Rosario, 27 de setiembre de 2008.
Queridísimo pastor nuestro:
Por todos los medios de comunicación, la ciudadanía en general, y la grey católica que usted preside en particular, nos anoticiamos de su carta que pide iniciar “una campaña de oración, con entusiasmo y unidos para pedir confiadamente la lluvia (Ad petendam pluviam)”, enviada a sacerdotes de la arquidiócesis con motivo de la necesidad de “lluvia abundante para nuestros campos, para los animales, para alimentar las fuentes de agua, y para favorecer la salud de todos”.
Esta invitación a rezar una oración para pedir la lluvia al terminar la misa de cada día a los sacerdotes de la región tendría el siguiente texto: Oremos: Dios Padre providente y generoso, que "cuidas la tierra y la riegas" y "cuyos canales están llenos de agua", concédenos la lluvia que tanto esperamos: la lluvia que nuestros campos necesitan y que nuestros animales aguardan. Que el agua llegue a nosotros como una bendición del cielo. Te lo pedimos, por la intercesión de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Coincido ampliamente con usted de que “no es suficiente que comentemos unos con otros, escuchando los partes meteorológicos”. Pero respetuosamente me permito disentir como cristiano -cuya doctrina católica proclama la irrenunciable vocación de “rey, sacerdote y profeta”- de las formas en que se le proponen al Pueblo de Dios abordar este tema, como otros tantos asuntos que “pecan” con la misma “lógica”.
No le debe ser desconocido que Dios dotó al hombre del don maravilloso de la libertad y es permanentemente convocado al ejercicio pleno y responsable del mismo. Teológicamente, el pecado es la libertad del hombre enfrentando al plan de Dios, quien respeta esa libertad imperturbablemente. La primer respuesta a la consabida pregunta sobre ¿qué hace Dios ante calamidades naturales? es la conocida contestación inmediata de que nos hizo a cada uno de nosotros. Lo hizo a Ud., me hizo a mí, como a todos los seres humanos. Y también está en nuestra medida comprometernos con ese mandato existencial de construir un mundo mejor, haciendo uso y cargo de esa libertad.
De la anacrónica definición de San Agustín del siglo IV en donde un milagro es “un fenómeno donde se produce un efecto con independencia de la causa, de la cual quiso Dios que dependiera, según la común y ordinaria condición de las cosas” -y a partir del insalvable escollo que representa la ciencia moderna desenmascarando tanta ignorancia y superstición presentada como “milagro” por lo que fue sigilosamente sepultada después del Concilio Vaticano II- tomó vigencia para aquellos creyentes más informados la definición del Colegio Episcopal Holandés de que “nada nos obliga a considerar los milagros como una intervención arbitraria y extraña de Dios, como si Dios impidiera el curso de su propia creación. Lo más propio es decir que el milagro hace al hombre consciente de que ignora lo que puede pasar en él mismo y en el mundo”. Finalmente, El 25 de enero de 1983, el Papa Juan Pablo II promulgó el vigente Código de Derecho Canónico, donde toda referencia a intervenciones milagrosas y milagros fue suprimida.
Este Dios que actúa regularmente sólo a través de sus hijos a partir del ejercicio de la libertad concedida y muy excepcionalmente puede llegar a obrar “milagros”, está definitivamente ausente del mundo en forma directa y concreta. Es Ése el Dios en el que creemos o “tendríamos” que creer maduramente y no en ningún otro infantilismo. “Nada sólido intelectual y existencialmente se puede edificar mientras la ausencia de Dios no se haya afrontado, comprendido a partir del Evangelio y aceptado”, en palabras del eminente sacerdote y teólogo católico apostólico romano François Varone.
Por otra parte, el Dios del amor proclamado por Jesús de Nazareth quedaría en una posición algo sádica y hasta integralmente perversa si sabiendo de nuestras necesidades y penurias -si estando dentro de su mecánica de relación con los hombres y mujeres producto de su creación la intervención directa y milagrosa en la historia- esperara en forma distraída y casi indiferente nuestros pedidos de salud, trabajo, dinero, amor o lluvia. Más aun, cuando muchos de estos pedidos -aun los más nobles- nunca encuentran satisfacción. ¿Qué clase de Padre es nuestro Dios que nos haría esto? Definitivamente no es éste el Dios en que creemos.
