jueves, 15 de enero de 2009

Teología desde el camino (libro de ensayo teológico - político) Prólogo, Índice y Capítulo 1 - por Gabriel Andrade

TEOLOGÍA DESDE
EL CAMINO
La dimensión política de la fe




ÍNDICE



PRÓLOGO por Fortunato Mallimaci

PROFESIÓN DE FE

1- Carta abierta a mis hermanos católicos

IGLESIA Y SOCIEDAD

2- El Reino de Dios
2.1. Situación socio-política de Palestina en tiempos de Jesús
2.1.a Clases sociales
2.1.b Partidos políticos
2.2. Construcción del Reino de Dios

3- Justicia y pobreza
3.1. Elementos fundamentales que definen la Opción por los Pobres
3.2. Características esenciales que definen la Opción por los Pobres
3.3. Fundamentación bíblica-teológica de la Opción por los Pobres
3.4. Novedad, continuidad o discontinuidad de la Opción por los Pobres
3.5. Recepción de la Opción por los Pobres

4- Dios y la tierra - Las riquezas para todos
4.1. Actualidad de la problemática
4.2. Enfoque bíblico-doctrinal

5- Evangelización y masacre
5.1. Historia indoamericana del oprobio
5.2. Argentina y sus pueblos originarios

6- Mujer e Iglesia
6.1. Ministerio de la mujer en la Iglesia-Comunidad
6.1.a. Situación de la mujer en la sociedad judía
6.1.b. Mujer y memoria veterotestamentaria
6.1.c. Actitud de Jesús con las mujeres
6.1.d. La presencia de la mujer en la Iglesia primitiva
6.1.e. Mujeres en un catálogo de oficios
6.1.f. Sobre la naturaleza del ministerio eclesial
6.2. Poder contra la mujer en la Iglesia-Institución
6.2.a. Historia de una infamia
6.2.b. De la Iglesia-Comunidad a la Iglesia-Institución
6.2.c. El sacerdocio de la mujer
6.2.d. Institución Iglesia y poder
6.2.e. Un templo con formas de mujer
6.2.f. La dimensión femenina

IGLESIA Y MEMORIA

7- Respuesta al documento del Episcopado Argentino:
“Recordar el pasado para construir sabiamente el presente”

8- Holocausto de los Padres Palotinos

9- Vía Crucis del Padre Obispo Enrique Angelelli
Las catorce estaciones del Pastor

ESPIRITUALIDAD RELIGIOSA

10- Devociones y deformaciones
10.1. La batalla de Lepanto - La Virgen del Rosario en Europa
10.2. La Virgen del Rosario en San Nicolás

11- Religiosidad popular
11.1. Socio psicología de la opresión
11.2. Historia política de la opresión
11.3. Símbolos y fetiches en la reconstrucción de las identidades populares
11.3.a. Mitos, símbolos y fetiches
11.3.b. La identidad humana
11.3.c. Identidad, memoria y arquetipos
11.3.d. Identidad, proyecto y utopía
11.4. Comunidades Eclesiales de Base

12- Dios. Entre la religión y la fe
12.1. Un pueblo acorralado
12.2. Pero existen los serafines
12.3. El pequeño Zaqueo se hará grande
12.3. El drama del poder
12.4. El judío y el pagano: dos comportamientos religiosos

GUERRA Y FE

13- Conflicto y moral patriarcal judía
13.1. Una historia de moral judía. El nacimiento de las doce tribus de Israel
13.2. Otra historia de moral judía. La conquista de Jerusalén

14- Islamismo y occidente

15- Ratzinger, soberbia y contraislamismo - La Iglesia imperialista
15.1. Ratzinger, la Iglesia y el Imperio
15.2. Jesús, la Iglesia y el Imperio
15.3. E.U. como Iglesia e Imperio
15.4. Resistencia, Iglesia e Imperio

16- ¿Qué hace Dios ante tanto horror? La fe en un Dios ausente
16.1. Guerra masacre
16.2. Dios y dioses. La paz y la guerra
16.3. Un Dios inaprensible

17- Paz y Justicia - Amor teológico y perdón de las ofensas

APENDICE

18- Postales de Santa Fe
18.1. Padre Obispo Vicente Faustino Zazpe
18.2. Monseñor Storni
18.3. El Evangelio de Santa Fe. Sexo, Roma y Autocontrol

19- Reportajes
19.1. Devolver al Pueblo la Palabra de Dios - Padre Ángel Caputo
19.2. El Reino es para Todos - Padre Juan Antonio Buere
19.3. El Apocalipsis en el siglo XXI - Pastor Néstor Miguez

