Dentro de la institución iglesia, la palabra “placer” suscita preocupaciones y, si se trata de “placer sexual”, tenebrosas sospechas. Esta institución durante siglos ha educado más para la renuncia que para la alegre celebración de la vida. Subvertir esto implica que muchos hombres y mujeres desoigan disposiciones canónicas, sanciones y prohibiciones que no tienen otro fundamento que el de la ideología de dominación social alimentada por las más altas esferas de la institución.
En el combate en que los cuerpos perdieron la batalla contra el espíritu la primera víctima fue el derecho humano a una sexualidad plena, menospreciado por ese pensamiento griego que influyó en el cristianismo primitivo, de la dicotomía cuerpo-espíritu con la consiguiente asociación del cuerpo a lo impuro y del espíritu a lo puro, en contra de la Encarnación de Dios y de la teología cristiana marcada por la imagen de un Dios creador "comenzando" en el cuerpo humano.
"Las iglesias, en general, prefieren una antropología de la igualdad verbal, pero de cuño eminentemente patriarcal y jerárquico (...). No es por casualidad que la dirección de la Iglesia está en manos de los célibes, a veces de apariencia desexualizada, hombres, cerrando el espacio para la mujer". (Ivone Guevara).
Pero no siempre fue así. Como contara Leonardo Boff, dentro de la misma Iglesia hay tradiciones y doctrinas que ven en el placer y en la sexualidad una manifestación de la creación de Dios, una chispa de lo Divino, una participación en el propio ser de Dios. Esta línea se liga a la tradición bíblica que ve con naturalidad y hasta con entusiasmo el amor entre dos personas, con toda su carga erótica, como plásticamente lo describe en la Biblia el Cantar de los Cantares, con senos, labios, vulvas y besos.
Sin embargo, en la cristiandad predominó la negativa a esta línea de pensamiento a causa de la influencia que San Agustín de Hipona (354-430) ejerció sobre toda la Iglesia Romana, ayudada por la base sociocultural que permitió esta incorporación. Se lee en sus Soliloquios: “estimo que nada envilece tanto el espíritu de un hombre como las caricias sensuales de una mujer y las relaciones corporales que forman parte del matrimonio”.
¿Puede una Iglesia que afirma el amor humano asumir tal doctrina?
Pero esta ideología, por más incisiva que sea, no tiene fuerza suficiente para reprimir el placer sexual, ya que éste nace del propio misterio de la creación de Dios y, quiera la Iglesia-institución o no, siempre hará valer sus reclamos.
Para ilustrar la tradición positiva de la sexualidad dentro de la iglesia-comunidad cabe citar aquí una manifestación que perduró en ella por más de mil años conocida con el nombre de risus paschalis (risa pascual). Representa la presencia del placer sexual en el espacio de lo sagrado, en la celebración de la mayor fiesta cristiana: la Pascua. Se trata del siguiente hecho: para resaltar la explosión de alegría de la Pascua en contraposición a la tristeza de la Cuaresma, el sacerdote en la misa de la mañana de Pascua debía suscitar la risa en los fieles. Y lo hacía por todos los medios, pero sobre todo recurriendo al imaginario sexual. Contaba chistes subidos de tono, usaba expresiones eróticas y simulaba gestos obscenos, remedando relaciones sexuales. Y el pueblo reía y reía. Esta costumbre se encuentra ya en 852 en Reims, Francia, y fue extendiéndose por todo el Norte de Europa, Italia y España, hasta 1911 en Alemania. El celebrante asumía la cultura de los fieles en su forma más popular, plebeya y obscena. Para expresar la vida nueva inaugurada por la Resurrección -decía esta tradición- nada mejor que apelar a la fuente de donde nace la vida humana: la sexualidad con el placer que la acompaña.