Creemos en un Dios a quien lo único coherentemente que se le podemos pedir es que nos incremente la fe, haciéndonos cargo de nuestra respuesta para asumirla y hacerla centro de nuestra vida. Es el Dios de la fe, bien distinto al dios de esa religión que mal administra la religiosidad natural que tiene todo ser humano, y que con sus ritos -incluida la parte componente de oración- pretende sacarlo de su supuesta indiferencia.
Sería verdaderamente profético denunciar desde su posición de ministro -por lo tanto servidor del Pueblo de Dios- las causas con nombres y apellidos de los verdugos de nuestro hermano pobre el planeta tierra. Esto sería utilizar la libertad que Dios nos concedió para optar por su plan salvífico de implantar el Reino de Dios aquí en la tierra como adelanto del otro en el cielo donde alcanzará su plenitud, más que pedir en él la formación de nubes que precipiten en los campos...
No condice con nuestra fe el hablar ambiguamente de “humanizar las relaciones económicas” sin criticar frontalmente a ese capitalismo enmarcado en el liberalismo conservador excluyente, ni señalarlo como ilegítimo e inmoral según el plan de Dios y responsable directo del empobrecimiento artificial de su pueblo tanto como de la calidad habitable del planeta.
No condice con nuestra fe el dios del Instituto para la Religión y la Democracia (IRD) que durante las administraciones Reagan fue diseñado oficialmente para participar en la lucha ideológica internacional poniendo la esa religión al servicio del capital neoliberal internacional, combatiendo "teológicamente" las revoluciones de los pobres, las comunidades de base y la teología latinoamericana de la liberación, como confesaron los mismos "Documentos de Santa Fe" y con la bendición del Vaticano.
No condice con nuestra fe el dios de los teólogos del neoconservadurismo, como Michael Novak, que justifican teológicamente el neoliberalismo en vez de sincerarse y señalarlo culpable de la creciente pobreza y destrucción del planeta causante de estas sequías por deforestaciones indiscriminadas, y que le adjudican eufemísticamente el mérito de la creciente riqueza, e identifican hoy al "Siervo de Yahvé" con la "corporación transnacional moderna" (?) y, aunque es católico, nunca ha sido amonestado, ni siquiera mínimamente.
No condice con nuestra fe el dios de Candessus, dirigente del FMI durante los últimos tiempos, implementador de severísimos "ajustes estructurales" a los países pobres para "modernizar" y hacer "más eficiente" (¿para quién?) sus economías, privatizándolas (despojando a los países de sus últimos bienes nacionales) e introduciéndolas en la globalización (es decir, sometiendo sus mercados al desigual comercio exterior), produciendo el período de mayor concentración de la riqueza y mayor desigualdad de toda la historia universal; Candessus, católico practicante, que pronunció un famoso discurso a los empresarios “cristianos” en el que les atribuyó corporativamente el "cumplimiento" de la Buena Noticia de la liberación de los pobres (Lc 4, 16ss), ha sido incorporado, tras su jubilación de la dirección del FMI, a la Pontificia Comisión de Justicia y Paz del Vaticano, en un claro reconocimiento, por parte del estado religioso, del mismo dios de Candessus!!!
Querido Pastor, permítame que con el mayor respeto se lo pida una vez más, a Ud. que habita esta tierra en este tiempo y tiene la vocación de ministro y profeta, y no a Dios que habita otro espacio sin tiempo y que para estos asuntos nos lo ha dado a Ud. junto a todos nosotros: por favor, ejerza su profetismo y como los grandes profetas de todos los tiempos predique la voluntad de Dios en cada asunto de la vida de su pueblo, dejando de lado toda acción celestial cuando la solución final nos corresponde a nosotros.
Dejemos esas prácticas que prometen una salvación en forma de solución individual inmediata para los que están enfermos o para los desempleados que tienen hambre o para los que no les llueve. Dejemos esa solución ilusoria porque luego reaparecen los fenómenos de desestructuración, desempleo, hambre, sequías y fenómenos climatológicos devastadores ya que las causas de esas enfermedades continúan. Dejemos esa “patología de lo religioso”; esa manipulación de la religiosidad inherente a toda persona que anestesia los problemas políticos sin darle una verdadera solución.