20- Desde el camino

Bibliografía de consulta

PRÓLOGO

por Fortunato Mallimaci
Profesor de la UBA e investigador del CONICET


Es una enorme alegría poder realizar un comentario a este desafiante trabajo que nos propone Gabriel. Se trata de un libro que busca hacer teología, es decir, hablar de Dios, desde un contexto particular, el argentino y rosarino; desde una perspectiva liberadora y sintiéndose parte del sistema-mundo.
Desde el comienzo, el autor no se queda en la neutralidad axiológica: se define como un practicante de la fe católica, apostólica y romana, como militante cristiano de base, trabajador independiente, y para que no queden dudas como .... pecador!!!
No se trata entonces de una propuesta “chirla”, “de quedar bien con unos y otros” , de callar temas, de “tomar distancias de unos y otros” o dejar de lado situaciones de “frontera”... Por el contrario, el autor ama -hasta los tuétanos- su Iglesia, sus comunidades, sus compañeros, sus correligionarios y, por eso mismo, se permite criticarlos con respeto pero sin eufemismos. En un momento donde pocos en los grupos cristianos dicen lo que piensan, es un aire renovador que viene a despertar inquietudes múltiples.
Como el titulo lo muestra -Teología desde el camino- se trata de realizar un recorrido histórico, social, espiritual y teológico de aquellos que a lo largo de la historia se han reclamado seguidores de Jesús y que caminaron por el mundo proclamando que Jesús es el Mesías, el Cristo.
Como otros antes que él, su punto de referencia son los cristianos de a pie, los de todos los días, hombres y mujeres empleados y trabajadores, maestros, estudiantes y comerciantes, productores del campo y de la industria, marginales y desocupados.
Teniendo presentes esas personas creyentes, el autor quiere hablar de Jesús, de sus propuestas, de su época, de su proclama del Reino, de su vida, angustias y tensiones.
Una vez más, como ha sucedido históricamente, cada vez que una casta, un grupo de expertos, un grupo especializado -es decir clérigos- ha querido monopolizar y apropiarse de la vida y representación de todo el cristianismo, surgen aquí y allí, espontánea y organizadamente, hombres y mujeres del “montón”, llamados legos -laicos- por los especialistas, que cuestionan, critican, deslegitiman, hacen trozos a esa pretensión de poder sacerdotal de ser los únicos, verdaderos y legítimos interpretes y proclamadores de “la verdad cristiana”. Habrá que reconstruir un día esa larga historia de “perturbadores”, de “heréticos” y “desobedientes” de la tranquilidad eclesiástica en nuestro país y América Latina. Más aun cuando sabemos que muchos pagaron con sus vidas por atreverse a hablar de otro Dios, de otro Jesús, de otra Iglesia...
Y este es el gran mérito del autor. Se asume como un cristiano que -como proclama la doctrina católica -es al mismo tiempo rey, sacerdote y profeta. Es alguien que se tomó en serio esa definición y la lleva adelante. Se siente miembro del Pueblo de Dios, cree que el hablar de Dios es tarea de todo creyente, que anunciar que Jesús es el Cristo es obligación de todo cristiano.
No hay, por suerte -en este caso como en ningún otro tema social y cultural- una única llave del conocimiento ni un único conocimiento sino múltiples llaves, múltiples conocimientos, múltiples hechos y representaciones.
El autor tiene varios objetivos que los plantea a lo largo del libro pero hay uno que es central y nos debe servir como hilo conductor de su perspectiva creyente: toda persona es sagrada, nadie puede ejercer ningún tipo de violencia -social, física, simbólica, religiosa, política- sobre ella, todos somos iguales y merecemos entrar al banquete universal y que por eso mismo somos diferentes y debemos ser respetados y valorizados en esa diferencia.
Esa tensión que ha existido y sigue existiendo en el cristianismo entre el especialista y el lego, entre el sacerdote y el cristiano en y del mundo, Gabriel Andrade nos lo recuerda a cada instante. Quien dice tensión, dice vínculos entre unos y otros. No se trata de eliminar la tensión sino, nos dice el autor, se trata de exigir, exigirse, exigirles a unos y otros que deben hacerse cargo de su ser cristiano. Por eso, como ha sucedido una y otras veces, el autor va y viene a las fuentes y a las raíces, al ayer y al hoy, a la memoria y a la utopía. O mejor dicho a memorias y utopías, en plural diversas, varias...
Ir a las fuentes y a las raíces, digámoslo nuevamente para oídos desprevenidos, no es de derecha ni de izquierda, no es conservador ni progresista, no es reformista ni revolucionario, no es ser tradicional frente a lo moderno, sino un grito de alerta de aquellos y aquellas que sienten, perciben, sospechan que las autoridades de turno están llevando al cristianismo -en este caso al catolicismo- por rumbos distintos y contrapuestos a los que suponen que Jesús y sus primeros amigos proclamaban y vivían. Por ello es necesario -y el autor ira y volverá desde le inicio al fin del libro- a revisitar a Jesús en su época, contexto y problemas desde su visión actual.
El libro está precedido por una “carta abierta a mis hermanos católicos” donde el autor “protesta” por la apropiación y privatización del mensaje de Jesús. Allí el autor proclama “su verdad” para ser discutida, recuerda lo que él considera “la esencia del cristianismo” que es “el amor incondicional y que la centralidad el mensaje de Jesús se encuentra en los pobres” y no está “en el alegato ideológico montado por centenas de documentos vaticanicios” (p.21) Y afirma -como se viene haciendo desde hace años en América Latina- con toda su fuerza para que sea escuchado en los espacios de poder socio-religiosos que : “Para Jesús y todo el nuevo testamento, el pobre no es un tema entre otros. Es el lugar a partir del cual se descubre el Evangelio como buena noticia de liberación” (p. 20).
