jueves, 16 de enero de 2014

CARTA ABIERTA AL OBISPO JOSÉ LUIS MOLLAGHAN


 Estimado Pastor nuestro:

Con toda humildad y respeto por el ministerio que le ha sido confiado me dirijo a Ud. con el fin de hacerle llegar mis inquietudes con respecto al comunicado que se publicó en el sitio oficial de internet del Arzobispado (www.delrosario.org.ar) en el que se cuestionó los conceptos vertidos por el sacerdote Ignacio Peries en su programa televisivo "Huellas de Navidad" emitido por Canal 3 de Rosario el pasado 25 de diciembre, donde dicho sacerdote definió a la familia como "una comunidad que se forma con distintas personas para convivir y compartir la vida"; donde, antes de comenzar amenas charlas con parejas del mismo sexo, este sacerdote había remarcado: “mi intención es a través de ustedes hacer conocer los sentimientos de dos personas que aman, conviven y comparten como cualquier otro ser humano".

Al igual que las “consultas y pedidos de aclaración que le habrían llegado por parte de algunos fieles”, siendo yo tan iglesia como aquellos o como cualquiera de sus ministros -y dado que me asisten las luces del Espíritu (único jefe de la Iglesia “que sopla donde quiere”; Jn 3, 8)- quizás en la comunidad de la asamblea (que es lo que significa “iglesia”) podamos ejercer el profetismo al que somos llamados, y entre todos demos luz al tema que “ha llamado profundamente la atención y causado desorientación” a una parte de nuestros hermanos en la fe.

No le será ajeno que tanto los textos bíblicos como la tradición de la iglesia necesitan de exégesis (interpretación del texto en su contexto) y que son “palabra viva” -como nos cansamos de afirmar- ya que lejos de ser una pieza de arqueología son enseñanzas para todos los tiempos. Y el marco normativo de nuestra fe cristiana y clave de interpretación para todo esto es lo que dijo e hizo Jesús de Nazaret.

Los biblistas coinciden en que no existe registro alguno de palabras de Jesús sobre la homosexualidad, ni en los Evangelios canónicos ni en los “apócrifos”. Esto parece ser un hecho revelador que implicaría que Jesús y sus evangelistas no tenían nada en particular que decir sobre el tema, y que la homosexualidad no era un asunto que preocupara a la naciente Iglesia. Pero muchos coinciden en que tenemos una evidencia de que Jesús se encontró con una pareja homosexual masculina durante su ministerio. ¿Y cómo actuó Jesús? Si lo que hizo Jesús es el espejo en donde mirar para actuar nosotros quizás sería importante detenerse en este pasaje evangélico.

El Evangelio de Mateo cuenta que al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión (jefe de 100 soldados romanos), que le rogó diciendo: “Señor, mi pais (joven amante) está postrado en casa, paralítico, gravemente afligido”. Jesús le dijo: ”Yo iré y le curaré”. Pero el centurión le dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi siervo sanará (...). Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: “En verdad les digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (...). Entonces Jesús dijo al centurión: “Vete, y que se haga según tu fe”. Y su pais (joven amante) quedó sano en aquella misma hora (Mt 8, 5-12). Es el mismo pasaje que repiten los fieles católicos en cada misa antes de recibir la común-unión con la comunidad y Cristo.

Este relato con algunas diferencias también se encuentra en el Evangelio de Lucas (7, 1-10) y en el de Juan (4, 46-54). Así, como la palabra pais puede resultar escandalosa, el texto posterior paralelo de Juan la modifica y pone huios (hijo); con lo que tiene que cambiar parte de la escena, porque los soldados no podían vivir con la familia ni cuidar sus hijos hasta después de licenciarse. También en Lucas quiere eludir complicaciones y presenta a ese pais como doulos (criado) al servicio de centurión; con lo que ha pretendido resolver el problema, pero ha creado un texto poco verosímil ya que no era de uso y costumbre que un soldado se preocupara así de un criado.

Es de concluir (resumiendo mucho), que la exégesis más obvia del texto es que el centurión dentro de su contexto militar de frontera (Cafarnaúm) fue a pedir sanación para su pais (amante). Como era costumbre en los cuarteles (donde los soldados no podían convivir con una esposa, ni tener familia propia), este oficial tenía un criado-amante, presumiblemente más joven, que le servía de asistente y pareja sexual. Así, lo más sencillo y normal es que haya sido un amante homosexual.

