viernes, 18 de julio de 2014

Holocausto palestino y moral patriarcal judía - por Gabriel Andrade


La parcialidad del Dios hebreo hacia los pueblos injusticiados


Existe un episodio fundante que lo registra el libro de los Jueces (capítulos 4 y 5) en un período muy preciso en la historia del pueblo hebreo: el asentamiento pre-monárquico de las tribus en Canaán, época en que el pueblo, aún disperso y sin instituciones fuertes, es gobernado por caudillos y "jueces" de delegación popular, la mayoría de las veces carismáticos, aproximadamente en el siglo XII y XI a. C.
En este ambiente es donde Débora -una mujer caudilla- despliega su autoridad, mandando a llamar a su general Barac. Cuando lo tiene delante, habla en nombre de Dios: "El Señor Dios de Israel". Ella no tiene duda alguna: conoce y explicita la voluntad de ese Dios que supone algo así como un dialogo directo con Dios como el de Abraham o el de Moisés; un discernimiento claro sobre el momento histórico. Débora conoce la voluntad de Dios y encomienda a Barac enfrentar a las tropas cananeas de Sísara, del ejército de Yabín. El texto implica además otra certeza: el pueblo acepta sin dudar que Débora habla en nombre de Yahvé. Barac muestra miedo y ella lo incita: "te acompañaré, pero el Señor dará la victoria a una mujer"; Débora actúa conscientemente en cuanto tal. La narración prosigue: en los versículos 10 al 14 -especialmente en este último- donde Débora confirma su saber sobre el actuar de Dios: Dios les dará la victoria, lo cual sucederá
La experiencia de Dios que tiene Débora es la del mismo Dios del éxodo, que toma partido por su pueblo. No había caminos, no había alternativa para los campesinos en Israel, sólo había desorden, hasta que ella misma (Débora) se pone en pie. En este contexto de liberación, Débora se entiende como madre de Israel. La maternidad en el Antiguo Israel, no sólo era la fuente de la vida, sino la posibilidad de subsistir como pueblo y formarse como nación. Al atribuirse a sí misma esa maternidad colectiva Débora está ubicando su acción como portadora de vida y de futuro para el pueblo, como constructora de historia.
Finalmente en el versículo 11 del capítulo 5, se identifica la victoria de Yahvé con la victoria de los campesinos de Israelno con aquellos de las "Ciudades-Estado" que los oprimen. El Dios experimentado y revelado por Débora -el Dios de Israel- se parcializa por Su pueblo (no todo Israel, sino los pobres de Israel) y le da la victoria. Es el Dios de los antepasados, el de la liberación. Un Dios en el que se puede confiar plenamente y sin ningún temor, porque está decididamente al lado de los suyos. Para Débora el que Dios actúa igualmente por mano de hombre o por mano de mujer es un hecho natural. En Débora no hay reivindicación, sino conciencia nítida de que la manifestación de Dios es así. Esta conciencia está dejando ver un mundo hebreo en el que las desigualdades aún no se han institucionalizado radicalmente generando una brecha entre la situación religiosa de las mujeres y la de los varones y mucho menos entre poderosos y pobres que serían vehementemente señalados con oprobio por los profetas hasta Jesús de Nazaret. Un mundo israelita que se está conformando como nación a partir de su liberación del yugo de los reyes cananeos como forma de justicia divina en opción por los pobres que no corresponde en absoluto con convertirlos en nuevos amos y señores de un mundo igual de injusto.
El Dios revelado por Débora castiga la injusticia no sólo de cananeos sino de los propios israelitas que la ejercen. El Dios hebreo revelado por Débora condena el actual Estado de Israel en la voluntad de sus dirigentes.


La conquista de Jerusalén

Veamos qué más se puede inquirir de la tradición de los padres del judaísmo como enseñanza para el presente; en esta región y en cualquier otra donde existan personas sufrientes por guerras, por lo tanto pobres, injusticiadas y hermanas.
Tomado de la cronología que hace el excelente teólogo e investigador bíblico Ariel Álvarez Valdés podemos hacer una interpolación a la moral de los padres del judaísmo tal cual ocurrieron los hechos que tendrían que servir como antecedentes fundacionales y ejemplo a sus herederos actuales.
La conquista de Jerusalén fue uno de los acontecimientos más importantes de toda la historia de Israel. Ningún otro hecho posterior influirá tanto en la vida y en el pensamiento de los israelitas, como la toma de esta ciudad por parte del rey David. Sin embargo, a pesar de la importancia excepcio­nal que tuvo aquel suceso, la Biblia apenas le dedica 3 versículos para contarlo (2º Sam 5; 6-8). Los cuales, para peor, están redactados de una manera tan oscura y cifrada, que prácticamente resulta imposible entender qué sucedió ese día, ni cómo fue la conquista.
El texto dice así: “El rey con sus hombres marchó hacia Jerusalén para atacar a los yebuseos que vivían en esa re­gión. Se le dijo a David: `No entrarás aquí, porque te echarán los ciegos y los rengos´. Querían decir: `No entrará Da­vid aquí´. Pero David conquistó la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David. Dijo David ese día: `Todo el que quiera atacar a los yebuseos que tome el sinnor. Y a los ciegos y rengos, David los aborrece con toda el alma´. Por eso se dice: `Ni los ciegos ni los rengos pueden entrar en el Templo´”.
¿Qué significa este párrafo? ¿Cómo fue realmente la con­quista de Jerusalén'? ¿Por qué la Biblia lo cuenta en tan po­cas líneas, cuando otros hechos menos importantes (como por ejemplo la conquista de Jericó) aparecen descriptos mu­cho más ampliamente? ¿Hay algo que el relator quiso ocul­tar? ¿O tal vez no se trató de un acontecimiento demasiado glorioso?

