domingo, 22 de junio de 2014

FE Y DINERO - por Gabriel Andrade


Jesús era ya adulto cuando Antipas puso en circulación las monedas acuñadas en Tiberíades. Esta monetización supuso un progreso en el desarrollo de Galilea, pero no logró promover una sociedad más justa y equitativa. Si bien los ricos de las ciudades podían operar mejor en sus negocios ya que la monetización les permitía atesorar monedas de oro y plata (“mamona”, o sea, “dinero que da seguridad”) que les proporcionaban seguridad, honor y poder, los campesinos apenas podían hacerse con algunas monedas de cobre, de escaso valor por lo que era impensable atesorar “mamona” en una aldea. Subsistían apenas intercambiándose entre ellos sus modestos productos. Este “progreso” daba entonces más poder a los ricos y hundía en la pobreza un poco más a los pobres. Jesús diría más tarde refiriéndose a la imposibilidad de hacerse con la justicia del Reino de Dios desde la riqueza que “Ningún siervo puede servir a dos amos pues se dedicará a uno y no  hará caso del otro… No podéis servir a Dios y a Mamón” (Lc 16, 13 / Mt 6, 24).

La escala del dinero en tiempos de Jesús consistía en que 1 Talento = l00 minas; 1 Mina = 100 dracmas (o denarios) y 1 denario = 24 ases (considerado este monto el salario razonable para un día de trabajo). El pan necesario para un día costaba 2 ases (Judas “vendió” a Jesús por 30 denarios, o sea, 720 ases = a unos 360 kilos de pan. Si consideramos que, a la fecha de este escrito el kilo de pan en Argentina cuesta unos $20 se puede hacer el paralelo de que Jesús fue entregado por unos $7200; bastante menos que el sueldo básico de un colectivero...)

El estrato alto o rico de la sociedad se lo­calizaba sobre todo alrededor de la Corte, el culto, y un re­ducido núcleo de privilegiados, dadas las enormes riquezas y esplendor principesco que se generaban alrededor de éstos.
El rey judío Herodes EL Grande (reinaba sobre Palestina, Gadara e Hippos) le ingresaban anualmente y sólo de impuestos, unos 1000 talentos (10.000.000 de salarios). Estos ingresos, junto con la considerable fortuna personal de Herodes, eran con todo insuficiente para la cantidad de esclavos y de residencias que éste mantenía. Por eso confiscó a los nobles (matándolos si era preciso) y creó gran cantidad de impuestos que provocó la masiva venta de tierras. Esto llevó al latifundios, fomentó el desempleo y empujó a mucha gente a unirse al grupo armado de los zelotes, a emigrar al extranjero o a mendigar en Jerusalén.
La clase alta o rica, estaba compuesta por la aristocracia laica. Grandes comerciantes, grandes jefes del sistema de recaudación de impuestos (como Zaqueo) y los grandes terratenientes o dueños de fincas rústicas, de los que una mayoría vivía en Jerusalén. Vale señalar que el latifundio tenía un carácter casi blasfemo en un pueblo para el que la tradición señalaba que la tierra era propiedad de Yahvé;  pero que -en la práctica- la legislación judía del año jubilar había dejado cumplirse, hasta el punto de que algunos de los grandes terratenientes que compraban las tierras confiscadas por pago de impuestos eran miembros del Sanedrín (Consejo Nacional de Israel).
Sobre la nobleza sacerdotal o alto clero, además de sus ingresos particulares por profesiones civiles o por propiedades, percibían altas rentas regulares tanto del tesoro del Templo como del comercio de animales para los sacrificios. La riqueza de esta aristocracia sacerdotal era sorprendente en comparación con la situación casi miserable de los simples sacerdotes. Pero esta diferencia tampoco les bastó, puesto que en épocas difíciles los altos sacerdotes se atrevieron a enviar a sus siervos a apoderarse de los diezmos debidos al bajo clero, muriendo los más pobres de necesidad (como puede verse, el proceso de "creación de necesidades" tan típico de la riqueza injusta, no es algo privativo de nuestra civilización de consumo que lo único que ha hecho es masificarlo).
A su vez, el Templo era muy rico. Había en Jerusalén tanto oro que luego de la conquista y destrucción de la ciudad por los romanos, toda la provincia romana de Siria, a la que Jeru­salén pertenecía, se vio inundada por una oferta de oro tan gigantesca que la libra de oro bajó a la mitad de su precio.

Con el tema del dinero Jesús tuvo bien puestos los pies en la realidad y sabía que era necesario para vivir. Pero era conciente que su acumulación en manos de unos pocos era la causa de aquella sociedad basada en la injusticia y en la desigualdad en la que una mínima parte de su población se había apropiado de los bienes-dones que debían ser disfrutados por todos.
En la polémica que según el Evangelio de Juan se desarrolla entre Jesús y los dirigentes judíos durante la fiesta de los Tabernáculos (7,1-8,59), el evangelista menciona en el centro de la controversia el Tesoro del Templo (8,20), contraponiendo así a Jesús -el nuevo santuario de Dios (2,17; 7,37-39)- con el Tesoro -el santuario del templo idolátrico- donde se alojaba el dios y padre de los dirigentes judíos: la acumulación explotadora (2,14- 16).
Se ve así que esta lucha de Jesús por los valores del Reino no hizo de él un hombre “eclesiástico”, beato, religiosista, encerrado en los estrechos límites del los mandatos dogmáticos del templo. Al contrario, el Reino de Dios lo arrancó de las preocupaciones domésticas y familiares, lo sacó de Nazaret, de los planteamientos religiosos tan legalistas de su tiempo, de las limitadas perspectivas judías. El Reino de Dios lo condujo a la vida, a la profecía, a la plaza, a las masas, al dolor humano, a la historia, al conflicto público, a la confrontación con el Imperio y con el Templo. Todos los que hoy hablan del Reino de Dios pero que a la vez lo domestican hasta confinarlo a los límites de lo estrechamente eclesiástico o religiosista, no son más que aquellos fariseos y altos sacerdotes que Jesús criticaba.
También es de hacer notar que a pesar de sus advertencias y sus críticas, Jesús no era un asceta reticente a usar y disfrutar de los bienes creados. Al contrario, su conducta en este sentido fue de tal normalidad que resultó escandalosa para sus adversarios, que lo acusaron de mucho comer y muy bebedor (Mt 11,18-19).Tampoco fue un maniqueo que considera todo lo que tenía que ver con el dinero como intrínsecamente malo. De sus palabras se deduce que, para Él, el dinero es moralmente ambiguo: puede servir para lo bueno, como para lo malo; para ayudar a otros o para explotarlos; para compartirlo con los demás o para codiciarlo.
Lo que a Jesús le parece reprobable es el apego al dinero, por los efectos negativos que entraña y porque acaba haciendo de éste el ídolo a cuyo servicio se pone la vida humana (cita anterior; Mt 6,24 / Lc 16, 13).
Así, Jesús invita a que optemos por ser, no por tener; por la generosidad y el compartir, no por la ambición, la codicia o lo miserable; por el servi­cio y la solidaridad, no por el dominio de los otros, el egoísmo y la desigualdad; por situarnos al lado de los intereses de los pobres, no al lado de los poderosos; en definitiva, por la verdadera seguridad y riqueza, que se encuentra en Dios y no en el dinero. El ser humano se define por aquello que aprecia y todo el que haga del dinero un valor absoluto se apegará a él y será el dinero quien oriente su vida y marque su personalidad, y no la voluntad de Dios (Mt 6,19-21). Frente a la sociedad injusta, asentada en el dinero y la riqueza, Jesús propone un modo de vida distinto y alternativo, cimentado sobre los valores que Dios encarna y promueve, y que los evangelios llaman Reino o Reinado de Dios.

