domingo, 14 de diciembre de 2014

Papá Noel y las paradojas de una infamia - por Gabriel Andrade



El nacimiento

Cuando pienso en la idea de un Dios eligiendo nacer en las periferias del poder me reconforta hasta el éxtasis y renuevo todas mis ganas de seguir ejerciendo mi fe.
Pienso en ese Dios mostrando su amor desde el despojo, desde la igualdad con los humillados y ofendidos de esta tierra de todos los tiempos.
Un Dios encarnando en uno de los nuestros, para que desde allí creciera, trabajara, tuviera hambre y sed, fuera discriminado, calumniado, desterrado, perseguido hasta el asesinato mismo para luego ser eternamente glorificado.
Un Dios que, según nos enseña el Evangelio, “derribó a los poderosos de sus tronos y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y arrojó de sí a los ricos con las manos vacías” (Lc 1; 46-55).
Siento entonces que celebrar la Navidad es celebrar el amor de Dios hecho niño, el amor de Dios hecho hermano, y sobre todo, el amor de Dios hecho ofrenda
Así el nacimiento de Jesús en Belén (o Nazaret, si nos ajustamos a historia) no es un dato civil, sino que se transforma en una afirmación teológica; no expresa un dato administrativa sino una fe. Decir que Jesús nació en Belén o Nazaret sigue siendo para los cristianos consecuentes -como lo fue para los primeros cristianos- una afirma­ción fundamental. Equivale a decir que Dios, a pesar de ser omnipotente y poderoso, optó por una ciudad minúscula. Es decir, prefirió apostar por la debilidad, por la humildad, por los oprimidos, por la mansedumbre.
¡Significa que un Mesías frágil y endeble basta para quebrar el poder de los podero­sos de este mundo! Y que quienes afirman seguir a este Mesías a partir de la prosecución de su Causa deben emplear sus mismos modos.


Dos mil años después

Pero, muchos tienen una memoria distorsionada de este Dios y del Hijo enviado. Hay tanta paranoia en las calles las semanas previas, tantos ruidos y fuegos de artificio que tapan la luz de la estrella, tantos colores impúdicos ciegos a negras realidades existenciales, tanta comida orgiástica a espaldas de los hambrientos, tantas risotadas que burlan a los que sufren injusticias, tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de los recursos reales, que vale preguntarse a cuántas almas no infectadas de consumismo les queda un instante para darse cuenta de que semejante incoherencia no puede celebrar el nacimiento de un niño que nació hace unos 2000 años en una familia pobre y despreciada, de un caserío insignificante en medio de un pueblo invadido y oprimido por un gigantesco imperio.
Mil millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran e hicieran gala de una hipocresía repugnante. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta esta parodia infectada de excesos de alcohol, drogas, comidas, ruidos, lujos, irresponsabilidades de toda clase...
Sería interesante saber cuántos de ellos en el fondo de su alma creen que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.
A esto se suma el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en nuestra América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos cumplían con la representación del evento. Todo aquello cambió especialmente en el último siglo, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural, política y religiosa contra el Reino de Dios.


Un carnaval de terror

Aquel Niño Dios del pesebre de Belén -de peligrosa memoria- fue destronado por el indigesto Papal Noel de shoppings y comercios.
Nos llegó con toda su parafernalia de símbolos vacíos del espíritu de Belén y Nazaret migrando a nuestras latitudes: el trineo tirado por los ciervos (tracción a sangre,  ¡qué abuso!...), el arbolito con nieve del polo norte (no vaya a ser que pensemos que del sur pueda venir algo bueno...) y toda esa cultura de contrabando incluida la comida invernal y copiosa y estos quince días de consumismo frenético y psicótico al que muy pocos nos atrevemos a rechazar con asco.
Con todo, tal vez lo más siniestro de estas navidades de consumo, sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales espantosas, la molestísima pirotecnia como si se conmemorara una guerra, esas campanitas de vidrio, esas funerarias coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones insípidas que son los villancicos traducidos del inglés y tantas otras estupideces para las cuales ni siquiera valía la pena haber inventado la electricidad...
Todo esto en torno a una fiesta que el consumismo capitalista ha convertido, para muchos, en la más espantosa del año. Para demasiados, no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere para “tener” que juntarse. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables. Es la alegría por decreto del almanaque, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior y coman todo aquello que hacen sus comensales aunque no les agrade.
No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine con discusiones, peleas a golpes de puño o directamente a los tiros. Ni es raro tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en una metrópolis de los Estados Unidos…

Un gordo farsante, usurpador y mercantilista
Pero ese gordo impúdico con nariz de alcohólico y de gruesas risotadas -que a menudo asusta a los más pequeños- sigue allí riéndose no sabemos muy bien de qué.
Ni siquiera honra la leyenda que le dio origen, sino más bien la mansilla.
Esta leyenda deriva directamente de figura de San Nicolás de Bari (280-350), obispo de Myra y santo que -según la tradición- entregó todos sus bienes a los pobres para hacerse monje y obispo, distinguiéndose siempre por su generosidad hacia los niños.
San Nicolás
En la Edad Media, la leyenda de San Nicolás se arraigó de forma extraordinaria en Europa, particularmente en Italia (a la ciudad italiana de Bari fueron trasladados sus restos en el 1087), y también en países germánicos como los estados alemanes y holandeses. Particularmente en Holanda adquirió notable relieve su figura, al extremo de convertirse en patrón de los marineros holandeses y de la ciudad de Amsterdam. Cuando los holandeses colonizaron Nueva Amsterdam (la actual isla de Manhattan), erigieron una imagen de San Nicolás, e hicieron todo lo posible para mantener su culto y sus tradiciones en el Nuevo Mundo.
La devoción de los inmigrantes holandeses por San Nicolás era tan profunda y al mismo tiempo tan pintoresca y llamativa que, en 1809, el escritor norteamericano Washington Irving (1783-1859) trazó un cuadro muy vivo y satírico de ellas (y de otras costumbres holandesas) en un libro titulado “La historia de Nueva York según Knickerbocker”. En el libro de Irving comienza a forjarse esta caricatura de San Nicolás, despojándolo de sus atributos obispales y convirtiéndolo en un hombre mayor, grueso, generoso y sonriente, vestido con sombrero de alas, calzón y pipa holandesa. Tras llegar a Nueva York a bordo de un barco holandés, se dedicaba a arrojar regalos por las chimeneas que sobrevolaba gracias a un caballo volador que arrastraba un trineo prodigioso. El hecho de que Washington Irving denominase a este personaje "guardián de Nueva York" hizo que su popularidad se desbordase y contagiase a los norteamericanos de origen inglés, que comenzaron también a celebrar su fiesta cada 6 de diciembre, y que los habitantes de la emancipada colonia inglesa convirtieran al "Sinterklaas" o "Sinter Klaas" holandés en el "Santa Claus" norteamericano.
Pocos años después, la figura de Santa Claus había adquirido tal popularidad en la costa este de los Estados Unidos que, en 1823, un poema anónimo titulado “Una visita de San Nicolás”, publicado en el periódico Sentinel (El Centinela) de Nueva York, encontró una acogida sensacional y contribuyó enormemente a la evolución de los rasgos típicos de este personaje ya definitivamente deformado de aquel San Nicolás de Bari. Aunque publicado sin nombre de autor (hasta el año 1862, ya octogenario, no reconocería Moore su autoría), el poema había sido escrito por un oscuro profesor de teología, Clement Moore, que lo dedicó a sus numerosos hijos. En el poema, San Nicolás aparecía sobre un trineo tirado por renos y adornado de sonoras campanillas. Su estatura se hizo más baja y gruesa, y adquirió algunos rasgos próximos a la representación tradicional de los gnomos (que precisamente también algunas viejas leyendas germánicas consideraban recompensadores o castigadores tradicionales de los niños). Los zuecos holandeses en los que los niños esperaban que depositase sus dones se convirtieron en anchos calcetines. Finalmente, Moore desplazó la llegada del personaje del 6 de diciembre típico de la tradición holandesa, al 25 de ese mes, lo que influyó en el progresivo traslado de la fiesta de los regalos al día de la Navidad, vaciando así de significación cristiana la Navidad del Niño Dios por la aparición de un gnomo volador.
El proceso de popularización del personaje siguió en aumento. El 6 de diciembre de 1835, Washington Irving y otros amigos suyos crearon una especie de secta literaria dedicada a San Nicolás, que tuvo su sede en la propia casa de Irving. En las reuniones, era obligado fumar en pipa y observar numerosas costumbres holandesas como parte de los ritos de esta logia.
El otro gran contribuyente a la representación típica de San Nicolás en el siglo XIX fue un inmigrante  alemán llamado Thomas Nast. Nacido en Landau (Alemania) en 1840, se estableció con su familia en Nueva York desde que era un niño, y alcanzó gran prestigio como dibujante y periodista. En 1863, Nast publicó en el periódico Harper's Weekly su primer dibujo de Santa Claus, cuya iconografía había variado hasta entonces, fluctuando desde las representaciones de hombrecillo bajito y rechoncho hasta las de anciano alto y corpulento. El dibujo de Nast lo presentaba con figura próxima a la de un gnomo, en el momento de entrar por una chimenea. Sus dibujos de los años siguientes (siguió realizándolos para el mismo periódico hasta el año 1886) fueron transformando sustancialmente la imagen de Santa Claus, que ganó en estatura, adquirió una barriga muy prominente, mandíbula de gran tamaño, y se rodeó de elementos como el ancho cinturón, el abeto, el muérdago y el acebo. Aunque fue representado varias veces como viajero desde el Polo Norte, su voluntariosa aceptación de las tareas del hogar y sus simpáticos diálogos con padres y niños lo convirtieron en una figura todavía próxima y entrañable. Cuando las técnicas de reproducción industrial hicieron posible la incorporación de colores a los dibujos publicados en la prensa, Nast pintó su abrigo de un color rojo muy intenso. No se sabe si fue él el primero en hacerlo, o si fue el impresor de Boston Louis Prang, quien ya en 1886 publicaba postales navideñas en que aparecía Santa Claus con su característico vestido rojo. La posibilidad de hacer grandes tiradas de tarjetas de felicitaciones popularizó aún más la figura de este personaje, al cual numerosas tiendas y negocios comenzaron a usar para fines publicitarios. Llegó incluso a ser habitual que, durante las celebraciones navideñas, los adultos se vistieran como él y saliesen a las calles y tiendas a obsequiar a los niños y hacer propaganda de todo tipo de productos. Entre 1873 y 1940 se publicó la revista infantil St. Nicholas, que alcanzó una enorme difusión.
Ya estaba en todo su apogeo la maquinaria comercial que destruiría profundamente el verdadero espíritu navideño en grandes sectores consumistas de occidente del siglo XX.
La segunda mitad del siglo XIX fue trascendental en el proceso de consolidación y difusión de la figura de Santa Claus. Por un lado, quedaron fijados (aunque todavía no definitivamente) sus rasgos y  atributos más típicos. Por otro, se profundizó en el proceso de progresiva laicización del personaje; Santa Claus dejó definitivamente de ser una figura religiosa, y se convirtió más bien en un emblema cultural comercial, celebrado por personas que excedían las barreras de credos y costumbres diferentes; al tiempo que aceptaban como suyos sus abiertos y generales mensajes de paz, solidaridad y prosperidad de las clases consumistas, sin ningún atisbo de la justicia del Reino de Dios predicado por el Niño de la gruta de Belén. Dejó de ser un personaje asociado específicamente a la sociedad norteamericana de origen holandés y se convirtió en patrón de todos los niños norteamericanos -sin distinción de orígenes geográficos y culturales-. Se lo usó como superestructura cultural propagandística de narcotización de las conciencias por sobre todo mensaje liberador del Evangelio, que se manifiesta desde el mismo nacimiento de Jesucristo en la periferia de todo poder. Prueba de ello fue que, por aquella época, hizo también su viaje de vuelta a Europa, donde influyó extraordinariamente en la revitalización de las figuras del "Father Christmas" o "Padre Navidad" británico, o del "Père Noël" o "Papá Noel" francés, que adoptaron muchos de sus rasgos y atributos típicos, como forma de colonización cultural globalizante de lo que ya se perfilaba como la vocación imperialista norteamericana de filosofía capitalista.
El último momento de inflexión importante en la evolución iconográfica de Santa Claus tuvo lugar con la campaña publicitaria de la empresa norteamericana Coca-Cola, en la Navidad de 1930; momento histórico entre las dos grandes guerras mundiales en que el mayor estado terrorista del mundo -los Estados Unidos de América- se afianzaba como imperio militar y comercial. En el cartel anunciador de su campaña navideña, la empresa publicó una imagen de Santa Claus escuchando peticiones de niños en un centro comercial. Aunque la campaña tuvo éxito, los dirigentes de la empresa pidieron al pintor de Chicago de origen sueco, Habdon Sundblom, que remodelara el Santa Claus de Nast. El artista, que tomó como primer modelo a un vendedor jubilado llamado Lou Prentice, hizo que perdiera su aspecto de gnomo y ganase en realismo. Santa Claus se hizo más alto, grueso, de rostro alegre y bondadoso, ojos pícaros y amables, y vestido de color rojo con ribetes blancos, que eran los colores oficiales de Coca-Cola. El personaje estrenó su nueva imagen, con gran éxito, en la campaña de Coca-Cola de 1931, y el pintor siguió haciendo retoques en los años siguientes. Muy pronto se incorporó a sí mismo como modelo del personaje, y a sus hijos y nietos como modelos de los niños que aparecían en los cuadros y postales. Los dibujos y cuadros que Sundblom pintó entre 1931 y 1966 fueron reproducidos en todas las campañas navideñas que Coca-Cola realizó en el mundo, y tras la muerte del pintor en 1976, su obra ha seguido difundiéndose constantemente.
Por el cauce de las postales, cuentos, cómics, películas, todas norteamericanas, la burda figura de Santa Claus sigue ganando popularidad comercial y cultural en todo el mundo occidental capitalista, al punto que hoy puede decirse que constituye una de las advocaciones como benefactor de niños (pudientes) más conocidas.