Y Jesús -que lejos de ser un moralista era un Mesías capaz de comprender el amor de los hombres, sea de la forma que fuere- hizo lo que hacía siempre: se puso con compasión del lado del más débil y necesitado; escuchó al soldado que le pidió por su amante y se dispuso a ir hasta su casa-cuartel (bajo su techo), para compartir su dolor y ayudarle. Hubiera ido, pero el oficial no quiso que se arriesgue, pues ello podría causarle problemas: no estaba bien visto ir al cuartel de un ejército odiado para mediar entre dos homosexuales; por eso le suplica que no vaya: le basta con que se apiade de su dolor y diga una palabra, pues él sabe lo que vale la palabra. Jesús respeta las razones del oficial, acepta su fe y le ofrece su palabra. El resto de la historia ya se sabe: Jesús cura al siervo-amigo homosexual y presenta a su amigo-centurión como signo de fe y de salvación, sin decirles lo que deberán hacer mañana. Es evidente que no exige, ni quiere, que rompan su amor, sino que lo vivan en clave de fe y amor al Reino.

Decía que Jesús no fue un moralista pero se desprende de los Evangelios su infinita ética. Me gustaría detenerme en este punto porque a algunos de mis hermanos esta afirmación puede resultarles escandalosa y no es esa mi intención al compartir estas líneas. Ética y moral no son sinónimos. La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo, principios y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres) pero no necesariamente ética (obedece a principios). Es por esto que, me parece, ya en el siglo XXI, el magisterio de la institución católica a la que hace referencia debe ser revisado para poner su moral al servicio del Reino. Y discúlpeme si no lo nombro como “magisterio de la iglesia”, ya que iglesia es la comunidad de todos los bautizados y, por el “clericalismo” que el mismo Papa Francisco critica, la mayoría del Pueblo de Dios no tenemos voz en la confección de su catecismo, como lo fue durante los primeros siglos de esa iglesia heredera directa de Jesús de Nazaret y sus discípulos, donde no existía el clero como lo conocemos hoy.

La diferencia es un hecho y la igualdad un derecho. La desigualdad resulta una violación de la igual dignidad que todos los humanos tenemos por el hecho de ser coincidentes en lo que a todos nos iguala: todos somos humanos. En nuestra cultura, junto a las familias-matrimonio, se dan las familias-pareja (cohabitación de uniones libres), que dan origen a la familia consensual no conyugal. La introducción del divorcio ha dado lugar a familias uniparentales (la madre o el padre con los hijos/as) o multiparentales (con hijos/as provenientes de matrimonios anteriores) y también uniones entre homosexuales (hombres o mujeres). Creo que una actitud cristiana evangélica es que si en todas estas formas existe amor -y no hay por qué dudar de ello-, entonces estamos ante algo que está bendito por Dios, que es amor y bondad. En palabras del obispo Jerónimo Podestá: “la intimidad sexual ha sido creada por Dios para la plenitud personal y el elemento fundamental para juzgarlas es si éstas son producto y expresión de un amor maduro”.

Juan Pablo II en la Carta Apostólica Familiaris Consortio (1981) y en la Carta a las familias (1994) enseña que la familia es “una comunidad de personas fundada sobre el amor y animada por el amor... un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad / maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales cada persona humana es introducida en la familia humana”. Se desprende entonces que el núcleo utópico e inmutable de la familia es el amor, el afecto, el cuidado de uno para con otro y la voluntad de estar juntos, estando la pareja abierta a la procreación, cuando es posible, o, al menos, abierta al cuidado de todas las formas de vida, que es un modo también de realizar la fecundidad. Este núcleo debe poder realizarse en variadas formas concretas de convivencia. Todos viven de la voluntad de encontrar y vivir el amor; sueñan poder realizarse a dúo y ser mínimamente felices. Sin ese motor, la vida humana sería menos humana y perdería sentido, a pesar de todas las dificultades, deformaciones y frustraciones. Por lo menos es lo que he interpretado en clave de Evangelio, de la experiencia de mi vida de laico con vocación conyugal.

Sin embargo, desde los 9 años que he militado como aspirante en las filas de la Acción Católica, la institución me ha enseñado serias reservas por la palabra “placer” y si se trataba de “placer sexual”, tenebrosas sospechas. En realidad, dentro de sus paredes me educaron más para la renuncia que para la alegre celebración de la vida. Tanto es así, que el catecismo católico dice que la sexualidad (sólo) está ordenada al amor conyugal (Nº 2360), amenaza con la condenación eterna a un adolescente que se masturba, a los novios que tienen relaciones sexuales prematrimoniales, a los matrimonios que utilizan preservativos e invita jovialmente a las parejas homosexuales a convivir pero sin tener intimidad carnal, demostrando así un divorcio evidente en tiempo y espacio con el mundo biológico, histórico y social que, de este modo irracional, mal pretende guiar. La misma institución que, por sus escándalos de pederastia, ha hecho méritos sobrados para desacreditar su propio juicio moral.