Con esto tenemos que Jesús en su vida pública no se predicó a sí mismo ni tan sólo habló de Dios. Jesús de Nazaret fue en su vida terrena un hombre con una CAUSA: la construcción del REINO DE DIOS la cual hizo el centro de su misión en la tierra -su programa político, diríamos ahora- y por la que fue difamado, perseguido, secuestrado, torturado y, finalmente, asesinado. Fue algo que caracterizó al ejemplo de praxis que tenemos en Jesús por sobre todas las cosas. Jesús no fue simplemente una buena persona, un ser humano sensible y solidario o un hombre santo. Jesús fue un luchador por una Causa, una persona consciente, que supo lo que quería y que se empeñó en conseguirlo hasta dejar la vida en este empeño. Un hombre con una utopía y una esperanza. Una persona con una Causa por la que vivir y por la que luchar. Esa Causa fue la “opción fundamental” de Jesús.
El hecho de que Jesús sea así nos revela que Dios es también así. Nos revela también que la Persona Humana Nueva revelada en Él es esencialmente así, y que, sin este rasgo, cualquier persona está lejos de acceder a la plenitud de las posibilidades de su ser “a imagen y semejanza” de su Creador. Sin la perspectiva del Reino de Dios es imposible conocer realmente a Jesús.
Jesús en esta causa especifica a los destinatarios (Lc 6,20; Mt 5,3.10), lo que supone que, o bien no es para todos, o que está destinado de un modo especial a determinadas personas. Por otra parte habla repetidamente de “entrar en el reino”, lo que presupone que es una dimensión a la que hay que acceder (Mt 5,20;7,21;23,13). En todos estos textos aparece que hay gente que ciertamente no va a entrar si no cambia radicalmente de actitud. Por lo tanto pide la conversión (etimológicamente “ir contra otra versión” - las del opresor) como actitud consecuente al creer en su propuesta (Mc 1,15). Las condiciones para “entrar” y los anuncios de que “viene”, tienen de común que es un acontecimiento inminente pero futuro para los oyentes, ya que si habla de qué hay que hacer o qué evitar para entrar en él, presupone que todavía no han entrado; aunque el Reino ya esté presente (Lc 17,21); es la semilla que va plantando en medio del pueblo y en el corazón de cada quién (Mc 4,3-11); haciéndolo presente en sus obras liberadoras (Lc 11,20). Al referirse al Reino de Dios está diciendo que Dios se interesa por la vida y por la historia; también que no se relaciona con las almas individuales desconectadas del mundo, sino el que tiene un designio sobre su creación, un designio de salvación y de plenificación que sólo se da en lo comunitario.
Así, la aceptación del Reinado de Dios se da en el seguimiento de Jesús, que es la prosecución de su historia, que es actuar en nuestra situación de un modo equivalente a como Él lo hizo en la suya. A todos está abierta la posibilidad de constituirse en hijos de Dios -aun ignorando esto- y de ir construyendo el mundo justo de los hijos de Dios. Precisamente ese mundo sería el Reino de Dios de intereses opuestos a ese otro reino que tiene como valor supremo al dinero.
Sobre este dinero es significante lo que cuentan los evangelios cuando los adversarios de Jesús le inquirieron: “¿está bien o no pagar el impuesto al cesar?” y Jesús pidiéndoles que le muestren una moneda (le expusieron un denario con la imagen del cesar) contestó: “Hipócritas, ¿por qué me ponen una trampa? (...) Den al César lo que es del César y a Dios lo que a Dios corresponde” (Mt.. 22,20). Es claro que en la pregunta de origen se escondía una trampa; ya que, o bien se esperaba una respuesta tipo zelote que diera ocasión para arrestarlo por subversivo político, o bien una respuesta prorromana que le quitara prestigio ante el pueblo. La respuesta de Jesús terminó siendo sarcástica y no pretendió dar ninguna enseñanza sobre “moral tributaria” ni sobre “religión y política”. Es un respuesta personal (ad hominem) con la que sólo buscó desautorizar a los que le preguntaron. Los trata como hipócritas, ya que estos fariseos y herodianos estaban enriqueciéndose en un templo hecho por Herodes y con un dinero con la imagen del césar (recordemos que en la Galilea de donde provenía Jesús no era así), por lo que no tenían autoridad moral de preguntar nada. Toda riqueza que no se la pone al servicio del Reino de Dios lleva esculpida la imagen del césar y entonces no hay por qué negársela. Y si hoy este tipo de dinero no está al servicio del Reino, ¿por qué entonces rezarle a Dios por él? ¿Por qué Dios intervendría en un mercado de valores contra la libertad de acción concedida a las personas, contra sus consecuencias y a favor de quienes lo niegan adorando de hecho un ídolo ascendido a divinidad y contrario a la voluntad de Dios para la vida de sus criaturas?
La respuesta de Jesús a Pilatos “mi reino no es de este mundo” significa que su realeza (esto es, el modo de ser rey) no pertenecía a ese orden; a lo que agregó que si su realeza hubiese pertenecido a ese orden, sus propios guardias habrían luchado para impedir que lo entregaran a las autoridades judías. Pilatos así pudo quedarse tranquilo, ya que, aunque Jesús no negó ser rey, sin embargo, su realeza no era  (ni es) como la de los reyes de ese mundo, que se valían (y valen) de la fuerza y la violencia para conseguir sus fines; de ahí que no utilizó guardias en su defensa con la finalidad de impedir ser entregado a las autoridades judías y luego a las romanas.
De ahí que es ridículo pensar que la manifestación de ese Reinado de Dios no tendría lugar en este mundo, sino en el más allá, pues es precisamente en este mundo donde hombres  y mujeres tienen que llegar a su pleno desarrollo humano y con el dinero necesario para esto -aunque nunca elevado a divinidad como termina siendo hoy día en las sociedades opulentas- empezando a vivir con su vida terrenal la otra vida celestial.
El núcleo principal de la predicación de Jesús que se lee en los evangelios va dirigido a conseguir la transformación de aquella sociedad injusta, no mediante la fuerza, el poder, el prestigio o el dinero, sino mediante la puesta en práctica por parte de sus seguidores de un amor solidario apoyado en la justicia de Dios y que hiciese surgir dentro de este viejo mundo una sociedad alternativa en la que todos tuviesen cabida y no hubiese -como en la parábola de los invitados a la boda- excluidos del pueblo ni pueblos excluidos. En esta sociedad alternativa sobre la que Dios ejerce su Reinado, en la perspectiva de Jesús, mira principalmente a este mundo (aunque no exclusivamente); no tanto a los cielos cuanto a los suelos. Crossan afirma acertadamente que el Reinado de Dios es “lo que sería nuestro mundo si estuviese gobernado por Dios”. Entendido así, el núcleo de la predicación de Jesús no gira en torno al más allá, al otro mundo o a otro mundo por venir, sino que se centra en la transformación en el de más acá -aunque con vocación de eternidad- con una justa repartición de las riquezas que esto implica -y el dinero simboliza- como don social puesto por Dios para todos sus hijos.
Es revelador que cuando Jesús formuló la primera y principal bienaventuranza, no dudó en unir lo que nadie se habría atrevido a emparejar: felicidad, pobreza y Reino.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3), está escrito que dijo Jesús.