Un deseo

En este tiempo en que todo aquello que connota la figura de este impresentable Papa Noel avanza sobre innumerables valores evangélicos.
En donde se distorsiona el imaginario popular lo que fue ese inmenso acontecimiento histórico del “Dios con nosotros” (el Emmanuel evangélico) que dividió la historia humana en un antes y un después para la dignidad y la salvación individual y social de todos los Hijos de Dios.
En un tiempo donde se inunda con gestos que “enternecen” tanto al recordar el humilde origen de Jesús. pero que el resto del año ignoran a los demás, en especial de los necesitados y encima exhiben obscenamente la suficiente soberbia para juzgarlos.
En un tiempo donde muchos que declaman un “feliz navidad” tienen como dios a la fuerza, la prepotencia, la soberbia o una pretendida superioridad racial, social o económica.
En este tiempo donde se destilan comentarios en contra de planes en beneficios de los desocupados, de ayudas a humildes familias numerosas, de jubilaciones a los que quedaron desocupados en los 90, de los planes sociales que promueven la inclusión en la escuela, la informática o la vivienda, de inclusión de los inmigrantes, de los “negros de mierda” o de la justicia en derechos humanos; al mismo tiempo que penan amargamente quejándose porque deben pagar impuestos para “mantener la demagogia" hacia las clases desfavorecidas.
Les deseo de con todo mi corazón que rescaten el verdadero significado que tiene este nacimiento subversivo del Niño Dios en la periferia del poder y renazcan junto a Él a lo mejor de todos ustedes.

¡Feliz nacimiento a todos aquellos que elijan seguir naciendo a la utopía de Jesús!

viernes, 18 de julio de 2014

Holocausto palestino y moral patriarcal judía - por Gabriel Andrade


La parcialidad del Dios hebreo hacia los pueblos injusticiados


Existe un episodio fundante que lo registra el libro de los Jueces (capítulos 4 y 5) en un período muy preciso en la historia del pueblo hebreo: el asentamiento pre-monárquico de las tribus en Canaán, época en que el pueblo, aún disperso y sin instituciones fuertes, es gobernado por caudillos y "jueces" de delegación popular, la mayoría de las veces carismáticos, aproximadamente en el siglo XII y XI a. C.
En este ambiente es donde Débora -una mujer caudilla- despliega su autoridad, mandando a llamar a su general Barac. Cuando lo tiene delante, habla en nombre de Dios: "El Señor Dios de Israel". Ella no tiene duda alguna: conoce y explicita la voluntad de ese Dios que supone algo así como un dialogo directo con Dios como el de Abraham o el de Moisés; un discernimiento claro sobre el momento histórico. Débora conoce la voluntad de Dios y encomienda a Barac enfrentar a las tropas cananeas de Sísara, del ejército de Yabín. El texto implica además otra certeza: el pueblo acepta sin dudar que Débora habla en nombre de Yahvé. Barac muestra miedo y ella lo incita: "te acompañaré, pero el Señor dará la victoria a una mujer"; Débora actúa conscientemente en cuanto tal. La narración prosigue: en los versículos 10 al 14 -especialmente en este último- donde Débora confirma su saber sobre el actuar de Dios: Dios les dará la victoria, lo cual sucederá
La experiencia de Dios que tiene Débora es la del mismo Dios del éxodo, que toma partido por su pueblo. No había caminos, no había alternativa para los campesinos en Israel, sólo había desorden, hasta que ella misma (Débora) se pone en pie. En este contexto de liberación, Débora se entiende como madre de Israel. La maternidad en el Antiguo Israel, no sólo era la fuente de la vida, sino la posibilidad de subsistir como pueblo y formarse como nación. Al atribuirse a sí misma esa maternidad colectiva Débora está ubicando su acción como portadora de vida y de futuro para el pueblo, como constructora de historia.
Finalmente en el versículo 11 del capítulo 5, se identifica la victoria de Yahvé con la victoria de los campesinos de Israelno con aquellos de las "Ciudades-Estado" que los oprimen. El Dios experimentado y revelado por Débora -el Dios de Israel- se parcializa por Su pueblo (no todo Israel, sino los pobres de Israel) y le da la victoria. Es el Dios de los antepasados, el de la liberación. Un Dios en el que se puede confiar plenamente y sin ningún temor, porque está decididamente al lado de los suyos. Para Débora el que Dios actúa igualmente por mano de hombre o por mano de mujer es un hecho natural. En Débora no hay reivindicación, sino conciencia nítida de que la manifestación de Dios es así. Esta conciencia está dejando ver un mundo hebreo en el que las desigualdades aún no se han institucionalizado radicalmente generando una brecha entre la situación religiosa de las mujeres y la de los varones y mucho menos entre poderosos y pobres que serían vehementemente señalados con oprobio por los profetas hasta Jesús de Nazaret. Un mundo israelita que se está conformando como nación a partir de su liberación del yugo de los reyes cananeos como forma de justicia divina en opción por los pobres que no corresponde en absoluto con convertirlos en nuevos amos y señores de un mundo igual de injusto.
El Dios revelado por Débora castiga la injusticia no sólo de cananeos sino de los propios israelitas que la ejercen. El Dios hebreo revelado por Débora condena el actual Estado de Israel en la voluntad de sus dirigentes.


La conquista de Jerusalén

Veamos qué más se puede inquirir de la tradición de los padres del judaísmo como enseñanza para el presente; en esta región y en cualquier otra donde existan personas sufrientes por guerras, por lo tanto pobres, injusticiadas y hermanas.
Tomado de la cronología que hace el excelente teólogo e investigador bíblico Ariel Álvarez Valdés podemos hacer una interpolación a la moral de los padres del judaísmo tal cual ocurrieron los hechos que tendrían que servir como antecedentes fundacionales y ejemplo a sus herederos actuales.
La conquista de Jerusalén fue uno de los acontecimientos más importantes de toda la historia de Israel. Ningún otro hecho posterior influirá tanto en la vida y en el pensamiento de los israelitas, como la toma de esta ciudad por parte del rey David. Sin embargo, a pesar de la importancia excepcio­nal que tuvo aquel suceso, la Biblia apenas le dedica 3 versículos para contarlo (2º Sam 5; 6-8). Los cuales, para peor, están redactados de una manera tan oscura y cifrada, que prácticamente resulta imposible entender qué sucedió ese día, ni cómo fue la conquista.
El texto dice así: “El rey con sus hombres marchó hacia Jerusalén para atacar a los yebuseos que vivían en esa re­gión. Se le dijo a David: `No entrarás aquí, porque te echarán los ciegos y los rengos´. Querían decir: `No entrará Da­vid aquí´. Pero David conquistó la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David. Dijo David ese día: `Todo el que quiera atacar a los yebuseos que tome el sinnor. Y a los ciegos y rengos, David los aborrece con toda el alma´. Por eso se dice: `Ni los ciegos ni los rengos pueden entrar en el Templo´”.
¿Qué significa este párrafo? ¿Cómo fue realmente la con­quista de Jerusalén'? ¿Por qué la Biblia lo cuenta en tan po­cas líneas, cuando otros hechos menos importantes (como por ejemplo la conquista de Jericó) aparecen descriptos mu­cho más ampliamente? ¿Hay algo que el relator quiso ocul­tar? ¿O tal vez no se trató de un acontecimiento demasiado glorioso?