La ciudad de Jerusalén fue fundada alrededor del año 4000 a.C., por un grupo de pobladores de origen desconocido. Se alzaba sobre una pequeña colina de 100 metros de altura, llamada Ofel, en el país de Canaán. En aquel tiempos Jeru­salén no era aún una verdadera ciudad, sino apenas un case­río compuesto por un conjunto de grutas excavadas en las rocas, que servían de viviendas a sus primitivos habitantes.
Pero hacia el año 3000 a.C. llegó a Canaán un pueblo procedente de Siria, que le cambiará la vida y la historia a la ciudad: eran los yebuseos. Estos inmigrantes, no bien llega­ron, descubrieron las ventajas de la estratégica colina. Por una parte contaba con una fuente de agua vecina, lo cual resultaba indispensable para la supervivencia en aquella ca­lurosa región. Por otra, la colina se hallaba rodeada de pro­fundos valles (al este corría el Cedrón, al oeste el Tyropeón, al sur estaba aislada por la confluencia de ambos valles, y al norte por una hondonada del terreno), lo cual le ofrecía una excelente protección en caso de un ataque militar enemigo. Por eso, los yebuseos decidieron conquistar el lu­gar e instalarse allí.
La ciudad pasó a llamarse Uruslaalim, que significa "fundación de Shalem", porque Shalem era un dios yebuseo.
Con el paso del tiempo los yebuseos se dieron cuenta de que era necesario proteger su capital con un muro de defensa, a fin de hacerla más segura frente a las constantes incursiones de los pueblos vecinos. Y así, en el año 1800 a.C. edificaron una fuerte muralla alrededor del poblado, la cual se convirtió en la primera fortificación que tuvo Jerusalén en su historia y la que la transformó en una verdadera ciudad.
Siglos más tarde se produjo la llegada de las tribus israelitas a Canaán. Y con ellas el panorama cambió. Poco a poco fueron penetrando en el país y tomando posesión de las tierras, unas en la zona norte (en las regiones que más tarde se llamarán Galilea y Samaría) y otras en el sur (Judea). Así comenzó lentamente lo que se conoce como la "conquista de la Tierra Prometida": atacaron y se apoderaron de las ciudades enemigas, los pueblos, las aldeas, los campos, las montañas. Y cuan­do no podían derrotar a alguna ciudad demasiado poderosa, entonces hacían un pacto con ella, se instalaban a su lado y se quedaban a vivir en el mismo territorio.
Pero los israelitas nunca llegaron a dominar todo el terri­torio de Canaán ya que doscientos años después de su llega­da aún quedaban numerosas ciudades sin conquistar, espe­cialmente en la zona de la costa y la llanura.

