jueves, 14 de noviembre de 2013

LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS por Gabriel Andrade

Los pseudos católicos nazis de hoy

El domingo 10 de noviembre, durante el Angelus en una repleta plaza San Pedro, el Papa Francisco aseguró que "los judíos son hermanos mayores" y llamó a los católicos a ser "vigilantes" contra "toda forma de odio e intolerancia", en la conmemoración de la "Noche de los Cristales Rotos" de 1938 contra los judíos alemanes. El Papa argentino evocó "las violencias de la noche del 9 el 10 de noviembre de 1938 contra los judíos, sus sinagogas, sus casas, sus comercios, que supusieron un triste paso hacia la tragedia de la Shoah".
"Reiteremos nuestro sentimiento de proximidad y nuestra solidaridad con el pueblo hebreo, quienes son nuestros hermanos mayores. Recemos a Dios para que la memoria del pasado, de los pecados del pasado, nos ayude a seguir siendo vigilantes ante toda forma de odio y de intolerancia", recomendó a los 60 mil fieles reunidos en la plaza bajo un cielo gris.
Alemania conmemora la "Noche de los Cristales Rotos", una serie de pogroms contra los judíos hace 75 años, considerado una señal precursora de la "solución final" puesta en obra contra los judíos de Europa, la mayor tragedia del siglo XX.
En esa noche y el día siguiente, se saquearon comercios propiedad de judíos, se incendiaron sinagogas y fueron detenidos y deportados 30 mil hombres. Estas violencias dejaron 90 muertos entre la población judía alemana.
Jorge Mario Bergoglio siempre mantuvo relaciones muy cercanas con la comunidad judía argentina. Desde el documento aprobado por el Concilio Vaticano II "Nostra Aetate", sobre el respeto hacia las otras religiones; "la enseñanza del desprecio" vehiculada por un antiguo antisemitismo cristiano no tiene cabida en los postulados evangélicos de nuestra fe.

El martes 12 de noviembre, un grupo pseudo católico con nostalgias medievales y fascistoides trataron de impedir a los gritos y con insultos que se conmemore una ceremonia ecuménica en la catedral porteña el 75ª aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, considerada el inicio del Holocausto judío perpetrado por el nazismo.
Según testigos del incidente, cuando el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, intentó comenzar la liturgia, de la que participaban representantes de la comunidad judía y otras iglesias cristianas, un grupo ultrafascista se puso de pie y comenzó a rezar a los gritos para impedir la ceremonia.
Los manifestantes repartieron volantes con la leyenda "fuera adoradores de dioses falsos del templo santo" y en los que se advertía que "los pastores que llevan a los hombres a confundir el dios verdadero con dioses falsos son lobos" (léase Bergoglio y todos los sacerdotes y obispos postconciliares).
El accionar intolerante del grupo, compuesto en su mayoría por jóvenes, generó de inmediato el repudio de las autoridades diplomáticas, funcionarios y representantes de la comunidad judía presentes en la catedral, así como de miembros de organizaciones de derechos humanos y de los credos cristianos.
Varios de los presentes forcejearon con los integrantes de ese grupo para que se retiren del templo, cosa que hicieron cuando ingresó la Policía Federal.
Uno de los que repudiaron enfáticamente lo ocurrido fue el titular de la Delegación de Instituciones Israelitas Argentinas (DAIA), Julio Schlosser, quien participaba de la ceremonia. "Venimos trabajando por una comunidad en la que todos podamos vivir en paz", afirmó el dirigente al cuestionar esas actitudes filonazis que ofendieron a "sobrevivientes de la Shoá" (Holocausto) que estaban en el templo y a toda la comunidad judía. En ese grupo había "tres sacerdotes por lo menos", dijo, que ingresaron antes de las 19 y que él pudo ver mientras estaba sentado junto al nuncio apostólico, monseñor Emil Paul Tscherrig.
"Es grave, mucho más grave que una noticia periodística", afirmó Schlosser, que instó a "rechazar y repudiar" este tipo de expresiones y agradeció las palabras de desagravio cuando Poli dijo "hermanos judíos, esta es su casa, su presencia no profana nada".
"Esto no puede quedar así. Debe servirnos de aviso porque, más allá de que recordamos la Noche de los Cristales", la Shoá comenzó "mucho antes, con panfletos como estos", alertó Schlosser.
Monseñor Poli y el rabino Abraham Skorka, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano, estuvieron a cargo del acto litúrgico, organizado por la Comisión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso y la B-nai B-rith Argentina, en el que se leyeron textos condenatorios del genocidio.