Ahora bien, para algunos ricos, lo importante entonces sería ser “pobre de espíritu”; o sea, estar desprendido “espiritualmente” de los bienes, pero sin renunciar a ellos (?). Esta interpretación ha servido para tranquilizar a lo largo de la historia del cristianismo a todos aquellos que, siendo ricos, decían haber renunciado en su interior a la riqueza (= pobres de espíritu), pero sin desprenderse de ella, haciendo así posible lo que Jesús declara absolutamente inviable: riqueza (mamona) y Reino de Dios: “Les aseguro que con dificultad va a entrar un rico en el Reino de Dios. Lo repito: Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios” (Mt 19,23-24). Esta frase -de interpretación tan obvia como de contenido tan duro- se le han buscado las más sofisticadas interpretaciones para hacer que los ricos -sin dejar de serlo- también pudiesen estar al cobijo de la salvación ofrecida por la Iglesia-institución. Ahí vemos proyectados hoy a los adinerados parisinos y el suntuoso templo de Nôtre-Dame. Es esa misma iglesia que también supo quitar el aguijón al Evangelio, haciendo acopio de bienes materiales y gozando, de este modo, del poder, la seguridad y el prestigio social que la posesión de esto proporciona y aliándose con aquellos a los que Jesús rechazó.
Jesús declaró que solamente aquellos que sean capaces de hacerse pobres hasta el extremo de la mendicidad, si hiciese falta -pues el texto griego utiliza la palabra ptôkhós (mendigo) en lugar de pénês (pobre)- renunciando voluntariamente a la riqueza, sólo éstos pueden formar parte de la comunidad o grupo humano sobre los que Dios reina. Al mismo tiempo, proclamando dichosos a los pobres voluntarios, éstos se verán libres de toda atadura para denunciar la miseria en la que anda sumida gran parte de la humanidad y que no es en modo alguno un estado deseable ni causante de felicidad, pues degrada al ser humano, lo lleva a perder su autonomía, acaba con todo proyecto de comunidad y fraternidad, y hace nacer en el interior del corazón la envida, el resentimiento y la desesperación.
No es que se excluya a los ricos: el mismo Señor no había excluido a Nicodemo o a José de Arimatea. Pero son raros los ricos que están en la disposición de aceptar el Reino en las condiciones que se ofrece.
A la felicidad o bienaventuranza se llega, según Jesús, liberándose voluntariamente de la esclavitud del dinero, un dios que exige idolatría y que cierra el corazón humano al amor solidario y, al mismo tiempo, luchando -con el arma de la libertad que genera la pobreza voluntaria- contra la pobreza forzosa y material que hunde al hombre en la miseria y le cierra el paso a su desarrollo humano. ¡No de otra forma!
Si el mensaje de Jesús es una buena noticia para los pobres, entonces los ricos y poderosos, tanto como los frívolos de conciencia que insisten en su condición y conducta, sólo pueden escucharlo como una amenaza a sus egoístas intereses inmediatos y a su salvación futura.
La riqueza es idolatría y por eso es imposible la salvación. Es idolatría porque Dios es Justicia y la riqueza -como apropiación excluyente de la creación- es injusticia. Es idolatría porque es servicio a un falso dios y porque la absolutización de una verdad parcial (la bendición de Dios interpretada en la abundancia, siendo como es, una simple mediación de Éste) termina por suplantarlo.
Precisamente por ser idolatría, esta riqueza no hace crecer al hombre sino que lo destruye; el ídolo es siempre creador de muerte. Sólo Dios es fuente de humanidad y vida. Para la Biblia, la idolatría no es sólo adorar “otros dioses” sino sobre todo adorar “la obra de las propias manos”. Sin la renuncia a esa riqueza es imposible que el rico se salve. Es imposible por la dinámica fatal a la que somete el ídolo; la riqueza impide crecer, ahoga toda semilla del Reino (Mt. 13; 22). Es más, el rico no escuchará ni a un muerto que resucite para avisarle (Lc. 16; 30-31). Y hace imposible la salvación porque el ídolo no salva nunca.
La pobreza de espíritu sólo podrá entenderse como “desprendimiento del corazón” en situaciones de igualdad social. Mientras que en situaciones de desigualdad, ¡es tan imposible que un rico sea a la vez “pobre de espíritu” como que “un camello pase por el ojo de una aguja”!... Un pobre puede ser ávido de espíritu (idolatrar la riqueza que no tiene) o, sin más, rico en espíritu (por ejercer los valores del Reino); pero un rico no puede ser, sin más, “pobre de espíritu”. La pretensión del puro “desprendimiento interior” vale tanto como el lavado de manos de Pilatos ante Jesús.
De ahí que la traducción más adecuada del texto griego de la primera bienaventuranza propuesta por Juan Mateos sería: “Dichosos los que eligen ser pobres” (= “los pobres por el espíritu”, esto es, los que han decidido por propia voluntad ser o hacerse pobres en el sentido obvio de la palabra, pues el espíritu es para los semitas la facultad o sede de las decisiones) “porque ellos tienen a Dios por rey”, y prueba de ello es que han sido capaces de renunciar al dinero -verdadero dios para la inmensa mayoría de la gente de nuestro mundo-, y no lo han hecho para aumentar la ingente multitud de los pobres de la tierra, sino para sacar de la pobreza a los que andan sumidos en ella.
Los pobres de espíritu del evangelista Mateo son -además de los propios pobres de Lucas- todos aquellos que los aman, que se identifican y optan por ellos, y que eligen serlo más allá de una realidad forzada que en sí misma no es virtuosa.
Lucas, al escribir para una comunidad de gentes más rica y poner su atención entre la relación riqueza-pobreza, a sus cuatro bienaventuranzas agrega cuatro maldiciones contra los ricos que oprimen a los pobres.
Mateo, al escribir a una comunidad más humilde, expone, además de las cuatro bienaventuranzas de Lucas, otras cuatro más, que son actitudes éticas donde explica a los suyos que no basta mecánicamente con la situación en sí, si no se la asume desde la responsabilidad cristiana. Así, los mansos son aquellos que no crean la pobreza, ni toman la iniciativa violenta de la opresión; los misericordiosos son los que, como Dios, saben escuchar el clamor de los pobres y necesitados; los limpios de corazón son los que están liberados del deseo apropiador del tener, y los que trabajan por la paz son aquellos que trabajan por lo que la Biblia llama “la obra de la justicia”, porque no haya ni hambrientos, ni llorosos ni perseguidos.
En las maldiciones que añade Lucas a las bienaventuranzas, Jesús arremete contra los causantes de la injusticia que reina en la sociedad: los ricos, los que están repletos de todo, los que viven frívolamente y los que gozan del reconocimiento social; anunciándoles el cambio que va a traer consigo el Reinado de Dios y que implicará su ruina existencial (Lc 6,24-26).
Podemos concluir entonces que Jesús invita a sus seguidores a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea realmente.
Jesús invita a estos pobres liberados no a ser ricos sino a llevar una vida de austeridad solidaria, expresión que puede considerarse como la nueva formulación de la pobreza evangélica. El camino de la felicidad se halla paradójicamente donde nadie espera encontrarla, en la renuncia voluntaria a la acumulación innecesaria de bienes, con la finalidad de que éstos se distribuyan entre todos y se acabe esa radical desigualdad en la que anda sumida la humanidad.
La nueva sociedad o Reino de Dios, preconizado por Jesús, se hará realidad aquí y ahora en la medida en que haya gente que se adhiera a su programa de austeridad solidaria, para alumbrar de este modo una nueva humanidad, llamada a la salvación. Y no debemos olvidar que la salvación comienza por la liberación del pueblo de aquellas condiciones de vida -como la pobreza forzosa- que impiden su pleno desarrollo humano.
¡Esto es y ninguna otra cosa el Reino de Dios en esta tierra!

