Los pseudos católicos nazis de hoy
El
domingo 10 de noviembre, durante el Angelus en una repleta plaza San Pedro, el
Papa Francisco aseguró que "los judíos son hermanos mayores" y llamó
a los católicos a ser "vigilantes" contra "toda forma de odio e
intolerancia", en la conmemoración de la "Noche de los Cristales
Rotos" de 1938 contra los judíos alemanes. El Papa argentino evocó
"las violencias de la noche del 9 el 10 de noviembre de 1938 contra los
judíos, sus sinagogas, sus casas, sus comercios, que supusieron un triste paso
hacia la tragedia de la Shoah ".
"Reiteremos
nuestro sentimiento de proximidad y nuestra solidaridad con el pueblo hebreo,
quienes son nuestros hermanos mayores. Recemos a Dios para que la memoria del pasado,
de los pecados del pasado, nos ayude a seguir siendo vigilantes ante toda forma
de odio y de intolerancia", recomendó a los 60 mil fieles reunidos en la
plaza bajo un cielo gris.
Alemania
conmemora la "Noche de los Cristales Rotos", una serie de pogroms
contra los judíos hace 75 años, considerado una señal precursora de la
"solución final" puesta en obra contra los judíos de Europa, la mayor
tragedia del siglo XX.
En
esa noche y el día siguiente, se saquearon comercios propiedad de judíos, se
incendiaron sinagogas y fueron detenidos y deportados 30 mil hombres. Estas
violencias dejaron 90 muertos entre la población judía alemana.
Jorge
Mario Bergoglio siempre mantuvo relaciones muy cercanas con la comunidad judía
argentina. Desde el documento aprobado por el Concilio Vaticano II "Nostra
Aetate", sobre el respeto hacia las otras religiones; "la enseñanza
del desprecio" vehiculada por un antiguo antisemitismo cristiano no tiene
cabida en los postulados evangélicos de nuestra fe.
El
martes 12 de noviembre, un grupo pseudo católico con nostalgias medievales y
fascistoides trataron de impedir a los gritos y con insultos que se conmemore una
ceremonia ecuménica en la catedral porteña el 75ª aniversario de la Noche de los Cristales Rotos,
considerada el inicio del Holocausto judío perpetrado por el nazismo.
Según
testigos del incidente, cuando el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli,
intentó comenzar la liturgia, de la que participaban representantes de la
comunidad judía y otras iglesias cristianas, un grupo ultrafascista se puso de
pie y comenzó a rezar a los gritos para impedir la ceremonia.
Los
manifestantes repartieron volantes con la leyenda "fuera adoradores de
dioses falsos del templo santo" y en los que se advertía que "los
pastores que llevan a los hombres a confundir el dios verdadero con dioses
falsos son lobos" (léase Bergoglio y todos los sacerdotes y obispos
postconciliares).
El
accionar intolerante del grupo, compuesto en su mayoría por jóvenes, generó de
inmediato el repudio de las autoridades diplomáticas, funcionarios y
representantes de la comunidad judía presentes en la catedral, así como de
miembros de organizaciones de derechos humanos y de los credos cristianos.
Varios
de los presentes forcejearon con los integrantes de ese grupo para que se
retiren del templo, cosa que hicieron cuando ingresó la Policía Federal.
Uno
de los que repudiaron enfáticamente lo ocurrido fue el titular de la Delegación de Instituciones
Israelitas Argentinas (DAIA), Julio Schlosser, quien participaba de la ceremonia.
"Venimos trabajando por una comunidad en la que todos podamos vivir en
paz", afirmó el dirigente al cuestionar esas actitudes filonazis que
ofendieron a "sobrevivientes de la
Shoá " (Holocausto) que estaban en el templo y a toda la
comunidad judía. En ese grupo había
"tres sacerdotes por lo menos", dijo, que ingresaron antes de las
19 y que él pudo ver mientras estaba sentado junto al nuncio apostólico,
monseñor Emil Paul Tscherrig.
"Es
grave, mucho más grave que una noticia periodística", afirmó Schlosser,
que instó a "rechazar y repudiar" este tipo de expresiones y
agradeció las palabras de desagravio cuando Poli dijo "hermanos judíos,
esta es su casa, su presencia no profana nada".
"Esto
no puede quedar así. Debe servirnos de aviso porque, más allá de que recordamos
la Noche de los
Cristales", la Shoá
comenzó "mucho antes, con panfletos como estos", alertó Schlosser.
