Pasadas
las 8:30 hs. de la terriblemente fría mañana del 4 de julio de 1976, Rolando
Savina, sacristán de la Iglesia San Patricio del porteño barrio de Belgrano R,
tuvo esa inhumana visión que lo acompañaría por muchos años. En la sala de
estar de la parroquia yacían los cinco cadáveres de los padres palotinos,
salvajemente golpeados y ametrallados. Más de sesenta balas estaban marcando
todo el lugar, como recuerdos mudos de esa noche de horror.
Sobre
una mesita, los documentos de los religiosos, apilados, denunciaban la
confrontación previa de sus nombres con los que portaban los asesinos.
En
las paredes las leyendas: “por envenenar
las mentes vírgenes de nuestros jóvenes”, “por los policías dinamitados en
coordinación”, ”curas hijos de puta” .
El
más brutal crimen hacia pastores de la Iglesia Católica Argentina estaba
consumado.
El
padre Alfredo Kelly había sido
designado en 1973 párroco de la aristocrática Iglesia de San Patricio. De gran
temperamento y mente lúcida, con su verba siempre encendida y de carisma
descollante, se impuso denunciar como tarea pastoral las injusticias sociales,
no sin dejar por esto, su verdadera vocación por el trabajo con los jóvenes .
“Alfredo Kelly, 43 años, argentino de
ascendencia irlandesa, sacerdote, vestía ropa de dormir; el occiso presenta
contusiones y numerosos impactos de balas, especialmente en el pecho, formando
una línea vertical”.
El
padre Alfredo Leaden llevaba 30 años de sacerdocio cuando
en 1972 se lo designó Superior de la Orden de la Provincia Irlandesa de los
Palotinos en la Argentina. “Era amable en el sentido sustantivo de la
palabra, no solamente digno de amor, sino fácil de amar” (Padre Kevin
O’Neill). “No caminaba, se deslizaba. Era un hombre de raro magnetismo, que
transmitía una paz sobrenatural. No parecía humano, parecía un enviado. Era un
santo”, dicen otros. Pero cuando se
trataba de condenar las injusticias, lo hacía de forma terminante.
“Alfredo Leaden, 57 años, argentino de
ascendencia irlandesa, sacerdote, vestía ropa de dormir; el occiso presenta
contusiones y varios impactos de balas, uno en la zona bucal”.
El
padre Pedro Dufau atendía a los
adultos, amando a los niños e interesándose especialmente en su educación. De
gustos sencillos y humor impasible y socarrón, revelaba su origen latino con
influencias irlandesas. Tenía la rara virtud de cumplir lo que prometía. Sin
parecer tan brillante como Kelly, ni tan místico como Leaden, tenía un
equilibrado criterio que lo hacía imprescindible a la hora de las decisiones ;
era “el jefe”.
“Pedro Dufau, argentino de ascendencia
francesa, sacerdote, vestía ropa sport; el occiso se encontraba maniatado,
presenta contusiones y varios impactos de balas”.
El
seminarista Salvador Barbeito había nacido en España y venido al
país a los 3 años de edad donde se había nacionalizado. Profesor de psicología
y filosofía. Sus condiciones natas para la docencia hicieron que con 28 años ya
fuera rector del tradicional colegio San Marón.
“Salvador Barbeito, 29 años, español
nacionalizado argentino, profesor y seminarista, vestía ropa de calle; se le
encontró sobre el cuerpo un cartel satírico; el occiso presenta varios impactos
de balas, uno determinante en la zona cráneo-frontal” .
El
seminarista Emilio Barletti había nacido en San Antonio de Areco,
candidato natural en las elecciones del “mejor compañero”, despistado
antológico, la desesperación y la ternura del padre Kelly. Su omnisciencia
juvenil dividió el mundo entre opresores y oprimidos. No tenía duda de qué lado
tenía que estar él.
“Emilio Barletti, argentino, seminarista,
vestía ropa de calle; el occiso presenta varios impactos de balas, no hay
signos de contusiones”.
Hacía
100 años que la orden palotina llegaba a la Argentina para acompañar a los
inmigrantes católicos irlandeses. Hacia 1973 habían transcurrido 18 años sin
que ningún argentino se incorporase a la orden, cuando la providencia hizo que
esta situación pudiese revertirse. Alfredo Kelly, de notable prestigio entre
los seminaristas, fue nombrado párroco de San Patricio, sumándose al padre
Alfredo Leaden (Superior de la Delegación Irlandesa) y al anterior párroco
Pedro Dufau.
