jueves, 15 de enero de 2009

RESPUESTA AL DOCUMENTO DEL EPISCOPADO ARGENTINO “Recordar El Pasado Para Construir Sabiamente El Presente”

RESPUESTA AL DOCUMENTO DEL

EPISCOPADO ARGENTINO

DEL 15 DE MARZO DE 2006

“Recordar El Pasado Para Construir

Sabiamente El Pre­sente”











por Gabriel Andrade


Recordar El Pasado Para Construir Sabiamente El Pre­sente
(Documento del Episcopado Argentino del 15 de marzo de 2006)

«La memoria de un pueblo se nutre de innumerables hechos que jalonan su histo­ria. Algunos han de ser celebrados como acontecimientos fecundos que fortalecen la convivencia social. Otros, aunque generen dolor y tristeza, no deben ser silenciados.»
«En estos días, Ios argentinos volvemos nuestra mirada al pasado para recordar el quiebre de nuestra vida democrática del 24 de marzo de 1976. Este hecho, acontecido en un contexto de gran fragilidad institucio­nal, y consentido por parte de la dirigencia de aquellos momentos, tuvo graves conse­cuencias que marcaron negativamente la vida y la convivencia de nuestro pueblo.»
«¿Qué sentido tiene traer hoy a la me­moria tan doloroso aniversario? ¿Con qué espíritu lo haremos?»
«Estos hechos del pasado, que nos hablan de enormes faltas contra la vida y la digni­dad humana, y del desprecio por la ley y las instituciones, son una ocasión propicia para que los argentinos nos arrepintamos una vez más de nuestros errores y para asimilar, en la construcción del presente, el aprendi­zaje que nos brinda nuestra historia.»
«Los cristianos, cuando recurrimos a la memoria, lo hacemos para purificarla y constituirla en fuente de sabiduría, recon­ciliación y esperanza. Consideramos opor­tuno recordar ahora lo que dijimos hace 25 años en el documento “Iglesia y Comuni­dad Nacional”: “Porque se hace urgente la reconciliación argentina queremos afirmar que ella se edifica sólo sobre la verdad, la justicia y la libertad, impregnadas en la misericordia y en el amor” (ICN 34).»
«Debe ser este espíritu de reconciliación el que nos anime en el presente, alejándo­nos tanto de la impunidad, que debilita el valor de la justicia, como de rencores y re­sentimientos que pueden dividimos y en­frentamos. Una fructífera mirada al pasado debe ayudarnos a todos a crecer en nuestra dignidad de hijos de Dios y a comprome­ternos responsablemente en la construc­ción de una patria de hermanos.»
«Por ello, si asumimos nuestra historia como verdadera maestra de nuestra vida presente, podremos vivir en el respeto a la ley, fortalecer nuestras instituciones y con­solidar una democracia fundada en los va­lores de la verdad y la vida, de la justicia y la solidaridad, del amor y la paz.»
«Que nuestra fe en Dios, que es Padre de todos, nos fortalezca e ilumine en este camino que estamos llamados a recorrer to­dos juntos.»



En Argentina, la Iglesia y nosotros, sus miembros, tenemos muchas razones
para confesar nuestros pecados y pedir perdón a Dios y a la sociedad:
por nuestra insensibilidad, por nuestra cobardía, por nuestras omisiones,
por nuestras complicidades con la represión ilegal.
Obispo Jorge Novak - 29 de abril de 1985.

... es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio...
Juan Pablo II, nº 37, "Tertio millennio adveniente" (1994)


Documento verdaderamente “sabio para construir el presente” el publicado por el Episcopado Argentino. Ningún cristiano, especialmente los católicos de quienes estos obispos son sus pastores, pueden dejar de acordar con ello.
Bien dice el documento que: “La memoria de un pueblo se nutre de hechos que aunque generen dolor y tristeza, no deben ser silenciados... hechos del pasado, que nos hablan de enormes faltas contra la vida y la digni­dad humana, y del desprecio por la ley y las instituciones, son una ocasión propicia para que los argentinos nos arrepintamos una vez más de nuestros errores y para asimilar, en la construcción del presente, el aprendi­zaje que nos brinda nuestra historia”.
Se habla entonces de “sabiduría, recon­ciliación, esperanza”. Se recuerda el documento publicado 25 años atrás “Iglesia y Comuni­dad Nacional” donde se instaba a “una urgente reconciliación argentina (la cual) queremos afirmar que se edifica sólo sobre la verdad, la justicia y la libertad, impregnadas en la misericordia y en el amor”.