HISTORIA DE UNA INFAMIA

A los judíos los persiguieron y masacraron durante mil setecientos años, desde que la Institución católica empezó a mandar en calidad de concubina del Imperio Romano, con el pretexto de que habían crucificado a Cristo.

Desde el código de Justiniano a los judíos de Roma se les consideró una raza inferior de la que había que sospechar y se les excluyó de toda función pública.
La bula del papa Pablo IV instituyó formalmente el gueto. A los cinco mil judíos de Roma les asignaron entonces una zona palúdica a la orilla del Tíber, un espacio de unos cuantos centenares de metros que inundaba el río, y allí los hacinaron. Las siete sinagogas de la ciudad las destruyeron, y destruyeron las dieciocho de Campania. Otros guetos siguieron de inmediato al de Roma en Venecia y en Bolonia. En Ancona quemaron vivos a veinticuatro. Poco después, avanzando por el camino señalado por Pablo IV, Pío V simple y llanamente expulsó a todos los judíos de los Estados Pontificios dejando tan sólo a los de Roma y Ancona.
Cuando coronaban a los papas en la Edad Media como soberanos religiosos y civiles de Roma, los judíos de la ciudad les mandaban una delegación para rendirles homenaje, a lo que ellos, con altivez, contestaban: “Legum probo, sed improbo gentium”: (Apruebo laley pero no la raza). Luego se hizo costumbre que los rabinos de Roma les ofrecieran ese día una lujosa copia del Pentateuco y entonces contestaban: “Confirmamus sed nonconsentimus” (Ratificamos pero no consentimos). Estas respuestas distantes resumen la actitud de los papas ante sus más despreciados súbditos, cuya religión y raza rechazaban.

Cuando Benedicto XIV “Beatus Andreas” canonizó al niño mártir Andreas, del pueblo de Rinn, Innsbruck, "asesinado cruelmente en 1462 antes de cumplir los tres años por los judíos, que odian la fe cristiana", según dice la bula; se sumó a la del niño Simón de Trento por Sixto V, por lo que Benedicto XIV convertía a Andreas de Rinn en el nuevo símbolo de los niños cristianos asesinados, según los "libelos de sangre", por los mismos asesinos de Cristo durante sus sacrificios rituales en Norwich, en Blois, en Lincoln, en Munich, en Berna, etc., con las consiguientes masacres de judíos en todas esas ciudades. Y sin embargo una investigación encargada por el mismo Benedicto XIV al relator del Santo Oficio Lorenzo Gananelli (el futuro Clemente XIV) había determinado que salvo los casos de Andreas de Rinn y Simón de Trento, que se daban por verdaderos, las demás acusaciones de los libelos de sangre no tenían fundamento. Por el crimen del niño Simón durante la Semana Santa de 1475 numerosos judíos de Trento fueron acusados de matarlo, sacarle la sangre y celebrar con ella la pascua judía; como consecuencia de esto los torturaron y quemaron a quince.
En 1965, a raíz del Concilio Vaticano II, se volvió a investigar el caso de Simón de Trento, se reabrieron las actas del proceso de su canonización que resultó ser un fraude, se suprimió su culto, se desmanteló el santuario que se le había erigido desde el siglo XV, lo sacaron del calendario y se prohibió su devoción para lo futuro. La veneración popular a Andreas de Rinn duró hasta 1985 cuando el arzobispo de Innsbruck monseñor Reinhold Stecher dispuso el traslado del cuerpo del niño de la capilla en que se encontraba desde el siglo XVII al cementerio. En 1994, el mismo prelado abolió oficialmente su culto, si bien su tumba siguió siendo objeto de peregrinaje.