Así entonces, partiendo de los cuerpos y de la sexualidad que este connota, es la manera de redimirlo al asumir en él la Creación como profundamente positiva y buena. "Es acoger el abrazo divinizante de la materia en el estremecimiento de los cuerpos, en sus intercambios energéticos, en el misterio que encierran, en la vida que buscan. Partir del cuerpo es redimir el cuerpo humano total: hombre y mujer; es lucha por su resurrección, por su vida, con las `armas´ de la vida”. (Ivone Guevara). A este respecto Monique Dumais, la teóloga canadiense, dice que "la sexualidad sigue siendo el lugar donde se ejerce esta reapropiación del cuerpo: nuestros cuerpos son necesariamente sexuados. Una comprensión positiva de la sexualidad, de la carne salvada en Jesús, implica una aceptación de las diferentes expresiones de la sexualidad, de las formas de comunicación y de la ternura del cuerpo.
Es en esta misma línea de pensamiento que la carta de las mujeres católicas en el Congreso Eucarístico Nacional de Argentina con motivo del Jubileo del Año 2000 se pronunciaba: “Hombres y mujeres somos seres humanos plenos, forjados a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto católicas y católicos reclamamos el reconocimiento de nuestra capacidad moral para definir y conducir nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestra sexualidad de manera autónoma, asumiendo el reto y la responsabilidad de este desafío. (...) Queremos así mismo el compromiso de nuestra Iglesia para que sean reconocidos nuestros derechos sexuales y reproductivos como parte inherente de los derechos humanos fundamentales. Esto implica aceptar como decisiones moralmente válidas, aquellas que tomamos desde la libertad de conciencia, garantizando el sexo seguro y protegido, el respeto a la diversidad sexual y el uso de métodos anticonceptivos seguros y eficaces para ejercer nuestra sexualidad con placer y responsabilidad. (...) Queremos una Iglesia, que frente al grave problema del VIH-SIDA, oriente su doctrina y práctica por la misericordia y la solidaridad, colaborando en su prevención, promoviendo el debate en torno al ejercicio de una sexualidad responsable, integrada al proyecto de vida, a la vez que reconozca el uso del preservativo como método efectivo para proteger la vida”.
Rubem Alves, el pastor teólogo brasileño, nos recuerda que Agustín -en “La ciudad de Dios”- dice que un pueblo es definido por el objeto de su deseo. Si uno quiere utilizar un lenguaje un poco más moderno, se podría utilizar lo erótico. Es una comunidad que celebra los mismos objetivos eróticos, la celebración del deseado. ¡El Reino de Dios para ser deseado tiene que ser erótico!
El 23 de abril de 1966, cuando el exhaustivo examen de la comisión pontificia de los 68 (teólogos, abogados, historiadores, sociólogos, médicos obstetras y padres de familia que asesoraban al Papa Pablo VI sobre natalidad) dio por abrumador resultado de 64 a 4 la legitimidad teológica, médica, legal y ética de los métodos anticonceptivos artificiales. Fue entonces cuando el cardenal Ottaviani (Secretario de la Suprema Congregación del Santo Oficio y uno de los cuatro disidentes) -más allá de no demostrar con ningún tipo de argumentos la validez de sus posiciones según las leyes de la naturaleza, ni citaron escrituras contundentes a su favor, ni revelaciones divinas- presionaran al sumo pontífice a fin de torcer las conclusiones de la comisión.
Días después, el jesuita norteamericano John Ford (otro de los cuatro disidentes) declaró que estaba en contacto directo con el Espíritu Santo y que había sido bajo esa vía divina por la cual había llegado a la verdadera y más profunda realidad (?).
Con semejantes argumentos, el cardenal Ottaviani -junto a la minoría de la curia romana como los cardenales Cicognani, Browne, Parente y Samoré- manipularon sabia y romanamente los acontecimientos de tal forma que, cuando esos otros 64 “extraviados” se encontraran lejos del Vaticano, desparramados por todo el mundo preparando conferencias e introducciones explicativas sobre los supuestos nuevos aires de control de la natalidad que soplarían la Iglesia Católica, se le presentara un nuevo informe más escueto que el original sobre la cuestión con ideología contraria.
De esta forma se pudo operar “sin influencias perniciosas” y convencer al Papa de la traición que sería para la tradición de la iglesia aprobar el otro informe consensuado por esa mayoría, “producto de la degeneración del Concilio Vaticano II”.