La ciudad de Jerusalén fue fundada alrededor del año 4000 a.C., por un grupo de pobladores de origen desconocido. Se alzaba sobre una pequeña colina de 100 metros de altura, llamada Ofel, en el país de Canaán. En aquel tiempos Jeru­salén no era aún una verdadera ciudad, sino apenas un case­río compuesto por un conjunto de grutas excavadas en las rocas, que servían de viviendas a sus primitivos habitantes.
Pero hacia el año 3000 a.C. llegó a Canaán un pueblo procedente de Siria, que le cambiará la vida y la historia a la ciudad: eran los yebuseos. Estos inmigrantes, no bien llega­ron, descubrieron las ventajas de la estratégica colina. Por una parte contaba con una fuente de agua vecina, lo cual resultaba indispensable para la supervivencia en aquella ca­lurosa región. Por otra, la colina se hallaba rodeada de pro­fundos valles (al este corría el Cedrón, al oeste el Tyropeón, al sur estaba aislada por la confluencia de ambos valles, y al norte por una hondonada del terreno), lo cual le ofrecía una excelente protección en caso de un ataque militar enemigo. Por eso, los yebuseos decidieron conquistar el lu­gar e instalarse allí.
La ciudad pasó a llamarse Uruslaalim, que significa "fundación de Shalem", porque Shalem era un dios yebuseo.
Con el paso del tiempo los yebuseos se dieron cuenta de que era necesario proteger su capital con un muro de defensa, a fin de hacerla más segura frente a las constantes incursiones de los pueblos vecinos. Y así, en el año 1800 a.C. edificaron una fuerte muralla alrededor del poblado, la cual se convirtió en la primera fortificación que tuvo Jerusalén en su historia y la que la transformó en una verdadera ciudad.
Siglos más tarde se produjo la llegada de las tribus israelitas a Canaán. Y con ellas el panorama cambió. Poco a poco fueron penetrando en el país y tomando posesión de las tierras, unas en la zona norte (en las regiones que más tarde se llamarán Galilea y Samaría) y otras en el sur (Judea). Así comenzó lentamente lo que se conoce como la "conquista de la Tierra Prometida": atacaron y se apoderaron de las ciudades enemigas, los pueblos, las aldeas, los campos, las montañas. Y cuan­do no podían derrotar a alguna ciudad demasiado poderosa, entonces hacían un pacto con ella, se instalaban a su lado y se quedaban a vivir en el mismo territorio.
Pero los israelitas nunca llegaron a dominar todo el terri­torio de Canaán ya que doscientos años después de su llega­da aún quedaban numerosas ciudades sin conquistar, espe­cialmente en la zona de la costa y la llanura.

En al año 1020 a.C. ocurrió un hecho de trascendental importancia: las tribus de Israel decidieron por primera vez tener un rey para que las gobernara, cansadas de ser dirigidas por caudillos esporádicos, que surgían en momen­tos de peligro para defenderlas, pero que desaparecían en cuanto estos cesaban. Querían, a semejanza de los otros pue­blos vecinos, tener estabilidad política y una conducción fuerte que les permitiera enfrentar a sus enemigos con ma­yor probabilidad de éxito.
El elegido fue un miembro de la tribu de Benjamín, lla­mado Saúl, que se convirtió así en el primer rey de Israel, como ya hemos mencionado.
Saúl consiguió durante su reinado varios éxitos militares, pero su vida tuvo un trágico final, pues en el año 1008 a.C. fue vencido en una sangrienta batalla por sus tradicionales enemigos, los filisteos, en las montañas de Gelboé. Al verse herido y derrotado, Saúl se suicidó. Y para peor, en esa misma batalla murieron también tres de los hi­jos de Saúl, con lo cual todas las esperanzas puestas en la familia real se derrumbaron.
Las tribus israelitas no se desanimaron y eligieron entonces a un joven llamado David, procedente de las tribus del sur, para que reemplazara en el trono al fallecido monarca.
Da­vid -que por entonces era ya un experto militar- aceptó gus­toso la propuesta y pasó a ser el segundo rey que tuvo Isr­ael. Instaló su nueva capital en la ciudad de Hebrón y desde allí gobernó el país, ganándose el respeto y la estima de to­dos sus súbditos por su sabiduría y prudencia.
David llevaba ya más de 7 años como rey cuando advir­tió un serio problema interno en el país. La ciudad desde donde él mandaba, Hebrón, se hallaba en pleno territorio sureño. Y esto suscitaba la desconfianza y los recelos de las tribus del norte que no veían con buenos ojos a un rey pro­cedente del sur y que además los gobernara desde allí. Era necesario encontrar una capital más al norte, que pudiera ser vista como neutral por todas las tribus israelitas.
Entonces David dirigió sus ojos hacia Jerusalén.
Corría el año 1000 a.C. y Jerusalén seguía siendo habita­da por los yebuseos. A pesar de los varios intentos que habían hecho las tribus israelitas por cap­turarla (Jc 1; 8) nunca habían logrado vencer sus murallas ni doblegar su poderío (Jc 1; 21). Por eso habían aprendido a respetarla y a convivir pacíficamente como buenos vecinos. Más aún: habían hecho con ellos un pacto de no agresión, jurán­dose mutuamente respetar sus distritos, sin invadirse ni ata­carse.
Al abrigo de este acuerdo, Jerusalén había crecido. Ahora ocupaba la extensión de unas 5 manzanas sobre la colina de Ofel y su población alcanzaba ya los 2000 habitantes; los cuales habían llegado a construir una fortaleza para prote­ger mejor la ciudad en caso de ataque, a la que llamaron Sión (2º Sam 5; 7).
David se dio cuenta de que Jerusalén era la ciudad que necesitaba. Se encontraba estratégicamente ubicada, tenía poderosas murallas, estaba justo a mitad de camino entre el norte y el sur. Y, lo más importante, se trataba de una ciudad perfectamente neutral, ya que nunca había pertenecido a ninguna tribu hebrea.
El rey, entonces, tomó la drástica decisión de marchar contra ella y capturarla. El ataque, dice la Biblia, lo realizó David "con sus hombres", es decir, con el pequeño ejército personal que él tenía, y no con el ejército regular formado por las tribus israelitas. De este modo, el triunfo se debería sólo a David y no a las tribus hebreas.
Cuando los yebuseos se enteraron de que David estaba preparando un ataque, quedaron pasmados. ¿No habían acor­dado, acaso, un pacto de no agresión, mediante una alianza? ¿Cómo era posible que ahora el rey de Israel tramara una batalla contra ellos?
Los yebuseos, entonces, prepararon todo para el comba­te, de manera tal que cuando llegó David con sus hombres a poner sitio a la ciudad, la encontraron pertrechada tras sus murallas. Antes de comenzar la refriega, los yebuseos le re­cordaron a David el convenio que tenían ambos pueblos. Este parece ser el sentido de la enigmática expresión que trae el relato: "No entrarás aquí, porque te echarán los ciegos y los rengos". En efecto, actualmente los arqueólogos han descu­bierto que en muchos tratados y pactos antiguos solía recurrirse a la magia, maldiciones y maleficios, como una manera de obligar a cumplirlos y de amenazar a quien los rompiera. Y eso fue lo que, según el texto bíblico, hicieron los yebuseos con David y sus hombres: les recordaron que en caso de atacar la ciudad, serían como ciegos y rengos, es decir, caerían bajo el hechizo de la maldición que ambos habían pronunciado. Por eso el relato aclara: "Lo que que­rían decir era: No debe entrar David aquí".
Sin embargo David estaba resuelto a tomar la ciudad. La pregunta era: ¿cómo lo haría? Porque más allá de la maldi­ción que la protegía, Jerusalén contaba con unas inexpugnables murallas defensivas.
Pero David tenía un plan secreto: atacar el sinnor.
David sabía que la mag­nífica Jerusalén tenía un punto débil: su provisión de agua.
En efecto, la fuente que abastecía a la ciudad se hallaba afuera de las murallas, al pie de la pendiente oriental de la colina. El agua brotaba, a intervalos regulares, dentro de una gruta que, con forma de pileta, servía como depósito natural del líquido. Y una vez que se llenaba esa gruta, el agua sobrante rebasaba y fluía por la pendiente de la colina, hasta perderse en el fondo del valle.
Ahora bien, en época de paz las muchachas de la ciudad salían cada mañana con sus cántaros al hombro, y bajaban hasta la gruta a buscar el agua que necesitaban para ese día. Pero ¿qué hacían en tiempos de guerra, cuando las murallas se cerraban y nadie podía salir de la ciudad?
Para solucionar el problema los yebuseos habían ideado un ingenioso sistema hidráulico. Desde el interior de las murallas excavaron un túnel vertical, a través de la roca de la montaña, hasta alcanzar el nivel de la fuente de agua. Desde allí excavaron otro túnel horizontal, hasta desembocar en la gruta donde brotaba el agua. De ese modo, en caso de un ataque enemigo, los yebuseos no tenían más que bloquear herméticamente la entrada exterior a la gruta, y entonces el agua en vez de fluir hacia afuera fluía hacia el túnel horizon­tal que habían hecho, hasta llenarlo; y una vez allí, con cuer­das y baldes se la podía hacer subir por el túnel vertical, sin necesidad de salir de la ciudad.
La estrategia ideada por David para tomar Jerusalén fue desbloquear el sinnor, o sea, la puerta de entrada de la gruta del agua que había sido clausurada y camuflada por los yebuseos. Así, el agua en vez pasar hacia el túnel interior se volcó hacia afuera, hacia el valle, y todo el sistema hidráulico construido por los yebuseos quedó inutilizado. Sin su líquido vital, los sitiados no tuvieron más remedio que rendirse y entregar la ciudad.
Si bien es muy poco probable que hayan permitido a los extranjeros curiosear por el interior de la ciudad, y menos aún en los túneles secretos, o en los lugares estratégicos de los que dependía la seguridad militar de la ciudad, la verdad es que los yebuseos tampoco podían es­conder demasiado celosamente aquella fuente de agua, que en tiempos normales de paz se derramaba abundantemente hacia el valle del Cedrón, ante la vista de todo el mundo. En definitiva, la confidencial puerta de la fuente de agua resul­tó ser un "secreto a voces" para cuantos pasaban por las afue­ras de la ciudad, sean extranjeros o habitantes de Jerusalén. El líquido sobrante que luego de llenar la gruta salía hacia el exterior y corría a través del valle, era el talón de Aquiles de la ciudad que la ponía en serio peligro en caso de un ataque enemigo. Y más todavía si el enemigo había vivido por muchísimos años a pocos pasos de Jerusalén.
El rey David conquistó la ciudad de Jerusalén sin arrojar una sola flecha, sin un solo muerto, sin heridos y sin librar com­bate alguno. Presionándolos con el agua, simplemente obligó a los yebuseos a firmar un nuevo pacto, mediante el cual le permitía a él instalar allí su capital, su palacio y su lugar de culto. Pero sin exigir a sus habitantes que abandonaran la ciudad. Les permitió seguir viviendo junto a él y a sus hombres. Por eso tampoco el relato menciona a ningún rey enemi­go vencido ni depuesto por David luego de la toma de la ciudad, como es habitual en los relatos de conquista militar.
La conquista de Jerusalén aconteció sin penas ni gloria desde el punto de vista castrense. Fue un episodio insignificante en los anales militares de Israel. Por eso el autor del Libro de Samuel lo menciona poco menos que de pasada, como quien tiene poco que con­tar y menos que festejar.
Pero algunos años más tarde, cuando Jerusalén se convir­tió en la ciudad más sagrada de Israel, y cuando David se convirtió en el rey más grande de su historia, entonces otro autor volvió a escribir la historia de David y de sus proezas. El relato está en el libro de las Crónicas. Y cuando llegó a la conquista de Jerusalén (lº Crón 1; 4-6) no la contó como el libro de Samuel, sino de la siguiente manera: "Marchó David con todo Israel contra Jerusalén, o sea, Yebús. Los habitantes del país eran yebuseos. Y decían los habitantes de Yebús a David: `No entrarás aquí'. Conquistó David la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David. Y dijo David: `El que primero ataque a los yebuseos será jefe y capitán'. El primero en atacar fue Joab, hijo de Sarvia, y se convirtió en jefe".
El libro de Samuel contiene el relato original de la intras­cendente conquista de Jerusalén. Crónicas, en cambio, añadió ciertos cambios y ampliaciones, y lo convirtió en una verdadera hazaña nacional. Y así recuperó, para la Biblia y para sus lectores, el verdadero sentido de aquel episodio: el haber sido una gloriosa empre­sa de Israel, pues Dios había destinado a Jerusalén para que fuera la ciudad central de sus bendiciones: la que vio morir y resucitar a Jesucristo, el teatro de la redención del mundo, la “ciudad de paz” (eso significa “Jerusalén”), que aún espera irradiar a toda la humani­dad los efectos de la salvación, lejos de los mezquinos intereses y odios que hoy la hacen sangrar.