A que los judíos mataban niños cristianos para sacarles la sangre le sumaron la de que clavaban la hostia, el cuerpo transubstanciado de Cristo, a quien volvían a crucificar una y otra vez. Y así, bendecida cuando no azuzada por curas, obispos y papas, la hordas de fanáticos “católicos” se entregó con esta nueva calumnia a nuevas masacres de sus tradicionales víctimas: en 1298 en Nuremberg mataron a seiscientos veintiocho; en 1337 quemaron a los de Daggendorf; en 1370 masacraron a los de Bruselas y se siguieron con todos los de Bélgica; en 1453 en Breslau quemaron a cuarenta y uno; en 1492 en Mecklenburg quemaron a veintisiete; en 1510 en Berlín a treinta y ocho. Ejemplos éstos de un centenar de masacres que con el pretexto de la hostia clavada se prolongaron hasta la de Nancy en 1761. Todavía no hace mucho en la catedral de Bruselasse exhibían dieciocho cuadros de judíos clavando hostias que sangraban. Y cuando en 1350 la peste negra devastaba a Europa, las turbas cristianas de Suiza y Alemania encontraron un motivo más para quemar, estrangular y ahogar a los judíos por millares acusándolos de haberla causado y de envenenar los pozos.

En julio de 1555, sin haber cumplido siquiera dos meses como papa, Pablo IV promulgó su bula Cum nimis absurdum, que empieza: "Porque es absurdo e inconveniente en grado máximo que los judíos, que por su propia culpa han sido condenados por Dios a la esclavitud eterna (Cum nimis absurdum et in-convenien sexistat ut iudaei, quos propna culpa perpetuae servituti submisit), con la excusa de que los protege el amor cristiano puedan ser tolerados hasta el punto de que vivan entre nosotros y nos muestren tal ingratitud que ultrajan nuestra misericordia pretendiendo el dominio en vez de la sumisión, y porque hemos sabido que en Roma y otros lugares sometidos a nuestra Sacra Iglesia Romana su insolencia ha llegado a tanto que se atreven no sólo a vivir entre nosotros sino en la proximidad de las iglesias y sin que nada los distinga en sus ropas y que alquilen y compren y posean inmuebles en las calles principales y tomen sirvientes cristianos y cometan otros numerosos delitos para vergüenza y desprecio del nombre cristiano, nos hemos visto obligados a tomar las siguientes provisiones..." y siguen las provisiones que son obvias dado el preámbulo: confinar a los judíos en guetos que sólo podían tener una sinagoga; obligarlos a venderles todas sus propiedades a los cristianos, a precios irrisorios (ac bona immobilia, qua ad praesens possident, infra tempus eis per ipsos magistratus praesignandum, christianis vendere); prohibirles la casi totalidad de los oficios y profesiones empezando por la medicina (etqui ex eis medici fuerint, etiam vocati et rogati, ad curam christianorum accedere aut illiinteresse nequeant); prohibirles tener servidumbre cristiana y que las mujeres cristianas les dieran el pecho a los recién nacidos judíos (nutrices quoque seu ancillas aut aliasutriusque sexus servientes christianos habere, vel eorum infantes per mulieres christianas lactari aut nutriri facere); prohibirles jugar, comer, conversar y tener toda familiaridad con los cristianos (seu cum ipsis christianis ludere aut comedere vel familiaritatemseu conversationem habere nullatenus praesumant); prohibirles tener negocios fuera delgueto; y obligarlos a llevar distintivos especiales en la ropa.

La de Pablo IV es un buen compendio del medio centenar de bulas que a lo largo de quinientos años promulgaron sus antecesores y sucesores para regular el trato que se le debía dar a "la pérfida raza judía", entre las que se destacan por su infamia la de Honorio III “Ad nostram noveritis audientiam” que los obligaba a llevar un distintivo y les prohibía desempeñar puestos públicos; la de Gregorio IX, “Sufficere debuerat perfidioe judoerum perfidia” que les prohibía servidumbre cristiana; las de Inocencio IV “Impia judeorum perfidia” y de Clemente VIII “Cum Haebraeorum malitiaque” ordenaban quemar el Talmud; las de Eugenio IV “Id nostram audientiam“ y de Calixto III “Si ad reprimendos” que prohibían vivir con cristianos y ejercer puestos públicos; las de Pío V “Cum nos nuper” que les prohibía tener propiedades y “Hebraeorum gensque” los expulsaba de todos los estados pontificios excepto Roma y Ancona; la de Clemente VIII “Cum saepe accidere”, la de Inocencio XIII “Ex injuncto nobis” y la de Benedicto XIII “Aliasemanarunt” que les prohibían vender mercancías nuevas (pero no ropa vieja, strazzaria).
Y a las bulas hay que sumarles las decisiones de los concilios: concilios generales como el Cuarto Laterano convocado por Inocencio III en 1215, o locales como el de Vannes de 465, el de Agde de 506, el de Viena de 517, el de Clermond de 535, el de Macon de 581, el de París de 615, etcétera, etcétera, para atropellar en todas las formas posibles a los "asesinos de Cristo".