Atraídos
por el compromiso evangélico y el irresistible carisma del trío, muchos jóvenes
fueron ingresando como aspirantes a las filas palotinas. A principios de 1976
Roberto Killemate, Jorge Kelly, Salvador Barbeito, Rodolfo Capalozza, Emilio
Barletti y Miguel Robledo se incorporaron a la comunidad de San Patricio,
sumando 9 argentinos en total.
Impulsado
por el entusiasmo juvenil de los seminaristas, las posturas progresistas del padre
Kelly y el apoyo del superior Leaden, en la Iglesia de San Patricio se
respiraba el espíritu de Medellín de la opción por los pobres y la justicia
social. Un revulsivo dentro de la orden palotina. Los seminaristas admiraban al
tercermundista padre Carlos Mujica y algunos adherían al proyecto peronista de
1973. Todos habían decidido trabajar (de profesores, de empleados
administrativos, de cadetes), además de estudiar, para no vivir a costa del
erario eclesiástico. Emilio Barletti ayudaba, además, en villas de emergencias.
Las preferencias del grupo se inclinaban especialmente a los jóvenes, entre los
que tenían gran popularidad.
Mientras
tanto, la punzante oratoria del padre Kelly se tornaba más encendida cada
domingo; exigía el fin de la violencia y las desapariciones, y reiteraba: “ni las limosnas a la iglesia, ni la
beneficencia snob disculpan las injusticias sociales”.
Entre
los feligreses que escuchaban estos exhortos estaban los Alsogaray, los
Alemann, los Frigerio, los Gómez Morales, los Moyano Lerena y los Salvatori
entre otros tantos poderosos, además de altos jefes militares, incluido el jefe
de custodia de Videla y miembros de la Suprema Corte de Justicia. Como se
entenderá, los comentarios “subversivos” del padre Kelly causaban hondo disgusto
entre estos personeros del poder, quienes juntaron firmas para peticionar al
cardenal Aramburu la remoción de Kelly (en 1985 la monja Theresita Varela que
dijo saber algunos nombres de dicho petitorio, pero se negó a declarar ante el
juez de la causa por el asesinato de los palotinos argumentando una orden
superior de Cornelio Ryan). Este petitorio sería el prólogo, escrito por el mismo puño, para el
sangriento desenlace del 4 de julio de 1976 .
Pasado
el mediodía del viernes 2 de julio de 1976 un criminal atentado sacudió las
teletipos del país : “BUENOS AIRES. Una
poderosa bomba explotó hoy, a las 13:20, en el comedor del edificio de la
Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal. El primer comunicado
oficial informa de 18 muertos y 66 heridos, 11 de gravedad”.
Esto
desataría una tremenda cacería para vengar estas muertes, comenzando así una
“semana negra” en todo el país y especialmente en Buenos Aires.
En
la madrugada del sábado 3 de julio, los cadáveres de 8 jóvenes fueron
descubiertos en una playa de estacionamiento del barrio de San Telmo, atados,
con marcas de golpes y dentro
de un Peugeot 404 estacionado frente al Congreso con numerosos impactos de
balas. Simultáneamente, en un descampado de Villa Lugano se fusilaban a otros 7
jóvenes. Horas después, dos parejas aparecieron acribilladas a balazos.
Durante
ese sábado, las reuniones de jefes militares y policiales se sucedieron sin
interrupción. Alrededor de las 21hs el jefe de la Policía Federal, Arturo
Corbetta, después de reuniones en la jefatura con el ministro del interior
Albano Harguindeguy, dijo: “la lucha
anti-subversiva debe estar centralizada y controlada” y se retiró
ofuscadamente. Las reuniones siguieron entre el subjefe y el ministro del
interior. Corbetta, conocido por su respeto a la legalidad, renunciaría
inmediatamente. El panorama no podía ser mas macabramente claro: se había
impuesto la línea dura de la ESMA .
Esa
misma noche (domingo a las 5:30) parapoliciales colocaron a un adolescente
maniatado y amordazado contra las paredes del obelisco y lo fusilaron a la
vista de todos.