El paraíso ahora


La excelente y multipremiada película palestina “El paraíso ahora” (2007) retrata un crudo cuadro social sobre la vida cotidiana y la inmolación de un simple muchacho palestino creyente. Este personaje, ante la desilusión y desesperanza de una vida mínimamente digna, llega a plantear:  “la muerte es mejor que la enfermedad (...), si no se puede vivir como iguales, entonces podemos morir como iguales”... Terrible conclusión de un creyente a una realidad que no tendría por qué ser así. Tamaño desencanto con la viabilidad fáctica del proyecto de Dios con respecto a un mundo con sus dones para todos. Trágica metáfora de las múltiples muertes del espíritu, anteriores al del cuerpo mismo, sobre esa vida en abundancia que predicó también para todos y cada uno de nosotros su hermano judío Jesús.
Cuando a Hany Abu-Assad -escritor y director de esta película- se le preguntó si tenía esperanzas de paz en la región, respondió: “tengo fe en la voluntad de los buenos judíos, esos que a través de 4000 años se las han arreglado para ser la conciencia del mundo”; para luego agregar que “por eso Hitler los había querido exterminar, para hacer más fácil el desterrar la ética y la moral del mundo”.
Quizá este joven realizador palestino estuviese pensando en lo mejor de la historia de sus iguales judíos, “nuestros hermanos mayores en la fe” en palabras de Juan Pablo II, y de quienes los cristianos hacemos propias sus revelaciones del Antiguo Testamento y le heredamos.
Ojalá lo mejor del pueblo judío sepa detener a estos dirigentes asesinos que, lejos de dar gloria a ese Dios de sus antepasados, lo humillan de la forma más vergonzosa.


domingo, 6 de julio de 2014

HOLOCAUSTO DE LOS PADRES PALOTINOS - Capítulo completo de "Teología desde el camino" - Gabriel Andrade - 2008.



Pasadas las 8:30 hs. de la terriblemente fría mañana del 4 de julio de 1976, Rolando Savina, sacristán de la Iglesia San Patricio del porteño barrio de Belgrano R, tuvo esa inhumana visión que lo acompañaría por muchos años. En la sala de estar de la parroquia yacían los cinco cadáveres de los padres palotinos, salvajemente golpeados y ametrallados. Más de sesenta balas estaban marcando todo el lugar, como recuerdos mudos de esa noche de horror.
Sobre una mesita, los documentos de los religiosos, apilados, denunciaban la confrontación previa de sus nombres con los que portaban los asesinos.
En las paredes las leyendas: “por envenenar las mentes vírgenes de nuestros jóvenes”, “por los policías dinamitados en coordinación”, ”curas hijos de puta” .
El más brutal crimen hacia pastores de la Iglesia Católica Argentina estaba consumado.

El padre Alfredo Kelly había sido designado en 1973 párroco de la aristocrática Iglesia de San Patricio. De gran temperamento y mente lúcida, con su verba siempre encendida y de carisma descollante, se impuso denunciar como tarea pastoral las injusticias sociales, no sin dejar por esto, su verdadera vocación por el trabajo con los jóvenes .
“Alfredo Kelly, 43 años, argentino de ascendencia irlandesa, sacerdote, vestía ropa de dormir; el occiso presenta contusiones y numerosos impactos de balas, especialmente en el pecho, formando una línea vertical”.
El padre Alfredo Leaden llevaba 30 años de sacerdocio cuando en 1972 se lo designó Superior de la Orden de la Provincia Irlandesa de los Palotinos en la Argentina. “Era amable en el sentido sustantivo de la palabra, no solamente digno de amor, sino fácil de amar” (Padre Kevin O’Neill). “No caminaba, se deslizaba. Era un hombre de raro magnetismo, que transmitía una paz sobrenatural. No parecía humano, parecía un enviado. Era un santo”,  dicen otros. Pero cuando se trataba de condenar las injusticias, lo hacía de forma  terminante.
“Alfredo Leaden, 57 años, argentino de ascendencia irlandesa, sacerdote, vestía ropa de dormir; el occiso presenta contusiones y varios impactos de balas, uno en la zona bucal”.
El padre Pedro Dufau atendía a los adultos, amando a los niños e interesándose especialmente en su educación. De gustos sencillos y humor impasible y socarrón, revelaba su origen latino con influencias irlandesas. Tenía la rara virtud de cumplir lo que prometía. Sin parecer tan brillante como Kelly, ni tan místico como Leaden, tenía un equilibrado criterio que lo hacía imprescindible a la hora de las decisiones ; era “el jefe”.
“Pedro Dufau, argentino de ascendencia francesa, sacerdote, vestía ropa sport; el occiso se encontraba maniatado, presenta contusiones y varios impactos de balas”.
El seminarista Salvador Barbeito había nacido en España y venido al país a los 3 años de edad donde se había nacionalizado. Profesor de psicología y filosofía. Sus condiciones natas para la docencia hicieron que con 28 años ya fuera rector del tradicional colegio San Marón.
“Salvador Barbeito, 29 años, español nacionalizado argentino, profesor y seminarista, vestía ropa de calle; se le encontró sobre el cuerpo un cartel satírico; el occiso presenta varios impactos de balas, uno determinante en la zona cráneo-frontal” .
El seminarista Emilio Barletti había nacido en San Antonio de Areco, candidato natural en las elecciones del “mejor compañero”, despistado antológico, la desesperación y la ternura del padre Kelly. Su omnisciencia juvenil dividió el mundo entre opresores y oprimidos. No tenía duda de qué lado tenía que estar él.
“Emilio Barletti, argentino, seminarista, vestía ropa de calle; el occiso presenta varios impactos de balas, no hay signos de contusiones”.

Hacía 100 años que la orden palotina llegaba a la Argentina para acompañar a los inmigrantes católicos irlandeses. Hacia 1973 habían transcurrido 18 años sin que ningún argentino se incorporase a la orden, cuando la providencia hizo que esta situación pudiese revertirse. Alfredo Kelly, de notable prestigio entre los seminaristas, fue nombrado párroco de San Patricio, sumándose al padre Alfredo Leaden (Superior de la Delegación Irlandesa) y al anterior párroco Pedro Dufau.
Atraídos por el compromiso evangélico y el irresistible carisma del trío, muchos jóvenes fueron ingresando como aspirantes a las filas palotinas. A principios de 1976 Roberto Killemate, Jorge Kelly, Salvador Barbeito, Rodolfo Capalozza, Emilio Barletti y Miguel Robledo se incorporaron a la comunidad de San Patricio, sumando 9 argentinos en total.
Impulsado por el entusiasmo juvenil de los seminaristas, las posturas progresistas del padre Kelly y el apoyo del superior Leaden, en la Iglesia de San Patricio se respiraba el espíritu de Medellín de la opción por los pobres y la justicia social. Un revulsivo dentro de la orden palotina. Los seminaristas admiraban al tercermundista padre Carlos Mujica y algunos adherían al proyecto peronista de 1973. Todos habían decidido trabajar (de profesores, de empleados administrativos, de cadetes), además de estudiar, para no vivir a costa del erario eclesiástico. Emilio Barletti ayudaba, además, en villas de emergencias. Las preferencias del grupo se inclinaban especialmente a los jóvenes, entre los que tenían gran popularidad.
Mientras tanto, la punzante oratoria del padre Kelly se tornaba más encendida cada domingo; exigía el fin de la violencia y las desapariciones, y reiteraba: “ni las limosnas a la iglesia, ni la beneficencia snob disculpan las injusticias sociales”.
Entre los feligreses que escuchaban estos exhortos estaban los Alsogaray, los Alemann, los Frigerio, los Gómez Morales, los Moyano Lerena y los Salvatori entre otros tantos poderosos, además de altos jefes militares, incluido el jefe de custodia de Videla y miembros de la Suprema Corte de Justicia. Como se entenderá, los comentarios “subversivos” del padre Kelly causaban hondo disgusto entre estos personeros del poder, quienes juntaron firmas para peticionar al cardenal Aramburu la remoción de Kelly (en 1985 la monja Theresita Varela que dijo saber algunos nombres de dicho petitorio, pero se negó a declarar ante el juez de la causa por el asesinato de los palotinos argumentando una orden superior de Cornelio Ryan). Este petitorio sería el prólogo, escrito por el mismo puño, para el sangriento desenlace del 4 de julio de 1976 .