Impresionante esquela que resalta los más altos valores cristianos.
Se pronuncia la palabra “reconciliación” varias veces, tanto ayer como hoy.
Pero la “reconciliación” la puede ofrecer sólo el que ha sido víctima de una ofensa y es un acto de caridad semejante al que tiene el Padre por nuestros pecados con nosotros.
Para que esa oferta de la víctima sea tal, debe primar el perdón sobre el victimario.
Para que ese perdón se pueda conceder, la víctima –a semejanza de lo que hace el Padre con nosotros– debe reconocer en su victimario tres condiciones: 1º, un examen de conciencia honesto y completo; 2º, el más importante, el arrepentimiento sincero de sus ofensas y la intención de no volverlas a acometer y 3º, la purga de sus faltas a través de una penitencia y la reparación de éstas si es posible.
Esas son las condiciones para el sacramento del perdón que nos enseñaron desde nuestro primer catecismo. Esas mismas que no tienen los victimarios; por lo que, no solamente no están en posición de proponer una reconciliación que corresponde únicamente a las víctimas, sino que tampoco tienen las condiciones para pretender un perdón, principalmente porque jamás se manifestaron arrepentidos de lo hecho (por el contrario lo reivindican y manifiestan que lo volverían a hacer) y por no tener tampoco intenciones de cumplir justa penitencia ni reparar con la verdad histórica lo sucedido (ya sea con los destinos de los cuerpos de los desaparecidos como con los de los niños apropiados).

Pero no se acaba en las fuerzas armadas y de seguridad la obligación de pedir perdón para intentar una reconciliación. Los colaboradores civiles, especialmente los responsables de las empresas cómplices que financiaron a la dictadura, también tienen la responsabilidad de pedir perdón en iguales condiciones.
Y los obispos, orgánicamente, como pastores destinados a guiar al Pueblo de Dios, corresponde más que a nadie pedir perdón institucionalmente y esperar la reconciliación con su grey; por gravísimos pecados de acción u omisión, por complicidad con el golpe de estado y su posterior proceso, por la justificación ideológica del victimario, por no proteger como Iglesia institución a sus hijos, negarlos y abandonarlos, escribiendo así la página más negra y vergonzosa del Episcopado Argentino.
Sería teológicamente correcto, que con una solidaridad intergeneracional con sus hermanos obispos del pasado, el Episcopado hiciese un mea culpa como lo hiciera Juan Pablo II por toda la Iglesia Católica en el Jubileo por el fin de milenio; por “los pecados de la iglesia como las cruzadas, la persecución de los judíos, la condena a Galileo, las guerras de religión, la opresión de los indígenas americanos, la violencia de la Inquisición, el integrismo, el enfrentamiento con el Islam, la pasividad ante el nazismo, el racismo, la trata de esclavos, la marginación de la mujer y la aceptación de las dictaduras que vulneraron derechos humanos”.

Podrían empezar a pedir perdón por haber ofendido gravemente a cada iglesia viva de carne y hueso torturada y asesinada. Por ser cómplice por acción u omisión de la profanación de cada cuerpo, de cada templo del Espíritu Santo donde palpitaba Cristo por la gracia del bautismo.