Mientras
tanto, en San Patricio, solo quedaban 6 miembros. Killmeate se encontraba en
Medellín realizando un curso; J. Kelly y Robledo estaban en un retiro fuera de
la parroquia; Capalozza estaba durmiendo en casa de sus padres después de una
salida al cine con Barbeito y Berletti, los que sí, lamentablemente, regresaron
a dormir a San Patricio, siendo los únicos que acompañarían esa noche a los
padres Kelly, Leaden y Dufau.
Siendo
las 2:00 de la madrugada del domingo un patrullero daba instrucciones al
custodio del general Martínez Walder, que vivía a menos de cien metros de la
parroquia: “si escuchás cohetazos no
salgás, que van a reventar una casa de zurdos”.
Parado,
frente a la casa parroquial, estaba desde hacía rato un Peugeot deportivo rojo
con varios hombres en su interior. La comisaría 37 había otorgado “zona
liberada” y tanto los hombres del patrullero como el comisario, conocían a los
ocupantes del Peugeot. Lo que pasó luego de las 2:00 de
esa noche fue la consumación del asesinato múltiple.
A
las 11 de la mañana no había púlpito en la ciudad de Buenos Aires que no
clamara por el asesinato, mientras se encontraban en San Patricio el nuncio
apostólico Pío Laghi y el cardenal Aramburu. El sentimiento de terror se
transmitió de los clérigos a la feligresía.
La
declaración oficial, firmada por Suárez Mason (jefe del Comando de la Zona I;
responsable militar de la región) rezaba: “elementos
subversivos asesinaron cobardemente a los sacerdotes”. Nadie medianamente
informado creería la especie, muchísimo menos la Iglesia institución.
Por
su parte, la prensa cómplice y cobarde acató cómodamente la versión de Suárez
Meson o directamente omitió la información; mientras que la farandulera y
jenuflexa revista “Gente” mintió con absoluto descaro, escribiendo: “las
leyenda en las paredes estaban firmadas por un grupo extremista”, mientras
que el procesista diario “La Razón” transcribió la supuesta declaración de una
monja que habría dicho: “que quieren ahora, traernos la bandera roja”.
El “Buenos Aires Herald” y “La Opinión” insinuaron
claramente que todos los hechos de violencia ocurridos este negro fin de semana
eran en represalias por la bomba en la policía.
El
valiente semanario de la comunidad irlandesa “The Southern Cross” del 9 de
julio señalaba: “Los argentinos están
siendo raptados, torturados y asesinados sin que muchísimas veces podamos saber
quién arma la mano de los delincuentes. La ciudadanía de todo el país está
perfectamente consciente de que ante sus ojos azorados se está desarrollando
una guerra clandestina e ilegal”.
En
el exterior no hubo dudas, todos los medios le atribuían los asesinatos a
grupos de ultraderecha vinculados al gobierno.
¿Pero
la jerarquía católica en las personas de su Nuncio Apostólico, de su Cardenal y
orgánicamente en el Episcopado, que manifestó?
Miedo
y cobarde silencio, que se hundieron en una complicidad por omisión y se
extendieron en negación y pecado.
El
crimen de los palotinos resultó un asunto incómodo para la jerarquía de la
Iglesia Católica. Se había tratado de una comunidad difícil, enfrentada a las
pautas conservadoras de los obispos. Por otro lado, el ala conservadora de la
Iglesia estaba consolidando un formidable compromiso con el régimen militar. “Esos religiosos fueron imprudentes”, se
comenzó a decir. Y siguiendo una línea de conducta de siglos en la iglesia
institución argentina, se guardaron las formas...
En
la misa de las exequias del 5 de julio ningún obispo pronunció una palabra por
los religiosos asesinados. La única voz provino del padre Roberto Favre
(representante de la Comunidad Argentina de Religiosos, en ese momento dirigida
por el obispo Novak), que señaló valientemente : “Estas muertes vienen a sumarse a otras de todos los días y a los
innumerables desaparecidos que nadie sabe dar razón. Son hechos que injurian a
Dios y a la humanidad”. Por supuesto que en menos de 48 horas de
pronunciadas estas palabras, la basílica de Lourdes de Santos Lugares, sede del
padre Favre, era allanada.