En al año 1020 a.C. ocurrió un hecho de trascendental importancia: las tribus de Israel decidieron por primera vez tener un rey para que las gobernara, cansadas de ser dirigidas por caudillos esporádicos, que surgían en momen­tos de peligro para defenderlas, pero que desaparecían en cuanto estos cesaban. Querían, a semejanza de los otros pue­blos vecinos, tener estabilidad política y una conducción fuerte que les permitiera enfrentar a sus enemigos con ma­yor probabilidad de éxito.
El elegido fue un miembro de la tribu de Benjamín, lla­mado Saúl, que se convirtió así en el primer rey de Israel, como ya hemos mencionado.
Saúl consiguió durante su reinado varios éxitos militares, pero su vida tuvo un trágico final, pues en el año 1008 a.C. fue vencido en una sangrienta batalla por sus tradicionales enemigos, los filisteos, en las montañas de Gelboé. Al verse herido y derrotado, Saúl se suicidó. Y para peor, en esa misma batalla murieron también tres de los hi­jos de Saúl, con lo cual todas las esperanzas puestas en la familia real se derrumbaron.
Las tribus israelitas no se desanimaron y eligieron entonces a un joven llamado David, procedente de las tribus del sur, para que reemplazara en el trono al fallecido monarca.
Da­vid -que por entonces era ya un experto militar- aceptó gus­toso la propuesta y pasó a ser el segundo rey que tuvo Isr­ael. Instaló su nueva capital en la ciudad de Hebrón y desde allí gobernó el país, ganándose el respeto y la estima de to­dos sus súbditos por su sabiduría y prudencia.
David llevaba ya más de 7 años como rey cuando advir­tió un serio problema interno en el país. La ciudad desde donde él mandaba, Hebrón, se hallaba en pleno territorio sureño. Y esto suscitaba la desconfianza y los recelos de las tribus del norte que no veían con buenos ojos a un rey pro­cedente del sur y que además los gobernara desde allí. Era necesario encontrar una capital más al norte, que pudiera ser vista como neutral por todas las tribus israelitas.
Entonces David dirigió sus ojos hacia Jerusalén.
Corría el año 1000 a.C. y Jerusalén seguía siendo habita­da por los yebuseos. A pesar de los varios intentos que habían hecho las tribus israelitas por cap­turarla (Jc 1; 8) nunca habían logrado vencer sus murallas ni doblegar su poderío (Jc 1; 21). Por eso habían aprendido a respetarla y a convivir pacíficamente como buenos vecinos. Más aún: habían hecho con ellos un pacto de no agresión, jurán­dose mutuamente respetar sus distritos, sin invadirse ni ata­carse.
Al abrigo de este acuerdo, Jerusalén había crecido. Ahora ocupaba la extensión de unas 5 manzanas sobre la colina de Ofel y su población alcanzaba ya los 2000 habitantes; los cuales habían llegado a construir una fortaleza para prote­ger mejor la ciudad en caso de ataque, a la que llamaron Sión (2º Sam 5; 7).
David se dio cuenta de que Jerusalén era la ciudad que necesitaba. Se encontraba estratégicamente ubicada, tenía poderosas murallas, estaba justo a mitad de camino entre el norte y el sur. Y, lo más importante, se trataba de una ciudad perfectamente neutral, ya que nunca había pertenecido a ninguna tribu hebrea.
El rey, entonces, tomó la drástica decisión de marchar contra ella y capturarla. El ataque, dice la Biblia, lo realizó David "con sus hombres", es decir, con el pequeño ejército personal que él tenía, y no con el ejército regular formado por las tribus israelitas. De este modo, el triunfo se debería sólo a David y no a las tribus hebreas.
Cuando los yebuseos se enteraron de que David estaba preparando un ataque, quedaron pasmados. ¿No habían acor­dado, acaso, un pacto de no agresión, mediante una alianza? ¿Cómo era posible que ahora el rey de Israel tramara una batalla contra ellos?
Los yebuseos, entonces, prepararon todo para el comba­te, de manera tal que cuando llegó David con sus hombres a poner sitio a la ciudad, la encontraron pertrechada tras sus murallas. Antes de comenzar la refriega, los yebuseos le re­cordaron a David el convenio que tenían ambos pueblos. Este parece ser el sentido de la enigmática expresión que trae el relato: "No entrarás aquí, porque te echarán los ciegos y los rengos". En efecto, actualmente los arqueólogos han descu­bierto que en muchos tratados y pactos antiguos solía recurrirse a la magia, maldiciones y maleficios, como una manera de obligar a cumplirlos y de amenazar a quien los rompiera. Y eso fue lo que, según el texto bíblico, hicieron los yebuseos con David y sus hombres: les recordaron que en caso de atacar la ciudad, serían como ciegos y rengos, es decir, caerían bajo el hechizo de la maldición que ambos habían pronunciado. Por eso el relato aclara: "Lo que que­rían decir era: No debe entrar David aquí".
Sin embargo David estaba resuelto a tomar la ciudad. La pregunta era: ¿cómo lo haría? Porque más allá de la maldi­ción que la protegía, Jerusalén contaba con unas inexpugnables murallas defensivas.
Pero David tenía un plan secreto: atacar el sinnor.
David sabía que la mag­nífica Jerusalén tenía un punto débil: su provisión de agua.
En efecto, la fuente que abastecía a la ciudad se hallaba afuera de las murallas, al pie de la pendiente oriental de la colina. El agua brotaba, a intervalos regulares, dentro de una gruta que, con forma de pileta, servía como depósito natural del líquido. Y una vez que se llenaba esa gruta, el agua sobrante rebasaba y fluía por la pendiente de la colina, hasta perderse en el fondo del valle.
Ahora bien, en época de paz las muchachas de la ciudad salían cada mañana con sus cántaros al hombro, y bajaban hasta la gruta a buscar el agua que necesitaban para ese día. Pero ¿qué hacían en tiempos de guerra, cuando las murallas se cerraban y nadie podía salir de la ciudad?
Para solucionar el problema los yebuseos habían ideado un ingenioso sistema hidráulico. Desde el interior de las murallas excavaron un túnel vertical, a través de la roca de la montaña, hasta alcanzar el nivel de la fuente de agua. Desde allí excavaron otro túnel horizontal, hasta desembocar en la gruta donde brotaba el agua. De ese modo, en caso de un ataque enemigo, los yebuseos no tenían más que bloquear herméticamente la entrada exterior a la gruta, y entonces el agua en vez de fluir hacia afuera fluía hacia el túnel horizon­tal que habían hecho, hasta llenarlo; y una vez allí, con cuer­das y baldes se la podía hacer subir por el túnel vertical, sin necesidad de salir de la ciudad.
La estrategia ideada por David para tomar Jerusalén fue desbloquear el sinnor, o sea, la puerta de entrada de la gruta del agua que había sido clausurada y camuflada por los yebuseos. Así, el agua en vez pasar hacia el túnel interior se volcó hacia afuera, hacia el valle, y todo el sistema hidráulico construido por los yebuseos quedó inutilizado. Sin su líquido vital, los sitiados no tuvieron más remedio que rendirse y entregar la ciudad.
Si bien es muy poco probable que hayan permitido a los extranjeros curiosear por el interior de la ciudad, y menos aún en los túneles secretos, o en los lugares estratégicos de los que dependía la seguridad militar de la ciudad, la verdad es que los yebuseos tampoco podían es­conder demasiado celosamente aquella fuente de agua, que en tiempos normales de paz se derramaba abundantemente hacia el valle del Cedrón, ante la vista de todo el mundo. En definitiva, la confidencial puerta de la fuente de agua resul­tó ser un "secreto a voces" para cuantos pasaban por las afue­ras de la ciudad, sean extranjeros o habitantes de Jerusalén. El líquido sobrante que luego de llenar la gruta salía hacia el exterior y corría a través del valle, era el talón de Aquiles de la ciudad que la ponía en serio peligro en caso de un ataque enemigo. Y más todavía si el enemigo había vivido por muchísimos años a pocos pasos de Jerusalén.
El rey David conquistó la ciudad de Jerusalén sin arrojar una sola flecha, sin un solo muerto, sin heridos y sin librar com­bate alguno. Presionándolos con el agua, simplemente obligó a los yebuseos a firmar un nuevo pacto, mediante el cual le permitía a él instalar allí su capital, su palacio y su lugar de culto. Pero sin exigir a sus habitantes que abandonaran la ciudad. Les permitió seguir viviendo junto a él y a sus hombres. Por eso tampoco el relato menciona a ningún rey enemi­go vencido ni depuesto por David luego de la toma de la ciudad, como es habitual en los relatos de conquista militar.
La conquista de Jerusalén aconteció sin penas ni gloria desde el punto de vista castrense. Fue un episodio insignificante en los anales militares de Israel. Por eso el autor del Libro de Samuel lo menciona poco menos que de pasada, como quien tiene poco que con­tar y menos que festejar.
Pero algunos años más tarde, cuando Jerusalén se convir­tió en la ciudad más sagrada de Israel, y cuando David se convirtió en el rey más grande de su historia, entonces otro autor volvió a escribir la historia de David y de sus proezas. El relato está en el libro de las Crónicas. Y cuando llegó a la conquista de Jerusalén (lº Crón 1; 4-6) no la contó como el libro de Samuel, sino de la siguiente manera: "Marchó David con todo Israel contra Jerusalén, o sea, Yebús. Los habitantes del país eran yebuseos. Y decían los habitantes de Yebús a David: `No entrarás aquí'. Conquistó David la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David. Y dijo David: `El que primero ataque a los yebuseos será jefe y capitán'. El primero en atacar fue Joab, hijo de Sarvia, y se convirtió en jefe".
El libro de Samuel contiene el relato original de la intras­cendente conquista de Jerusalén. Crónicas, en cambio, añadió ciertos cambios y ampliaciones, y lo convirtió en una verdadera hazaña nacional. Y así recuperó, para la Biblia y para sus lectores, el verdadero sentido de aquel episodio: el haber sido una gloriosa empre­sa de Israel, pues Dios había destinado a Jerusalén para que fuera la ciudad central de sus bendiciones: la que vio morir y resucitar a Jesucristo, el teatro de la redención del mundo, la “ciudad de paz” (eso significa “Jerusalén”), que aún espera irradiar a toda la humani­dad los efectos de la salvación, lejos de los mezquinos intereses y odios que hoy la hacen sangrar.