Monseñor
Poli y el rabino Abraham Skorka, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano,
estuvieron a cargo del acto litúrgico, organizado por la Comisión de Ecumenismo y
Diálogo Interreligioso y la
B-nai B-rith Argentina, en el que se leyeron textos
condenatorios del genocidio.
HISTORIA DE UNA INFAMIA
A
los judíos los persiguieron y masacraron durante mil setecientos años, desde
que la Institución
católica empezó a mandar en calidad de concubina del Imperio Romano, con el
pretexto de que habían crucificado a Cristo.
Desde
el código de Justiniano a los judíos de Roma se les consideró una raza inferior
de la que había que sospechar y se les excluyó de toda función pública.
La
bula del papa Pablo IV instituyó formalmente el gueto. A los cinco mil judíos
de Roma les asignaron entonces una zona palúdica a la orilla del Tíber, un
espacio de unos cuantos centenares de metros que inundaba el río, y allí los
hacinaron. Las siete sinagogas de la ciudad las destruyeron, y destruyeron las
dieciocho de Campania. Otros guetos siguieron de inmediato al de Roma en
Venecia y en Bolonia. En Ancona quemaron vivos a veinticuatro. Poco después,
avanzando por el camino señalado por Pablo IV, Pío V simple y llanamente
expulsó a todos los judíos de los Estados Pontificios dejando tan sólo a los de
Roma y Ancona.
Cuando
coronaban a los papas en la
Edad Media como soberanos religiosos y civiles de Roma, los
judíos de la ciudad les mandaban una delegación para rendirles homenaje, a lo
que ellos, con altivez, contestaban: “Legum probo, sed improbo gentium”:
(Apruebo laley pero no la raza). Luego se hizo costumbre que los rabinos de
Roma les ofrecieran ese día una lujosa copia del Pentateuco y entonces
contestaban: “Confirmamus sed nonconsentimus” (Ratificamos pero no consentimos).
Estas respuestas distantes resumen la actitud de los papas ante sus más
despreciados súbditos, cuya religión y raza rechazaban.
Cuando
Benedicto XIV “Beatus Andreas” canonizó al niño mártir Andreas, del pueblo de
Rinn, Innsbruck, "asesinado cruelmente en 1462 antes de cumplir los tres
años por los judíos, que odian la fe cristiana", según dice la bula; se
sumó a la del niño Simón de Trento por Sixto V, por lo que Benedicto XIV
convertía a Andreas de Rinn en el nuevo símbolo de los niños cristianos
asesinados, según los "libelos de sangre", por los mismos asesinos de
Cristo durante sus sacrificios rituales en Norwich, en Blois, en Lincoln, en Munich,
en Berna, etc., con las consiguientes masacres de judíos en todas esas
ciudades. Y sin embargo una investigación encargada por el mismo Benedicto XIV
al relator del Santo Oficio Lorenzo Gananelli (el futuro Clemente XIV) había
determinado que salvo los casos de Andreas de Rinn y Simón de Trento, que se
daban por verdaderos, las demás acusaciones de los libelos de sangre no tenían
fundamento. Por el crimen del niño Simón durante la Semana Santa de 1475
numerosos judíos de Trento fueron acusados de matarlo, sacarle la sangre y celebrar
con ella la pascua judía; como consecuencia de esto los torturaron y quemaron a
quince.
En
1965, a
raíz del Concilio Vaticano II, se volvió a investigar el caso de Simón de
Trento, se reabrieron las actas del proceso de su canonización que resultó ser
un fraude, se suprimió su culto, se desmanteló el santuario que se le había
erigido desde el siglo XV, lo sacaron del calendario y se prohibió su devoción
para lo futuro. La veneración popular a Andreas de Rinn duró hasta 1985 cuando
el arzobispo de Innsbruck monseñor Reinhold Stecher dispuso el traslado del
cuerpo del niño de la capilla en que se encontraba desde el siglo XVII al
cementerio. En 1994, el mismo prelado abolió oficialmente su culto, si bien su
tumba siguió siendo objeto de peregrinaje.