El autor no busca una iglesia sin sacerdotes o responsables; por el contrario, les exige ser “verdaderos cristianos”, es decir, que “algún día tendrán que sumarse a esta tarea mesiánica” (p.22).
Para ello hay que anunciar la utopía liberadora al conjunto de los creyentes, desapropiándoselas a los que hoy mandan y creer: “tengo esperanza y hasta me queda una buena reserva de caridad como para esperar y creer en la victoria de esa vida en abundancia de Jesucristo” (p. 23)
Los tres capítulos siguientes son los más profundos del libro y llevan como titulo “Iglesia y sociedad”, “Iglesia y memoria” y “Espiritualidad religiosa”. Allí están sus lamentos y sus propuestas, sus criticas y sus aportes. Los principales temas que hoy aquejan al mundo católico son puestos “blanco sobre negro”. Se podrá disentir, no estar de acuerdo, creer que no es el momento de plantearlos pero no se podrá negar que en esos temas se resumen gran parte del malestar que recorre al cristianismo en nuestro país y a nivel universal.
Toda afirmación situada puede ser tildada de posibles anacronismos. La nuestra, la europea, la americana, la china, la africana o la que sea, de una u otra manera no han podido escapar a hablar y proponer desde su realidad. Lo que sucede es que el poder económico y militar, mediático y simbólico, hizo y hace que unas aparezcan como universales y las otras como particulares. Hay allí un tema epistemológico que sólo se ha resuelto desde la imposición de un poder. A no olvidarlo!!!
Por eso el autor reconoce (p.27) que puede haber anacronismos, por ejemplo al analizar la sociedad y la época de Jesús con categorías actuales. Es una afirmación valiosa que la debemos tener en cuenta en este caso y en todos aquellos de los cuales opinamos y hablamos. Andrade nos hace una puesta al día de diferentes autores y traducciones sobre la vida en Israel en la época de Jesús. Se trata de un relato ágil y llevadero de los conflictos, intereses y opciones presentes en la época que combina historia, hechos, representaciones y lo que el autor llama ”la memoria de Jesús liberador”. La denuncia a la “acumulación de dinero” y el anuncio de ese mensaje liberador a los pobres son el corazón de estas páginas.
El concepto de “Reinado o Reino de Dios” aparece como la utopía de Jesús (p.38) y el autor se explaya con claridad, valentía, ironía y pasión al ir del ayer al hoy en cómo se interpreta la opción por los pobres (de la p. 58 a la 78). Leer y releer esas páginas nos mostrará la profundidad del análisis del autor.
Frente a la “guerra de interpretaciones” para “ocupar el símbolo” de la opción por los pobres, el autor cita varias veces a los principales teólogos, sean sacerdotes, mujeres o cristianos de diversas proveniencias. Recuerda, desde una mirada histórica, que en América Latina “el cristianismo en general se ha mostrado sensible al pobre, pero implacable y etnocéntrico frente a la alteridad cultural. El otro (el indígena y el negro) fue en el pasado considerado como enemigo, pagano e infiel” (p. 104).
Las páginas siguientes son un resumen de la compleja presencia cristiana y la diversidad de memorias que se yuxtaponen y compiten entre sí: la de la opresión y la resistencia, la del anuncio liberador y la de la claudicación, la de legitimar y deslegitimar a los poderosos, la de reconocer las injusticias pero quedarse cruzado de brazos o la de pedir perdón por el pasado pero no hacer nada para reconstruir una memoria de justicia.
El tema de la opresión de género aparece en el texto. Nos dice desde su visión que “no se trata de cuestionar que Jesús de Nazaret fuese varón... lo que se impugna es el modo en que su masculinidad se argumenta teológicamente para reforzar una práctica eclesial oficial andrógina” (p.129).
Recuerda que Jesús no dijo mucho sobre las mujeres pero no las trató como seres inferiores y afirma “tal vez lo más notable de todo lo que Jesús hizo con respecto a las mujeres sea haberlas constituido en las primeras testigos de su resurrección “ (p.117)
La modernidad actual, su análisis y sus consecuencias se hace también presente en el texto y es visto tanto como propuesta superadora y a veces como imposición cultural. El actual proceso de individualización preocupa y al mismo tiempo es portador de nuevas tensiones. Una de esas particularidades tiene que ver con el placer, el placer sexual, la “risus paschalis” (la risa pascual), lo erótico como tema a debatir, a hablar y no simplemente a condenar.
Como a lo largo del texto, el autor acompaña sus afirmaciones con numerosas citas de autores con los cuales concuerda. La cita, por ejemplo, del teólogo protestante brasileño Rubem Alvez sobre la comunidad cristiana es digna de repetir. En ella “hay que conspirar... es decir respirar juntos...es una comunidad que celebra los mismos objetivos eróticos... es la celebración del deseado... El Reino de Dios para ser deseado tiene que ser erótico” (p.134)
Sobre el tema de la memoria nos recuerda que construir una teología desde el camino en nuestro país tiene que tener como telón de fondo y contexto nuclear, los dramas producidos por el terrorismo de Estado, los 30.000 desaparecidos, los sueños, dolores y esperanzas de ayer y hoy. El proceso de militarización y catolización de la sociedad y el Estado en Argentina aparecen una y otra vez. De esas situaciones muy pocos han podido tomar distancia y el sueño del general propio y del obispo propio han acompañado al conjunto de partidos y movimientos sociales a lo largo de la historia moderna.