Un “cristianismo” que ponga en su centro el bienestar que da el dinero injustamente distribuido es un cristianismo sólo nominalmente, no sustancialmente. Su sustancia no es cristiana, en la medida en que se aparta de la Sustancia de la Causa, la Utopía, la Misión por la que vivió y luchó Jesús.
Sentimos mucho darles todas estas malas noticias a tanto adinerado piadoso, colaboradores vitalicios de suntuosos templos y mecenas de purpuradas eminencias. Algo falla en ese “cristianismo” de los ricos, cuando son capaces de desvelarse por asegurar y acrecentar más y más su propio bienestar, sin sentirse interpelados por el mensaje de Jesús y el sufrimiento de los pobres del mundo.
Y esto también es extensivo a tanto “pequeño burgués” de clase media que se pretende piadoso. Algo también falla cuando son capaces de vivir lo imposible: el culto a Dios y el culto al Bienestar. Algo importante falla en esa Iglesia cuando en vez de gritar con la palabra y el ejemplo de vida que no es posible la fidelidad a Dios y el culto a la riqueza -con toda la superficialidad, banalidad y estupidez que eso conlleva- se contribuye a adormecer las conciencias, desarrollando una religión “burguesa” y tranquilizadora.

¿Y qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. “Yo les digo: Ganen amigos con el dinero injusto para que, cuando les falte, los reciban en las moradas eternas”.
Jesús viene a decir así a los ricos: "Empleen su riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganen su amistad compartiendo con ellos sus bienes. Ellos serán sus amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no les sirva ya de nada, ellos los recibirán en la casa del Padre". Dicho con otras palabras: la mejor forma de "blanquear" el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.
Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que “estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él”. No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos sólo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.
Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.
Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.