A
que los judíos mataban niños cristianos para sacarles la sangre le sumaron la
de que clavaban la hostia, el cuerpo transubstanciado de Cristo, a quien
volvían a crucificar una y otra vez. Y así, bendecida cuando no azuzada por curas,
obispos y papas, la hordas de fanáticos “católicos” se entregó con esta nueva
calumnia a nuevas masacres de sus tradicionales víctimas: en 1298 en Nuremberg
mataron a seiscientos veintiocho; en 1337 quemaron a los de Daggendorf; en 1370
masacraron a los de Bruselas y se siguieron con todos los de Bélgica; en 1453
en Breslau quemaron a cuarenta y uno; en 1492 en Mecklenburg quemaron a
veintisiete; en 1510 en Berlín a treinta y ocho. Ejemplos éstos de un centenar
de masacres que con el pretexto de la hostia clavada se prolongaron hasta la de
Nancy en 1761. Todavía no hace mucho en la catedral de Bruselasse exhibían
dieciocho cuadros de judíos clavando hostias que sangraban. Y cuando en 1350 la
peste negra devastaba a Europa, las turbas cristianas de Suiza y Alemania
encontraron un motivo más para quemar, estrangular y ahogar a los judíos por
millares acusándolos de haberla causado y de envenenar los pozos.
En
julio de 1555, sin haber cumplido siquiera dos meses como papa, Pablo IV
promulgó su bula Cum nimis absurdum, que empieza: "Porque es absurdo e
inconveniente en grado máximo que los judíos, que por su propia culpa han sido
condenados por Dios a la esclavitud eterna (Cum nimis absurdum et in-convenien
sexistat ut iudaei, quos propna culpa perpetuae servituti submisit), con la
excusa de que los protege el amor cristiano puedan ser tolerados hasta el punto
de que vivan entre nosotros y nos muestren tal ingratitud que ultrajan nuestra
misericordia pretendiendo el dominio en vez de la sumisión, y porque hemos
sabido que en Roma y otros lugares sometidos a nuestra Sacra Iglesia Romana su
insolencia ha llegado a tanto que se atreven no sólo a vivir entre nosotros
sino en la proximidad de las iglesias y sin que nada los distinga en sus ropas
y que alquilen y compren y posean inmuebles en las calles principales y tomen
sirvientes cristianos y cometan otros numerosos delitos para vergüenza y
desprecio del nombre cristiano, nos hemos visto obligados a tomar las
siguientes provisiones..." y siguen las provisiones que son obvias dado el
preámbulo: confinar a los judíos en guetos que sólo podían tener una sinagoga;
obligarlos a venderles todas sus propiedades a los cristianos, a precios
irrisorios (ac bona immobilia, qua ad praesens possident, infra tempus eis per
ipsos magistratus praesignandum, christianis vendere); prohibirles la casi
totalidad de los oficios y profesiones empezando por la medicina (etqui ex eis
medici fuerint, etiam vocati et rogati, ad curam christianorum accedere aut
illiinteresse nequeant); prohibirles tener servidumbre cristiana y que las
mujeres cristianas les dieran el pecho a los recién nacidos judíos (nutrices
quoque seu ancillas aut aliasutriusque sexus servientes christianos habere, vel
eorum infantes per mulieres christianas lactari aut nutriri facere);
prohibirles jugar, comer, conversar y tener toda familiaridad con los
cristianos (seu cum ipsis christianis ludere aut comedere vel familiaritatemseu
conversationem habere nullatenus praesumant); prohibirles tener negocios fuera
delgueto; y obligarlos a llevar distintivos especiales en la ropa.
La
de Pablo IV es un buen compendio del medio centenar de bulas que a lo largo de
quinientos años promulgaron sus antecesores y sucesores para regular el trato
que se le debía dar a "la pérfida raza judía", entre las que se destacan
por su infamia la de Honorio III “Ad nostram noveritis audientiam” que los
obligaba a llevar un distintivo y les prohibía desempeñar puestos públicos; la
de Gregorio IX, “Sufficere debuerat perfidioe judoerum perfidia” que les
prohibía servidumbre cristiana; las de Inocencio IV “Impia judeorum perfidia” y
de Clemente VIII “Cum Haebraeorum malitiaque” ordenaban quemar el Talmud; las
de Eugenio IV “Id nostram audientiam“ y de Calixto III “Si ad reprimendos” que
prohibían vivir con cristianos y ejercer puestos públicos; las de Pío V “Cum
nos nuper” que les prohibía tener propiedades y “Hebraeorum gensque” los
expulsaba de todos los estados pontificios excepto Roma y Ancona; la de
Clemente VIII “Cum saepe accidere”, la de Inocencio XIII “Ex injuncto nobis” y
la de Benedicto XIII “Aliasemanarunt” que les prohibían vender mercancías
nuevas (pero no ropa vieja, strazzaria).