El asesinato de los padres palotinos, del obispo Angelelli (relatado como un vía crucis de 14 estaciones) y de numerosos cristianos que hicieron suya la propuesta de una sociedad más justa, vuelve a aparecer en el libro, reclamando un lugar especial en la historia del cristianismo. Es importante que el reclamo de Andrade se extienda a numerosos grupos y personas. Porque se los quiere olvidar, rechazar, ocultar y negar desde las instituciones eclesiásticas, se hace clamor y reguero de pólvora desde una memoria que los presenta como “mártires” y “verdaderos cristianos”. Hasta que no se conozca en Argentina toda la verdad de quién y cómo fueron asesinados, hasta que sus cuerpos no sean entregados a sus familiares y los bebés nacidos en cautiverio conozcan su verdadera identidad, son temas que volverán una y otra vez....
Es cierto, no es sólo un problema del catolicismo pero es allí, quizás, donde más hay hoy una disputa de memoria en el espacio público. Otras instituciones religiosas, sindicales, políticas, empresariales, militares, educativas, de medios de comunicación prefieren por el momento ignorar esa historia hecha de complicidades y legitimidades.
Otro tema tratado es el de la religiosidad popular.
Problema complejo si lo hay. El autor oscila entre reconocer como valiosa esta experiencia venida del mundo popular y el tratar de “permitir que estas desviaciones sean asumidas por los fieles menos informados” (p.179). Sin embargo concluye que “si una devoción popular religiosa sirve para que tanto una persona o su comunidad se reconozca como sujetos, produzcan hechos liberadores y no se narcoticen, resignen o anulen el sentido crítico de su existencia, entonces esas devociones son válidas y sirven para el proyecto de Dios” (p. 196).
Y si el autor, como en otros temas, duda, sospecha, desea ver lejos, es que en esta y otras situaciones, los acontecimientos son abiertos, complejos, indeterminados, imprevisibles. Su teología desde el camino apuesta a esa complejidad, a comprender antes que condenar, en ser oreja antes que expulsar.
Por eso son importantes las trayectorias, las historias de vida, los relatos de los actores para conocer sus mundos de la vida. Nadie ni nada puede garantizar cuáles serán los futuros pasos de hombres y mujeres y cómo sus creencias acompañaran o no sus opciones. Por eso el autor nos dice “no es menor el hecho de que las devociones populares sirvan también para soportar el peso de vivir y para caminar detrás de ese ideal siempre necesario e imprescindible de ser felices” (p. 199)
Vale la pena leer este libro justamente por esta perspectiva del autor, pocas veces vista en aquellos que hacen teología o tratan de interpretar la realidad. Cuando Gabriel Andrade se suelta, priorita su inserción y conocimiento a lo que pueda ser “políticamente correcto” sea cual fuere esa “corrección”, aparece la lucidez, su comprensión, aquel que interpela y se pone en el lugar del otro y la otra, que se interesa más por acompañar para transformar juntos y no en condenar o ignorar. Su afirmación que los “devotos hacen su propia hermenéutica” es una máxima no sólo para las autoridades eclesiales sino también para científicos, políticos y académicos.
Las últimas hojas del libro son para criticar con vehemencia a aquellos que utilizan el nombre de Dios -católicos, cristianos, judíos, islámicos, hindúes, etcétera- para justificar sus guerras y violencias.
Innegablemente aparece en primer lugar la actual política imperial de los EEUU que con sus llamadas a pelear desde el cristiano “eje del bien” presenta al islamismo como “el eje del mal”. Dios cristiano frente al diablo Islam, contestado en la misma lógica como Dios islámico frente al diablo cristiano. No es sólo un problema suyo pero es el que más poder tiene para presentarlo al mundo de esta manera. También la figura del actual Papa Benito XVI aparece criticada por el autor al dejar de lado un Jesús Liberador para intentar restaurar un catolicismo de certezas al servicio de clases y grupos dominantes.
El Dios de la guerra es el “Dios del poder y pasivo ante el dolor de los pobres” (p. 264) Por eso el autor vuelve con su fuerza de cristianismo utópico y de su “sospecha” al proclamar con fuerza, claridad y nitidez que el “Dios de los pobres es un Dios de la Paz“ (p. 264 y ss.)
Su “indignidad ética” ante tanta injusticia y ante tanto poder eclesial que niega al Dios liberador lo hace reclamar, aquí y ahora, en la sociedad y en la Iglesia Católica, la presencia de Dios en la historia.
Ese Dios que el autor reclama es el que debe acompañar la larga marcha de los pobres por su dignidad y felicidad, es el que prometió y sigue prometiendo la utopía de la fraternidad universal. El autor quiere más Dios, un Dios que haga suyo el clamor de los pobres.
Una vez más vemos cómo el autor busca alejarse de dogmas, normas y exégesis pre-establecidas, inamovibles. No es sencillo dado que la tensión en el doble registro hermenéutico (dar cuenta de las posturas que el autor profesa y dar cuenta lo que los actores sociales quieren y buscan) van y vienen.
Aparece así un conflicto que el cristianismo no ha resuelto: la tensión entre autoridad y mensaje liberador; entre doctrina que dogmatiza y los acontecimientos que exigen nuevas lecturas.
Un libro que no debe pasar desapercibido, que deberá ser leído con detenimiento para que sea ampliado, corregido y modificado como toda teología desde el camino. Es un llamado para que otros y otras se sumen y se arriesguen a hacer públicas sus dudas y verdades, sus afirmaciones y sospechas. Se trata de una gran bocanada de aire fresco en un ambiente que se vuelve cada día más irrespirable ante tanto control y represión episcopal y vaticana. ¿Queremos correr esa aventura incierta?
El autor nos invita a ser creativos, críticos, esperanzados, porque otra comunidad, otra Iglesia, otra sociedad y otro mundo son posibles...