Es sorprendente la claridad conceptual con que señala todo esto el Papa Francisco. Mientras los grandes medios de comunicación nos informan, con toda clase de detalles, de los gestos más pequeños de su personalidad misericordiosa, se oculta de modo vergonzoso su grito más urgente a toda la Humanidad: “No a una economía de la exclusión y la iniquidad. Esa economía mata”.
Su indignación en palabras claras y expresivas podrían abrir el noticiero de cualquier canal o ser titular de la prensa en cualquier país. Por ejemplo:
“No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en situación de la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es iniquidad”.
Vivimos “en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. Como consecuencia, “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”.
“La cultura del bienestar nos anestesia, y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esa vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
“Intolerable que mercados financieros gobiernen la suerte de los pueblos”.
Como ha dicho él mismo: “este mensaje no es marxismo sino Evangelio puro”. Un mensaje que tiene que tener eco permanente en nuestras comunidades cristianas. Lo contrario podría ser signo de lo que dice el Papa: “Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás”.

Siguiendo a la declaración de los Curas en al Opción por los pobres del 2010:
”Somos miembros de una Iglesia que tiene un magisterio social, que de un modo casi invariable desde hace más de 100 años, relativiza la propiedad privada, condena el capitalismo tanto como antaño al marxismo, destaca la prioridad del trabajo sobre el capital, opta preferencialmente por los pobres ante la sociedad, y señala la urgente necesidad de preservar los recursos de la naturaleza contaminados, agredidos y depredados por el lucro desmedido.

Como cristianos, rechazamos la lógica capitalista como responsable del genocidio que se produce y producirá si no hay justicia en la distribución de los bienes de la vida. La lógica del capitalismo es transformar todo en mercancías, ganancias y acumulación del capital. Somos hermanos y hermanas, la tierra es para todos y, como aprendemos de Jesús de Nazaret, no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero (Lc 6,13); y citando también a un discípulo de San Pablo, `la raíz de todos los males es el amor al dinero´ (1 Tim 6,10)”.

domingo, 15 de junio de 2014

MI EQUIPO MUNDIAL - por Gabriel Andrade



ABBA (1)


OSEAS (6)          ISAÍAS (4)          ELÍAS (2)          AMÓS (3)


MOISÉS (5)

PABLO DE TARSO (8)            JESÚS DE NAZARET (C) (10)


OSCAR ROMERO (9)

FRANCISCO DE ASÍS (7)                    POCHO LEPRATTI (11)



ABBA (1): El Dios con características de Padre y Madre misericordiosa que con su amor infinito ataja todos los errores de sus hijos -los que pretenden jugar a favor y los otros- y empuja hacia delante, desde el fondo de la historia la salvación / liberación, a todas y todos a partir de cada jugador de campo que ama y que vuelta a vuelta juegan en cada partido.

ELÍAS (2): Venido desde el IX A. C., su experiencia lo hace un líbero muy cercano al arco que ordena la defensa ante las falsificaciones del verdadero Dios y la confusión de sus hijos. Devela desde el fondo las tácticas asesinas de DT adversario como algo íntimamente unido al invento de ídolos, justificadores de todos los desmanes: “¿Así que, además de matar, encima robas?” (21, 18) Por eso su porfiado juego tiene una profunda dimensión política dentro de la cancha grande de la historia. Imprescindible en los partidos donde la oferta de dioses mundanos pueden llegar a hacer perder más de una final de la copa “existencia”.

ISAÍAS (4): Venido desde el sur en el VIII A.C., este stopper funciona como un verdadero “patrón” de la defensa contra todo avance del antirreino: "¡Oh pueblo mío!, tus opresores te mandan y tus prestamistas te dominan; tus dirigentes te hacen equivocar y echan a perder el camino que sigues" (3, 11s). Y dirigiéndose a los hombres del ataque adversario: "Ustedes son los que han devorado los frutos de la tierra; en sus casas están los despojos del pobre. ¿Con qué derecho oprimen a mi pueblo o pisotean a los pobres?" (3, 14s). "Ay de los que dictan leyes injustas y con sus decretos organizan la opresión, de los que despojan de sus derechos a los pobres de mi país e impiden que se les haga justicia" (10, 1s). Ideal para la contención de ataques neoliberales.

AMÓS (3): Venido desde el norte en el VIII A.C., este marcador de punta izquierda se proyecta desde el fondo por su lateral a toda la historia, hostigando el ataque rival con sus gritos: “¡Ay de ustedes, que transforman las leyes en algo tan amargo como el ajenjo y tiran por el suelo la justicia! ... Pues yo sé que son muchos sus crímenes y enormes sus pecados, opresores de gente buena, que exigen dinero anticipado y hacen perder el juicio al pobre en los tribunales.” (5, 10-12). Ideal para la contención de organismos internacionales proveedores de miserias.

OSEAS (6): De la misma generación que los anteriores, este marcador de punta derecho se proyecta por su lateral por todo su carril poniendo claridad en el juego “misericordia quiero, no sacrificio; Justicia y no víctimas consumidas por el fuego” (6, 6). Es funcional para evitar el juego infructuoso del equipo, cuando se entretienen en el ritualismo de un “juego bonito” que no lastima las intenciones del rival y está lejos de quebrar la meta contraria.

PABLO DE TARSO (8): Mediocampista derecho del siglo I transferido desde la Roma. Armador del equipo integrando a jugadores nativos y nacionalizados: “Ahora ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, pues todos son uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28). De punzante inserción en el campo rival, su juego ha hecho temblar las estrategias de sus adversarios.

MOISÉS (5): Caudillo por antonomasia, es el patrón del mediocampo y el enlace entre la defensa y la ofensiva transmitiendo las órdenes desde la portería. Especialista en liberación del juego ante la opresión rival, es implacable con propios y extraños. Dado a las grandes empresas se le ha escuchado ordenar “¡que nadie se guarde nada para mañana!” (Ex 16, 19). Es el volante de contención ideal para los momentos difíciles del partido.