Podrían seguir pidiendo perdón por haber negando a sus mártires. Por haber aceptado como accidentes los asesinatos del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, y el de San Nicolás, Carlos Ponce de León, y hasta hoy nunca haber rectificado, ni haber pedido el esclarecimiento y ni mucho menos el que se haga justicia con sus muertes.
Por haber ignorado el atentado que a la postre le costaría la vida al obispo de Santa Fe, Vicente Faustino Zazpe y conjurarse para dejarlo en soledad por comprometerse en defender el Evangelio.
Por haber aceptado la impunidad y hasta hoy no haber reclamado esclarecimiento ni justicia de los bestiales asesinatos de los sacerdotes del Chamical, padres Gabriel Longuevill y Carlos de Dios Murias; por los asesinatos de los padres palotinos, Alfredo Leaden, Pedro Duffeau y Alfredo Kelly, y de sus seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti.
Por haber callado y hasta el día de hoy no haber exigido el esclarecimiento y justicia por los secuestros, torturas y asesinatos de sus hermanos sacerdotes, Padre de la Fraternidad Pablo Gazarri, Padre Fourcade, Padre salesiano Mauricio Silva.
Por haber callado y hasta el día de hoy no exigir el esclarecimiento y justicia de los secuestros, torturas y asesinatos de los ex seminaristas Héctor Baccini y Juan Isla Casares, por el de los pastores protestantes Víctor Boinchenko y Mauricio Lopez, por el de las religiosas francesas Alice Domon y Léonie Duquet.
Por el secuestro y torturas de nuestros hermanos Padre asuncionista Jorge Adur, Padre franciscano Carlos Bustos, religioso Hugo Corsiglia, Padre Jorge Galli, religioso Luis Grerván, Padres Jesuitas Orlando Yorio y Padre Francisco Jalic, religiosos y seminaristas asuncionistas Raúl Rodriguez y Carlos Di Pietro, Padre Nelio Rougier, Padre Patrick Rice, Hermano de la Fraternidad Henri de Solan, Padre James Weeks, Hermano de La Salle Julio San Cristóbal.
Por el de los militantes cristianos de movimientos juveniles, obreros o catequistas, Juan Isla Casares, Estela Sarmiento, Daniel Esquivel, Elizabet Käsemann, José Tedeschi, Mónica Mignone, Francisco Blato, Alejandro Sackman, Esteban Garat, Valeria Dixon de Garat, Adriana Landaburu, Marcos Cirilo, Patricia Dixon, Juan Sforza, José Serapio Palacios, Jorge Congett, Roque Álvarez, Ignacio Beltrán, Roque Macán, Fernanda Noguer, Mónica Quinteiro, María Vazquez, Roberto Van Gelderen, César Lugones, Roberto Abad, los compañeros de la villa 1-11-14 y tantos otros...
Por haber callado y hasta el día de hoy no exigir el esclarecimiento y justicia de los secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones de miles de Cristos negados mucho más que tres veces...

Podrían seguir pidiendo perdón por las homilías, declaraciones y frases escandalosas de sus hermanos obispos del pasado reciente, especialmente los vicarios y capellanes castrenses:
“La misión de las FFAA es la del Dios de los Ejércitos bíblicos (...). Se avecina un baño de sangre para redimir a la nación” (Mons. Victorio Bonamín, 29 de diciembre de 1975, Plaza Hotel). “El golpe de estado fue un acto de la providencia y con el tiempo se afianzará que fue obra de Dios” (24 de marzo de 1982, declaración a periodistas, Vicario Castrense Mons. Victorio Bonamín)
“Insto a cooperar positivamente con el nuevo gobierno a fin de restaurar definitivamente el auténtico espíritu nacional y una convivencia que no puede soslayarse con palabras sino que deben enfatizarse con los hechos” (Arzobispo de Paraná, Vicario castrense y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Adolfo Tortolo, el 24 de marzo de 1976 en la sede del Episcopado). “Las fuerzas armadas, aceptando la responsabilidad tan grave y seria de esta hora, cumplen con su deber” (Mons. Tortolo, declaración a periodistas, 1977)
“Algunas veces la represión física es necesaria, es obligatoria y, como tal, lícita” (último Vicario Castrense durante la dictadura militar, Mons. Medina, abril de 1982).