Buenos Aires, marzo de 2008.

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS



1- CARTA ABIERTA A MIS HERMANOS CATÓLICOS


Queridos hermanos en la fe:


Con gran júbilo me anoticié por todos los medios de comunicación que la elección del nuevo Papa había recaído en un cardenal tradicionalista, dogmático, conservador y ortodoxo. Sentí con inmenso regocijo que el soplo del Espíritu Santo desbordaba el Colegio Cardenalicio reunido en Cónclave en el Vaticano, extendiéndose por toda la urbe, agitando conciencias, despertando utopías, inundando los tiempos con el Reinado de Dios en la Tierra.
Pero luego, interesándome más detalladamente, comprendí que tanto tradicionalismo, tanto dogmatismo, tanto conservadurismo, tanta ortodoxia, sólo llegaba poco más allá del medioevo; hasta las cruzadas y la inquisición, hasta la escolástica de Tomás de Aquino, reinado de “el que obedece no se equivoca”, frase paradigmática de dicha teología...
¡Qué lástima que esta ortodoxia no sea tanta como para llegar al tiempo de nuestro hermano mayor Jesús y de las primeras comunidades! Verdaderamente es una lástima que tanto tradicionalismo no llegue mucho más allá del año 400, hasta donde aquel pueblo cristiano participaba del poder de la “Iglesia Comunidad de los Fieles” por el solo hecho de ser bautizados y creer en el Resucitado, siendo en conjunto (en comunidad) iluminados por el Espíritu Santo; y no como se impone ahora en donde nuestras eminencias parecen haber privatizado en exclusividad al Espíritu Santo a favor de la alta jerarquía católica, contra más alta, más irradiada.
¡Pero qué pena que no se llegue con la tradición hasta la época donde los obispos (cargo mayor dentro del ministerio) eran elegidos por toda la comunidad (“quien debe presidir a todos, debe ser elegido por todos” - Papa León, siglo V; “que no se le imponga al pueblo un obispo que él no quiere” - Papa Celestino, siglo V). Tiempo en que el Papa podía ser un ministro o un laico, como cualquier bautizado, por ser tan iglesia como el más santo de los Papas!
Época de la Iglesia de Jerusalén, donde mantenían muy vivo el ideal de Jesús con una comunidad que vivía una solidaridad muy bien organizada, con una clara opción por los pobres y una verdadera espiritualidad de la pobreza.
Época de la Iglesia de Mateo, en que se vivía en igualdad entre todos los cristianos, más allá de las funciones específicas de dirigentes o servicios especializados. Donde el mismo poder de “atar y desatar” (perdonar) - exigencia imprescindible dentro de la comunidad para mantener la fraternidad- lo tenía Pedro y también toda la comunidad (Mateo 16, 18-19 y 18, 18). Donde también vemos en forma muy fuerte que no había jerarquías sino solamente discípulos, vivencia de una comunidad fraterna donde no existían puestos privilegiados (Mateo 23, 8-11). Época en donde las obras y no las palabras definían la verdad o la falsedad de la fe. Y no cualquier obra, sino la práctica liberadora de Jesús y el amor al prójimo. Época en que la Iglesia era una Iglesia de los pequeños (pobres) que se iban integrando a la comunidad fatigados y agobiados por el peso de la Ley Judía, la pobreza y el sometimiento. Época donde Jesús era el más pequeño entre los pequeños y el malvado era el que quería demostrar que Dios no estaba al lado de los pobres. El juicio de Dios comenzaba entonces cuando se recibía o se rechazaba a un pobre.
Época de la Iglesia de Antioquia, sumamente dinámica, abierta y misionera. Iglesia fundada por laicos, descentralizada y con una base eclesial formada por comunidades pequeñas donde cada una aportaba a la construcción de la comunidad toda, reuniéndose en asambleas generales y en profunda solidaridad con las otras Iglesias en tiempo de hambre (2º Corintios 11, 28-30), revelando una nueva conciencia de ser Iglesia Universal (católica) y Solidaria (2º Corintios 8, 14).
Época de la Iglesia de Corinto, con sus fieles perteneciendo a las capas más bajas y humildes de la población (1º Corintios 1, 26-29). Iglesia pluralista, con hombres y mujeres participando en un pie de igualdad, con fieles de distintas razas y culturas, participando todos con gran entusiasmo.
Época de la Iglesia de Juan, donde Jesús se revelaba lavando los pies de sus discípulos como “el Siervo sufriente de Yahvé”, demostrando que “la autoridad debe servir” y así lo vivenciaban. Una comunidad unida directamente a Jesús sin jerarquías, sin mediaciones, sin ministerios ni servicios constituidos. El único ministerio reconocido era el del servicio al hermano. Jesús era Maestro y Señor. Maestro, contra los rabinos de los fariseos; Jesús era el único Maestro y los discípulos lo serían si “lavan los pies de los hermanos”. Señor, contra la dominación de Roma; Jesús era el único Señor y manifestaba su señorío lavando los pies, tomando el lugar del esclavo. Existía un rechazo al ejercicio de la autoridad. La mujer ocupaba en las comunidades un papel importante y decisivo. Magdalena era “Apóstol de los Apóstoles” porque fue la primera en ver al Señor Resucitado. Marta era la que proclamaba que Jesús era el Mesías y el Salvador esperado. La Samaritana, era Apóstol de los samaritanos.