El paraíso ahora


La excelente y multipremiada película palestina “El paraíso ahora” (2007) retrata un crudo cuadro social sobre la vida cotidiana y la inmolación de un simple muchacho palestino creyente. Este personaje, ante la desilusión y desesperanza de una vida mínimamente digna, llega a plantear:  “la muerte es mejor que la enfermedad (...), si no se puede vivir como iguales, entonces podemos morir como iguales”... Terrible conclusión de un creyente a una realidad que no tendría por qué ser así. Tamaño desencanto con la viabilidad fáctica del proyecto de Dios con respecto a un mundo con sus dones para todos. Trágica metáfora de las múltiples muertes del espíritu, anteriores al del cuerpo mismo, sobre esa vida en abundancia que predicó también para todos y cada uno de nosotros su hermano judío Jesús.
Cuando a Hany Abu-Assad -escritor y director de esta película- se le preguntó si tenía esperanzas de paz en la región, respondió: “tengo fe en la voluntad de los buenos judíos, esos que a través de 4000 años se las han arreglado para ser la conciencia del mundo”; para luego agregar que “por eso Hitler los había querido exterminar, para hacer más fácil el desterrar la ética y la moral del mundo”.
Quizá este joven realizador palestino estuviese pensando en lo mejor de la historia de sus iguales judíos, “nuestros hermanos mayores en la fe” en palabras de Juan Pablo II, y de quienes los cristianos hacemos propias sus revelaciones del Antiguo Testamento y le heredamos.
Ojalá lo mejor del pueblo judío sepa detener a estos dirigentes asesinos que, lejos de dar gloria a ese Dios de sus antepasados, lo humillan de la forma más vergonzosa.


domingo, 6 de julio de 2014

HOLOCAUSTO DE LOS PADRES PALOTINOS - Capítulo completo de "Teología desde el camino" - Gabriel Andrade - 2008.



Pasadas las 8:30 hs. de la terriblemente fría mañana del 4 de julio de 1976, Rolando Savina, sacristán de la Iglesia San Patricio del porteño barrio de Belgrano R, tuvo esa inhumana visión que lo acompañaría por muchos años. En la sala de estar de la parroquia yacían los cinco cadáveres de los padres palotinos, salvajemente golpeados y ametrallados. Más de sesenta balas estaban marcando todo el lugar, como recuerdos mudos de esa noche de horror.
Sobre una mesita, los documentos de los religiosos, apilados, denunciaban la confrontación previa de sus nombres con los que portaban los asesinos.
En las paredes las leyendas: “por envenenar las mentes vírgenes de nuestros jóvenes”, “por los policías dinamitados en coordinación”, ”curas hijos de puta” .
El más brutal crimen hacia pastores de la Iglesia Católica Argentina estaba consumado.

