Estimado Pastor nuestro:
Con toda humildad y respeto por el ministerio que le ha sido confiado me dirijo a Ud. con el fin de hacerle llegar mis inquietudes con respecto al comunicado que se publicó en el sitio oficial de internet del Arzobispado (www.delrosario.org.ar) en el que se cuestionó los conceptos vertidos por el sacerdote Ignacio Peries en su programa televisivo "Huellas de Navidad" emitido por Canal 3 de Rosario el pasado 25 de diciembre, donde dicho sacerdote definió a la familia como "una comunidad que se forma con distintas personas para convivir y compartir la vida"; donde, antes de comenzar amenas charlas con parejas del mismo sexo, este sacerdote había remarcado: “mi intención es a través de ustedes hacer conocer los sentimientos de dos personas que aman, conviven y comparten como cualquier otro ser humano".
Al igual que las “consultas y pedidos de aclaración
que le habrían llegado por parte de algunos fieles”, siendo yo tan iglesia como
aquellos o como cualquiera de sus ministros -y dado que me asisten las luces
del Espíritu (único jefe de la Iglesia “que sopla donde quiere”; Jn 3, 8)-
quizás en la comunidad de la asamblea (que es lo que significa “iglesia”)
podamos ejercer el profetismo al que somos llamados, y entre todos demos luz al
tema que “ha llamado profundamente la atención y causado desorientación” a una
parte de nuestros hermanos en la fe.
No le será ajeno que tanto los textos bíblicos como
la tradición de la iglesia necesitan de exégesis (interpretación del texto en
su contexto) y que son “palabra viva” -como nos cansamos de afirmar- ya que
lejos de ser una pieza de arqueología son enseñanzas para todos los tiempos. Y
el marco normativo de nuestra fe cristiana y clave de interpretación para todo
esto es lo que dijo e hizo Jesús de Nazaret.
Los biblistas coinciden en que no existe registro
alguno de palabras de Jesús sobre la homosexualidad, ni en los Evangelios
canónicos ni en los “apócrifos”. Esto parece ser un hecho revelador que
implicaría que Jesús y sus evangelistas no tenían nada en particular que decir
sobre el tema, y que la homosexualidad no era un asunto que preocupara a la
naciente Iglesia. Pero muchos coinciden en que tenemos una evidencia de que
Jesús se encontró con una pareja homosexual masculina durante su ministerio. ¿Y
cómo actuó Jesús? Si lo que hizo Jesús es el espejo en donde mirar para actuar
nosotros quizás sería importante detenerse en este pasaje evangélico.
El Evangelio de Mateo cuenta que al entrar Jesús en
Cafarnaúm, se le acercó un centurión (jefe de 100 soldados romanos), que le
rogó diciendo: “Señor, mi pais (joven amante) está postrado en casa,
paralítico, gravemente afligido”. Jesús le dijo: ”Yo iré y le curaré”. Pero el
centurión le dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente
di la palabra y mi siervo sanará (...). Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a
los que lo seguían: “En verdad les digo, que ni aun en Israel he hallado tanta
fe” (...). Entonces Jesús dijo al centurión: “Vete, y que se haga según tu fe”.
Y su pais (joven amante) quedó sano en aquella misma hora (Mt 8, 5-12).
Es el mismo pasaje que repiten los fieles católicos en cada misa antes de
recibir la común-unión con la comunidad y Cristo.
Este relato con algunas diferencias también se
encuentra en el Evangelio de Lucas (7, 1-10) y en el de Juan (4, 46-54). Así,
como la palabra pais puede resultar escandalosa, el texto posterior
paralelo de Juan la modifica y pone huios (hijo); con lo que tiene que
cambiar parte de la escena, porque los soldados no podían vivir con la familia
ni cuidar sus hijos hasta después de licenciarse. También en Lucas quiere
eludir complicaciones y presenta a ese pais como doulos (criado)
al servicio de centurión; con lo que ha pretendido resolver el problema, pero
ha creado un texto poco verosímil ya que no era de uso y costumbre que un
soldado se preocupara así de un criado.
Es de concluir (resumiendo mucho), que la exégesis
más obvia del texto es que el centurión dentro de su contexto militar de
frontera (Cafarnaúm) fue a pedir sanación para su pais (amante). Como
era costumbre en los cuarteles (donde los soldados no podían convivir con una
esposa, ni tener familia propia), este oficial tenía un criado-amante,
presumiblemente más joven, que le servía de asistente y pareja sexual. Así, lo
más sencillo y normal es que haya sido un amante homosexual.