Época en donde Pablo -en medio de una sociedad judía donde cada mañana agradecían a Dios por “no haber nacido esclavo, no haber nacido pagano y no haber nacido mujer”- imponía un lugar destacado y de igualdad de la mujer con el hombre, ya que “en Cristo ya no hay griego ni judío, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer” (Gálatas 3, 28). Les dio el título que se otorgó a sí mismo, “diácono”: “Les recomiendo a Febe, nuestra hermana, diácono de la comunidad de Cencreas” (Romanos 16, 1), o sea que eran tan ministro como él. Les asignó un título similar al del obispo Timoteo: “colaborador”: “saluden a Prisca y a Aquila (su esposo), mis colaboradores en Cristo Jesús" (Romanos 16, 3) lo que implicaba una tarea pastoral de relevancia, nombrándola, además, antes que su esposo (fórmula invertida a las costumbres de la época). Les dio la misión de evangelizar como al varón: “Saluden a María que trabajó (“kopiáo” – verbo griego usado para trabajo de evangelización) mucho” (Romanos 16, 6). Les nombró apóstoles “saluden a Andrónico y a Junia, parientes míos y compañeros de prisión, ilustres apóstoles” (Romanos 16, 7). Sigue reconociendo el trabajo de evangelización en más mujeres: “Saluden a Trifena y Trifosa... que tanto han trabajado (kopiáo) en el Señor... a la amada Pérside que trabajó mucho...” (Romanos 16, 12). Sigue en otras cartas destacándolas como colaboradoras activas y en el mismo nivel que los hombres: “tanto a Evodia como a Síntique... que lucharon por el Evangelio a mi lado, lo mismo que Clemente y los demás colaboradores míos” (Filipos, 4, 2-3). Las llegó a nombrar en los encabezamientos, cuando para la etiqueta de aquellos tiempos era algo impensado: “Apia, la hermana...” (Filemenón 1, 2). ¡Qué lástima que tanta tradición no llegue a la época que existían Iglesias despojadas del misoginismo gerontocrático excluyente del actual orden, e insultante para la dignidad de cualquier seguidor de Cristo!
Verdadera pena que no se haya guardado la “ortodoxia” de la época donde cada Iglesia local tenía autonomía, libertad para decidir sobre su liturgia, su catequesis, su organización de servicios de acuerdo a las necesidades de la comunidad, siempre en la unidad del arco iris de colores de la fe y no todo oscurecido con el negro vaticanista. Época en que la Iglesia era una Iglesia-comunión, donde se mantenía el ideal de la fraternidad y los Sacerdotes y Obispos eran pastores, servidores de la comunidad. Época donde no había dos categorías de cristianos; los de primera: el clero junto con la vida religiosa por un lado y los de segunda: los laicos, por el otro: La iglesia docente (que enseña) y la iglesia discente (que aprende); el clero que gobierna, decide, determina, manda y oprime por un lado y el laicado que obedece, acepta, ejecuta y es oprimido por el otro. Época donde no existía el centralismo -inaugurado después del Edicto del emperador Teodocio del siglo IV extendiéndose hasta el presente- y donde se ejerce como una forma refinada de violencia, concentrando el poder de decisión en una burocracia eclesiástica, lejana de la realidad de la vida, ignorante de los desafíos que enfrentan los creyentes en las diferentes circunstancias socio-culturales y eclesiales, incapaz de admitir la pluriformidad y tratando a los creyentes de todas las categorías -desde las conferencias episcopales hasta los grupos de laicos, pasando por la vida consagrada- como menores de edad, necesitados de una superprotección y de una disciplina impuesta con criterios miopes. ¡Época de los trescientos primeros años en donde no se conocía la palabra “jerarquía”! Época en que se tenía presente que el propio Jesús enseñaba con autoridad siendo laico y no obstante jamás se erigió sacerdote ni cumplió funciones sacerdotales. Época donde nuestros mártires no renegaban de la fe aunque el destino fuera las fauces de los leones en el circo romano, ni se sumaban “obligados” a juventudes y ejércitos totalitarios (el nazi, por ejemplo, en el caso de Ratzinger) sin jamás pedir perdón...
La misma época en que se comprendía claramente que la fe no podía vivirse aislada sino formando comunidades de hermanos que tenían por misión servir al Reino de Dios (nombrado más de cien veces en las Sagradas Escrituras), siendo el “instrumento” para esto la Iglesia (Mateo es el único evangelista que la nombra una sola vez), y no precisamente una Iglesia sometedora, imperial y excluyente sino como una comunidad viva que caminaba una historia abierta a constantes desafíos y revelaciones. Era el mismo tiempo donde se creaba una Iglesia horizontal, donde el ministerio era entendido como un acto de amor y de servicio, y no como la sacralización del poder de sometimiento, irreformable y absoluto, como se afirmó después de 1075 donde Gregorio VII implantara su “Dictatus Papae” (Dictadura del Papa) dando poder divino a las jerarquías -en especial al Papa- y dejando totalmente de lado la inspiración del resto de los fieles.
Es lastimoso que tanto conservadurismo no llegue a recordar que el mismo Jesús divino e histórico fue víctima de un sistema absolutista parecido, aquel construido por escribas y fariseos, con el Antiguo Testamento cegándoles los ojos y en especial el corazón (similares resultados se están obteniendo en los últimos siglos cuando de hecho las Sagradas Escrituras importan menos el Código de Derecho Canónico...). A Jesús lo rechazaron por “falso profeta, enemigo de la verdad, Belcebú, traidor a las tradiciones y seductor del pueblo”. Jesús los contradice: "en verdad, anulan ustedes el mandamiento de Dios para establecer las tradiciones de ustedes… y cosas como éstas hacen ustedes muchas más" (Marcos 7, 13); "por causa de sus tradiciones no enseñan el precepto de Dios" (Mateo 15, 3). ¿A quienes les cabrá hoy esta sentencia?...
Y sobre los preceptos de Dios no enseñados, más que lastimoso es grave, que tanto conservadurismo “no conserve” la esencia del cristianismo como lo es el anuncio de la centralidad del amor y la prédica de la importancia decisiva de los pobres, dispersándose en tanta doctrina sectaria, arrogante y barata.