Y
a las bulas hay que sumarles las decisiones de los concilios: concilios
generales como el Cuarto Laterano convocado por Inocencio III en 1215, o
locales como el de Vannes de 465, el de Agde de 506, el de Viena de 517, el de
Clermond de 535, el de Macon de 581, el de París de 615, etcétera, etcétera,
para atropellar en todas las formas posibles a los "asesinos de
Cristo".
Cuando
en julio de 1941 el régimen títere de Vichy al servicio de los nazis decretó la
expropiación en Francia de todas las empresas y propiedades en manos de judíos
y algunos prelados católicos protestaron, el presidente del gobierno, Laval, comentó
con sarcasmo que después de todo "las medidas antisemitas no constituían
nada nuevo para la Iglesia
pues los papas habían sido los primeros en obligar a los judíos a llevar un
gorro amarillo como distintivo". Varios obispos franceses colaboracionistas
y anti judíos se deslindaron de inmediato de esos prelados patriotas y en un
apurado telegrama declararon su fidelidad al régimen.
JuanXXIII
suprimió el adjetivo "pérfido" usado en la liturgia de Semana Santa
para designar a los judíos, y eso era a lo que más a que había llegado. No bien
murió Juan XXIII su sucesor Pablo VI volvió a aquello de los “pérfidos judíos”
que no habían querido reconocer en Jesús al Mesías que llevaban siglos
esperando y que lo habían calumniado y matado.
Y
en Auschwitz, donde los “cristianos” nazis asesinaron a novecientos sesenta mil
judíos, el teólogo Ratzinger devenido en Benedicto XVI preguntó: "¿Por qué
permitiste esto, Señor?" La respuesta es obvia: ¡por lo que les han hecho muchos
de tus predecesores a los judíos durante mil setecientos años".
Y
aquí le va una lista de los compatriotas obispos nazis:
El
obispo castrense Rarkowski, el clérigo militar alemán de más alto rango, que
ensalzaba a Hitler como "nuestro Führer, custodio y acrecentador del
Reich".
El
obispo Werthmann, vicario general del anterior y su suplente en el ejército.
El
arzobispo Jager de Paderhorn que fue capellán de división del Führer.
El
cardenal Wendel que fue el primer obispo castrense.
El
obispo Berning de Osnabruck que le mandó un ejemplar de su obra Iglesia
católica y etnia nacional alemana a Hitler "como signo de mi
veneración" y a quien Goering nombró miembro del Consejo de Estado de
Prusia.
El
obispo Buchberger de Regensburg que en la hoja episcopal de su diócesis
escribía que "el Führer y el gobierno han hecho todo cuanto es compatible
con la justicia, el derecho y el honor de nuestro pueblo para preservar la paz
de nuestra nación".
El
obispo Ehrenfried de Wirzburgo que decía: "Los soldados cumplen con su
deber para con el Führer y la patria con el máximo espíritu de sacrificio,
entregando por completo sus personas según mandan las Sagradas
Escrituras".
El
obispo Kaller de Ermland que en una carta pastoral exhortaba así a sus fieles: "Con
la ayuda de Dios pondréis vuestro máximo empeño por el Führer y el pueblo y cumpliréis
hasta el final con vuestro deber en defensa de nuestra querida patria".
El
obispo Machens de Hildesheim que los arengaba diciéndoles: "¡Cumplid con
vuestro deber frente al Führer, el pueblo, la patria! Cumplidlo, si es
necesario, exponiendo vuestras propias vidas", y le rogaba a Dios que les
"enviara su ángel" a las tropas nazis.
El
obispo Kumpfmüller de Ausgburgo que ante el atropello hitleriano contra Europa
declaraba que "El cristiano permanece fiel a la bandera que ha jurado obedecer
pase lo que pase".
El
obispo Wienkens que representaba al episcopado alemán ante el Ministerio de
Propaganda nazi.
El
obispo Preysing de Berlín que firmaba las cartas conjuntas de sus cofrades
aprobando a Hitler.
El
obispo Frings (luego cardenal de Colonia) que como presidente de la Conferencia Episcopal
Alemana exigía dar hasta la última gota de sangre por el Führer.