Podrían seguir pidiendo perdón, como condición necesaria que habilite una verdadera reconciliación, por haber legitimado ideológicamente el golpe militar.
El Episcopado Argentino dio como supuesto que el país vivía "circunstancias excepcionales y de extraordinario peligro para el ser nacional", que la "guerrilla terrorista ha violado constantemente la más elemental convivencia humana", que "ha habido desde hace años en nuestro país un accionar de las fuerzas del mal", que se ha "desatado contra la Argentina una campaña internacio­nal" (Carta a la Junta Militar, 17 de marzo de I977). De esta manera no sólo legitimaba el golpe, sino también la desinformación que hacía la Junta Militar en relación con la defensa en favor de los derechos huma­nos que se llevaba a cabo en ámbitos interna­cionales como la de "Amnesty International", el “Consejo Mundial de Iglesias” y el “Tribunal de los Pueblos”.
La legitimación de la dictadura militar se realizó a veces con una claridad que asom­braba: "comprendemos también muy claramente que las excepcionales circunstancias por las que ha atravesado el país exigían una autoridad firme y un ejercicio severo" (Promemoria, 26 de noviembre de 1977). El decreto de la Junta Militar decía: "Las condiciones excepcionales que vivía el país durante el período de la agresión terrorista hicieron que los elementos esenciales del Estado fueran afectados en niveles que dificultaban su supervivencia". El paralelismo de ambos discursos es evidente y jamás hubo una rectificación ni un pedido de perdón por esto.

Podrían seguir pidiendo perdón por la legitimación episcopal del documento de la junta militar argentina sobre los desaparecidos.
Señaló el Episcopado que "si bien es cierto que el gobierno nacional ha declarado y publicado la situación de muchos; y que la ley 22.068 regula la ausencia con presunción de fallecimiento; sin embargo todavía subsiste el problema de personas desaparecidas, sea por la subversión o por la represión, o también por libre determinaci­ón" (Declaración de la Comisión Permanente, 14 de diciembre, 1979).
De esta manera el Episcopado reconoce una buena voluntad y pasos positivos dados por la Junta Militar para solucionar el problema de los desaparecidos por la subversión, por la represión o por libre determinación. Eso es absolutamente falso. No hay desaparecidos por la subversión o por libre determinación. Los obispos no pueden presentar esos casos. Con esa clasificación de los desaparecidos apuntalaron la tesis militar al respecto y en 30 años jamás hubo rectificación.
No en vano, y basándose en ello, el 28 de abril los militares argentinos dieron a conocer por radio y televisión, a todo el país, el "Documento final de la Junta Militar" donde pueden afirmar que "muchas de las desapariciones son consecuencia de la manera de operar de los terroristas... Los familiares denuncian una desaparición cuya causa no se explica, o, conociéndola, no quie­ren explicarla".
Vuelve a aparecer el paralelismo entre ambos discursos.
El Episcopado pide a las autoridades que tengan una "actitud más comprensiva ante quienes sufren la desaparición de seres muy queridos" (Declaración de la Comisión Perma­nente, 14 de diciembre de 1979), con lo cual dan como un hecho que la actitud de la dictadura era comprensiva. Simplemente era cuestión de profundizarla.
Dicen los obispos que "crean una desconfianza general y destruyen profundamente el tejido social, aquellos que instrumentan la tragedia y el dolor de otros para fines incon­fesados (Pastoral del 3 de mayo de 1980). Este es el lenguaje de la Junta Militar utilizado primero por el Episcopado. Como antes habló de las "fuer­zas del mal", para referirse a las luchas contra la dictadura, y se refirió a la campaña internacional en contra de la Argentina, ahora habla de "fines inconfesados"; para referirse simplemente a los que, al movilizar la opinión pública en favor de la aparición con vida de los desaparecidos, quieren también terminan con la dictadura militar que ensangrentó al país.­ Como un eco de las afirmaciones episcopales, dice el documento de la Junta Militar; "Es el tema de los desaparecidos... el que con mayor insidia se emplea para sorpren­der la buena fe de quienes no conocieron ni vi­vieron los hechos que nos llevaron a esa situación límite”.