JESÚS DE NAZARET (C) (10): Capitán del equipo y barbado mediocampista por izquierda. Líder y creador incansable del equipo. La motivación liberadora hacia sus compañeros no conoce límites: Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los que lloran, porque recibirán consuelo. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia. Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando por mi causa los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque les espera una recompensa grande” (Mt 5, 3-12). Le han intentado “cortar las piernas” desde la FIFA hasta todas y cada una de las corporaciones internacionales -desde el Imperio Romano y el Templo de Jerusalén hasta cada banca financiera internacional, maquinaria militar imperial o religión narcotizante- pero su sueño comunitario lleva adelante un equipo fraterno que hace de su filosofía de juego una praxis invencible.

FRANCISCO DE ASÍS (7): Como puntero derecho tenemos una joven presencia que con su juego desfachatado y alegre que enloquece y confunde a los defensores rivales. De rápidos y alegres movimientos, es la pesadilla de los defensores apegados a las estrategias de partidos consumistas, nihilistas y frívolos. De gran popularidad en amplios sectores de la hinchada, se dice que su camiseta es lucida con orgullo por una importante personalidad dentro del mismísimo Vaticano.

OSCAR ROMERO (9): Indiscutible centrodelantero latinoamericano, su contundencia frente al arco rival es venerada por millones de seguidores. Temido hasta la muerte por sus adversarios, su juego comprometido con el equipo lo hace ejemplo de colaboración en toda la cancha. Se dice que cada gota de su sangre se multiplica en la conciencia de cada hincha que lleva adelante su porfía.

POCHO LEPRATTI (11): Puntero izquierdo oriundo de los arrabales de Latinoamérica, es la joven promesa del equipo. Liviano como una bicicleta, su sonrisa fresca se levanta entre los más humildes de la hinchada, que como hormigas empujan entre murgas y sueños hacia la victoria cotidiana. Yo tuve la suerte de jugar algún que otro “amistoso” a su lado -cuando él todavía era amateur- y su presencia aun me guía -con alguna que otra lágrima- desde el refugio más modesto de la tribuna.

Este es parte del equipo de mis sueños. De mis sueños y de tantos otros con los que comparto la utopía de una sociedad nueva, justa, fraterna y misericordiosa. La que el Capitán llamaba “Reino de Dios”. El partido es continuado desde el fondo de la historia, se juega en todo el mundo y los equipos rivales son muchos. Quizás, al igual que vos, pueda empujar sólo por el breve lapso de una existencia. Pero estoy convencido que bien vale la porfía. Creo que precisamente allí está lo maravilloso: el caminar consciente por la pequeñez de nuestra vida hacia la grandeza de la Causa...

Gabriel Andrade

16 de junio de 2014.

sábado, 14 de junio de 2014

HISTORIA DE UNA INFAMIA CATÓLICA - por Gabriel Andrade


A los judíos los persiguieron y masacraron durante mil setecientos años, desde que la Institución católica empezó a mandar en calidad de concubina del Imperio Romano, con el pretexto de que habían crucificado a Cristo.

Desde el código de Justiniano a los judíos de Roma se les consideró una raza inferior de la que había que sospechar y se les excluyó de toda función pública.
La bula del papa Pablo IV instituyó formalmente el gueto. A los cinco mil judíos de Roma les asignaron entonces una zona palúdica a la orilla del Tíber, un espacio de unos cuantos centenares de metros que inundaba el río, y allí los hacinaron. Las siete sinagogas de la ciudad las destruyeron, y destruyeron las dieciocho de Campania. Otros guetos siguieron de inmediato al de Roma en Venecia y en Bolonia. En Ancona quemaron vivos a veinticuatro. Poco después, avanzando por el camino señalado por Pablo IV, Pío V simple y llanamente expulsó a todos los judíos de los Estados Pontificios dejando tan sólo a los de Roma y Ancona.
Cuando coronaban a los papas en la Edad Media como soberanos religiosos y civiles de Roma, los judíos de la ciudad les mandaban una delegación para rendirles homenaje, a lo que ellos, con altivez, contestaban: “Legum probo, sed improbo gentium”: (Apruebo laley pero no la raza). Luego se hizo costumbre que los rabinos de Roma les ofrecieran ese día una lujosa copia del Pentateuco y entonces contestaban: “Confirmamus sed nonconsentimus” (Ratificamos pero no consentimos). Estas respuestas distantes resumen la actitud de los papas ante sus más despreciados súbditos, cuya religión y raza rechazaban.

Cuando Benedicto XIV “Beatus Andreas” canonizó al niño mártir Andreas, del pueblo de Rinn, Innsbruck, "asesinado cruelmente en 1462 antes de cumplir los tres años por los judíos, que odian la fe cristiana", según dice la bula; se sumó a la del niño Simón de Trento por Sixto V, por lo que Benedicto XIV convertía a Andreas de Rinn en el nuevo símbolo de los niños cristianos asesinados, según los "libelos de sangre", por los mismos asesinos de Cristo durante sus sacrificios rituales en Norwich, en Blois, en Lincoln, en Munich, en Berna, etc., con las consiguientes masacres de judíos en todas esas ciudades. Y sin embargo una investigación encargada por el mismo Benedicto XIV al relator del Santo Oficio Lorenzo Gananelli (el futuro Clemente XIV) había determinado que salvo los casos de Andreas de Rinn y Simón de Trento, que se daban por verdaderos, las demás acusaciones de los libelos de sangre no tenían fundamento. Por el crimen del niño Simón durante la Semana Santa de 1475 numerosos judíos de Trento fueron acusados de matarlo, sacarle la sangre y celebrar con ella la pascua judía; como consecuencia de esto los torturaron y quemaron a quince.
En 1965, a raíz del Concilio Vaticano II, se volvió a investigar el caso de Simón de Trento, se reabrieron las actas del proceso de su canonización que resultó ser un fraude, se suprimió su culto, se desmanteló el santuario que se le había erigido desde el siglo XV, lo sacaron del calendario y se prohibió su devoción para lo futuro. La veneración popular a Andreas de Rinn duró hasta 1985 cuando el arzobispo de Innsbruck monseñor Reinhold Stecher dispuso el traslado del cuerpo del niño de la capilla en que se encontraba desde el siglo XVII al cementerio. En 1994, el mismo prelado abolió oficialmente su culto, si bien su tumba siguió siendo objeto de peregrinaje.