Cuando en julio de 1941 el régimen títere de Vichy al servicio de los nazis decretó la expropiación en Francia de todas las empresas y propiedades en manos de judíos y algunos prelados católicos protestaron, el presidente del gobierno, Laval, comentó con sarcasmo que después de todo "las medidas antisemitas no constituían nada nuevo para la Iglesia pues los papas habían sido los primeros en obligar a los judíos a llevar un gorro amarillo como distintivo". Varios obispos franceses colaboracionistas y anti judíos se deslindaron de inmediato de esos prelados patriotas y en un apurado telegrama declararon su fidelidad al régimen.

JuanXXIII suprimió el adjetivo "pérfido" usado en la liturgia de Semana Santa para designar a los judíos, y eso era a lo que más a que había llegado. No bien murió Juan XXIII su sucesor Pablo VI volvió a aquello de los “pérfidos judíos” que no habían querido reconocer en Jesús al Mesías que llevaban siglos esperando y que lo habían calumniado y matado.

Y en Auschwitz, donde los “cristianos” nazis asesinaron a novecientos sesenta mil judíos, el teólogo Ratzinger devenido en Benedicto XVI preguntó: "¿Por qué permitiste esto, Señor?" La respuesta es obvia: ¡por lo que les han hecho muchos de tus predecesores a los judíos durante mil setecientos años".
Y aquí le va una lista de los compatriotas obispos nazis:
El obispo castrense Rarkowski, el clérigo militar alemán de más alto rango, que ensalzaba a Hitler como "nuestro Führer, custodio y acrecentador del Reich".
El obispo Werthmann, vicario general del anterior y su suplente en el ejército.
El arzobispo Jager de Paderhorn que fue capellán de división del Führer.
El cardenal Wendel que fue el primer obispo castrense.
El obispo Berning de Osnabruck que le mandó un ejemplar de su obra Iglesia católica y etnia nacional alemana a Hitler "como signo de mi veneración" y a quien Goering nombró miembro del Consejo de Estado de Prusia.
El obispo Buchberger de Regensburg que en la hoja episcopal de su diócesis escribía que "el Führer y el gobierno han hecho todo cuanto es compatible con la justicia, el derecho y el honor de nuestro pueblo para preservar la paz de nuestra nación".
El obispo Ehrenfried de Wirzburgo que decía: "Los soldados cumplen con su deber para con el Führer y la patria con el máximo espíritu de sacrificio, entregando por completo sus personas según mandan las Sagradas Escrituras".
El obispo Kaller de Ermland que en una carta pastoral exhortaba así a sus fieles: "Con la ayuda de Dios pondréis vuestro máximo empeño por el Führer y el pueblo y cumpliréis hasta el final con vuestro deber en defensa de nuestra querida patria".
El obispo Machens de Hildesheim que los arengaba diciéndoles: "¡Cumplid con vuestro deber frente al Führer, el pueblo, la patria! Cumplidlo, si es necesario, exponiendo vuestras propias vidas", y le rogaba a Dios que les "enviara su ángel" a las tropas nazis.
El obispo Kumpfmüller de Ausgburgo que ante el atropello hitleriano contra Europa declaraba que "El cristiano permanece fiel a la bandera que ha jurado obedecer pase lo que pase".
El obispo Wienkens que representaba al episcopado alemán ante el Ministerio de Propaganda nazi.
El obispo Preysing de Berlín que firmaba las cartas conjuntas de sus cofrades aprobando a Hitler.
El obispo Frings (luego cardenal de Colonia) que como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana exigía dar hasta la última gota de sangre por el Führer.
El obispo Hudal que le dedicó su libro Nacionalsocialismo e Iglesia a Hitler como "al Sigfrido de la esperanza y la grandeza alemanas", y que tras la derrota de los nazis ayudó a fugarse al Brasil a F. Sangel, acusado de cuatrocientos mil asesinatos en el campo de concentración de Treblinka, consiguiéndole dinero y documentos falsos. El arzobispo de Freiburg Grober, patrocinador de las SS, que abogaba por el necesario "espacio vital" para Alemania; que aportaba dinero de su arquidiócesis para la guerra; y que escribió diecisiete cartas pastorales para ser leídas desde los púlpitos, exhortando a la abnegación y al arrojo.