Tendrían que seguir pidiendo perdón por presentar de forma atroz el tema de la reconciliación en el documento impulsado por Mons. Quarracino "En la hora actual del país" (26 de abril de 1983) a favor de una “Ley del Olvido”.
Se había afirmado antes que "un pueblo digno, sobre todo en tiempo de dificultades, estrecha sus filas por vínculos que superan las normas de justicia y es capaz del perdón y del amor. Hoy debemos demostrar que los argentinos somos capaces de vivir una profunda solidaridad social" (Exhortación pastoral, 14 de noviembre de 1981). Como puede verse, si se cita a la justi­cia, ésta no sólo queda relegada a un segundo término, sino que se proclama la necesidad de superarla mediante el perdón y el amor. Naturalmente que quienes han de perdonar son las madres de los desaparecidos, sus novias, esposas, hijos; los torturados, los recluidos en campos clandestinos, los exiliados, los humillados. Piénsese en lo que realmente signi­fica decirle al pueblo que debe perdonar, olvi­dar, reconciliarse con aquellos que han hecho desaparecer, han torturado y matado a sus seres queridos, han robado abiertamente sus casas, apropiado de sus bebés y seguían en el poder gozando impunemente de lo actuado.
Esto fue abrir el camino para que los militares dijeran tranquilamente que era necesario "afron­tar con espíritu cristiano la etapa que se inicia" y "mirar el mañana con sincera humil­dad", basándose en “cristianismo” del documento de los obispos.
La dificultad principal para lograr la ansiada reconciliación se encontraba, según los obispos, en que los argentinos no sabíamos dialogar. "Una sociedad política es un acuerdo de intenciones y de propósitos y exige esta confianza real entre sus miembros. Los argentinos debemos tenernos fe". (Pastoral 3 de mayo de1980). Así, las Madres de Plaza de Mayo debían tener fe en los que habían hecho desaparecer a sus hijos desde una situación de absoluta impunidad; los padres de los soldados mutilados en Malvinas debían tener fe en quienes llevaron a sus hijos a una matanza segura, ahora si, por fines inconfesados; el pueblo debía tener fe en sus verdugos.
Los obispos nos decían entonces cuál era la verdadera causa del desencuentro argenti­no y su consecuencia, la inestabilidad: "Lo que parece claro es que la Argentina sufre una crisis de autoridad”.
Esto era lo mismo que decían los militares para justificar su golpe, y en el documento, hablaban de "vació de poder" y “­crisis del estado de derecho”, porque “no hay voluntad de someterse al imperio de la ley y de la autoridad legítimamente constituida, tal vez, porque se ha desarraigado la autoridad de su origen último, que es Dios”. Se han olvidado que el acatamiento que se debe a la ley obliga por igual a todos, a quienes poseen la fuerza política, económica, militar, social, como a los que nada poseen" (Documento citado).
De modo que el desencuentro argenti­no era reducido a un problema ético, de no acatamiento a la ley. Este recurso al moralis­mo es tan viejo como cómodo. Se hace un llamamiento tanto a los poderosos como a los que "nada poseen". De ese modo nunca se vieron obligados a bucear en la estructura de dominación que, a lo largo de la historia nacional ha provocado la rebelión desde abajo y la violenta represión desde arriba con matanzas, torturas, exilio, prisiones, estado de sitio. Represión contra los movimientos anarquistas del siglo pasado, matanzas de la Patagonia, matanzas de los hacheros de la Forestal, "Semana Trágica" del '19. Es necesario ser ciegos o mentir descaradamente para reducir el problema de la inestabi­lidad argentina a un problema ético, de no querer obedecer a la ley, poniendo en un pie de igualdad a quienes tienen todo el poder y a quienes nada poseen.
En el documento del Episcopado, "En la hora actual del país", del 26 de abril de 1983, los obispos afirmaban: "la reconciliación nacional ha sido centro de nuestra enseñanza pastoral en los últimos años", y dicen lo que implica: "el reconocimiento de los propios yerros en toda su gravedad, la detestación de los mismos, etc".
Los obispos explicaban que "cada uno de nosotros" debe reconocer sus yerros; es decir, cada uno de los desocupados, de los obreros, de los profesionales, de las amas de casa, de los militares y de los obispos, pues todos somos culpables. En cumplimiento de este “mandato episcopal”, los militares en el documento reconocen cómodamente que "cometieron errores" que dejan "suje­tos al juicio de Dios en cada conciencia y a la comprensión de los hombres".