Pasado el mediodía del viernes 2 de julio de 1976 un criminal atentado sacudió las teletipos del país : “BUENOS AIRES. Una poderosa bomba explotó hoy, a las 13:20, en el comedor del edificio de la Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal. El primer comunicado oficial informa de 18 muertos y 66 heridos, 11 de gravedad”.
Esto desataría una tremenda cacería para vengar estas muertes, comenzando así una “semana negra” en todo el país y especialmente en Buenos Aires.
En la madrugada del sábado 3 de julio, los cadáveres de 8 jóvenes fueron descubiertos en una playa de estacionamiento del barrio de San Telmo, atados, con marcas de golpes y dentro de un Peugeot 404 estacionado frente al Congreso con numerosos impactos de balas. Simultáneamente, en un descampado de Villa Lugano se fusilaban a otros 7 jóvenes. Horas después, dos parejas aparecieron acribilladas a balazos.
Durante ese sábado, las reuniones de jefes militares y policiales se sucedieron sin interrupción. Alrededor de las 21hs el jefe de la Policía Federal, Arturo Corbetta, después de reuniones en la jefatura con el ministro del interior Albano Harguindeguy, dijo: “la lucha anti-subversiva debe estar centralizada y controlada” y se retiró ofuscadamente. Las reuniones siguieron entre el subjefe y el ministro del interior. Corbetta, conocido por su respeto a la legalidad, renunciaría inmediatamente. El panorama no podía ser mas macabramente claro: se había impuesto la línea dura de la ESMA .
Esa misma noche (domingo a las 5:30) parapoliciales colocaron a un adolescente maniatado y amordazado contra las paredes del obelisco y lo fusilaron a la vista de todos.
Mientras tanto, en San Patricio, solo quedaban 6 miembros. Killmeate se encontraba en Medellín realizando un curso; J. Kelly y Robledo estaban en un retiro fuera de la parroquia; Capalozza estaba durmiendo en casa de sus padres después de una salida al cine con Barbeito y Berletti, los que sí, lamentablemente, regresaron a dormir a San Patricio, siendo los únicos que acompañarían esa noche a los padres Kelly, Leaden y Dufau.
Siendo las 2:00 de la madrugada del domingo un patrullero daba instrucciones al custodio del general Martínez Walder, que vivía a menos de cien metros de la parroquia: “si escuchás cohetazos no salgás, que van a reventar una casa de zurdos”.
Parado, frente a la casa parroquial, estaba desde hacía rato un Peugeot deportivo rojo con varios hombres en su interior. La comisaría 37 había otorgado “zona liberada” y tanto los hombres del patrullero como el comisario, conocían a los ocupantes del Peugeot. Lo que pasó luego de las 2:00 de esa noche fue la consumación del asesinato múltiple.

A las 11 de la mañana no había púlpito en la ciudad de Buenos Aires que no clamara por el asesinato, mientras se encontraban en San Patricio el nuncio apostólico Pío Laghi y el cardenal Aramburu. El sentimiento de terror se transmitió de los clérigos a la feligresía.
La declaración oficial, firmada por Suárez Mason (jefe del Comando de la Zona I; responsable militar de la región) rezaba: “elementos subversivos asesinaron cobardemente a los sacerdotes”. Nadie medianamente informado creería la especie, muchísimo menos la Iglesia institución.
Por su parte, la prensa cómplice y cobarde acató cómodamente la versión de Suárez Meson o directamente omitió la información; mientras que la farandulera y jenuflexa revista “Gente” mintió con absoluto descaro, escribiendo: “las leyenda en las paredes estaban firmadas por un grupo extremista”, mientras que el procesista diario “La Razón” transcribió la supuesta declaración de una monja que habría dicho: “que quieren ahora, traernos la bandera roja”.
El “Buenos Aires Herald” y “La Opinión” insinuaron claramente que todos los hechos de violencia ocurridos este negro fin de semana eran en represalias por la bomba en la policía.
El valiente semanario de la comunidad irlandesa “The Southern Cross” del 9 de julio señalaba: “Los argentinos están siendo raptados, torturados y asesinados sin que muchísimas veces podamos saber quién arma la mano de los delincuentes. La ciudadanía de todo el país está perfectamente consciente de que ante sus ojos azorados se está desarrollando una guerra clandestina e ilegal”.
En el exterior no hubo dudas, todos los medios le atribuían los asesinatos a grupos de ultraderecha vinculados al gobierno.
¿Pero la jerarquía católica en las personas de su Nuncio Apostólico, de su Cardenal y orgánicamente en el Episcopado, que manifestó?
Miedo y cobarde silencio, que se hundieron en una complicidad por omisión y se extendieron en negación y pecado.
El crimen de los palotinos resultó un asunto incómodo para la jerarquía de la Iglesia Católica. Se había tratado de una comunidad difícil, enfrentada a las pautas conservadoras de los obispos. Por otro lado, el ala conservadora de la Iglesia estaba consolidando un formidable compromiso con el régimen militar. “Esos religiosos fueron imprudentes”, se comenzó a decir. Y siguiendo una línea de conducta de siglos en la iglesia institución argentina, se guardaron las formas...
En la misa de las exequias del 5 de julio ningún obispo pronunció una palabra por los religiosos asesinados. La única voz provino del padre Roberto Favre (representante de la Comunidad Argentina de Religiosos, en ese momento dirigida por el obispo Novak), que señaló valientemente : “Estas muertes vienen a sumarse a otras de todos los días y a los innumerables desaparecidos que nadie sabe dar razón. Son hechos que injurian a Dios y a la humanidad”. Por supuesto que en menos de 48 horas de pronunciadas estas palabras, la basílica de Lourdes de Santos Lugares, sede del padre Favre, era allanada.
Mientras tanto el padre Patrick Dwyer (Superior de los palotinos irlandeses llegado desde Dublín después del asesinato) desmentía las informaciones que daban cuenta de un cable -proveniente de la sede palotina en Roma- que afirmaba que la muerte de los padres palotinos fue por ser simpatizantes de izquierda. Si esto era cierto, quería decir que los que los mataron fueron de derecha, o sea que el gobierno -al que tanto temían molestar- mentía. Lamentablemente no hubo suerte; a pocas horas del desmentido, el cable era confirmado por Associted Press desde la oficina de prensa del Vaticano.
El padre Kevin O’Neill, superior palotino posterior al crimen, tuvo una conversación con el nuncio Pío Laghi (el miércoles 7) en la que éste le manifestó que una embajada extranjera  que no especificó (presumiblemente la de E.U.) le informó que habían sido fuerzas parapoliciales las que cometieron el crimen. Pero prefirió callar.
A pesar de la paternal discreción de la Iglesia, el horrendo crimen causó conmoción entre las filas del gobierno. Aparentemente, la “línea moderada” que prefería una represión controlada por los mandos y que respondía al ultracatólico General Videla se impuso -escándalo mediante- a la “línea dura” que respondía al siniestro Almirante Masera.
El conocimiento de estos movimientos internos dentro de la dictadura -y obviamente su por qué- por el nuncio apostólico Pío Laghi es la única razón de las palabras que le pronunciaría a los palotinos Dwyer, Kessler y O’Neill : “ya se verá con el tiempo que las muertes de los padres esa noche, salvó muchas vidas”. Aunque así haya sido, este “canje ventajoso en vidas” que parecía conformar a Pío Laghi -más teniendo en cuenta el pequeño detalle de que en este ventajoso trueque no estaba su propia vida- no  explica en qué moral evangélica esto justifica el silencio posterior.
De cualquier modo, el objetivo inmediato de los asesinos estaba alcanzado: el crimen concretado; la revancha por lo de la bomba en Coordinación con creces cobrada aunque fuera en una ventanilla que no tuviera nada que ver con el hecho, y el poderoso clero  argentino callado, asustado y escarmentado.
A partir de allí muchos se volvieron más precavidos o callaron para siempre. Otros evitaban el contacto con esta “orden contaminada”, hasta los hubo quienes reprocharon a los responsables en la línea jerárquica del clero de que hubiesen dejado avanzar tanto la experiencia comunitaria de los palotinos, justificando así, en parte, a los asesinos.
Dentro de los palotinos los efectos fueron desbastadores. De los cuatro seminaristas que por suerte no estaban esa terrible noche, dos abandonaron los hábitos para siempre; Rodolfo Capalozza pidió ser transferido a la delegación alemana; mientras que Roberto Killmeate -discutido por sus posiciones progresistas con lo que se había ganado no solo la antipatía de los feligreses poderosos de San Patricio, sino de los obispos porteños- se le sugirió que abandonase la Orden. La respuesta del seminarista fue lapidaria: ”Indiquen por cual de mis acciones se me condena”. Luego de esto, y en el convencimiento de que la permanencia del joven sería vista como un desafío para los militares, se lo trasladó a Roma y luego a Dublín. Los temores eran fundados. La ordenación se demoraba porque había trascendido que el obispo de Mercedes, Luis Tomé y el obispo de Belgrano, Guillermo Leaden -hermano del asesinado Alfredo Leaden- fueron alertados por un alto jefe militar que la ordenación de Killmeate produciría represalias contra los palotinos. Recién en 1978, con casi dos años de demora, fue ordenado en Mercedes, por indicación expresa del cardenal Pironio desde Roma.
Como indicando que no tenían motivos para avergonzarse de la experiencia realizada por el grupo del padre Kelly, los palotinos destinaron a Killmeate a la propia iglesia de San Patricio. Eso sí, para atender exclusivamente a los niños y con expresa prohibición de pronunciar sermones. Comenzó entonces una afectuosa relación con los más bajitos de la feligresía, aunque produjo el entrecejo fruncido de muchos mayores. También impulsó la cooperativa CAVE, para la autoconstrucción de viviendas en lugares humildes.
Finalmente, al producirse una vacante en la pobrísima misión palotina de Los Juríes (Santiago del Estero), Killmeate se ofreció como voluntario. Fue un alivio para muchos en Belgrano R. y también para otros cuantos dentro de su Orden.
Poco después del adiós a sus hermanos muertos, el superior de los palotinos, Kevin O’Neill, lucharía un tiempo más por dejar en claro públicamente, con sentido orgullo y en justo reconocimiento, la vida ejemplar de los mártires asesinados. Esto no podía durar mucho tiempo. Una reivindicación pública era un inconveniente político para las máximas autoridades de la Iglesia. En diciembre de 1976 el padre O’Neill fue relevado por el conservador Cornelio Ryan.
El olvido era premeditado. El crimen ya era historia. Historia de la que por vergüenza -esa que da la cobardía- no se cuenta.