Gran parte de nuestro pueblo, además de las penurias económicas, sufren una pérdida de identidad alarmante. Sin identidad no hay sujeto y estos sectores son objetos manejados a voluntad por los verdaderos responsables de estos desequilibrios ecológicos. Muchos tienen la sensación de desorientación y desamparo. Para muchos la vida no tiene más sentido, nada vale la pena. Los ideales colectivos -incluido la construcción comunitaria del Reino de Dios para los creyentes- quedó muchas veces pisoteada en el suelo, con sus actores muertos o desaparecidos, la memoria aplastada e ignorada, el sentido común dado vuelta.
Estos responsables predican como falsos profetas, desde los centros de poder mundial, que las utopías colectivas llegaron a su fin, que todos sus profetas yacen crucificados y que el Dios de los injusticiados ha muerto. Esta nueva religión es el mercado que quiere imponer un pensamiento único. Ahora se trata de tener éxito apelando a cualquier medio; ya que el éxito y el dinero que lo acompaña “pueden cualquier cosa”; por lo tanto, “vale hacer cualquier cosa” para obtenerlos. Así deja entonces de tener sentido común todo sentimiento de solidaridad, de justicia y de cualquier búsqueda de liberación colectiva. ¡Así deja de tener sentido nuestra fe! Mi querido Obispo, por favor, no dejemos que el anti-reino se pavonee tan obscenamente quedándonos callados.
El sujeto en que se debe convertir nuestro pueblo no lo es naturalmente; se hace, se crea, se pone, se realiza. Ello implica atreverse a realizar la utopía de la identificación con sus mejores sueños. En estas épocas de crisis se pierde el centro, no se sabe "dónde se está parado", no sabe quién es, qué es. Es cuando el problema de la identidad aparece en toda su profundidad, más aun cuando el mercado se erige como único sujeto. Es aquí cuando nuestro pueblo necesita respuestas, orientaciones. ¡Sus orientaciones de Pastor en la dirección de la justicia del Reino de Dios por el que vivió y entregó la vida Jesús de Nazareth!
Este fenómeno denominado "globalización" fuerza esta época de crisis. Esta etapa es de una feroz ofensiva del gran capital que para superar la que tal vez sea la crisis más grave de su historia, lanzando un proceso de súper concentración la cual está presente, actúa y modifica constantemente nuestras condiciones de vida, incluidas las climáticas. Nos quieren hacer creer que esta globalización -como fenómeno de intercomunicación mundial- es algo que de una manera antojadiza “iguala” a todas las regiones y las naciones, y permite que el conjunto de los bienes, tanto los económicos como los culturales, se “muestren” a todos. Usted sabe que esto es mentira, pues nada tiene de global, ya que se trata de organizar a escala mundial unos intereses absolutamente parciales y minoritarios; por lo tanto contrarios a la voluntad de Dios, Padre generoso, que dispuso las riquezas para todos. ¿Este es el modo que el mercado entiende que se evitaría toda violencia? Sería lo mismo que afirmar que en una sociedad de amos y esclavos, si los esclavos son completamente débiles, no habría violencia, reinaría la paz. Se trata de la paz lograda con la máxima violencia, la reducción de los otros a la esclavitud, es decir, la negación práctica de que sean sujetos.
Sólo el ser histórico es sujeto y sólo el sujeto es ser histórico. Y éste puede tanto ser individual como colectivo. El Estado, el gremio, la familia, la tribu, el partido, las clases sociales, los sectores populares, y -por supuesto- la Iglesia, son sujetos. Lo son en la medida en que se constituyan como tales. Lo son en la medida en que deciden, producen hechos, luchan por sus derechos, planean y realizan proyectos. Querido Obispo, ayúdenos a conformarnos como sujetos de nuestra propia historia. La guía de su ministerio nos es importante para ejercer nuestra fidelidad al proyecto liberador de Jesús de Nazareth.
Los tiempos de cambio como el actual son siempre difíciles y la gente se siente insegura y tiende a refugiarse en lo tradicional que adormece el miedo. Esto se ve sobremanera en lo que se refiere a religión, que es justamente lo que está pasando con la tendencia de tantos fieles poco informados buscando soluciones rituales o milagrosas a sus problemas. Cada uno reza como puede y siempre viene bien rezar. Pero lo es en tanto y en cuanto esto se traduzca en fe hacia las potencialidades de uno mismo de protagonizar los cambios necesarios pertinentes; haciendo de esta manera coherente nuestra fe ya que, justamente, ese es el proyecto de Dios para todos y cada uno de nosotros.