El padre Alfredo Kelly había sido designado en 1973 párroco de la aristocrática Iglesia de San Patricio. De gran temperamento y mente lúcida, con su verba siempre encendida y de carisma descollante, se impuso denunciar como tarea pastoral las injusticias sociales, no sin dejar por esto, su verdadera vocación por el trabajo con los jóvenes .
“Alfredo Kelly, 43 años, argentino de ascendencia irlandesa, sacerdote, vestía ropa de dormir; el occiso presenta contusiones y numerosos impactos de balas, especialmente en el pecho, formando una línea vertical”.
El padre Alfredo Leaden llevaba 30 años de sacerdocio cuando en 1972 se lo designó Superior de la Orden de la Provincia Irlandesa de los Palotinos en la Argentina. “Era amable en el sentido sustantivo de la palabra, no solamente digno de amor, sino fácil de amar” (Padre Kevin O’Neill). “No caminaba, se deslizaba. Era un hombre de raro magnetismo, que transmitía una paz sobrenatural. No parecía humano, parecía un enviado. Era un santo”,  dicen otros. Pero cuando se trataba de condenar las injusticias, lo hacía de forma  terminante.
“Alfredo Leaden, 57 años, argentino de ascendencia irlandesa, sacerdote, vestía ropa de dormir; el occiso presenta contusiones y varios impactos de balas, uno en la zona bucal”.
El padre Pedro Dufau atendía a los adultos, amando a los niños e interesándose especialmente en su educación. De gustos sencillos y humor impasible y socarrón, revelaba su origen latino con influencias irlandesas. Tenía la rara virtud de cumplir lo que prometía. Sin parecer tan brillante como Kelly, ni tan místico como Leaden, tenía un equilibrado criterio que lo hacía imprescindible a la hora de las decisiones ; era “el jefe”.
“Pedro Dufau, argentino de ascendencia francesa, sacerdote, vestía ropa sport; el occiso se encontraba maniatado, presenta contusiones y varios impactos de balas”.
El seminarista Salvador Barbeito había nacido en España y venido al país a los 3 años de edad donde se había nacionalizado. Profesor de psicología y filosofía. Sus condiciones natas para la docencia hicieron que con 28 años ya fuera rector del tradicional colegio San Marón.
“Salvador Barbeito, 29 años, español nacionalizado argentino, profesor y seminarista, vestía ropa de calle; se le encontró sobre el cuerpo un cartel satírico; el occiso presenta varios impactos de balas, uno determinante en la zona cráneo-frontal” .
El seminarista Emilio Barletti había nacido en San Antonio de Areco, candidato natural en las elecciones del “mejor compañero”, despistado antológico, la desesperación y la ternura del padre Kelly. Su omnisciencia juvenil dividió el mundo entre opresores y oprimidos. No tenía duda de qué lado tenía que estar él.
“Emilio Barletti, argentino, seminarista, vestía ropa de calle; el occiso presenta varios impactos de balas, no hay signos de contusiones”.

Hacía 100 años que la orden palotina llegaba a la Argentina para acompañar a los inmigrantes católicos irlandeses. Hacia 1973 habían transcurrido 18 años sin que ningún argentino se incorporase a la orden, cuando la providencia hizo que esta situación pudiese revertirse. Alfredo Kelly, de notable prestigio entre los seminaristas, fue nombrado párroco de San Patricio, sumándose al padre Alfredo Leaden (Superior de la Delegación Irlandesa) y al anterior párroco Pedro Dufau.
Atraídos por el compromiso evangélico y el irresistible carisma del trío, muchos jóvenes fueron ingresando como aspirantes a las filas palotinas. A principios de 1976 Roberto Killemate, Jorge Kelly, Salvador Barbeito, Rodolfo Capalozza, Emilio Barletti y Miguel Robledo se incorporaron a la comunidad de San Patricio, sumando 9 argentinos en total.
Impulsado por el entusiasmo juvenil de los seminaristas, las posturas progresistas del padre Kelly y el apoyo del superior Leaden, en la Iglesia de San Patricio se respiraba el espíritu de Medellín de la opción por los pobres y la justicia social. Un revulsivo dentro de la orden palotina. Los seminaristas admiraban al tercermundista padre Carlos Mujica y algunos adherían al proyecto peronista de 1973. Todos habían decidido trabajar (de profesores, de empleados administrativos, de cadetes), además de estudiar, para no vivir a costa del erario eclesiástico. Emilio Barletti ayudaba, además, en villas de emergencias. Las preferencias del grupo se inclinaban especialmente a los jóvenes, entre los que tenían gran popularidad.
Mientras tanto, la punzante oratoria del padre Kelly se tornaba más encendida cada domingo; exigía el fin de la violencia y las desapariciones, y reiteraba: “ni las limosnas a la iglesia, ni la beneficencia snob disculpan las injusticias sociales”.
Entre los feligreses que escuchaban estos exhortos estaban los Alsogaray, los Alemann, los Frigerio, los Gómez Morales, los Moyano Lerena y los Salvatori entre otros tantos poderosos, además de altos jefes militares, incluido el jefe de custodia de Videla y miembros de la Suprema Corte de Justicia. Como se entenderá, los comentarios “subversivos” del padre Kelly causaban hondo disgusto entre estos personeros del poder, quienes juntaron firmas para peticionar al cardenal Aramburu la remoción de Kelly (en 1985 la monja Theresita Varela que dijo saber algunos nombres de dicho petitorio, pero se negó a declarar ante el juez de la causa por el asesinato de los palotinos argumentando una orden superior de Cornelio Ryan). Este petitorio sería el prólogo, escrito por el mismo puño, para el sangriento desenlace del 4 de julio de 1976 .