Años mas tarde, las sombras de los muertos cubren el recuerdo de los argentinos.
En 1983 se conoce las declaraciones del ayudante directo del general Harguindeguy, el oficial de la Policía Federal Rodolfo Peregrino Fernández, ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en Ginebra: “Agrega el declarante que entre las actividades del Ministerio del Interior, estaba la vigilancia sobre aquellos sacerdotes denominados “tercermundistas”, existiendo un archivo con 300 nombres conteniendo informaciones detalladas sobre cada uno de ellos. En referencia al caso de los padres palotinos, el declarante posee en su poder una agenda telefónica de unos de los sacerdotes, que guardó como prueba de que dicha documentación se encontraba en dependencia del Ministerio del Interior en la época de referencia”. Peregrino Fernández agregó también que estos datos se los comunicó oportunamente, en Buenos Aires, a monseñor Manuel Moledo -asesor de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa- quien le habría dicho : “Estas cosas ya han pasado. Trate de olvidarlas para lograr su propia tranquilidad espiritual”. (!)
Con el advenimiento de la democracia, la causa cambió del ex juez Guillermo Rivarola al juez Néstor Blondi, el cual trató de reactivarla, pero se encontró con la falta de cooperación de testigos, incluso de miembros de la propia Orden.
Mientras tanto, en el país comenzaba el trabajo de la CONADEP, capitaneada por Ernesto Sábato, la cual recibiría sobre este caso los testimonios de Graciela Daleo y Andrés Castillo, ambos sobrevivientes de la ESMA: ”A mediados de 1976 fueron asesinados tres sacerdotes y dos seminaristas de la Orden de los palotinos que vivían en una parroquia de Buenos Aires. El teniente de navío Pernía participó en esta operación, según sus propios dichos: `en la Iglesia había muchas manzanas podridas que había que eliminar, como ya hi­cimos con los curas palotinos´”.
Paralelamente a esto, el descontento entre los fieles que habían estimado a los religiosos masacrados se manifestaba con escritos en sus memorias. Alberto Zubizarreta y Eduardo del Cerro se convertirían en los propulsores de este movimiento. En la revista “Encuentro” denunciaban :”El asesinato tuvo sus ideólogos, inspiradores y ejecutores. Muchos de ellos son conocidos: han ocupado los cargos más altos del gobierno hasta el 10 de diciembre de 1983. Pero el asesinato ha tenido también sus cómplices. Y eso nos toca muy de cerca. Porque no podemos negar que dentro de la propia Iglesia se llamó al silencio y al olvido. Se ha confundido, trágicamente, miedo con discreción, cobardía con prudencia.”
Con relación a esto, trascendió a través de una importante fuente religiosa, que dos personas encumbradas de Belgrano perteneciente a la feligresía de San Patricio, habrían tramitado ante la Santa Sede el levantamiento de sus respectivas excomuniones, motivadas por haber propulsados en 1976 el asesinato de los religiosos. Recordemos que el Código de Derecho Canónico, vigente para aquella época, decía : “El que pusiere las manos en las personas de clérigos o religiosos, de uno u otro sexo, cae `ipso facto´ en excomunión”.
En los días previos al octavo aniversario del asesinato (4 de julio de 1984) se negó el permiso para la realización de un acto alusivo, ya que el auxiliar de la diócesis de Bs. As. y vicario de Belgrano, monseñor Guillermo Leaden, “no consideraba oportuno tal acto”.
El 1º de agosto de 1984 el padre Cor­nelio Ryan había solicitado la apertura de la causa al juez Néstor Blondi aportando nuevos testimonios, quien lo haría cinco días después. El 30 de octubre de 1984 Pernía se presentó a declarar, citado por el juez Blondi. Después de negar que en la ESMA hubiese detenidos, dijo que se enteró de la muerte de los palotinos en 1979 y aseguró que no sabía quien era Daleo. Pernía fue condenado en 1987 "por imposición de tormentos con el pro­pósito de obtener información" y fue acusado de ser el torturador de las monjas francesas Alice Domon y Leo­nie Duquet. Salió en libertad en virtud de la ley de obediencia debida del presidente Alfonsín.
El 7 de julio de 1984, Eduardo del Cerro, Graciela Fernández Meijide y el Premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, recordaron a los religiosos sacrificados, inaugurando una nueva era: la del merecido tributo público. Por la iglesia solo asistieron y expusieron los palotinos Kevin O’Neill y Rodolfo Capalozza.
En agosto de 1985, Miguel Ángel Balbi, ex integrante de la Armada, de­claró ante el juez Blondi, que había mantenido una charla con un com­pañero de armas, Claudio Vallejos, quien le había confesado su inter­vención en el asesinato de los palo­tinos junto con Pernía, el teniente de fragata Aristegui y el suboficial Cuba­lo. Vallejos entró a la casa parroquial después que mataron a los religio­sos. Él pensó que no los iban a ma­tar, sino que los "chuparían". Se trató de ubicar a Vallejos pero no pudo hacerse..
En 1987, Blondi dispuso la segunda clausura provisional del caso "al no llegarse al esclarecimiento del he­cho".
En abril de 2005, con motivo de la ascensión de Ratzinger al papado, el presidente Kirchner visitó la iglesia San Silvestre Incapite, en el corazón de Roma, para rendir homenaje a los cinco palotinos asesinados. Ante las autoridades religiosas que lo recibieron, Kirchner dijo que su gobierno tiene el compromiso de buscar justicia para las violaciones de los derechos humanos cometidas en esa época. El director de la orden, el párroco Denise O´Brien, y el subdirector, el padre Mariano Pinasco, recibieron al Presidente quien recorrió la iglesia y depositó una ofrenda de flores ante la placa que recuerda a los cinco sacerdotes asesinados en Buenos Aires.
"Ellos fueron víctimas del terrorismo de Estado porque pertenecían a una iglesia que denunciaba", dijo Pinasco. "Estamos orgullosos de usted y de su presencia. Gracias por no dejarnos solos, porque durante muchos años nos sentimos abandonados", agregó el sacerdote. En tanto, Kirchner dijo que la búsqueda de la justicia es "un compromiso del Estado y del pueblo argentino". "En nombre del pueblo y el Estado argentino venimos a traer nuestro profundo reconocimiento a nuestros hermanos asesinados en la dictadura militar", escribió el jefe del Estado en el libro de invitados de la congregación.
En julio del 2006 la Legislatura aprobó un proyecto de ley que homenajea a los Padres Palotinos con la construcción de un monumento, presentado por el legislador del partido del gobierno Claudio Ferreño. Dos meses antes el presidente Kirchner y el cardenal Jorge Bergoglio coincidieron en la iglesia San Patricio, donde participaron de una oración interreligiosa por los "mártires contemporáneos", entre ellos los sacerdotes palotinos.
En mayo de 2007 se celebró una misa de acción de gracias por la apertura de la causa de canonización de los cinco palotinos asesinados. “Es el inicio de un camino para que se los reconozca oficialmente como mártires. Un camino que servirá para guardar en la memoria del pueblo de Dios las transformaciones que se fueron dando como fruto del Espíritu Santo", indicó la comunidad palotina de San Patricio.
Hasta el momento jamás fueron hallados ni condenados los responsables del hecho.

Quedan como testigos la herencia fecunda en obras y el ejemplo de unas vidas de coherencia con el Evangelio que predicaron y su encarnación política en la cotidianidad del pueblo, en el tiempo y el lugar que les toco vivir.

domingo, 22 de junio de 2014

FE Y DINERO - por Gabriel Andrade


Jesús era ya adulto cuando Antipas puso en circulación las monedas acuñadas en Tiberíades. Esta monetización supuso un progreso en el desarrollo de Galilea, pero no logró promover una sociedad más justa y equitativa. Si bien los ricos de las ciudades podían operar mejor en sus negocios ya que la monetización les permitía atesorar monedas de oro y plata (“mamona”, o sea, “dinero que da seguridad”) que les proporcionaban seguridad, honor y poder, los campesinos apenas podían hacerse con algunas monedas de cobre, de escaso valor por lo que era impensable atesorar “mamona” en una aldea. Subsistían apenas intercambiándose entre ellos sus modestos productos. Este “progreso” daba entonces más poder a los ricos y hundía en la pobreza un poco más a los pobres. Jesús diría más tarde refiriéndose a la imposibilidad de hacerse con la justicia del Reino de Dios desde la riqueza que “Ningún siervo puede servir a dos amos pues se dedicará a uno y no  hará caso del otro… No podéis servir a Dios y a Mamón” (Lc 16, 13 / Mt 6, 24).

La escala del dinero en tiempos de Jesús consistía en que 1 Talento = l00 minas; 1 Mina = 100 dracmas (o denarios) y 1 denario = 24 ases (considerado este monto el salario razonable para un día de trabajo). El pan necesario para un día costaba 2 ases (Judas “vendió” a Jesús por 30 denarios, o sea, 720 ases = a unos 360 kilos de pan. Si consideramos que, a la fecha de este escrito el kilo de pan en Argentina cuesta unos $20 se puede hacer el paralelo de que Jesús fue entregado por unos $7200; bastante menos que el sueldo básico de un colectivero...)

El estrato alto o rico de la sociedad se lo­calizaba sobre todo alrededor de la Corte, el culto, y un re­ducido núcleo de privilegiados, dadas las enormes riquezas y esplendor principesco que se generaban alrededor de éstos.
El rey judío Herodes EL Grande (reinaba sobre Palestina, Gadara e Hippos) le ingresaban anualmente y sólo de impuestos, unos 1000 talentos (10.000.000 de salarios). Estos ingresos, junto con la considerable fortuna personal de Herodes, eran con todo insuficiente para la cantidad de esclavos y de residencias que éste mantenía. Por eso confiscó a los nobles (matándolos si era preciso) y creó gran cantidad de impuestos que provocó la masiva venta de tierras. Esto llevó al latifundios, fomentó el desempleo y empujó a mucha gente a unirse al grupo armado de los zelotes, a emigrar al extranjero o a mendigar en Jerusalén.
La clase alta o rica, estaba compuesta por la aristocracia laica. Grandes comerciantes, grandes jefes del sistema de recaudación de impuestos (como Zaqueo) y los grandes terratenientes o dueños de fincas rústicas, de los que una mayoría vivía en Jerusalén. Vale señalar que el latifundio tenía un carácter casi blasfemo en un pueblo para el que la tradición señalaba que la tierra era propiedad de Yahvé;  pero que -en la práctica- la legislación judía del año jubilar había dejado cumplirse, hasta el punto de que algunos de los grandes terratenientes que compraban las tierras confiscadas por pago de impuestos eran miembros del Sanedrín (Consejo Nacional de Israel).
Sobre la nobleza sacerdotal o alto clero, además de sus ingresos particulares por profesiones civiles o por propiedades, percibían altas rentas regulares tanto del tesoro del Templo como del comercio de animales para los sacrificios. La riqueza de esta aristocracia sacerdotal era sorprendente en comparación con la situación casi miserable de los simples sacerdotes. Pero esta diferencia tampoco les bastó, puesto que en épocas difíciles los altos sacerdotes se atrevieron a enviar a sus siervos a apoderarse de los diezmos debidos al bajo clero, muriendo los más pobres de necesidad (como puede verse, el proceso de "creación de necesidades" tan típico de la riqueza injusta, no es algo privativo de nuestra civilización de consumo que lo único que ha hecho es masificarlo).
A su vez, el Templo era muy rico. Había en Jerusalén tanto oro que luego de la conquista y destrucción de la ciudad por los romanos, toda la provincia romana de Siria, a la que Jeru­salén pertenecía, se vio inundada por una oferta de oro tan gigantesca que la libra de oro bajó a la mitad de su precio.