Finalmente -como el asunto lo resolvería la decisión personal del Papa y ningún informe le era vinculante- el 25 de julio de 1968 salió publicada la encíclica Humanae Vitae donde se califica como ilícitos a los métodos anticonceptivos, aunque sin tener la categoría de "dogma de fe".
Quedó impuesto entonces, que el único método consentido es el sistema rítmico y -mejor aún- la ABS-TI-NEN-CIA. Así, millones de fieles en todo el mundo dejaron definitivamente toda obediencia y respeto por Roma. Una vez más, la iglesia se partió a la mitad.
Aunque es válido recordar, que durante ese tiempo, el Vaticano se siguió beneficiando de las ganancias derivadas de una de las muchas empresas que poseía: el Instituto Farmacológico Sereno, siendo uno de los productos elaborados de más venta la píldora anticonceptiva llamada Luteolas. Dinero y fe, como a muchos jerarcas católicos les agrada pensar, van por caminos separados...
Más tarde, en 1978, el teólogo suizo Hans Küng declararía antes del cónclave que entronaría a Juan Pablo I, que "la iglesia católica romana tiene y seguiría teniendo problemas sexuales mientras no se haga una revisión de la Humanae Vitae. Numerosos teólogos y obispos aceptarían de buen grado los métodos anticonceptivos. Lo importante es hacerse a la idea de que las reglas establecidas en el pasado por un Papa pueden ser luego corregidas por otro".
Varias fuentes cercanas a Albino Luciani confirman que a la cabeza de las reformas prioritarias elaboradas por Juan Pablo I, figuraba el deseo de alivianar los supuestos sufrimientos que vivía gran parte de la humanidad, especialmente el tercer mundo, precisamente a causa de la encíclica Humanae Vitae.
En los diez años posteriores a la encíclica, la población mundial había crecido en 750 millones de personas y para la misma fecha. más de 1000 niños menores de cinco años morían por desnutrición cada hora. Se recuerda entonces cuando el nuevo pontífice dijera su célebre frase del 19 de setiembre de 1978 a su tradicionalista secretario de estado Jean Villot: "Eminencia, ¿qué podemos saber de los deseos de las parejas casadas dos viejos célibes como nosotros?" Lamentablemente, Juan Pablo I ocupará el cargo de Pedro por sólo 33 días. Todos los indicios indican que la mezcla entre fe y dinero le fue letal en su aparato digestivo matando a, su hasta entonces, perfectamente saludable cuerpo...
En el posterior papado de Juan Pablo II la población mundial creció en 2500 millones de personas y la mayoría son indigentes que contradicen con su existencia todo resquicio de la humanidad y la dignidad que corresponden a los Hijos de Dios.
Es indiscutible que toda ley debe enmarcarse dentro de la moral que pertenezca a la sociedad que va dirigida. Dentro de esta sociedad, una de las mayores usinas de esta pretendida moral es la Institución Iglesia Católica.
También, toda ley, debería ser ética.
Ética y moral no son sinónimos. La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo, principios y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresa por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres) pero no necesariamente ética (obedece a principios).
En estas concepciones deben estar siempre presente lo utópico y lo concreto. Lo concreto son las cosas tal como están ahí. Lo utópico es lo que es virtual y posible en lo concreto, su referencia de valor nunca totalmente alcanzable, pero que tiene como función mantener a la intimidad sexual siempre abierta y perfectible, pero jamás cerrada ni estancada en alguna forma considerada como la única posible por muy buena que pretenda ser.
Parafraseando al teólogo Leonardo Boff, “la actitud cristiana más adecuada y no moralizante es: si en todas estas formas existe amor, entonces estamos ante algo que tiene que ver con Dios, que es amor y bondad. En este campo, lo que debe regir es el respeto y no los prejuicios”.
En palabras del obispo Jerónimo Podestá: "la intimidad sexual ha sido creada por Dios para la plenitud personal y el elemento fundamental para juzgarlas es si éstas son producto y expresión de un amor maduro".