Y Jesús -que lejos de ser un moralista era un Mesías
capaz de comprender el amor de los hombres, sea de la forma que fuere- hizo lo
que hacía siempre: se puso con compasión del lado del más débil y necesitado;
escuchó al soldado que le pidió por su amante y se dispuso a ir hasta su
casa-cuartel (bajo su techo), para compartir su dolor y ayudarle. Hubiera ido,
pero el oficial no quiso que se arriesgue, pues ello podría causarle problemas:
no estaba bien visto ir al cuartel de un ejército odiado para mediar entre dos
homosexuales; por eso le suplica que no vaya: le basta con que se apiade de su
dolor y diga una palabra, pues él sabe lo que vale la palabra. Jesús respeta
las razones del oficial, acepta su fe y le ofrece su palabra. El resto de la
historia ya se sabe: Jesús cura al siervo-amigo homosexual y presenta a su
amigo-centurión como signo de fe y de salvación, sin decirles lo que deberán
hacer mañana. Es evidente que no exige, ni quiere, que rompan su amor, sino que
lo vivan en clave de fe y amor al Reino.
Decía que Jesús no fue un moralista pero se
desprende de los Evangelios su infinita ética. Me gustaría detenerme en este
punto porque a algunos de mis hermanos esta afirmación puede resultarles
escandalosa y no es esa mi intención al compartir estas líneas. Ética y moral
no son sinónimos. La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de
fondo, principios y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona
es ética cuando se orienta por principios y convicciones. La moral forma parte
de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan
por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra
conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser
cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres)
pero no necesariamente ética (obedece a principios). Es por esto que, me
parece, ya en el siglo XXI, el magisterio de la institución católica a la que
hace referencia debe ser revisado para poner su moral al servicio del Reino. Y
discúlpeme si no lo nombro como “magisterio de la iglesia”, ya que iglesia es
la comunidad de todos los bautizados y, por el “clericalismo” que el mismo Papa
Francisco critica, la mayoría del Pueblo de Dios no tenemos voz en la
confección de su catecismo, como lo fue durante los primeros siglos de esa
iglesia heredera directa de Jesús de Nazaret y sus discípulos, donde no existía
el clero como lo conocemos hoy.
La diferencia es un hecho y la igualdad un derecho.
La desigualdad resulta una violación de la igual dignidad que todos los humanos
tenemos por el hecho de ser coincidentes en lo que a todos nos iguala: todos
somos humanos. En nuestra cultura, junto a las familias-matrimonio, se dan las
familias-pareja (cohabitación de uniones libres), que dan origen a la familia
consensual no conyugal. La introducción del divorcio ha dado lugar a familias
uniparentales (la madre o el padre con los hijos/as) o multiparentales (con
hijos/as provenientes de matrimonios anteriores) y también uniones entre
homosexuales (hombres o mujeres). Creo que una actitud cristiana evangélica es
que si en todas estas formas existe amor -y no hay por qué dudar de ello-,
entonces estamos ante algo que está bendito por Dios, que es amor y bondad. En
palabras del obispo Jerónimo Podestá: “la intimidad sexual ha sido creada por
Dios para la plenitud personal y el elemento fundamental para juzgarlas es si
éstas son producto y expresión de un amor maduro”.
Juan Pablo II en la Carta Apostólica Familiaris
Consortio (1981) y en la Carta a las familias (1994) enseña que la familia es
“una comunidad de personas fundada sobre el amor y animada por el amor... un
conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad /
maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales cada persona humana es
introducida en la familia humana”. Se desprende entonces que el núcleo utópico
e inmutable de la familia es el amor, el afecto, el cuidado de uno para con
otro y la voluntad de estar juntos, estando la pareja abierta a la procreación,
cuando es posible, o, al menos, abierta al cuidado de todas las formas de vida,
que es un modo también de realizar la fecundidad. Este núcleo debe poder
realizarse en variadas formas concretas de convivencia. Todos viven de la
voluntad de encontrar y vivir el amor; sueñan poder realizarse a dúo y ser
mínimamente felices. Sin ese motor, la vida humana sería menos humana y
perdería sentido, a pesar de todas las dificultades, deformaciones y
frustraciones. Por lo menos es lo que he interpretado en clave de Evangelio, de
la experiencia de mi vida de laico con vocación conyugal.
Sin embargo, desde los 9 años que he militado como
aspirante en las filas de la Acción Católica, la institución me ha enseñado
serias reservas por la palabra “placer” y si se trataba de “placer sexual”,
tenebrosas sospechas. En realidad, dentro de sus paredes me educaron más para
la renuncia que para la alegre celebración de la vida. Tanto es así, que el catecismo católico dice que la sexualidad
(sólo) está ordenada al amor conyugal (Nº 2360), amenaza con la
condenación eterna a un adolescente que se masturba, a los novios que tienen
relaciones sexuales prematrimoniales, a los matrimonios que utilizan
preservativos e invita jovialmente a las parejas homosexuales a convivir pero
sin tener intimidad carnal, demostrando así un divorcio evidente en tiempo y
espacio con el mundo biológico, histórico y social que, de este modo
irracional, mal pretende guiar. La misma institución que, por sus escándalos de
pederastia, ha hecho méritos
sobrados para desacreditar su propio juicio moral.