Mientras
tanto el padre Patrick Dwyer (Superior de los palotinos irlandeses llegado
desde Dublín después del asesinato) desmentía las informaciones que daban
cuenta de un cable -proveniente de la sede palotina en Roma- que afirmaba que
la muerte de los padres palotinos fue por ser simpatizantes de izquierda. Si
esto era cierto, quería decir que los que los mataron fueron de derecha, o sea
que el gobierno -al que tanto temían molestar- mentía. Lamentablemente no hubo
suerte; a pocas horas del desmentido, el cable era confirmado por Associted
Press desde la oficina de prensa del Vaticano.
El
padre Kevin O’Neill, superior palotino posterior al crimen, tuvo una
conversación con el nuncio Pío Laghi (el miércoles 7) en la que éste le
manifestó que una embajada extranjera
que no especificó (presumiblemente la de E.U.) le informó que habían
sido fuerzas parapoliciales las que cometieron el crimen. Pero prefirió callar.
A
pesar de la paternal discreción de la Iglesia, el horrendo crimen causó
conmoción entre las filas del gobierno. Aparentemente, la “línea moderada” que
prefería una represión controlada por los mandos y que respondía al
ultracatólico General Videla se impuso -escándalo mediante- a la “línea dura”
que respondía al siniestro Almirante Masera.
El
conocimiento de estos movimientos internos dentro de la dictadura -y obviamente
su por qué- por el nuncio apostólico Pío Laghi es la única razón de las
palabras que le pronunciaría a los palotinos Dwyer, Kessler y O’Neill : “ya se verá con el tiempo que las muertes de
los padres esa noche, salvó muchas vidas”. Aunque así haya sido, este
“canje ventajoso en vidas” que parecía conformar a Pío Laghi -más teniendo en
cuenta el pequeño detalle de que en este ventajoso trueque no estaba su propia
vida- no explica en qué moral evangélica
esto justifica el silencio posterior.
De
cualquier modo, el objetivo inmediato de los asesinos estaba alcanzado: el
crimen concretado; la revancha por lo de la bomba en Coordinación con creces
cobrada aunque fuera en una ventanilla que no tuviera nada que ver con el
hecho, y el poderoso clero argentino
callado, asustado y escarmentado.
A
partir de allí muchos se volvieron más precavidos o callaron para siempre.
Otros evitaban el contacto con esta “orden contaminada”, hasta los hubo quienes
reprocharon a los responsables en la línea jerárquica del clero de que hubiesen
dejado avanzar tanto la experiencia comunitaria de los palotinos, justificando
así, en parte, a los asesinos.
Dentro
de los palotinos los efectos fueron desbastadores. De los cuatro seminaristas
que por suerte no estaban esa terrible noche, dos abandonaron los hábitos para
siempre; Rodolfo Capalozza pidió ser transferido a la delegación alemana;
mientras que Roberto Killmeate -discutido por sus posiciones progresistas con
lo que se había ganado no solo la antipatía de los feligreses poderosos de San
Patricio, sino de los obispos porteños- se le sugirió que abandonase la Orden.
La respuesta del seminarista fue lapidaria: ”Indiquen
por cual de mis acciones se me condena”. Luego de esto, y en el
convencimiento de que la permanencia del joven sería vista como un desafío para
los militares, se lo trasladó a Roma y luego a Dublín. Los temores eran
fundados. La ordenación se demoraba porque había trascendido que el obispo de
Mercedes, Luis Tomé y el obispo de Belgrano, Guillermo Leaden -hermano del
asesinado Alfredo Leaden- fueron alertados por un alto jefe militar que la
ordenación de Killmeate produciría represalias contra los palotinos. Recién en
1978, con casi dos años de demora, fue ordenado en Mercedes, por indicación
expresa del cardenal Pironio desde Roma.
Como
indicando que no tenían motivos para avergonzarse de la experiencia realizada
por el grupo del padre Kelly, los palotinos destinaron a Killmeate a la propia
iglesia de San Patricio. Eso sí, para atender exclusivamente a los niños y con
expresa prohibición de pronunciar sermones. Comenzó entonces una afectuosa
relación con los más bajitos de la feligresía, aunque produjo el entrecejo
fruncido de muchos mayores. También impulsó la cooperativa CAVE, para la
autoconstrucción de viviendas en lugares humildes.