A que los judíos mataban niños cristianos para sacarles la sangre le sumaron la de que clavaban la hostia, el cuerpo transubstanciado de Cristo, a quien volvían a crucificar una y otra vez. Y así, bendecida cuando no azuzada por curas, obispos y papas, la hordas de fanáticos “católicos” se entregó con esta nueva calumnia a nuevas masacres de sus tradicionales víctimas: en 1298 en Nuremberg mataron a seiscientos veintiocho; en 1337 quemaron a los de Daggendorf; en 1370 masacraron a los de Bruselas y se siguieron con todos los de Bélgica; en 1453 en Breslau quemaron a cuarenta y uno; en 1492 en Mecklenburg quemaron a veintisiete; en 1510 en Berlín a treinta y ocho. Ejemplos éstos de un centenar de masacres que con el pretexto de la hostia clavada se prolongaron hasta la de Nancy en 1761. Todavía no hace mucho en la catedral de Bruselasse exhibían dieciocho cuadros de judíos clavando hostias que sangraban. Y cuando en 1350 la peste negra devastaba a Europa, las turbas cristianas de Suiza y Alemania encontraron un motivo más para quemar, estrangular y ahogar a los judíos por millares acusándolos de haberla causado y de envenenar los pozos.

En julio de 1555, sin haber cumplido siquiera dos meses como papa, Pablo IV promulgó su bula Cum nimis absurdum, que empieza: "Porque es absurdo e inconveniente en grado máximo que los judíos, que por su propia culpa han sido condenados por Dios a la esclavitud eterna (Cum nimis absurdum et in-convenien sexistat ut iudaei, quos propna culpa perpetuae servituti submisit), con la excusa de que los protege el amor cristiano puedan ser tolerados hasta el punto de que vivan entre nosotros y nos muestren tal ingratitud que ultrajan nuestra misericordia pretendiendo el dominio en vez de la sumisión, y porque hemos sabido que en Roma y otros lugares sometidos a nuestra Sacra Iglesia Romana su insolencia ha llegado a tanto que se atreven no sólo a vivir entre nosotros sino en la proximidad de las iglesias y sin que nada los distinga en sus ropas y que alquilen y compren y posean inmuebles en las calles principales y tomen sirvientes cristianos y cometan otros numerosos delitos para vergüenza y desprecio del nombre cristiano, nos hemos visto obligados a tomar las siguientes provisiones..." y siguen las provisiones que son obvias dado el preámbulo: confinar a los judíos en guetos que sólo podían tener una sinagoga; obligarlos a venderles todas sus propiedades a los cristianos, a precios irrisorios (ac bona immobilia, qua ad praesens possident, infra tempus eis per ipsos magistratus praesignandum, christianis vendere); prohibirles la casi totalidad de los oficios y profesiones empezando por la medicina (etqui ex eis medici fuerint, etiam vocati et rogati, ad curam christianorum accedere aut illiinteresse nequeant); prohibirles tener servidumbre cristiana y que las mujeres cristianas les dieran el pecho a los recién nacidos judíos (nutrices quoque seu ancillas aut aliasutriusque sexus servientes christianos habere, vel eorum infantes per mulieres christianas lactari aut nutriri facere); prohibirles jugar, comer, conversar y tener toda familiaridad con los cristianos (seu cum ipsis christianis ludere aut comedere vel familiaritatemseu conversationem habere nullatenus praesumant); prohibirles tener negocios fuera delgueto; y obligarlos a llevar distintivos especiales en la ropa.

La de Pablo IV es un buen compendio del medio centenar de bulas que a lo largo de quinientos años promulgaron sus antecesores y sucesores para regular el trato que se le debía dar a "la pérfida raza judía", entre las que se destacan por su infamia la de Honorio III “Ad nostram noveritis audientiam” que los obligaba a llevar un distintivo y les prohibía desempeñar puestos públicos; la de Gregorio IX, “Sufficere debuerat perfidioe judoerum perfidia” que les prohibía servidumbre cristiana; las de Inocencio IV “Impia judeorum perfidia” y de Clemente VIII “Cum Haebraeorum malitiaque” ordenaban quemar el Talmud; las de Eugenio IV “Id nostram audientiam“ y de Calixto III “Si ad reprimendos” que prohibían vivir con cristianos y ejercer puestos públicos; las de Pío V “Cum nos nuper” que les prohibía tener propiedades y “Hebraeorum gensque” los expulsaba de todos los estados pontificios excepto Roma y Ancona; la de Clemente VIII “Cum saepe accidere”, la de Inocencio XIII “Ex injuncto nobis” y la de Benedicto XIII “Aliasemanarunt” que les prohibían vender mercancías nuevas (pero no ropa vieja, strazzaria).
Y a las bulas hay que sumarles las decisiones de los concilios: concilios generales como el Cuarto Laterano convocado por Inocencio III en 1215, o locales como el de Vannes de 465, el de Agde de 506, el de Viena de 517, el de Clermond de 535, el de Macon de 581, el de París de 615, etcétera, etcétera, para atropellar en todas las formas posibles a los "asesinos de Cristo".

Cuando en julio de 1941 el régimen títere de Vichy al servicio de los nazis decretó la expropiación en Francia de todas las empresas y propiedades en manos de judíos y algunos prelados católicos protestaron, el presidente del gobierno, Laval, comentó con sarcasmo que después de todo "las medidas antisemitas no constituían nada nuevo para la Iglesia pues los papas habían sido los primeros en obligar a los judíos a llevar un gorro amarillo como distintivo". Varios obispos franceses colaboracionistas y anti judíos se deslindaron de inmediato de esos prelados patriotas y en un apurado telegrama declararon su fidelidad al régimen.

JuanXXIII suprimió el adjetivo "pérfido" usado en la liturgia de Semana Santa para designar a los judíos, y eso era a lo que más a que había llegado. No bien murió Juan XXIII su sucesor Pablo VI volvió a aquello de los “pérfidos judíos” que no habían querido reconocer en Jesús al Mesías que llevaban siglos esperando y que lo habían calumniado y matado.