Otro tema recurrente para que los obis­pos pidan perdón es el de la violencia.
Insistían en que "la violencia no es evangéli­ca ni humana ni tampoco eficiente para la solución de los graves problemas argentinos". (Principios de orientación cívica para los cris­tianos, 22 de octubre de 1982), dejando com­pletamente de lado la doctrina tradicional de la Iglesia fundamentada por teólogos de la talla de Santo Tomás o Mariana y Suárez y recogida por Paulo VI en la Populorum Progressio y por la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunida en Medellín en 1968, que reconoce el derecho de la "insurrección revolucionaria" de los pueblos tiranizados (Populorum Progressio, Nº 31; Medellín, Documento "Paz", N ° 19).
No se piense que, al condenar la violencia, los obispos estuvieron condenando a las Fuerzas Armadas, a la Policía, a las cárceles clandesti­nas. No, de ninguna manera. Las Fuerzas Armadas tenían su vicaría espiritual que los contenía.
Nuestros obispos se acordaron de la violencia para condenarla cuando ésta vino de abajo, cuando fue el pueblo que se sublevó ante tantos atrope­llos e injusticias. Es de mala fe hablarle al pueblo de la necesidad de obrar pacíficamente cuando las fuerzas de represión tuvieron los instrumentos de violencia más atroces en sus manos y los aplicaron sin contemplaciones.
Los militares pudieron así hablar en su documento de la "derrota de los violentos", gracias al soporte ideológico suministrado por nuestros obispos. "Trabajar para la reconciliación y la paz, es un presupuesto necesario en la opción política de todos los argentinos. Requiere comprometerse seriamente en la búsque­da de la verdad, de la justicia y el amor, como camino para superar los actuales conflic­tos de nuestra sociedad y cerrar las doloros­as secuelas de la "guerra sucia" y la corrupción (Principios de orientación).
El lenguaje coincidente que usaron los mi­litares en el documento final no es pura coincidencia. Tanto para los militares como para los obispos, las secuelas de la "guerra sucia" no se cerrarán aplicando la justicia a los asesinos, es decir, a los militares que ejercieron el poder y sus cómplices civiles y eclesiásticos, sino con perdón, olvido y amor por parte los victimados hacia sus victi­marios.
Como digno broche de oro de esta cam­paña en pro de la "reconciliación" ferviente­mente impulsada por el Episcopado, Monseñor Quarracino propuso entonces esta "Ley de olvido" y alabó el documento de los militares, pues "es valiente y está bien hecho"; y Mons. Cándido Rubiolo, arzobispo de Mendoza, lo elogió considerándolo como "positivo", expresando además que serviría "para la reconciliación de los argentinos".
El General Jorge Rafael Videla, en forma concordante, dijo que el documento fue hecho "con amor" y que fue la voluntad de reconciliación y la búsqueda común de nuevos caminos para una amistosa convivencia, lo que debió constituir y garantizar a las naciones un futuro mejor". El parale­lismo de los discursos continúa.
Hasta el mismo Vaticano, a pesar de la "prudencia" conque se condujo habitualmente ante el problema de los desaparecidos, manifestó su condena al documento de la Junta Militar, actitud que lo colocó en una posición divergente de la del Episcopado Argentino. El vespertino del Vaticano L'Osservatore Romano dijo que "no se puede evitar de expresar la severa objeción que nace de la conciencia civil y, a la vez, la participación humana y cristiana en un dolor que, así, se ha hecho, en la medida de lo posible, aún más amargo y desconsolado".
Pero ni el Papa pudo contra la alianza de la jerarquía local entre la cruz y la espada, que probó ser más fuerte que la fidelidad al Evangelio de Jesús.