Finalmente,
al producirse una vacante en la pobrísima misión palotina de Los Juríes
(Santiago del Estero), Killmeate se ofreció como voluntario. Fue un alivio para
muchos en Belgrano R. y también para otros cuantos dentro de su Orden.
Poco
después del adiós a sus hermanos muertos, el superior de los palotinos, Kevin
O’Neill, lucharía un tiempo más por dejar en claro públicamente, con sentido
orgullo y en justo reconocimiento, la vida ejemplar de los mártires asesinados.
Esto no podía durar mucho tiempo. Una reivindicación pública era un
inconveniente político para las máximas autoridades de la Iglesia. En diciembre
de 1976 el padre O’Neill fue relevado por el conservador Cornelio Ryan.
El
olvido era premeditado. El crimen ya era historia. Historia de la que por
vergüenza -esa que da la cobardía- no se cuenta.
Años
mas tarde, las sombras de los muertos cubren el recuerdo de los argentinos.
En
1983 se conoce las declaraciones del ayudante directo del general Harguindeguy,
el oficial de la Policía Federal Rodolfo Peregrino Fernández, ante la Comisión
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en Ginebra: “Agrega el declarante que entre las actividades del Ministerio del
Interior, estaba la vigilancia sobre aquellos sacerdotes denominados
“tercermundistas”, existiendo un archivo con 300 nombres conteniendo
informaciones detalladas sobre cada uno de ellos. En referencia al caso de los
padres palotinos, el declarante posee en su poder una agenda telefónica de unos
de los sacerdotes, que guardó como prueba de que dicha documentación se
encontraba en dependencia del Ministerio del Interior en la época de
referencia”. Peregrino Fernández agregó también que estos datos se los
comunicó oportunamente, en Buenos Aires, a monseñor Manuel Moledo -asesor de la
Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa- quien le habría dicho : “Estas cosas ya han pasado. Trate de
olvidarlas para lograr su propia tranquilidad espiritual”. (!)
Con
el advenimiento de la democracia, la causa cambió del ex juez Guillermo
Rivarola al juez Néstor Blondi, el cual trató de reactivarla, pero se encontró
con la falta de cooperación de testigos, incluso de miembros de la propia
Orden.
Mientras tanto, en el país
comenzaba el trabajo de la CONADEP, capitaneada por Ernesto Sábato, la cual
recibiría sobre este caso los testimonios de Graciela Daleo y Andrés Castillo,
ambos sobrevivientes de la ESMA: ”A
mediados de 1976 fueron asesinados tres sacerdotes y dos seminaristas de la
Orden de los palotinos que vivían en una parroquia de Buenos Aires. El teniente
de navío Pernía participó en esta operación, según sus propios dichos: `en la Iglesia había muchas
manzanas podridas que había que eliminar, como ya hicimos con los curas
palotinos´”.
Paralelamente
a esto, el descontento entre los fieles que habían estimado a los religiosos
masacrados se manifestaba con escritos en sus memorias. Alberto Zubizarreta y
Eduardo del Cerro se convertirían en los propulsores de este movimiento. En la
revista “Encuentro” denunciaban :”El
asesinato tuvo sus ideólogos, inspiradores y ejecutores. Muchos de ellos son
conocidos: han ocupado los cargos más altos del gobierno hasta el 10 de
diciembre de 1983. Pero el asesinato ha tenido también sus cómplices. Y eso nos
toca muy de cerca. Porque no podemos negar que dentro de la propia Iglesia se
llamó al silencio y al olvido. Se ha confundido, trágicamente, miedo con
discreción, cobardía con prudencia.”
Con
relación a esto, trascendió a través de una importante fuente religiosa, que
dos personas encumbradas de Belgrano perteneciente a la feligresía de San
Patricio, habrían tramitado ante la Santa Sede el levantamiento de sus
respectivas excomuniones, motivadas por haber propulsados en 1976 el asesinato
de los religiosos. Recordemos que el Código de Derecho Canónico, vigente para
aquella época, decía : “El que pusiere
las manos en las personas de clérigos o religiosos, de uno u otro sexo, cae
`ipso facto´ en excomunión”.
En
los días previos al octavo aniversario del asesinato (4 de julio de 1984) se
negó el permiso para la realización de un acto alusivo, ya que el auxiliar de
la diócesis de Bs. As. y vicario de Belgrano, monseñor Guillermo Leaden, “no
consideraba oportuno tal acto”.