Pasado el mediodía del viernes 2 de julio de 1976 un criminal atentado sacudió las teletipos del país : “BUENOS AIRES. Una poderosa bomba explotó hoy, a las 13:20, en el comedor del edificio de la Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal. El primer comunicado oficial informa de 18 muertos y 66 heridos, 11 de gravedad”.
Esto desataría una tremenda cacería para vengar estas muertes, comenzando así una “semana negra” en todo el país y especialmente en Buenos Aires.
En la madrugada del sábado 3 de julio, los cadáveres de 8 jóvenes fueron descubiertos en una playa de estacionamiento del barrio de San Telmo, atados, con marcas de golpes y dentro de un Peugeot 404 estacionado frente al Congreso con numerosos impactos de balas. Simultáneamente, en un descampado de Villa Lugano se fusilaban a otros 7 jóvenes. Horas después, dos parejas aparecieron acribilladas a balazos.
Durante ese sábado, las reuniones de jefes militares y policiales se sucedieron sin interrupción. Alrededor de las 21hs el jefe de la Policía Federal, Arturo Corbetta, después de reuniones en la jefatura con el ministro del interior Albano Harguindeguy, dijo: “la lucha anti-subversiva debe estar centralizada y controlada” y se retiró ofuscadamente. Las reuniones siguieron entre el subjefe y el ministro del interior. Corbetta, conocido por su respeto a la legalidad, renunciaría inmediatamente. El panorama no podía ser mas macabramente claro: se había impuesto la línea dura de la ESMA .
Esa misma noche (domingo a las 5:30) parapoliciales colocaron a un adolescente maniatado y amordazado contra las paredes del obelisco y lo fusilaron a la vista de todos.
Mientras tanto, en San Patricio, solo quedaban 6 miembros. Killmeate se encontraba en Medellín realizando un curso; J. Kelly y Robledo estaban en un retiro fuera de la parroquia; Capalozza estaba durmiendo en casa de sus padres después de una salida al cine con Barbeito y Berletti, los que sí, lamentablemente, regresaron a dormir a San Patricio, siendo los únicos que acompañarían esa noche a los padres Kelly, Leaden y Dufau.
Siendo las 2:00 de la madrugada del domingo un patrullero daba instrucciones al custodio del general Martínez Walder, que vivía a menos de cien metros de la parroquia: “si escuchás cohetazos no salgás, que van a reventar una casa de zurdos”.
Parado, frente a la casa parroquial, estaba desde hacía rato un Peugeot deportivo rojo con varios hombres en su interior. La comisaría 37 había otorgado “zona liberada” y tanto los hombres del patrullero como el comisario, conocían a los ocupantes del Peugeot. Lo que pasó luego de las 2:00 de esa noche fue la consumación del asesinato múltiple.

A las 11 de la mañana no había púlpito en la ciudad de Buenos Aires que no clamara por el asesinato, mientras se encontraban en San Patricio el nuncio apostólico Pío Laghi y el cardenal Aramburu. El sentimiento de terror se transmitió de los clérigos a la feligresía.
La declaración oficial, firmada por Suárez Mason (jefe del Comando de la Zona I; responsable militar de la región) rezaba: “elementos subversivos asesinaron cobardemente a los sacerdotes”. Nadie medianamente informado creería la especie, muchísimo menos la Iglesia institución.
Por su parte, la prensa cómplice y cobarde acató cómodamente la versión de Suárez Meson o directamente omitió la información; mientras que la farandulera y jenuflexa revista “Gente” mintió con absoluto descaro, escribiendo: “las leyenda en las paredes estaban firmadas por un grupo extremista”, mientras que el procesista diario “La Razón” transcribió la supuesta declaración de una monja que habría dicho: “que quieren ahora, traernos la bandera roja”.
El “Buenos Aires Herald” y “La Opinión” insinuaron claramente que todos los hechos de violencia ocurridos este negro fin de semana eran en represalias por la bomba en la policía.
El valiente semanario de la comunidad irlandesa “The Southern Cross” del 9 de julio señalaba: “Los argentinos están siendo raptados, torturados y asesinados sin que muchísimas veces podamos saber quién arma la mano de los delincuentes. La ciudadanía de todo el país está perfectamente consciente de que ante sus ojos azorados se está desarrollando una guerra clandestina e ilegal”.
En el exterior no hubo dudas, todos los medios le atribuían los asesinatos a grupos de ultraderecha vinculados al gobierno.
¿Pero la jerarquía católica en las personas de su Nuncio Apostólico, de su Cardenal y orgánicamente en el Episcopado, que manifestó?
Miedo y cobarde silencio, que se hundieron en una complicidad por omisión y se extendieron en negación y pecado.
El crimen de los palotinos resultó un asunto incómodo para la jerarquía de la Iglesia Católica. Se había tratado de una comunidad difícil, enfrentada a las pautas conservadoras de los obispos. Por otro lado, el ala conservadora de la Iglesia estaba consolidando un formidable compromiso con el régimen militar. “Esos religiosos fueron imprudentes”, se comenzó a decir. Y siguiendo una línea de conducta de siglos en la iglesia institución argentina, se guardaron las formas...