Todos viven de la voluntad de encontrar y vivir el amor; sueñan poder realizarse a dúo y ser mínimamente felices. Sin ese motor, la vida humana sería menos humana y perdería sentido, a pesar de todas las dificultades, deformaciones y frustraciones.
Suele decirse que la Institución Iglesia Católica tiene fobia sexual y que trata los temas de la moral familiar y de la sexualidad con excesivo rigor. En realidad ha educado más para la renuncia que para la alegre celebración de la vida.
El catecismo católico dice que la sexualidad está “ordenada al amor conyugal” (Nº 2360). Es entonces cuando esta misma institución amenaza con la anacrónica condenación eterna en los sulfurosos fuegos del infierno a un adolescente que se masturba, a los novios que tienen relaciones sexuales prematrimoniales, a los matrimonios que utilizan preservativos e invita jovial y ridículamente a las parejas homosexuales a convivir pero sin tener intimidad carnal; demostrando así el divorcio en tiempo y espacio con el mundo biológico, histórico y social que mal pretende guiar. La misma institución que en palabras de sacerdote católico Padre José Ignacio González Faus "ha hecho méritos sobrados para desacreditar su propio juicio moral".
Junto con el eminente teólogo José María Castillo, nos parece que el fondo del problema está en saber si lo esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de ser, consiste en el instinto que une al macho y a la hembra para procrear, de manera que así sea posible que sigan naciendo hijos y no se acabe la especie -orden divina dada hace un millón años a los primeros habitantes de una despoblada tierra, y referenciada hace 3800 años en el Génesis- o si, más bien, lo esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de ser, no se limita a la facultad de procrear, sino que -eso supuesto- lo que caracteriza al sexo, entre los humanos es la entrega de una persona a otra, la entrega mutua que así expresa y comunica el amor propiamente humano.
En cualquier caso, lo que no admite discusión es que, si se prefiere la primera solución, en ese supuesto se tiene una idea de la sexualidad humana que poco se distingue del mero instinto animal; ya que, de ser eso así, el amor y la entrega entre las personas no es el culmen y la plenitud, sino una fuerza que atrae a los machos y a las hembras para unirse y copular para tener crías y que así la vida humana no se acabe en este mundo, por más que la tendencia sea de una desastrosa superpoblación que amenace finalmente con agotar al planeta.
La moral católica ha dicho siempre que lo central es el amor. Pero con tal que sea un amor abierto a la procreación. Con lo cual, lo que en realidad se está diciendo es que lo que nunca puede faltar es la posibilidad de procrear, por más que falte el amor, como de hecho ocurre en tantas familias en las que se cumplen todos los requisitos de los códigos religiosos, pero las personas no se quieren y a duras penas se soportan. O sea, se antepone la posibilidad de procrear legalmente al amor, por muy fuerte que éste sea.
Por extensión, la familia modelo sería entonces la de heterosexuales legalmente casados por civil y cumplidoras del sacramento religioso y de todos los preceptos canónicos. Se da la paradoja entonces que, para la Institución Iglesia Católica, es muy moral y digno de comunión y misa diaria un hetero ultracatólico, ex presidente de facto y genocida Jorge Rafael Videla!!!
Por supuesto, cada cual es libre para defender la idea que le dicte su conciencia, su confesor o su catequista. Con la salvedad de que nunca una idea sea más importante que una persona. Y menos aún que, por una idea, se humille y se amargue la vida a millones de personas. ¡Y mucho menos que para justificar esto se blasfeme tomando en vano el nombre de Dios!
Lo más grave de todo este tema es que el poder autoritario de la institución católica durante siglos y siglos se ha dedicado a poner en práctica su ley sin piedad, la ley del más fuerte, invocando para esto la voluntad y autoridad de Dios para actuar salvajemente. Por eso hay personas que, aunque sean contemporáneos nuestros, en realidad viven en tiempos antiguos y bárbaros. Son los que siguen pensando que los heterosexuales tienen más derechos que los homosexuales, los casados sacramentalmente más derecho que los que no lo son, los esposos más que los novios, parejas o amigos. Esto es lo que nos baja de la Institución Iglesia Católica, aunque en mucha menor medida de la Iglesia Comunidad compuesta de la totalidad de bautizados y anunciadores del Resucitado, incluidos muchos sacerdotes que en silencio o no tanto, desaprueban a la institución.
