

Entre los sectores partidarios del más acérrimo tradicionalismo católico y las sociedades secretas de naturaleza "pagana" parece haber un complaciente grado de colaboración. Si observamos hacia el pasado, encontraremos que si bien muchos papas se han expresado en forma pública contra las sociedades secretas, instrumentos de poder de la elite globalista, no resulta infrecuente encontrar en el papado miembros de prominentes familias de banqueros o de la más rancia nobleza italiana. Según el autor católico Claudio Rendina en su obra The Popes: histories and secrets (Los papas: historias y secretos), los condes de Tuscolo tuvieron cinco papas, los condes de Segni: cuatro, las aristocráticas y ricas familias Savelli, Orsini y Médici: tres cada una, y las opulentas familias Anici, Caetani, Borgia, Colonna, Castiglioni, Della Rovere, Fieschi y Piccolomini, dos cada una. Es necesario hacer notar que esa lista está compuesta sólo de miembros de los respectivos clanes aristócratas. No incluye todos aquellos papas que muchas de las mismas familias lograron nombrar con el correr de los siglos a raíz de su influencia, dado que el sombrero de cardenal -puesto necesario para ser papable- se compró y vendió como una cara mercancía durante siglos. Por obvias razones, sólo selectas familias adineradas y aristocráticas podían acceder al cardenalato.

Después de 20 siglos esta institución ya poco tiene de herencia con aquella iglesia formada por Jesús de Nazaret y sus discipulos.



Por lo tanto, cabe concluir que el presente y el pasado reciente de la institución católica no distan demasiado de siglos anteriores, cuando tras cónclaves presuntamente asépticos, los círculos de poder económicos lograban nombrar papas afines que convalidaran las guerras, invasiones y otros actos de barbarie que los grupos más elitistas debían llevar a cabo para hacerse de los recursos naturales o con las zonas geoestratégicamente vitales para sus cometidos. Tampoco se puede negar la penetración de las sociedades secretas en el propio corazón de la Iglesia Católica en siglos pasados.

Las actuales asociaciones non sanctas de miembros de la institución católica con las sociedades secretas no son algo nuevo, sino que abundan en su historia. Sin embargo, hay que señalar que el grado de asociación del Vaticano con los intereses de la elite desde la Segunda Guerra Mundial. y de manera cada vez más progresiva, constituye un peligro mucho más importante para el mundo y para la fe liberadora de Jesús y su proyecto político del Reino de Dios, que la actividad cercana a los bancos y a las sociedades secretas que muchos papas pudieron haber tenido en el pasado.

Esto se debe, sobre todo, a que ya no estamos tanto en un mundo dividido por naciones o ideas enfrentadas, sino bajo el imperio de la globalización que excluye, descarta y mata.

Hemos visto cómo la elite globalista ha sabido manejar a uno de sus otrora enemigos más poderosos: el Vaticano. El fervor religioso funcionó de hecho como anestésico para cohesionar a las masas y servir a los intereses de la elite. Los papados de Benedicto XVI y Juan Pablo II han sido funcionales al poder financiero de Wall Street, las megacorporaciones y las sociedades secretas tan odiadas por el Vaticano en otras épocas. De institución poderosa por peso y opinión propios, la institución católica se ha convertido cada vez más en un socio menor de la propia elite, a veces por su convicción anticomunista, pero en otras por problemas financieros. De tal manera, una de las instituciones supranacionales que mayor riesgo podría representar para la elite globalizadora, ya no sólo no representa peligro alguno, sino que además se ha convertido en uno de sus mejores aliados para llevar a cabo la globalización. No hay que olvidar que el ecumenismo que ha sido impulsado con fuerza desde el papado de Juan Pablo II ha sido establecido en forma bastante desigual: mientras se han estrechado fuertemente los lazos de la Iglesia Católica con el judaísmo y el anglicanismo (religión preeminente en la elite de negocios inglesa y estadounidense), el acercamiento a otras religiones como las distintas versiones del Islam o el budismo ha sido muchísimo menor. O sea, ha coincidido con la propia política exterior de los Estados Unidos en las últimas décadas, que observa como enemigos al fanatismo islámico en el corto plazo, y probablemente a China en el largo plazo.

El poder terrenal de la institución católica ha sido desastroso para la misión, el profetismo y la virtud de la iglesia comunidad fundada por Jesús de Nazareth y sus discípulos, desangrando su espíritu y denigrando su cuerpo.

La institución católica como tal ha traicionado el mensaje liberador de Jesús de Nazareth y su causa de la construcción del Reino de Dios por el que predicó, se manifestó y luchó, y por lo que fue perseguido, secuestrado, torturado y asesinado como subversivo político y religioso.

Traicionó sus opciones de vida al aliarse con aquellos a los que Jesús de Nazareth en su tiempo había rechazado y condenado.

Traicionó las comunidades fundada por Él y sus discípulos en las que reinaba un espíritu de horizontalidad, fraternidad, igualdad, inclusión y verdad; con una conciencia antiexcluyente, anticapistalista y antiimperialista.

Bien diría entonces San Ambrosio en el siglo IV, cuando el maridaje del Imperio Romano con la Iglesia Católica la transformó de una comunidad de fieles en una institución verticalista, cesárea y dictatorial: “los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían, que ahora que nos protegen”...



Bibliografía de consulta:



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Nadie vio Matrix – Walter Graciano (Ed. Planeta - 2007)

Jesuitas y masones – Töhötöm Nagy (Ed. Del autor - 1963)

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Aproximación a la masonería - Fernando José Vaquero Oroquieta (Catholic Net)

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La violencia en la iglesia – Camilo Masicce (Servicios Koinonia)

Infalible & absoluto – Claudio Fantini (Editorial del Nuevo Extremo – 2003)

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El poder y la gloria – David Yallop (Ed. Planeta - 2006)

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La Iglesia increíble – Luis Perez Aguirre (Lumen – 1993)

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La Iglesia Católica ¿una gran secta? – Leonardo Boff (Servicios Koinonia)

Catolicismo, sociedad, estado – Fortunato Mallimaci (Centro Nueva Tierra - 1997)

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