Quizás deberíamos contextualizar las doctrinas como
la de San Agustín (354-430) -de enorme influencia sobre toda la Iglesia Romana-
quien en sus soliloquios confiesa: “En cuanto a mí, pienso que las
relaciones sexuales deben ser radicalmente evitadas. Estimo que nada envilece
tanto el espíritu de un hombre como las caricias sensuales de una mujer y las
relaciones corporales que forman parte del matrimonio”.
¿Puede
hoy una Iglesia que afirma el amor humano asumir tal doctrina?
Y si la objeción a los matrimonios homosexuales que
tiene la institución católica es la genitalidad (el propio Benito XVI ha dicho
que no se opone a las parejas homosexuales a condición de que no tengan
relaciones carnales) me parece entonces que el fondo del problema está en saber
si lo esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de
ser, consiste en el instinto que une al macho y a la hembra para procrear, de
manera que así sea posible que sigan naciendo hijos y no se acabe la especie
-orden divina dada hace unos 40000 años a los primeros habitantes de una
despoblada tierra, y escrita hace 2700 años en el Génesis-, o si, más bien, lo
esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de ser, no
se limita a la facultad de procrear, sino que -eso supuesto- lo que caracteriza
al sexo, entre los humanos, es la entrega de una persona a otra, la entrega
mutua que así expresa y comunica el amor propiamente humano.
En cualquier caso, lo que parece no admitir
discusión es que, si se prefiere la primera solución, en ese supuesto se tiene
una idea de la sexualidad humana que poco se distingue del mero instinto
animal; ya que, de ser eso así, el amor y la entrega entre las personas no es
el culmen y la plenitud, sino una fuerza que atrae a los machos y a las hembras
para unirse y copular para tener crías y que así la vida humana no se acabe en
este mundo, por más que la tendencia sea la de una desastrosa superpoblación
que amenace finalmente con agotar al planeta.
La moral católica ha dicho siempre que lo central es
el amor. Pero con tal que sea un amor abierto a la procreación. Con lo cual, lo
que en realidad se está diciendo es que lo que nunca puede faltar es la
posibilidad de procrear, por más que falte el amor, como de hecho ocurre en
tantas familias, en las que se cumplen todos los requisitos de los códigos
religiosos, pero las personas no se quieren y a duras penas se soportan. O sea,
se antepone la posibilidad de procrear legalmente al amor, por muy fuerte que
éste sea. Por extensión, la familia modelo sería entonces la de heterosexuales
legalmente casados por civil y cumplidoras del sacramento religioso y de todos
los preceptos canónicos. Se da entonces la paradoja que, para el magisterio de
la institución católica, es más moral y digno de comunión y misa diaria un
hetero ultracatólico, ex presidente y genocida como lo fue Jorge Rafael Videla.
Sabemos como principio básico de teología que
nuestro Dios opta por los pobres. La definición teológica más exacta de pobres
es la de “injusticiados”. Así son pobres las mujeres en una sociedad machista,
los obreros explotados, los aborígenes saqueados en sus derechos, los
ciudadanos privados en su libertad en países totalitarios, los niños
maltratados, ¡y los homosexuales en una sociedad que los discrimina! Por
consiguiente, si hay que decir algo de Dios con respecto a ellos, no es
justamente que los condena por sus preferencias sexuales, sino que, dada la
hostilidad que les presentan sectores reaccionarios y que rápidamente deriva en
injusticia, Dios opta amorosamente por ellos y en contra de estos otros.
No pretenden estas humildes líneas ser la verdad
revelada ni mucho menos. Son reflexiones que quieren buscar la verdad a partir
del pequeño haz de luz que el Espíritu nos infunde a cada uno para que en
comunidad / asamblea (iglesia) podamos encontrar la voluntad del Dios de la
vida en el que creemos, haciendo realidad la máxima de Jesús de Nazaret “amar
al prójimo como a nosotros mismos”. La verdad en la fe nos necesita a todos,
todas las voces, ya que cada cabeza piensa a partir de donde sus pies pisan y todo
punto de vista no es sino la vista desde un solo punto. Y necesitamos
desesperadamente todos los puntos de vista, aunque haya que “hacer lío” dentro
de nuestras comunidades como nos pidiera Francisco.
Cada cual es libre para defender la idea que le dicte
su conciencia, su confesor o su catequista. Con la salvedad de que nunca una
idea sea más importante que una persona. Y menos aún que, por una idea, se
humille y se amargue la vida a otros. ¡Y mucho menos que esto
se haga en nombre de Dios!
Fraternalmente
Gabriel Andrade