El Evangelio no es un recetario sobre cómo construir una sociedad, sino la adopción de un estilo personal de vida con unos valores para ofrecer libremente y compartir en la sociedad que nos ha tocado vivir. Y entre ellos está más que la tolerancia la misma aceptación de la diferencia y nunca la exclusión.
La contribución a una sociedad más justa y solidaria en el que se respete la dignidad de cada persona y se erradique la necesidad y la pobreza es la que está en el Evangelio, no un manual de genitalidad. Y la necesidad, en sus diversas variantes, y la pobreza, absoluta o relativa, sí que son causa de deterioro social y no, como creen tantos miopes, "los pecados personales contra la carne"...
Hay una idea "seudo divina" que, a muchas personas que se quieren, se les prohíbe el amor. O se le limita ese amor de tal manera que se intenta reducirlo a casi nada. En este asunto, como en tantos otros, siempre se ha impuesto la ley del más fuerte. También en esto, la diferencia se ha convertido en desigualdad. Es comprensible que estos “profesionales de la religión” defiendan sus ideas. Pero que no impidan que el legislador organice la convivencia de las personas de forma que todos tengamos los mismos derechos.
Héctor Aguer -titular de la Comisión Episcopal de Educación Católica y ultraconservador arzobispo de La Plata- publicó un notable texto en el que ataca ferozmente un documento elaborado por el Ministerio de Educación “Material de formación de formadores en educación sexual y prevención del VIH/Sida”. La nueva ley de educación sexual sancionada hace ya tres años –ley 26150 de octubre de 2006- impulsa una concepción integral de la sexualidad que se aleja de concepciones estrechas que entronizan la genitalidad y sus derivas. Sin renunciar a este aspecto, la nueva ley lo combina con otros sumamente cruciales: los socioculturales, los de salud y los de derechos humanos. Somos seres sexuados que interactuamos con otros seres sexuados. Por lo tanto, se trata de abordar la diferencia sexual demoliendo prejuicios basados en estereotipos o descalificaciones culturales, de manera de habilitar a todas las personas a labrarse su lugar en la sociedad, en base a sus capacidades e individualidades. Es por esto que la educación sexual es un contenido transversal presente en la escuela en todos los niveles y en todas las disciplinas.
Según el obispo, el Manual de formación de formadores en educación sexual y prevención de VIH/SIDA es “neomarxista”, “ateo”, ajeno “a la tradición nacional y a los sentimientos cristianos de la mayoría de nuestro pueblo” y, de conjunto, es “una imposición totalitaria del Estado”. El obispo denuncia que el Manual reivindica “el derecho a fornicar lo más temprano posible y sin olvidar el condón”. Está en contra, por ejemplo, de una visión constructivista de la sexualidad –opuesta al esencialismo biologicista y creacionista– que permita la inclusión de la perspectiva de género y de sexualidades minoritarias a la currícula. Para Aguer, esa posibilidad apunta a la “destrucción del orden familiar”, ya que la “gracia peculiar” de la mujer y su “genio” se constituyen a partir de su vocación maternal.
El mensaje del obispo platense incurre en una irresponsabilidad mayúscula cuando condena que se señale al uso del preservativo como medio de protección eficaz y como medio para enfrentar la amenaza del VIH –una pandemia en la que se juega la vida y la muerte–, tanto para hombres como para mujeres. “¿No sería más eficaz e indudablemente segura la abstinencia de relaciones sexuales prematuras e irresponsables?”, se pregunta el obispo.