El arzobispo Kolb de Bambergque predicaba que "cuando combaten ejércitos de soldados debe haber un ejército de sacerdotes que los secunden rezando en la retaguardia".
El cardenal y conde von Galen, el "león de Münster", que saludó a la Wehrmacht como "protectora y símbolo del honor y el derecho alemanes" y que escribía en la Gaceta eclesiástica de su región: "Son ellos, los ingleses, los que nos han declarado la guerra. Y después nuestro Führer les ha ofrecido la paz, incluso dos veces, pero ellos la han rechazado desdeñosamente".
El cardenal Bertram de Beslau, presidente de la conferencia episcopal, que "por encargo de los obispos de Alemania" le enviaba este telegrama a Hitler: "El hecho grandioso del afianzamiento de la paz entre los pueblos sirve de motivo al obispado alemán para expresar su felicitación y gratitud del modo más respetuoso y ordenar que el próximo domingo se proceda a un solemne repique de campanas".
El cardenal Schulte de Colonia que escribía en una carta pastoral:" ¿No debemos acaso ayudar a todos nuestros valientes en el campo de batalla con nuestra fiel oración cotidiana?"
El cardenal Faulhaber, "el león de Munich", que en 1933 llamaba a Pío XI el mejor amigo de los nazis, que en 1934 le prohibía a la Conferencia Mundial Judía que mencionara siquiera su nombre a propósito de una supuesta defensa suya de los judíos, una "afirmación delirante"; que fue obispo castrense antes de ponerse al frente del episcopado bávaro; y que mandaba rezar por Hitler y le hacía repicar las campanas: tras el fallido atentado contra éste ofreció una misa solemne en acción de gracias en la iglesia de Nuestra Señora de Munich y junto con todos los obispos de Bavaria le mandó una carta felicitándolo por haberse salvado. Discípulo aventajado de la Institución católica que se acuesta con el que gane, este "león de Munich" fue antinazi antes de 1933, nazi visceral entre 1933 y 1945, y antinazi indignado después de 1945.
Que fue ni más ni menos el comportamiento del episcopado austríaco cuando el Anschlus: el cardenal Innitzer, el arzobispo Waitz y los obispos Hefter, Pawlikowski, Gfóllner y Memelauer se pasaron en bloque a Hitler y firmaron una proclama aprobando la anexión de su país al Reich alemán y exhortando a sus fieles a apoyar el régimen nazi. Y cuando Hitler entró a Austria lo recibieron con repique de campanas y cruces gamadas colgando de las iglesias vienesas.
En el campo de concentración de Treblinka los nazis mataron entre setecientos mil y ochocientos mil judíos. Allí murió con ellos el padre Sangel, un sacerdote católico que tuvo el valor de enfrentárseles a los verdugos nazis poniéndole el cuerpo al Evangelio, lo que les faltó a Pío XII y sus obispos alemanes y austríacos entre otros.

Hitler y todo su aparato asesino y fanático no surgió en la Historia por generación espontánea: la Institución católica ha tenido una enorme responsabilidad en ello.
En Argentina, un huevo de la misma serpiente alcanzó su madurez en los años de plomo haciendo las mayores atrocidades en nombre de Dios y la Patria.
En el jubilieo del año 2000, Juan Pablo II ha perdido perdón, entre muchas otras cosas, por las complicidades de la institución católica en el holocausto judío.
El Episcopado Argentino, como cuerpo colegiado, todavía está en deuda con las complicidades intergeneracionales con sus pares de aquella época.

El martes 12 de noviembre, las crías de aquella serpiente con el sabor del veneno en su lengua bífida, cantaron en la catedral porteña.