El joven sacerdote Ratzinger
Y en Auschwitz, donde los “cristianos” nazis asesinaron a novecientos sesenta mil judíos, el teólogo Ratzinger devenido en Benedicto XVI preguntó: "¿Por qué permitiste esto, Señor?" La respuesta es obvia: ¡por lo que les han hecho muchos de tus predecesores a los judíos durante mil setecientos años".
Y aquí le va una lista de los compatriotas obispos nazis:
El obispo castrense Rarkowski, el clérigo militar alemán de más alto rango, que ensalzaba a Hitler como "nuestro Führer, custodio y acrecentador del Reich".
El obispo Werthmann, vicario general del anterior y su suplente en el ejército.
El arzobispo Jager de Paderhorn que fue capellán de división del Führer.
El cardenal Wendel que fue el primer obispo castrense.
El obispo Berning de Osnabruck que le mandó un ejemplar de su obra Iglesia católica y etnia nacional alemana a Hitler "como signo de mi veneración" y a quien Goering nombró miembro del Consejo de Estado de Prusia.
El obispo Buchberger de Regensburg que en la hoja episcopal de su diócesis escribía que "el Führer y el gobierno han hecho todo cuanto es compatible con la justicia, el derecho y el honor de nuestro pueblo para preservar la paz de nuestra nación".
El obispo Ehrenfried de Wirzburgo que decía: "Los soldados cumplen con su deber para con el Führer y la patria con el máximo espíritu de sacrificio, entregando por completo sus personas según mandan las Sagradas Escrituras".
El obispo Kaller de Ermland que en una carta pastoral exhortaba así a sus fieles: "Con la ayuda de Dios pondréis vuestro máximo empeño por el Führer y el pueblo y cumpliréis hasta el final con vuestro deber en defensa de nuestra querida patria".
El obispo Machens de Hildesheim que los arengaba diciéndoles: "¡Cumplid con vuestro deber frente al Führer, el pueblo, la patria! Cumplidlo, si es necesario, exponiendo vuestras propias vidas", y le rogaba a Dios que les "enviara su ángel" a las tropas nazis.
El obispo Kumpfmüller de Ausgburgo que ante el atropello hitleriano contra Europa declaraba que "El cristiano permanece fiel a la bandera que ha jurado obedecer pase lo que pase".
El obispo Wienkens que representaba al episcopado alemán ante el Ministerio de Propaganda nazi.
El obispo Preysing de Berlín que firmaba las cartas conjuntas de sus cofrades aprobando a Hitler.
El obispo Frings (luego cardenal de Colonia) que como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana exigía dar hasta la última gota de sangre por el Führer.
El obispo Hudal que le dedicó su libro Nacionalsocialismo e Iglesia a Hitler como "al Sigfrido de la esperanza y la grandeza alemanas", y que tras la derrota de los nazis ayudó a fugarse al Brasil a F. Sangel, acusado de cuatrocientos mil asesinatos en el campo de concentración de Treblinka, consiguiéndole dinero y documentos falsos. El arzobispo de Freiburg Grober, patrocinador de las SS, que abogaba por el necesario "espacio vital" para Alemania; que aportaba dinero de su arquidiócesis para la guerra; y que escribió diecisiete cartas pastorales para ser leídas desde los púlpitos, exhortando a la abnegación y al arrojo.
El arzobispo Kolb de Bambergque predicaba que "cuando combaten ejércitos de soldados debe haber un ejército de sacerdotes que los secunden rezando en la retaguardia".
El cardenal y conde von Galen, el "león de Münster", que saludó a la Wehrmacht como "protectora y símbolo del honor y el derecho alemanes" y que escribía en la Gaceta eclesiástica de su región: "Son ellos, los ingleses, los que nos han declarado la guerra. Y después nuestro Führer les ha ofrecido la paz, incluso dos veces, pero ellos la han rechazado desdeñosamente".
El cardenal Bertram de Beslau, presidente de la conferencia episcopal, que "por encargo de los obispos de Alemania" le enviaba este telegrama a Hitler: "El hecho grandioso del afianzamiento de la paz entre los pueblos sirve de motivo al obispado alemán para expresar su felicitación y gratitud del modo más respetuoso y ordenar que el próximo domingo se proceda a un solemne repique de campanas".
El cardenal Schulte de Colonia que escribía en una carta pastoral:" ¿No debemos acaso ayudar a todos nuestros valientes en el campo de batalla con nuestra fiel oración cotidiana?"
El cardenal Faulhaber, "el león de Munich", que en 1933 llamaba a Pío XI el mejor amigo de los nazis, que en 1934 le prohibía a la Conferencia Mundial Judía que mencionara siquiera su nombre a propósito de una supuesta defensa suya de los judíos, una "afirmación delirante"; que fue obispo castrense antes de ponerse al frente del episcopado bávaro; y que mandaba rezar por Hitler y le hacía repicar las campanas: tras el fallido atentado contra éste ofreció una misa solemne en acción de gracias en la iglesia de Nuestra Señora de Munich y junto con todos los obispos de Bavaria le mandó una carta felicitándolo por haberse salvado. Discípulo aventajado de la Institución católica que se acuesta con el que gane, este "león de Munich" fue antinazi antes de 1933, nazi visceral entre 1933 y 1945, y antinazi indignado después de 1945.
Que fue ni más ni menos el comportamiento del episcopado austríaco cuando el Anschlus: el cardenal Innitzer, el arzobispo Waitz y los obispos Hefter, Pawlikowski, Gfóllner y Memelauer se pasaron en bloque a Hitler y firmaron una proclama aprobando la anexión de su país al Reich alemán y exhortando a sus fieles a apoyar el régimen nazi. Y cuando Hitler entró a Austria lo recibieron con repique de campanas y cruces gamadas colgando de las iglesias vienesas.
En el campo de concentración de Treblinka los nazis mataron entre setecientos mil y ochocientos mil judíos. Allí murió con ellos el padre Sangel, un sacerdote católico que tuvo el valor de enfrentárseles a los verdugos nazis poniéndole el cuerpo al Evangelio, lo que les faltó a Pío XII y sus obispos alemanes y austríacos entre otros.

Hitler y todo su aparato asesino y fanático no surgió en la Historia por generación espontánea: la Institución católica ha tenido una enorme responsabilidad en ello.

En el jubilieo del año 2000, Juan Pablo II ha perdido perdón, entre muchas otras cosas, por las complicidades de la institución católica en el holocausto judío.