Con el tema del dinero Jesús tuvo bien puestos los pies en la realidad y sabía que era necesario para vivir. Pero era conciente que su acumulación en manos de unos pocos era la causa de aquella sociedad basada en la injusticia y en la desigualdad en la que una mínima parte de su población se había apropiado de los bienes-dones que debían ser disfrutados por todos.
En la polémica que según el Evangelio de Juan se desarrolla entre Jesús y los dirigentes judíos durante la fiesta de los Tabernáculos (7,1-8,59), el evangelista menciona en el centro de la controversia el Tesoro del Templo (8,20), contraponiendo así a Jesús -el nuevo santuario de Dios (2,17; 7,37-39)- con el Tesoro -el santuario del templo idolátrico- donde se alojaba el dios y padre de los dirigentes judíos: la acumulación explotadora (2,14- 16).
Se ve así que esta lucha de Jesús por los valores del Reino no hizo de él un hombre “eclesiástico”, beato, religiosista, encerrado en los estrechos límites del los mandatos dogmáticos del templo. Al contrario, el Reino de Dios lo arrancó de las preocupaciones domésticas y familiares, lo sacó de Nazaret, de los planteamientos religiosos tan legalistas de su tiempo, de las limitadas perspectivas judías. El Reino de Dios lo condujo a la vida, a la profecía, a la plaza, a las masas, al dolor humano, a la historia, al conflicto público, a la confrontación con el Imperio y con el Templo. Todos los que hoy hablan del Reino de Dios pero que a la vez lo domestican hasta confinarlo a los límites de lo estrechamente eclesiástico o religiosista, no son más que aquellos fariseos y altos sacerdotes que Jesús criticaba.
También es de hacer notar que a pesar de sus advertencias y sus críticas, Jesús no era un asceta reticente a usar y disfrutar de los bienes creados. Al contrario, su conducta en este sentido fue de tal normalidad que resultó escandalosa para sus adversarios, que lo acusaron de mucho comer y muy bebedor (Mt 11,18-19).Tampoco fue un maniqueo que considera todo lo que tenía que ver con el dinero como intrínsecamente malo. De sus palabras se deduce que, para Él, el dinero es moralmente ambiguo: puede servir para lo bueno, como para lo malo; para ayudar a otros o para explotarlos; para compartirlo con los demás o para codiciarlo.
Lo que a Jesús le parece reprobable es el apego al dinero, por los efectos negativos que entraña y porque acaba haciendo de éste el ídolo a cuyo servicio se pone la vida humana (cita anterior; Mt 6,24 / Lc 16, 13).
Así, Jesús invita a que optemos por ser, no por tener; por la generosidad y el compartir, no por la ambición, la codicia o lo miserable; por el servi­cio y la solidaridad, no por el dominio de los otros, el egoísmo y la desigualdad; por situarnos al lado de los intereses de los pobres, no al lado de los poderosos; en definitiva, por la verdadera seguridad y riqueza, que se encuentra en Dios y no en el dinero. El ser humano se define por aquello que aprecia y todo el que haga del dinero un valor absoluto se apegará a él y será el dinero quien oriente su vida y marque su personalidad, y no la voluntad de Dios (Mt 6,19-21). Frente a la sociedad injusta, asentada en el dinero y la riqueza, Jesús propone un modo de vida distinto y alternativo, cimentado sobre los valores que Dios encarna y promueve, y que los evangelios llaman Reino o Reinado de Dios.

Con esto tenemos que Jesús en su vida pública no se predicó a sí mismo ni tan sólo habló de Dios. Jesús de Nazaret fue en su vida terrena un hombre con una CAUSA: la construcción del REINO DE DIOS la cual hizo el centro de su misión en la tierra -su programa político, diríamos ahora- y por la que fue difamado, perseguido, secuestrado, torturado y, finalmente, asesinado. Fue algo que caracterizó al ejemplo de praxis que tenemos en Jesús por sobre todas las cosas. Jesús no fue simplemente una buena persona, un ser humano sensible y solidario o un hombre santo. Jesús fue un luchador por una Causa, una persona consciente, que supo lo que quería y que se empeñó en conseguirlo hasta dejar la vida en este empeño. Un hombre con una utopía y una esperanza. Una persona con una Causa por la que vivir y por la que luchar. Esa Causa fue la “opción fundamental” de Jesús.
El hecho de que Jesús sea así nos revela que Dios es también así. Nos revela también que la Persona Humana Nueva revelada en Él es esencialmente así, y que, sin este rasgo, cualquier persona está lejos de acceder a la plenitud de las posibilidades de su ser “a imagen y semejanza” de su Creador. Sin la perspectiva del Reino de Dios es imposible conocer realmente a Jesús.
Jesús en esta causa especifica a los destinatarios (Lc 6,20; Mt 5,3.10), lo que supone que, o bien no es para todos, o que está destinado de un modo especial a determinadas personas. Por otra parte habla repetidamente de “entrar en el reino”, lo que presupone que es una dimensión a la que hay que acceder (Mt 5,20;7,21;23,13). En todos estos textos aparece que hay gente que ciertamente no va a entrar si no cambia radicalmente de actitud. Por lo tanto pide la conversión (etimológicamente “ir contra otra versión” - las del opresor) como actitud consecuente al creer en su propuesta (Mc 1,15). Las condiciones para “entrar” y los anuncios de que “viene”, tienen de común que es un acontecimiento inminente pero futuro para los oyentes, ya que si habla de qué hay que hacer o qué evitar para entrar en él, presupone que todavía no han entrado; aunque el Reino ya esté presente (Lc 17,21); es la semilla que va plantando en medio del pueblo y en el corazón de cada quién (Mc 4,3-11); haciéndolo presente en sus obras liberadoras (Lc 11,20). Al referirse al Reino de Dios está diciendo que Dios se interesa por la vida y por la historia; también que no se relaciona con las almas individuales desconectadas del mundo, sino el que tiene un designio sobre su creación, un designio de salvación y de plenificación que sólo se da en lo comunitario.
Así, la aceptación del Reinado de Dios se da en el seguimiento de Jesús, que es la prosecución de su historia, que es actuar en nuestra situación de un modo equivalente a como Él lo hizo en la suya. A todos está abierta la posibilidad de constituirse en hijos de Dios -aun ignorando esto- y de ir construyendo el mundo justo de los hijos de Dios. Precisamente ese mundo sería el Reino de Dios de intereses opuestos a ese otro reino que tiene como valor supremo al dinero.
Sobre este dinero es significante lo que cuentan los evangelios cuando los adversarios de Jesús le inquirieron: “¿está bien o no pagar el impuesto al cesar?” y Jesús pidiéndoles que le muestren una moneda (le expusieron un denario con la imagen del cesar) contestó: “Hipócritas, ¿por qué me ponen una trampa? (...) Den al César lo que es del César y a Dios lo que a Dios corresponde” (Mt.. 22,20). Es claro que en la pregunta de origen se escondía una trampa; ya que, o bien se esperaba una respuesta tipo zelote que diera ocasión para arrestarlo por subversivo político, o bien una respuesta prorromana que le quitara prestigio ante el pueblo. La respuesta de Jesús terminó siendo sarcástica y no pretendió dar ninguna enseñanza sobre “moral tributaria” ni sobre “religión y política”. Es un respuesta personal (ad hominem) con la que sólo buscó desautorizar a los que le preguntaron. Los trata como hipócritas, ya que estos fariseos y herodianos estaban enriqueciéndose en un templo hecho por Herodes y con un dinero con la imagen del césar (recordemos que en la Galilea de donde provenía Jesús no era así), por lo que no tenían autoridad moral de preguntar nada. Toda riqueza que no se la pone al servicio del Reino de Dios lleva esculpida la imagen del césar y entonces no hay por qué negársela. Y si hoy este tipo de dinero no está al servicio del Reino, ¿por qué entonces rezarle a Dios por él? ¿Por qué Dios intervendría en un mercado de valores contra la libertad de acción concedida a las personas, contra sus consecuencias y a favor de quienes lo niegan adorando de hecho un ídolo ascendido a divinidad y contrario a la voluntad de Dios para la vida de sus criaturas?
La respuesta de Jesús a Pilatos “mi reino no es de este mundo” significa que su realeza (esto es, el modo de ser rey) no pertenecía a ese orden; a lo que agregó que si su realeza hubiese pertenecido a ese orden, sus propios guardias habrían luchado para impedir que lo entregaran a las autoridades judías. Pilatos así pudo quedarse tranquilo, ya que, aunque Jesús no negó ser rey, sin embargo, su realeza no era  (ni es) como la de los reyes de ese mundo, que se valían (y valen) de la fuerza y la violencia para conseguir sus fines; de ahí que no utilizó guardias en su defensa con la finalidad de impedir ser entregado a las autoridades judías y luego a las romanas.
De ahí que es ridículo pensar que la manifestación de ese Reinado de Dios no tendría lugar en este mundo, sino en el más allá, pues es precisamente en este mundo donde hombres  y mujeres tienen que llegar a su pleno desarrollo humano y con el dinero necesario para esto -aunque nunca elevado a divinidad como termina siendo hoy día en las sociedades opulentas- empezando a vivir con su vida terrenal la otra vida celestial.
El núcleo principal de la predicación de Jesús que se lee en los evangelios va dirigido a conseguir la transformación de aquella sociedad injusta, no mediante la fuerza, el poder, el prestigio o el dinero, sino mediante la puesta en práctica por parte de sus seguidores de un amor solidario apoyado en la justicia de Dios y que hiciese surgir dentro de este viejo mundo una sociedad alternativa en la que todos tuviesen cabida y no hubiese -como en la parábola de los invitados a la boda- excluidos del pueblo ni pueblos excluidos. En esta sociedad alternativa sobre la que Dios ejerce su Reinado, en la perspectiva de Jesús, mira principalmente a este mundo (aunque no exclusivamente); no tanto a los cielos cuanto a los suelos. Crossan afirma acertadamente que el Reinado de Dios es “lo que sería nuestro mundo si estuviese gobernado por Dios”. Entendido así, el núcleo de la predicación de Jesús no gira en torno al más allá, al otro mundo o a otro mundo por venir, sino que se centra en la transformación en el de más acá -aunque con vocación de eternidad- con una justa repartición de las riquezas que esto implica -y el dinero simboliza- como don social puesto por Dios para todos sus hijos.
Es revelador que cuando Jesús formuló la primera y principal bienaventuranza, no dudó en unir lo que nadie se habría atrevido a emparejar: felicidad, pobreza y Reino.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3), está escrito que dijo Jesús.