En la misa de las exequias del 5 de julio ningún obispo pronunció una palabra por los religiosos asesinados. La única voz provino del padre Roberto Favre (representante de la Comunidad Argentina de Religiosos, en ese momento dirigida por el obispo Novak), que señaló valientemente : “Estas muertes vienen a sumarse a otras de todos los días y a los innumerables desaparecidos que nadie sabe dar razón. Son hechos que injurian a Dios y a la humanidad”. Por supuesto que en menos de 48 horas de pronunciadas estas palabras, la basílica de Lourdes de Santos Lugares, sede del padre Favre, era allanada.
Mientras tanto el padre Patrick Dwyer (Superior de los palotinos irlandeses llegado desde Dublín después del asesinato) desmentía las informaciones que daban cuenta de un cable -proveniente de la sede palotina en Roma- que afirmaba que la muerte de los padres palotinos fue por ser simpatizantes de izquierda. Si esto era cierto, quería decir que los que los mataron fueron de derecha, o sea que el gobierno -al que tanto temían molestar- mentía. Lamentablemente no hubo suerte; a pocas horas del desmentido, el cable era confirmado por Associted Press desde la oficina de prensa del Vaticano.
El padre Kevin O’Neill, superior palotino posterior al crimen, tuvo una conversación con el nuncio Pío Laghi (el miércoles 7) en la que éste le manifestó que una embajada extranjera  que no especificó (presumiblemente la de E.U.) le informó que habían sido fuerzas parapoliciales las que cometieron el crimen. Pero prefirió callar.
A pesar de la paternal discreción de la Iglesia, el horrendo crimen causó conmoción entre las filas del gobierno. Aparentemente, la “línea moderada” que prefería una represión controlada por los mandos y que respondía al ultracatólico General Videla se impuso -escándalo mediante- a la “línea dura” que respondía al siniestro Almirante Masera.
El conocimiento de estos movimientos internos dentro de la dictadura -y obviamente su por qué- por el nuncio apostólico Pío Laghi es la única razón de las palabras que le pronunciaría a los palotinos Dwyer, Kessler y O’Neill : “ya se verá con el tiempo que las muertes de los padres esa noche, salvó muchas vidas”. Aunque así haya sido, este “canje ventajoso en vidas” que parecía conformar a Pío Laghi -más teniendo en cuenta el pequeño detalle de que en este ventajoso trueque no estaba su propia vida- no  explica en qué moral evangélica esto justifica el silencio posterior.
De cualquier modo, el objetivo inmediato de los asesinos estaba alcanzado: el crimen concretado; la revancha por lo de la bomba en Coordinación con creces cobrada aunque fuera en una ventanilla que no tuviera nada que ver con el hecho, y el poderoso clero  argentino callado, asustado y escarmentado.
A partir de allí muchos se volvieron más precavidos o callaron para siempre. Otros evitaban el contacto con esta “orden contaminada”, hasta los hubo quienes reprocharon a los responsables en la línea jerárquica del clero de que hubiesen dejado avanzar tanto la experiencia comunitaria de los palotinos, justificando así, en parte, a los asesinos.
Dentro de los palotinos los efectos fueron desbastadores. De los cuatro seminaristas que por suerte no estaban esa terrible noche, dos abandonaron los hábitos para siempre; Rodolfo Capalozza pidió ser transferido a la delegación alemana; mientras que Roberto Killmeate -discutido por sus posiciones progresistas con lo que se había ganado no solo la antipatía de los feligreses poderosos de San Patricio, sino de los obispos porteños- se le sugirió que abandonase la Orden. La respuesta del seminarista fue lapidaria: ”Indiquen por cual de mis acciones se me condena”. Luego de esto, y en el convencimiento de que la permanencia del joven sería vista como un desafío para los militares, se lo trasladó a Roma y luego a Dublín. Los temores eran fundados. La ordenación se demoraba porque había trascendido que el obispo de Mercedes, Luis Tomé y el obispo de Belgrano, Guillermo Leaden -hermano del asesinado Alfredo Leaden- fueron alertados por un alto jefe militar que la ordenación de Killmeate produciría represalias contra los palotinos. Recién en 1978, con casi dos años de demora, fue ordenado en Mercedes, por indicación expresa del cardenal Pironio desde Roma.
Como indicando que no tenían motivos para avergonzarse de la experiencia realizada por el grupo del padre Kelly, los palotinos destinaron a Killmeate a la propia iglesia de San Patricio. Eso sí, para atender exclusivamente a los niños y con expresa prohibición de pronunciar sermones. Comenzó entonces una afectuosa relación con los más bajitos de la feligresía, aunque produjo el entrecejo fruncido de muchos mayores. También impulsó la cooperativa CAVE, para la autoconstrucción de viviendas en lugares humildes.
Finalmente, al producirse una vacante en la pobrísima misión palotina de Los Juríes (Santiago del Estero), Killmeate se ofreció como voluntario. Fue un alivio para muchos en Belgrano R. y también para otros cuantos dentro de su Orden.
Poco después del adiós a sus hermanos muertos, el superior de los palotinos, Kevin O’Neill, lucharía un tiempo más por dejar en claro públicamente, con sentido orgullo y en justo reconocimiento, la vida ejemplar de los mártires asesinados. Esto no podía durar mucho tiempo. Una reivindicación pública era un inconveniente político para las máximas autoridades de la Iglesia. En diciembre de 1976 el padre O’Neill fue relevado por el conservador Cornelio Ryan.
El olvido era premeditado. El crimen ya era historia. Historia de la que por vergüenza -esa que da la cobardía- no se cuenta.