Aquí es cuando se hacen imprescindibles los grandes Profetas para interpretar la situación y dar referencias de esa voluntad de Dios, actualizando tradiciones y formas anacrónicas que son más opio que liberación; ya que lo importante no es la religión que da seguridad, sino la fe en Dios y la fidelidad a su proyecto de vida. Mucha gente de nuestro Pueblo busca en la religión más la seguridad que la fidelidad; quieren estar bien con Dios, pero también con su seguridad puesta en las cosas de la tierra. Pero el Señor no tolera esta postura porque es contradictoria y de hecho es adorar falsos dioses. Se busca entonces, a partir de prácticas religiosas y espiritualidades desviadas, cumplir con esa especie de “burocracia eclesiástica” para “conformar” a Dios y “forzarlo” a actuar a favor. Así se engañan a sí mismos, se alejan de Dios y se apartan de Su proyecto. Todo esto es lo que los Profetas de ayer y de hoy denunciaron y denuncian, porque ven que es lo que más daño le hace al Pueblo, y, por supuesto, ganándose muchas veces el resentimiento del común de la gente y su condena, ya que no es cómodo escucharlos. Pero Ud. sabe que en esto no hay opción: “el que no está conmigo está contra mí, el que no siembra desparrama. Fríos o calientes; a los tibios los aborrezco” dijo hace unos dos mil años un nazareno al que llamaban Maestro...
La verdadera vocación de cada cristiano en función de Profeta será comunicar a los hombres y mujeres creyentes lo que Dios quiere y lo que Dios espera en cada tema, sin generalidades, como lo hacían los Profetas bíblicos, sobre todo cuando la gente se engaña o es engañada (incluso por jerarquías eclesiales), lo que conlleva una respuesta de búsqueda de la verdad y del cambio o conversión (“ir contra otra versión” – la del poder). Y exige por parte de los que queremos hacer de ese profetismo nuestra práctica pastoral una “expatriación”, un exilio de los lugares viejos, incluso los religiosos. En esta práctica pastoral de verdadero profetismo cristiano, el seguidor del Resucitado deberá asumir la persecución de todo tipo -como en todos los tiempos ha ocurrido- hasta la posibilidad de llegar a correr la misma suerte de cruz de Aquel: “Felices ustedes si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran unos delincuentes a causa del Hijo del Hombre. En ese momento alégrense y llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande en el Cielo. Por lo demás, esa es la manera que trataron también a los profetas en tiempos de sus padres” (Lucas 6, 22-23).
Por eso, como cristiano de su rebaño, le digo que es importante oír su voz profética interpretando la vida, los hechos y la historia. Sobre todo, en un tiempo como el nuestro, tiempo de cambio y de miedo, tiempo de inseguridad y de incertidumbre. Cuando las cosas se ven desde la plenitud de la vida que ofrece Dios, no hay más remedio que hacerse crítico con relación al presente. Ayer como hoy, mucha de la gente de nuestro Pueblo no busca nada más que su interés particular, con lo cual la vida se convierte en una auténtica miseria: cada cual va a lo suyo y así todo el mundo sale perdiendo, sobre todo los más débiles, los pobres, los injusticiados.
Creo profundamente que el verdadero problema está en cambiar el presente a partir de la maravilla de vida que nos promete Dios en el futuro. La idea central de todos los Profetas es que el futuro de Dios es la plenitud del hombre. Es decir, la puesta en práctica del proyecto de Dios es lo que verdaderamente puede hacer la felicidad de la humanidad.
Y de últimas, como diría un viejo sacerdote amigo, “seremos soldados derrotados de una causa invencible”. He ahí la grandeza de nuestro destino en la pequeñez de nuestra vida.
Fraternalmente
gabriel andrade (*)
(*) gbrl@live.com.ar
Militante cristiano de base. Bautizado, confirmado y practicante de la fe católica apostólica romana. Padre, hermano, compañero y amigo.Ttrabajador independiente, rosarino y pecador.
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