La posición del obispo forma parte de una sistemática política de negación y tergiversación de los derechos sexuales, reproductivos y humanos consagrados constitucionalmente y respaldados por un extenso arco de tratados y convenios nacionales e internacionales en estas materias; en la que la corporación Iglesia Católica actúa como un poderoso agente de lobby y de intervención en estos campos, cercenando, retrasando y desarticulando el sentido fuertemente político y democrático de las reivindicaciones de los derechos sexuales de los ciudadanos, con argumentos discriminatorios, naturalizadores de prejuicios sexuales y de género y la criminalización de ciertos grupos e identidades sexuales, violando un derecho humano inalienable. La Iglesia católica reaccionó imponiendo sus condiciones y aprovechó para avanzar en su armado político y cultural. En primer término, bloqueó el tratamiento del tema. Cuando su salida se mostró inevitable, logró varios gobiernos provinciales tardaran en adherir al proyecto. Por último, y como instancia final, garantizó una ley a su medida. Como arma de combate, editó su propio libro de educación sexual. El texto legal establece, a modo genérico, el derecho de los alumnos a recibir educación sexual integral en los establecimientos educativos. La categoría “integral” implica que se entiende a la sexualidad como parte del ser humano y por lo tanto su tratamiento debe darse en todas las etapas y fases de la vida. La ley sólo formula lo que podríamos llamar declaraciones de principios, donde indica la necesidad de transmitir conocimientos pertinentes, precisos y confiables sobre los distintos aspectos de la sexualidad.
Al mismo tiempo se fomenta la promoción de conductas “responsables” para la prevención de problemas de salud sexual y/o reproductiva. En el artículo 5º se dispone que los contenidos de enseñanza deberán estar en consonancia con los “idearios” de cada comunidad educativa, punto tal que responde a las presiones políticas del clero y abre la puerta para que las escuelas religiosas elaboren sus propios proyectos por encima de los consensuados por los legisladores.
Así la Iglesia tomó la ofensiva editando su propio manual de educación sexual: Educación para el amor. Allí, se imparten las directivas educacionales a directivos, docentes y padres. El manual explica la cuestión como una forma positiva si va unida a los principios morales de la familia patriarcal jerárquica cristiana y destinada a la procreación. Para la juventud se pregona el pudor, la virginidad y la castidad. La concepción aparece como una obra de creación divina, mágica. Ella sería el primer objetivo primero de la mujer-madre tal como María, en tanto, “la femineidad se manifiesta y se revela hasta el fondo, mediante la maternidad” (p. 30 y 108). El rol de la mujer en la sociedad se subordina a mera parturienta. La única forma “normal” de familia es la patriarcal. Las otras formas son “no modélicas”, que el señor acoge sólo por su divina gracia y capacidad de perdón (p. 53-54 y 72). Es decir, los homosexuales deberían pasar su vida (y la eternidad posterior) en penitencia. El SIDA aparece en el mismo punto en el que se desarrolla la homosexualidad (p. 30), trazando una relación entre ambos. En relación a los métodos anticonceptivos, se presentan sus peligros en lugar de sus beneficios. Se avalan los métodos naturales, difíciles de llevar a cabo y de una efectividad dudosa.
La Iglesia propone así una visión mística del mundo y de la sexualidad. Se encarga de negar el carácter placentero del sexo y lo reduce a la procreación dentro de la familia patriarcal.
La institución católica tomó la ofensiva ideológica, como corporación cultural, elaborando los contenidos y las herramientas para difundirlo, algo que el gobierno no hizo revelando dos cuestiones. En primer lugar, al vitalidad de la Iglesia como partido político. En segundo, la debilidad del armado cultural educacional del estado.
Escrito todo esto, solo me queda admitir sentir un poco de vergüenza ajena y expresar a nuestra sociedad argentina el conocimiento de que no todos los cristianos, ni siquiera la mayoría, pensamos y vivimos como el grupo de poder seudocristiano dentro de la Institución Iglesia Católica.
Todos tenemos la misma dignidad en la diversidad de opiniones y opciones. Todos somos hijos de Dios y estamos llamado a su reinado de justicia aquí en la tierra. Todos merecemos el mismo respeto.
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