El
obispo Hudal que le dedicó su libro Nacionalsocialismo e Iglesia a Hitler como
"al Sigfrido de la esperanza y la grandeza alemanas", y que tras la
derrota de los nazis ayudó a fugarse al Brasil a F. Sangel, acusado de cuatrocientos
mil asesinatos en el campo de concentración de Treblinka, consiguiéndole dinero
y documentos falsos. El arzobispo de Freiburg Grober, patrocinador de las SS,
que abogaba por el necesario "espacio vital" para Alemania; que
aportaba dinero de su arquidiócesis para la guerra; y que escribió diecisiete
cartas pastorales para ser leídas desde los púlpitos, exhortando a la
abnegación y al arrojo.
El
arzobispo Kolb de Bambergque predicaba que "cuando combaten ejércitos de
soldados debe haber un ejército de sacerdotes que los secunden rezando en la
retaguardia".
El
cardenal y conde von Galen, el "león de Münster", que saludó a la Wehrmacht como
"protectora y símbolo del honor y el derecho alemanes" y que escribía
en la Gaceta
eclesiástica de su región: "Son ellos, los ingleses, los que nos han
declarado la guerra. Y después nuestro Führer les ha ofrecido la paz, incluso
dos veces, pero ellos la han rechazado desdeñosamente".
El
cardenal Bertram de Beslau, presidente de la conferencia episcopal, que
"por encargo de los obispos de Alemania" le enviaba este telegrama a
Hitler: "El hecho grandioso del afianzamiento de la paz entre los pueblos
sirve de motivo al obispado alemán para expresar su felicitación y gratitud del
modo más respetuoso y ordenar que el próximo domingo se proceda a un solemne
repique de campanas".
El
cardenal Schulte de Colonia que escribía en una carta pastoral:" ¿No
debemos acaso ayudar a todos nuestros valientes en el campo de batalla con nuestra
fiel oración cotidiana?"
El
cardenal Faulhaber, "el león de Munich", que en 1933 llamaba a Pío XI
el mejor amigo de los nazis, que en 1934 le prohibía a la Conferencia Mundial
Judía que mencionara siquiera su nombre a propósito de una supuesta defensa
suya de los judíos, una "afirmación delirante"; que fue obispo castrense
antes de ponerse al frente del episcopado bávaro; y que mandaba rezar por
Hitler y le hacía repicar las campanas: tras el fallido atentado contra éste
ofreció una misa solemne en acción de gracias en la iglesia de Nuestra Señora
de Munich y junto con todos los obispos de Bavaria le mandó una carta
felicitándolo por haberse salvado. Discípulo aventajado de la Institución católica que
se acuesta con el que gane, este "león de Munich" fue antinazi antes
de 1933, nazi visceral entre 1933 y 1945, y antinazi indignado después de 1945.
Que
fue ni más ni menos el comportamiento del episcopado austríaco cuando el
Anschlus: el cardenal Innitzer, el arzobispo Waitz y los obispos Hefter,
Pawlikowski, Gfóllner y Memelauer se pasaron en bloque a Hitler y firmaron una
proclama aprobando la anexión de su país al Reich alemán y exhortando a sus
fieles a apoyar el régimen nazi. Y cuando Hitler entró a Austria lo recibieron
con repique de campanas y cruces gamadas colgando de las iglesias vienesas.
En
el campo de concentración de Treblinka los nazis mataron entre setecientos mil
y ochocientos mil judíos. Allí murió con ellos el padre Sangel, un sacerdote
católico que tuvo el valor de enfrentárseles a los verdugos nazis poniéndole el
cuerpo al Evangelio, lo que les faltó a Pío XII y sus obispos alemanes y
austríacos entre otros.
Hitler
y todo su aparato asesino y fanático no surgió en la Historia por generación espontánea:
la Institución
católica ha tenido una enorme responsabilidad en ello.
En
Argentina, un huevo de la misma serpiente alcanzó su madurez en los años de
plomo haciendo las mayores atrocidades en nombre de Dios y la Patria.
En
el jubilieo del año 2000, Juan Pablo II ha perdido perdón, entre muchas otras
cosas, por las complicidades de la institución católica en el holocausto judío.
El
Episcopado Argentino, como cuerpo colegiado, todavía está en deuda con las
complicidades intergeneracionales con sus pares de aquella época.
El
martes 12 de noviembre, las crías de aquella serpiente con el sabor del veneno
en su lengua bífida, cantaron en la catedral porteña.