Para Jesús y para todo el Nuevo Testamento, el amor lo es todo (Mateo 22, 38-39), porque Dios es amor (1º Juan 4, 8-16) y sólo el amor salva (Mateo 25, 34-47), un amor que debe ser incondicional (Mateo 5, 44). El sistema absolutista jerárquico romano sólo habla de verdades reveladas y de la fe teologal como adhesión plena a ellas, aunque ellos mismos sepan que la fe sola no salva, pues como dicen todos los Concilios, sólo salva la fe "informada de amor" (fides caritate informata). Es una ausencia clamorosa, sólo comprensible en quien no tiene una experiencia espiritual, no se encuentra con el "Dios comunión de personas divinas", no ama al prójimo y por consiguiente tampoco a Dios, sino que sólo se adhiere perezosamente a las verdades escritas y abstractas. ¡Por lo que también muestra que de esa forma no se ama a nadie, a no ser al propio sistema!
Otro tanto ocurre con los pobres. Para Jesús y todo el Nuevo Testamento, el pobre no es un tema entre otros. Es el lugar a partir el cual se descubre el Evangelio como buena noticia de liberación ("bienaventurados ustedes los pobres") y funciona como criterio último de salvación o de perdición. De nada sirve pertenecer a la Iglesia romano-católica, poseer todo el arsenal de los medios de salvación, someterse con mente y corazón al sistema jerárquico, acoger todas las verdades reveladas si no se tiene amor al hambriento, al sediento, al desnudo, al peregrino, al injustamente preso. Nadie podría escuchar las palabras bienaventuradas: "Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo" (Mateo 25, 34), porque "cuando dejaron de hacer algo a uno de estos pequeños, fue a mí a quien no me lo hicieron" (Mateo 25, 45). La cuestión del pobre es tan esencial a la herencia de Jesús, que cuando Pablo fue a verificar su doctrina ante los apóstoles en Jerusalén, éstos le exigieron el cuidado de los pobres (Gálatas 2, 10). La tradición teológica de la Iglesia siempre argumentó rectamente: dónde está Cristo ahí está la Iglesia. Y Cristo está en los pobres; luego la Iglesia está (debe estar) en los pobres. No sólo en los pobres trabajadores y buenos, sino en los pobres pura y llanamente por el simple hecho de ser pobres. Al ser pobres, tienen menos vida, y por eso son los destinatarios primeros de ese anuncio y de la intervención liberadora del Dios de la Vida.
En el amor incondicional y en los pobres se encuentra la centralidad del mensaje de Jesús, y no en el alegato ideológico montado por centenas de documentos vaticanistas. Hay una forma de negación del Dios vivo que sólo los eclesiásticos llevan a cabo: hablar de Dios, de su revelación y de su gracia, sin mostrar ninguna compasión para con los pobres y los ofendidos. No hablan del Dios de Jesús que escucha el grito de los oprimidos y desciende para liberarlos (Éxodo 3,4) sino de un fetiche eclesiástico que "ideó" el ser humano en su sed de poder siendo la imagen de Dios un Dios fúnebre que murió hace mucho tiempo, pero que dejó como testamento frases recogidas en el Nuevo Testamento, con las cuales la jerarquía vaticana construye un edificio de salvación exclusivo para quienes entren en él. Con este dogmatismo a medio camino en la historia del cristianismo se ofende al Verbo que "ilumina a todo ser humano que viene a este mundo" (Juan 1,9), y no sólo a los bautizados y a los que son romano-católicos. Teología tal que blasfema el Espíritu que "sopla donde quiere" (Juan 3, 8) y no sólo sobre aquellos ligados a los esquemas vaticanos. Jesús enfatiza que "los verdaderos adoradores que el Padre desea, han de adorarlo `en Espíritu y en Verdad´” (Juan 4, 21-23) y no solamente en Roma. Es decir, por todas las personas abiertas a la dimensión espiritual y sagrada del universo, manifestación de la presencia del Misterio Divino, cuya culminación se encuentra en la encarnación. De lo contrario se deja en ridículo a los seres humanos al negarles lo principal del mensaje de Jesús: el amor incondicional y la centralidad de los pobres y oprimidos. En su lugar se les ofrece un indigesto menú de citas arrancadas para justificar las discriminaciones y las desigualdades producidas contra la voluntad manifiesta de Jesús, que prohibió que alguien se llamara maestro o padre (Papa es la abreviación de "padre de los pobres", pater-pauperum = Papa) o que se considerara mayor o primero que los demás, "porque ustedes son todos hermanos y hermanas” (Mateo 23, 6-12). La jerarquía romana necesita urgentemente de conversión para que pueda encontrar su lugar dentro de la totalidad del pueblo de Dios y como servicio a la comunidad de fe. Ella no es una facción, sino una función de la "Iglesia comunidad de fieles y de servicios”.
Esta ortodoxia desmemoriada de Jesús y las primeras comunidades está en las antípodas de la atmósfera de jovialidad y benevolencia propia de los Evangelios y de la gesta de Jesús. Es un capitalismo concentrador de una verdad arrogante al estilo de escribas y fariseos y no de discípulos de Jesús. Una doctrina carente de virtudes humanas y divinas, más dirigido a juzgar, a condenar y a excluir, que a valorizar, comprender e incluir.