Años mas tarde, las sombras de los muertos cubren el recuerdo de los argentinos.
En 1983 se conoce las declaraciones del ayudante directo del general Harguindeguy, el oficial de la Policía Federal Rodolfo Peregrino Fernández, ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en Ginebra: “Agrega el declarante que entre las actividades del Ministerio del Interior, estaba la vigilancia sobre aquellos sacerdotes denominados “tercermundistas”, existiendo un archivo con 300 nombres conteniendo informaciones detalladas sobre cada uno de ellos. En referencia al caso de los padres palotinos, el declarante posee en su poder una agenda telefónica de unos de los sacerdotes, que guardó como prueba de que dicha documentación se encontraba en dependencia del Ministerio del Interior en la época de referencia”. Peregrino Fernández agregó también que estos datos se los comunicó oportunamente, en Buenos Aires, a monseñor Manuel Moledo -asesor de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa- quien le habría dicho : “Estas cosas ya han pasado. Trate de olvidarlas para lograr su propia tranquilidad espiritual”. (!)
Con el advenimiento de la democracia, la causa cambió del ex juez Guillermo Rivarola al juez Néstor Blondi, el cual trató de reactivarla, pero se encontró con la falta de cooperación de testigos, incluso de miembros de la propia Orden.
Mientras tanto, en el país comenzaba el trabajo de la CONADEP, capitaneada por Ernesto Sábato, la cual recibiría sobre este caso los testimonios de Graciela Daleo y Andrés Castillo, ambos sobrevivientes de la ESMA: ”A mediados de 1976 fueron asesinados tres sacerdotes y dos seminaristas de la Orden de los palotinos que vivían en una parroquia de Buenos Aires. El teniente de navío Pernía participó en esta operación, según sus propios dichos: `en la Iglesia había muchas manzanas podridas que había que eliminar, como ya hi­cimos con los curas palotinos´”.
Paralelamente a esto, el descontento entre los fieles que habían estimado a los religiosos masacrados se manifestaba con escritos en sus memorias. Alberto Zubizarreta y Eduardo del Cerro se convertirían en los propulsores de este movimiento. En la revista “Encuentro” denunciaban :”El asesinato tuvo sus ideólogos, inspiradores y ejecutores. Muchos de ellos son conocidos: han ocupado los cargos más altos del gobierno hasta el 10 de diciembre de 1983. Pero el asesinato ha tenido también sus cómplices. Y eso nos toca muy de cerca. Porque no podemos negar que dentro de la propia Iglesia se llamó al silencio y al olvido. Se ha confundido, trágicamente, miedo con discreción, cobardía con prudencia.”
Con relación a esto, trascendió a través de una importante fuente religiosa, que dos personas encumbradas de Belgrano perteneciente a la feligresía de San Patricio, habrían tramitado ante la Santa Sede el levantamiento de sus respectivas excomuniones, motivadas por haber propulsados en 1976 el asesinato de los religiosos. Recordemos que el Código de Derecho Canónico, vigente para aquella época, decía : “El que pusiere las manos en las personas de clérigos o religiosos, de uno u otro sexo, cae `ipso facto´ en excomunión”.
En los días previos al octavo aniversario del asesinato (4 de julio de 1984) se negó el permiso para la realización de un acto alusivo, ya que el auxiliar de la diócesis de Bs. As. y vicario de Belgrano, monseñor Guillermo Leaden, “no consideraba oportuno tal acto”.
El 1º de agosto de 1984 el padre Cor­nelio Ryan había solicitado la apertura de la causa al juez Néstor Blondi aportando nuevos testimonios, quien lo haría cinco días después. El 30 de octubre de 1984 Pernía se presentó a declarar, citado por el juez Blondi. Después de negar que en la ESMA hubiese detenidos, dijo que se enteró de la muerte de los palotinos en 1979 y aseguró que no sabía quien era Daleo. Pernía fue condenado en 1987 "por imposición de tormentos con el pro­pósito de obtener información" y fue acusado de ser el torturador de las monjas francesas Alice Domon y Leo­nie Duquet. Salió en libertad en virtud de la ley de obediencia debida del presidente Alfonsín.
El 7 de julio de 1984, Eduardo del Cerro, Graciela Fernández Meijide y el Premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, recordaron a los religiosos sacrificados, inaugurando una nueva era: la del merecido tributo público. Por la iglesia solo asistieron y expusieron los palotinos Kevin O’Neill y Rodolfo Capalozza.
En agosto de 1985, Miguel Ángel Balbi, ex integrante de la Armada, de­claró ante el juez Blondi, que había mantenido una charla con un com­pañero de armas, Claudio Vallejos, quien le había confesado su inter­vención en el asesinato de los palo­tinos junto con Pernía, el teniente de fragata Aristegui y el suboficial Cuba­lo. Vallejos entró a la casa parroquial después que mataron a los religio­sos. Él pensó que no los iban a ma­tar, sino que los "chuparían". Se trató de ubicar a Vallejos pero no pudo hacerse..
En 1987, Blondi dispuso la segunda clausura provisional del caso "al no llegarse al esclarecimiento del he­cho".
En abril de 2005, con motivo de la ascensión de Ratzinger al papado, el presidente Kirchner visitó la iglesia San Silvestre Incapite, en el corazón de Roma, para rendir homenaje a los cinco palotinos asesinados. Ante las autoridades religiosas que lo recibieron, Kirchner dijo que su gobierno tiene el compromiso de buscar justicia para las violaciones de los derechos humanos cometidas en esa época. El director de la orden, el párroco Denise O´Brien, y el subdirector, el padre Mariano Pinasco, recibieron al Presidente quien recorrió la iglesia y depositó una ofrenda de flores ante la placa que recuerda a los cinco sacerdotes asesinados en Buenos Aires.
"Ellos fueron víctimas del terrorismo de Estado porque pertenecían a una iglesia que denunciaba", dijo Pinasco. "Estamos orgullosos de usted y de su presencia. Gracias por no dejarnos solos, porque durante muchos años nos sentimos abandonados", agregó el sacerdote. En tanto, Kirchner dijo que la búsqueda de la justicia es "un compromiso del Estado y del pueblo argentino". "En nombre del pueblo y el Estado argentino venimos a traer nuestro profundo reconocimiento a nuestros hermanos asesinados en la dictadura militar", escribió el jefe del Estado en el libro de invitados de la congregación.
En julio del 2006 la Legislatura aprobó un proyecto de ley que homenajea a los Padres Palotinos con la construcción de un monumento, presentado por el legislador del partido del gobierno Claudio Ferreño. Dos meses antes el presidente Kirchner y el cardenal Jorge Bergoglio coincidieron en la iglesia San Patricio, donde participaron de una oración interreligiosa por los "mártires contemporáneos", entre ellos los sacerdotes palotinos.
En mayo de 2007 se celebró una misa de acción de gracias por la apertura de la causa de canonización de los cinco palotinos asesinados. “Es el inicio de un camino para que se los reconozca oficialmente como mártires. Un camino que servirá para guardar en la memoria del pueblo de Dios las transformaciones que se fueron dando como fruto del Espíritu Santo", indicó la comunidad palotina de San Patricio.
Hasta el momento jamás fueron hallados ni condenados los responsables del hecho.

Quedan como testigos la herencia fecunda en obras y el ejemplo de unas vidas de coherencia con el Evangelio que predicaron y su encarnación política en la cotidianidad del pueblo, en el tiempo y el lugar que les toco vivir.