Los pedidos sinceros de perdón tendrían que continuar y por pecados de cinismo muchos más recientes, y, por lo tanto, más inexplicables dados el tiempo histórico transcurrido.
En la cuaresma del 2001, un grupo de obispos volvió a insistir con una “Ley de olvido” para beneficiar a todos los condenados por “razones ideológicas” y de esta manera frenar los “Juicios por la Verdad” y por la “Apropiación de Bebés” en la última dictadura militar.
Notable metáfora cuaresmal de estos últimos tiempos.
Difícil entender cómo a 25 años del golpe de estado, en pleno siglo XXI, todavía hay pastores que se dicen cristianos y confunden actos criminales, como la apropiación ilegal de bebés y el derecho elemental a saber la suerte corrida por 30000 seres humanos y oportunamente la de sus cuerpos, con un ejercicio del pensamiento, como puede ser la adhesión a una ideología.
Difícil de entender, de aceptar, de perdonar para otorgar la posibilidad de la reconciliación a quienes siguen hablando de “dos sectores antagónicos”, “memoria hemipléjica” y “revisión destructiva de la historia”, en palabras de estos obispos, como si los que pedimos que se institucionalice la verdad y que se haga justicia conforme a los patrones éticos y morales aceptados por toda la humanidad y de profundo origen cristiano fuéramos la contracara de la misma moneda y estuviésemos en el mismo nivel que los genocidas, culpables de las peores atrocidades que un obispo, por su jerarquía y posición dentro de esta sociedad, conoce mejor que nadie.
No se puede ser tan incoherente con la fe que se dice tener y propiciar una “reconciliación nacional” pidiéndoles a las víctimas directas o indirectas del terrorismo de estado, y de todos sus cómplices civiles y eclesiásticos, que se reconcilien olvidando alegremente las ofensas de sus victimarios, cuando no se han cumplido ninguna de las condiciones que en el catecismo nos enseñaron para que un pecador sea digno de recibir el perdón cristiano, mucho menos una reconciliación.
No hay ninguna parte de las escrituras o de la tradición cristiana se hable de “olvido” y de ocultar la verdad. Sí se podría referir decenas de citas que afirman exactamente lo contrario. Aquello de que “la verdad os hará libres” no es una metáfora de Jesús.
Los "perdones" y las "culpas" que la Jerarquía de la Iglesia Argentina debe asumir y reconocer son sus ambigüedades, su silencio, su falsa prudencia, sus mentiras, su cobardía, su trato político en reemplazo del hacer profético en complicidad con los poderes de turno. Todo lo que hasta hoy no le permite reconocer a nuestros mártires, a nuestra historia y a nuestra misión. Sería hipócrita seguir celebrando la "eucaristía" negando y silenciando la historia de aquellos que fueron "pan entregado" en sus vidas y hasta su muerte. Hacerlo, sería un gesto de auténtica conversión, tan predicada para los otros.
Reconocer esto también sería denunciar desde el hoy las ideologías de muerte, los sistemas asesinos, las injusticias económicas y sociales, la discriminación en todas sus formas, las corrupciones estatales y privadas, las culpas pasadas, las miserias presentes y todo lo que aún hoy no le permite a nuestra jerarquía ser amados como verdaderos pastores, obradores de verdad, de justicia y de la paz del Pueblo de Dios en la construcción de su Reino.

“El que no está conmigo está contra mí. El que no siembra desparrama... O fríos o calientes. A los tibios los aborrezco.” Jesús de Nazaret.

Gabriel Andrade (*)
Rosario, 16 de marzo de 2006.

(*) Militante cristiano de base, ex redactor y coordinador del BGR y escritor.


BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA

Nunca Más – Informe de la CONADEP – Editorial Eudeba – 1994.
La Iglesia que nace del Pueblo – Rubén Dri – Editorial Nueva América – 1978.
Iglesia y Dictadura – Emilio Mignone – Ediciones del Pensamiento Nacional – 1986.
La Iglesia y la construcción de la impunidad – Carlos del Frade – Editorial Fantasía Industrial II – 1995.
Los relatos de Fray Antonio Puigjané – Entrevista Juan Rosales – Editorial Antarca – 1986.
La verdad nos hará libres – Jaime de Nevares – Editorial Centro Nueva Tierra – 1994.
La Biblia Latinoamericana – Ediciones Paulinas – 1989.
Diario Ambito Financiero – jueves 16 de marzo de 2006.
Boletín Gran Rosario – abril de 2001.

No hay comentarios:

Publicar un comentario