En el Tercer Mundo, cuatro mil millones de personas -sobre seis mil quinientos millones-, viven debajo de la línea de la pobreza. Quien es sordo ante el grito de los oprimidos no tiene nada que decir a Dios ni nada que decir en nombre de Dios. La “ortodoxia” presentada por estos escribas no es mundializable: es expresión del lado más sombrío de Occidente. No tiene nada que ver con el Misterio de Dios que se revela en la historia en Jesucristo, cuyo significado y mensaje no quiere excluir ni disminuir a nadie, por comunión con las demás iglesias cristianas que llevan adelante la memoria de Jesús y por respeto a los demás caminos religiosos y espirituales por los cuales Dios siempre visitó en salvación y gracia a todos los seres humanos. Vuelta a las fuentes que sí lo van asumiendo, es justo reconocer que por suerte estratos importantes de la jerarquía se han convertido al sentido evangélico de servicio y animación de la fe, en las bases de la Iglesia y en las comunidades católicas y cristianas, fundado en la espiritualidad y en la mística del encuentro vivo con el Espíritu y el Resucitado, al servicio de los hombres y mujeres, comenzando por los más pobres y castigados, en comunión y en diálogo con otros portadores de espiritualidad. ¿Cuándo lo hará la jerarquía toda, en especial el Papa con su curia?
No ya por la tradición, ni por la ortodoxia, ni por el conservadurismo, ni por la pureza dogmática, sino por nuestra dignidad de Hijos de Dios y por nuestro futuro, que es misión de todos suscitar y animar la llama sagrada de lo Divino y del Misterio que arde dentro de cada corazón y en el universo entero. Sin esa llama sagrada no salvaremos la vida ni garantizaremos un futuro de esperanza para la familia humana y la Casa Común, la Tierra. Para ese propósito, todo ecumenismo es deseable, toda sinergia es imprescindible. Y Roma, algún día, tendrá que sumarse a esta tarea mesiánica.
Somos hombres y mujeres de fe, o tendríamos que comenzar a serlo. Fe en el Dios del amor que “escribe recto sobre renglones torcidos”. Tenemos la esperanza de resucitar cotidianamente a la alegría de la vida y la caridad como para tolerar, sobre la pequeña barca de nuestra existencia, los tiempos que arrecien. Quién sabe; quizás el Espíritu inunde el corazón y la cabeza del nuevo Papa o lo tire del caballo como a Pablo preguntándole como entonces “¿por qué me persigues?”. O quizás sea el tiempo de un Ratzinger histórico. Un tiempo oscuro y duro que sirva para que la institución eurocéntrica termine de hacer crisis y desgarrándose como una semilla florezca una nueva Iglesia desde el lugar de los humillados y ofendidos de la tierra, tercer mundo pobre, cristiano y bienaventurados por el Padre.
En veinte siglos han pasado tantos Inocencios como el III, exterminador de la Occitania, el IV justificador ideológico de la Inquisición o el VIII mentor de la España de Torquemada y sus “reyes católicos”. Honorios II, Gregorios IX, Urbanos II, Sixtos IX, cruzados y asesinos de “herejes”; Juanes XXI inquisidores y genocidas, o el XXII ladrones, mercaderes de lo sagrado y quemadores de brujas; Médicis con alias de León X o Clemente VII promiscuos, prostibularios y comerciantes de indulgencias; Borgias con alias de Calixto III o Alejandro VI tan comerciantes, ladrones, prostibularios, déspotas, conspiradores, antisemitas, censores y asesinos como los Médicis pero mucho más nepotistas; Bonifacios VI, Sergios III y IV, Pelagio I, matadores de papas precedentes; Juanes como el XII, Papa a los 16 años, saqueadores del tesoro de San Pedro, promiscuos y fugitivos de maridos despechados; o como el XIII quien sacaba los ojos a sus enemigos y pasó por la espada a miles de romanos; o como el XI papa ímprobo de 20 años; o el XIV, depuesto apaleado y encerrado; o el XVI desorejado, desnarizado, cegado y dejado manco; Estébanes como el VII, macabro hasta lo irreal y descuartizador de enemigos; Píos como el XI o el XII, cómplices y colaboracionistas de dictadores genocidas que enlutaron el siglo XX; o finalmente la estirpe de los Benitos -o Benedicto, como gusta llamar la prensa- como el V, quien robó el tesoro de Roma y huyó a Constantinopla, el VIII quien murió a manos de quien pretendió lavar su honor por una de sus múltiples fornicaciones; el IX, ¡Papa a los 11 años! quien finalmente abdicara a favor de su padrastro (Gregorio VI) a cambio de todas los diezmos de Inglaterra y quien luego asesinara a los dos papas posteriores a su padrastro ya difunto (Clemente II y Dámaso II), conspirador, libertino y violador de cuanta mujer tuvo bajo su poder...
Y sin embargo... Jesús sigue a nuestro lado cumpliendo su promesa: “yo estaré con ustedes hasta la consumación de los tiempos”. Sabemos que cuando la Iglesia-institución -especialmente en la figura del papado- olvida su misión o pierde su libertad atándose al poder, sirviendo a otro Dios o siendo primada por estos nuevos Caifás, el Espíritu Santo despierta movimientos, hombres y mujeres, que buscan una nueva fidelidad al Evangelio y a la misión de Jesús. Y así fue como después de Pío XII llegó Juan XXIII, “el Papa bueno”, y el Concilio Vaticano II y todo el viento fresco que renovó la Iglesia.
En nuestro propio país -y hasta no hace tanto- en enormes sectores de la población existía la concepción de que la alternancia entre gobiernos de facto y regímenes democráticos era una opción válida. Tuvo que pasar la más brutal dictadura, la más larga y sangrienta, para que se hiciera tal sentido común que la gente gritara “nunca más”. Igual podría algún día suceder en la institución Iglesia. Pareciera que a veces necesitamos tocar fondo para así poder impulsarnos y salir a respirar aires de vida plena.
Tengo fe. Tengo esperanza y hasta me queda una buena reserva de caridad como para esperar y creer en la victoria de esa vida en abundancia de Jesucristo resucitado sobre tanta muerte de tanto hermano crucificado cotidianamente.
Buena parte de ello dependerá de nosotros. Habrá que cuidarse de no faltar a la historia.
Fraternalmente

Gabriel Andrade - Rosario, 24 de abril de 2005.

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