Ahora bien, para algunos ricos, lo importante entonces sería ser “pobre de espíritu”; o sea, estar desprendido “espiritualmente” de los bienes, pero sin renunciar a ellos (?). Esta interpretación ha servido para tranquilizar a lo largo de la historia del cristianismo a todos aquellos que, siendo ricos, decían haber renunciado en su interior a la riqueza (= pobres de espíritu), pero sin desprenderse de ella, haciendo así posible lo que Jesús declara absolutamente inviable: riqueza (mamona) y Reino de Dios: “Les aseguro que con dificultad va a entrar un rico en el Reino de Dios. Lo repito: Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios” (Mt 19,23-24). Esta frase -de interpretación tan obvia como de contenido tan duro- se le han buscado las más sofisticadas interpretaciones para hacer que los ricos -sin dejar de serlo- también pudiesen estar al cobijo de la salvación ofrecida por la Iglesia-institución. Ahí vemos proyectados hoy a los adinerados parisinos y el suntuoso templo de Nôtre-Dame. Es esa misma iglesia que también supo quitar el aguijón al Evangelio, haciendo acopio de bienes materiales y gozando, de este modo, del poder, la seguridad y el prestigio social que la posesión de esto proporciona y aliándose con aquellos a los que Jesús rechazó.
Jesús declaró que solamente aquellos que sean capaces de hacerse pobres hasta el extremo de la mendicidad, si hiciese falta -pues el texto griego utiliza la palabra ptôkhós (mendigo) en lugar de pénês (pobre)- renunciando voluntariamente a la riqueza, sólo éstos pueden formar parte de la comunidad o grupo humano sobre los que Dios reina. Al mismo tiempo, proclamando dichosos a los pobres voluntarios, éstos se verán libres de toda atadura para denunciar la miseria en la que anda sumida gran parte de la humanidad y que no es en modo alguno un estado deseable ni causante de felicidad, pues degrada al ser humano, lo lleva a perder su autonomía, acaba con todo proyecto de comunidad y fraternidad, y hace nacer en el interior del corazón la envida, el resentimiento y la desesperación.
No es que se excluya a los ricos: el mismo Señor no había excluido a Nicodemo o a José de Arimatea. Pero son raros los ricos que están en la disposición de aceptar el Reino en las condiciones que se ofrece.
A la felicidad o bienaventuranza se llega, según Jesús, liberándose voluntariamente de la esclavitud del dinero, un dios que exige idolatría y que cierra el corazón humano al amor solidario y, al mismo tiempo, luchando -con el arma de la libertad que genera la pobreza voluntaria- contra la pobreza forzosa y material que hunde al hombre en la miseria y le cierra el paso a su desarrollo humano. ¡No de otra forma!
Si el mensaje de Jesús es una buena noticia para los pobres, entonces los ricos y poderosos, tanto como los frívolos de conciencia que insisten en su condición y conducta, sólo pueden escucharlo como una amenaza a sus egoístas intereses inmediatos y a su salvación futura.
La riqueza es idolatría y por eso es imposible la salvación. Es idolatría porque Dios es Justicia y la riqueza -como apropiación excluyente de la creación- es injusticia. Es idolatría porque es servicio a un falso dios y porque la absolutización de una verdad parcial (la bendición de Dios interpretada en la abundancia, siendo como es, una simple mediación de Éste) termina por suplantarlo.
Precisamente por ser idolatría, esta riqueza no hace crecer al hombre sino que lo destruye; el ídolo es siempre creador de muerte. Sólo Dios es fuente de humanidad y vida. Para la Biblia, la idolatría no es sólo adorar “otros dioses” sino sobre todo adorar “la obra de las propias manos”. Sin la renuncia a esa riqueza es imposible que el rico se salve. Es imposible por la dinámica fatal a la que somete el ídolo; la riqueza impide crecer, ahoga toda semilla del Reino (Mt. 13; 22). Es más, el rico no escuchará ni a un muerto que resucite para avisarle (Lc. 16; 30-31). Y hace imposible la salvación porque el ídolo no salva nunca.
La pobreza de espíritu sólo podrá entenderse como “desprendimiento del corazón” en situaciones de igualdad social. Mientras que en situaciones de desigualdad, ¡es tan imposible que un rico sea a la vez “pobre de espíritu” como que “un camello pase por el ojo de una aguja”!... Un pobre puede ser ávido de espíritu (idolatrar la riqueza que no tiene) o, sin más, rico en espíritu (por ejercer los valores del Reino); pero un rico no puede ser, sin más, “pobre de espíritu”. La pretensión del puro “desprendimiento interior” vale tanto como el lavado de manos de Pilatos ante Jesús.
De ahí que la traducción más adecuada del texto griego de la primera bienaventuranza propuesta por Juan Mateos sería: “Dichosos los que eligen ser pobres” (= “los pobres por el espíritu”, esto es, los que han decidido por propia voluntad ser o hacerse pobres en el sentido obvio de la palabra, pues el espíritu es para los semitas la facultad o sede de las decisiones) “porque ellos tienen a Dios por rey”, y prueba de ello es que han sido capaces de renunciar al dinero -verdadero dios para la inmensa mayoría de la gente de nuestro mundo-, y no lo han hecho para aumentar la ingente multitud de los pobres de la tierra, sino para sacar de la pobreza a los que andan sumidos en ella.
Los pobres de espíritu del evangelista Mateo son -además de los propios pobres de Lucas- todos aquellos que los aman, que se identifican y optan por ellos, y que eligen serlo más allá de una realidad forzada que en sí misma no es virtuosa.
Lucas, al escribir para una comunidad de gentes más rica y poner su atención entre la relación riqueza-pobreza, a sus cuatro bienaventuranzas agrega cuatro maldiciones contra los ricos que oprimen a los pobres.
Mateo, al escribir a una comunidad más humilde, expone, además de las cuatro bienaventuranzas de Lucas, otras cuatro más, que son actitudes éticas donde explica a los suyos que no basta mecánicamente con la situación en sí, si no se la asume desde la responsabilidad cristiana. Así, los mansos son aquellos que no crean la pobreza, ni toman la iniciativa violenta de la opresión; los misericordiosos son los que, como Dios, saben escuchar el clamor de los pobres y necesitados; los limpios de corazón son los que están liberados del deseo apropiador del tener, y los que trabajan por la paz son aquellos que trabajan por lo que la Biblia llama “la obra de la justicia”, porque no haya ni hambrientos, ni llorosos ni perseguidos.
En las maldiciones que añade Lucas a las bienaventuranzas, Jesús arremete contra los causantes de la injusticia que reina en la sociedad: los ricos, los que están repletos de todo, los que viven frívolamente y los que gozan del reconocimiento social; anunciándoles el cambio que va a traer consigo el Reinado de Dios y que implicará su ruina existencial (Lc 6,24-26).
Podemos concluir entonces que Jesús invita a sus seguidores a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea realmente.
Jesús invita a estos pobres liberados no a ser ricos sino a llevar una vida de austeridad solidaria, expresión que puede considerarse como la nueva formulación de la pobreza evangélica. El camino de la felicidad se halla paradójicamente donde nadie espera encontrarla, en la renuncia voluntaria a la acumulación innecesaria de bienes, con la finalidad de que éstos se distribuyan entre todos y se acabe esa radical desigualdad en la que anda sumida la humanidad.
La nueva sociedad o Reino de Dios, preconizado por Jesús, se hará realidad aquí y ahora en la medida en que haya gente que se adhiera a su programa de austeridad solidaria, para alumbrar de este modo una nueva humanidad, llamada a la salvación. Y no debemos olvidar que la salvación comienza por la liberación del pueblo de aquellas condiciones de vida -como la pobreza forzosa- que impiden su pleno desarrollo humano.
¡Esto es y ninguna otra cosa el Reino de Dios en esta tierra!

Un “cristianismo” que ponga en su centro el bienestar que da el dinero injustamente distribuido es un cristianismo sólo nominalmente, no sustancialmente. Su sustancia no es cristiana, en la medida en que se aparta de la Sustancia de la Causa, la Utopía, la Misión por la que vivió y luchó Jesús.
Sentimos mucho darles todas estas malas noticias a tanto adinerado piadoso, colaboradores vitalicios de suntuosos templos y mecenas de purpuradas eminencias. Algo falla en ese “cristianismo” de los ricos, cuando son capaces de desvelarse por asegurar y acrecentar más y más su propio bienestar, sin sentirse interpelados por el mensaje de Jesús y el sufrimiento de los pobres del mundo.
Y esto también es extensivo a tanto “pequeño burgués” de clase media que se pretende piadoso. Algo también falla cuando son capaces de vivir lo imposible: el culto a Dios y el culto al Bienestar. Algo importante falla en esa Iglesia cuando en vez de gritar con la palabra y el ejemplo de vida que no es posible la fidelidad a Dios y el culto a la riqueza -con toda la superficialidad, banalidad y estupidez que eso conlleva- se contribuye a adormecer las conciencias, desarrollando una religión “burguesa” y tranquilizadora.

¿Y qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. “Yo les digo: Ganen amigos con el dinero injusto para que, cuando les falte, los reciban en las moradas eternas”.
Jesús viene a decir así a los ricos: "Empleen su riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganen su amistad compartiendo con ellos sus bienes. Ellos serán sus amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no les sirva ya de nada, ellos los recibirán en la casa del Padre". Dicho con otras palabras: la mejor forma de "blanquear" el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.
Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que “estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él”. No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos sólo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.
Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.
Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.

Es sorprendente la claridad conceptual con que señala todo esto el Papa Francisco. Mientras los grandes medios de comunicación nos informan, con toda clase de detalles, de los gestos más pequeños de su personalidad misericordiosa, se oculta de modo vergonzoso su grito más urgente a toda la Humanidad: “No a una economía de la exclusión y la iniquidad. Esa economía mata”.
Su indignación en palabras claras y expresivas podrían abrir el noticiero de cualquier canal o ser titular de la prensa en cualquier país. Por ejemplo:
“No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en situación de la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es iniquidad”.
Vivimos “en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. Como consecuencia, “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”.
“La cultura del bienestar nos anestesia, y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esa vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
“Intolerable que mercados financieros gobiernen la suerte de los pueblos”.
Como ha dicho él mismo: “este mensaje no es marxismo sino Evangelio puro”. Un mensaje que tiene que tener eco permanente en nuestras comunidades cristianas. Lo contrario podría ser signo de lo que dice el Papa: “Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás”.

Siguiendo a la declaración de los Curas en al Opción por los pobres del 2010:
”Somos miembros de una Iglesia que tiene un magisterio social, que de un modo casi invariable desde hace más de 100 años, relativiza la propiedad privada, condena el capitalismo tanto como antaño al marxismo, destaca la prioridad del trabajo sobre el capital, opta preferencialmente por los pobres ante la sociedad, y señala la urgente necesidad de preservar los recursos de la naturaleza contaminados, agredidos y depredados por el lucro desmedido.

Como cristianos, rechazamos la lógica capitalista como responsable del genocidio que se produce y producirá si no hay justicia en la distribución de los bienes de la vida. La lógica del capitalismo es transformar todo en mercancías, ganancias y acumulación del capital. Somos hermanos y hermanas, la tierra es para todos y, como aprendemos de Jesús de Nazaret, no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero (Lc 6,13); y citando también a un discípulo de San Pablo, `la raíz de todos los males es el amor al dinero´ (1 Tim 6,10)”.