Quizás deberíamos contextualizar las doctrinas como la de San Agustín (354-430) -de enorme influencia sobre toda la Iglesia Romana- quien en sus soliloquios confiesa: “En cuanto a mí, pienso que las relaciones sexuales deben ser radicalmente evitadas. Estimo que nada envilece tanto el espíritu de un hombre como las caricias sensuales de una mujer y las relaciones corporales que forman parte del matrimonio”.
¿Puede hoy una Iglesia que afirma el amor humano asumir tal doctrina?

Y si la objeción a los matrimonios homosexuales que tiene la institución católica es la genitalidad (el propio Benito XVI ha dicho que no se opone a las parejas homosexuales a condición de que no tengan relaciones carnales) me parece entonces que el fondo del problema está en saber si lo esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de ser, consiste en el instinto que une al macho y a la hembra para procrear, de manera que así sea posible que sigan naciendo hijos y no se acabe la especie -orden divina dada hace unos 40000 años a los primeros habitantes de una despoblada tierra, y escrita hace 2700 años en el Génesis-, o si, más bien, lo esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de ser, no se limita a la facultad de procrear, sino que -eso supuesto- lo que caracteriza al sexo, entre los humanos, es la entrega de una persona a otra, la entrega mutua que así expresa y comunica el amor propiamente humano.

En cualquier caso, lo que parece no admitir discusión es que, si se prefiere la primera solución, en ese supuesto se tiene una idea de la sexualidad humana que poco se distingue del mero instinto animal; ya que, de ser eso así, el amor y la entrega entre las personas no es el culmen y la plenitud, sino una fuerza que atrae a los machos y a las hembras para unirse y copular para tener crías y que así la vida humana no se acabe en este mundo, por más que la tendencia sea la de una desastrosa superpoblación que amenace finalmente con agotar al planeta.

La moral católica ha dicho siempre que lo central es el amor. Pero con tal que sea un amor abierto a la procreación. Con lo cual, lo que en realidad se está diciendo es que lo que nunca puede faltar es la posibilidad de procrear, por más que falte el amor, como de hecho ocurre en tantas familias, en las que se cumplen todos los requisitos de los códigos religiosos, pero las personas no se quieren y a duras penas se soportan. O sea, se antepone la posibilidad de procrear legalmente al amor, por muy fuerte que éste sea. Por extensión, la familia modelo sería entonces la de heterosexuales legalmente casados por civil y cumplidoras del sacramento religioso y de todos los preceptos canónicos. Se da entonces la paradoja que, para el magisterio de la institución católica, es más moral y digno de comunión y misa diaria un hetero ultracatólico, ex presidente y genocida como lo fue Jorge Rafael Videla.

Sabemos como principio básico de teología que nuestro Dios opta por los pobres. La definición teológica más exacta de pobres es la de “injusticiados”. Así son pobres las mujeres en una sociedad machista, los obreros explotados, los aborígenes saqueados en sus derechos, los ciudadanos privados en su libertad en países totalitarios, los niños maltratados, ¡y los homosexuales en una sociedad que los discrimina! Por consiguiente, si hay que decir algo de Dios con respecto a ellos, no es justamente que los condena por sus preferencias sexuales, sino que, dada la hostilidad que les presentan sectores reaccionarios y que rápidamente deriva en injusticia, Dios opta amorosamente por ellos y en contra de estos otros.

No pretenden estas humildes líneas ser la verdad revelada ni mucho menos. Son reflexiones que quieren buscar la verdad a partir del pequeño haz de luz que el Espíritu nos infunde a cada uno para que en comunidad / asamblea (iglesia) podamos encontrar la voluntad del Dios de la vida en el que creemos, haciendo realidad la máxima de Jesús de Nazaret “amar al prójimo como a nosotros mismos”. La verdad en la fe nos necesita a todos, todas las voces, ya que cada cabeza piensa a partir de donde sus pies pisan y todo punto de vista no es sino la vista desde un solo punto. Y necesitamos desesperadamente todos los puntos de vista, aunque haya que “hacer lío” dentro de nuestras comunidades como nos pidiera Francisco.

Cada cual es libre para defender la idea que le dicte su conciencia, su confesor o su catequista. Con la salvedad de que nunca una idea sea más importante que una persona. Y menos aún que, por una idea, se humille y se amargue la vida a otros. ¡Y mucho menos que esto se haga en nombre de Dios!

Fraternalmente

Gabriel Andrade