El 1º de agosto de 1984 el padre Cornelio
Ryan había solicitado la apertura de la causa al juez Néstor Blondi aportando
nuevos testimonios, quien lo haría cinco días después. El 30 de octubre de 1984
Pernía se presentó a declarar, citado por el juez Blondi. Después de negar que
en la ESMA hubiese detenidos, dijo que se enteró de la muerte de los palotinos
en 1979 y aseguró que no sabía quien era Daleo. Pernía fue condenado en 1987
"por imposición de tormentos con el propósito de obtener
información" y fue acusado de ser el torturador de las monjas francesas
Alice Domon y Leonie Duquet. Salió en libertad en virtud de la ley de
obediencia debida del presidente Alfonsín.
El
7 de julio de 1984, Eduardo del Cerro, Graciela Fernández Meijide y el Premio
Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, recordaron a los religiosos
sacrificados, inaugurando una nueva era: la del merecido tributo público. Por
la iglesia solo asistieron y expusieron los palotinos Kevin O’Neill y Rodolfo
Capalozza.
En
agosto de 1985, Miguel Ángel Balbi, ex integrante de la Armada, declaró ante
el juez Blondi, que había mantenido una charla con un compañero de armas,
Claudio Vallejos, quien le había confesado su intervención en el asesinato de
los palotinos junto con Pernía, el teniente de fragata Aristegui y el
suboficial Cubalo. Vallejos entró a la casa parroquial después que mataron a
los religiosos. Él pensó que no los iban a matar, sino que los
"chuparían". Se trató de ubicar a Vallejos pero no pudo hacerse..
En
1987, Blondi dispuso la segunda clausura provisional del caso "al no
llegarse al esclarecimiento del hecho".
En abril de 2005, con motivo de la ascensión de Ratzinger
al papado, el presidente Kirchner visitó la iglesia San Silvestre Incapite, en
el corazón de Roma, para rendir homenaje a los cinco palotinos asesinados. Ante
las autoridades religiosas que lo recibieron, Kirchner dijo que su gobierno
tiene el compromiso de buscar justicia para las violaciones de los derechos
humanos cometidas en esa época. El director de la orden, el párroco Denise
O´Brien, y el subdirector, el padre Mariano Pinasco, recibieron al Presidente
quien recorrió la iglesia y depositó una ofrenda de flores ante la placa que
recuerda a los cinco sacerdotes asesinados en Buenos Aires.
"Ellos fueron víctimas del terrorismo de Estado
porque pertenecían a una iglesia que denunciaba", dijo Pinasco. "Estamos
orgullosos de usted y de su presencia. Gracias por no dejarnos solos, porque
durante muchos años nos sentimos abandonados", agregó el sacerdote. En
tanto, Kirchner dijo que la búsqueda de la justicia es "un compromiso
del Estado y del pueblo argentino". "En nombre del pueblo y el Estado
argentino venimos a traer nuestro profundo reconocimiento a nuestros hermanos
asesinados en la dictadura militar", escribió el jefe del Estado en el
libro de invitados de la congregación.
En julio del 2006 la Legislatura aprobó un proyecto de ley que homenajea
a los Padres Palotinos con la construcción de un monumento, presentado por el
legislador del partido del gobierno Claudio Ferreño. Dos meses antes el
presidente Kirchner y el cardenal Jorge Bergoglio coincidieron en la iglesia
San Patricio, donde participaron de una oración interreligiosa por los
"mártires contemporáneos", entre ellos los sacerdotes palotinos.
En mayo de 2007 se celebró una misa de acción de gracias
por la apertura de la causa de canonización de los cinco palotinos asesinados. “Es
el inicio de un camino para que se los reconozca oficialmente como mártires. Un
camino que servirá para guardar en la memoria del pueblo de Dios las
transformaciones que se fueron dando como fruto del Espíritu Santo",
indicó la comunidad palotina de San Patricio.
Hasta el momento jamás fueron hallados ni condenados
los responsables del hecho.
Quedan
como testigos la herencia fecunda en obras y el ejemplo de unas vidas de coherencia
con el Evangelio que predicaron y su encarnación política en la cotidianidad
del pueblo, en el tiempo y el lugar que les toco vivir.
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