jueves, 15 de enero de 2009

Profetas - (Resúmen de textos de José María Castillo)

PROFETAS

Basado en “Los profetas” de José María Castillo; Granada, España.


NO ES EL CUENTO DE LA LECHERA
El cuento de la lechera es, poco más o menos, el sueño y el deseo de algo que no existe, pero que nos imaginamos que podría ser verdad. El cuento de la lechera no pasa de ser una imaginación y un sueño. De tal manera que, con toda razón, se aplica a las personas que viven de fantasías, pensando en coses que nunca jamás se van a cumplir.
Frente al cuento de la lechera, hay otra manera de pensar en el futuro; otra manera de pensar, que ya no es un cuento, porque se refiere a algo que es una enorme verdad. Se trata de lo que se suele expresar con el nombre de utopía. Esta palabra resulta extraña para muchas personas. Pero es una palabra muy útil para lo que aquí queremos explicar. Vamos a ver: la utopía se puede entender de dos maneras. Una primera manera es como lo que dice el cuento de la lechera, que consiste en imaginarse como verdadero lo que no pasa de ser un cuento, en cuyo casa hablar de una utopía es lo mismo que hablar de lo que no es verdad, ni ya a ser verdad nunca jamás. Pero hay otra manera de entender la utopía: se trata de la manera de pensar de aquellas personas que tienen la capacidad de adelantar el futuro, es decir una cosa que todavía no pasa, pero que va a pasar más adelante. En este caso, no se trata de un cuento, sino de una realidad que todavía no existe, pero que va a existir un día. Por ejemplo, hace un siglo, los obreros tenían que trabajar doce horas al día, y no tenían seguros de ninguna clase, ni fiestas, ni fines de semana, ni nada de las ventajas que ahora tienen los obreros en los países más desarrollados. Bueno pues si hace un siglo, alguien hubiera dicho que iba a llegar el día en que los obreros iban a tener las ventajas laborales que ahora tienen, seguramente le hubieran echado en cara, al que dijera eso, que semejante cosa era una utopía. Y, efectivamente, todo eso era una utopía en aquellos tiempos, pero hoy es una realidad. Y por eso, el que hubiera dicho eso, en aquellos tiempos, habría dicho una utopía, pero no el cuento de la lechera.

¿CÓMO NACEN LAS UTOPIAS?
Las utopías no son un invento de los adivinos o los futurólogos. Es decir, las utopías no son una cosa rara, algo así como de brujería, que es el invento de hechiceros, brujos o adivinos. Nada de eso. Las utopías tienen otro origen, es decir nacen de otra manera, mucho más natural, más humana, Para entender esto hay que tener en cuenta que las utopías se refieren, no al futuro mejor y feliz de un individuo (eso es el cuento de la lechera), sino al futuro mejor y feliz de la sociedad. Por lo tanto, no son un proyecto individual, sino colectivo. Por otra parte, las utopías nacen en tiempos de convivencia difícil y agitada, osea cuando la gente se ve enfrentado a situaciones duras y desagradables. En tales circunstancias, suelen aparecer personas que tienen una sensibilidad especial, unas aspiraciones más hondas y una imaginación más creativa. Esas personas hablan de utopías, porque anuncian un futuro mejor. Se trata de personas que creen en el futuro de la vida, que tienen siempre una gran esperanza; son personas que creen en el hombre y, sobre todo, en Dios, que quiere siempre lo mejor para el hombre.
Por último, al hablar de la utopía, es importante tener en cuenta que ésta no nace del estudio y el cálculo, sino del sentimiento y del deseo, es decir, de las aspiraciones profundas de la persona, que expresa en la utopía sus esperanzas más profundas. Por eso, la utopía es como un símbolo, que recoge y expresa lo mejor de la vida y de la convivencia entre los hombres.

LA UTOPIA DEL PROFETA ISAIAS
Este profeta vivió en tiempos difíciles para la convivencia humana. Eran los tiempos en los que el pueblo de Israel había pasado de ser un pueblo de campesinos a ser un pueblo de gentes que vivían en las ciudades, con un comercio que se había desarrollado mucho, de tal manera que ya entonces había quienes hacían grandes negocios y se forraban ganando dinero, mientras que otros tenían que vivir en la auténtica miseria. En el pueblo había ricos y pobres. Y había ricos porque había pobres. Es decir, había quienes juntaban mucho dinero, porque había quienes se quedaban en la ruina. Era el paso del campo a las ciudades, con la posibilidad de comprar mediante dinero, en una convivencia que empezaba a ser como una especie de pequeña sociedad de consumo. Y en este tipo de sociedad -como es bien sabido- hay quienes viven en la más grande abundancia, a costa de los otros, que viven cada vez en mayor miseria. Pues bien, estando así las cosas, apareció este profeta, para decirle al pueblo que el proyecto de Dios es muy distinto. Dios quiere que haya hermandad, igualdad, solidaridad entre todos. He aquí la maravillosa utopía del profeta Isaías: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de conocimiento y respeto del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Ejecutará al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos y la lealtad cinturón de sus caderas. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la madriguera de la víbora, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo; porque está lleno el país de conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar”.

ASI ESTAN LAS COSAS
Este maravilloso texto del profeta Isaías ha sido casi siempre explicado como sí estuviera hablando de los tiempos que iban a venir con el futuro Mesías. Sin embargo, aquí se debe recordar lo que ya hemos visto en otro tema: los profetas no eran futurólogos, que hablan solamente para un tiempo futuro. Los profetas hablaban a la gente de su tiempo y para la gente de su tiempo. Y eso justamente es lo que hacía Isaías cuando pronunció el texto que acabamos de leer.
Por otra parte, ya hemos dicho que, en los tiempos del profeta Isaías, el pueblo de Israel vivía una situación difícil para la convivencia: había nacido el gran comercio y los grandes negocios, la gente estaba ya dividida en ricos y pobres, las injusticias se hacían notar por todas partes. Y es importante saber todo esto que era algo nuevo entre aquel pueblo, porque antiguamente no había sido así. Dios quiso siempre que su pueblo fuera un pueblo fraternal y solidario, sin división de clases y sin luchas de unos hombres contra otros. De tal manera que la relación fraterna de unos hombres con otros debía ser el reflejo de la relación que todos tenían con Dios. Pero, mire usted por dónde, en los tiempos del profeta Isaías las cosas habían cambiado para mal. De tal manera que entonces la convivencia del pueblo ya no era un reflejo de la buena relación de unos con otros.. Y por eso había perdido la buena relación con Dios.
Pero no era solamente eso. Había en todo esto algo más tremendo. Y es que si el pueblo había perdido la buena relación con Dios, podía también perder la protección y la ayuda del mismo Dios. Porque Israel fue elegido como pueblo de Dios para ser el modelo para los demás pueblos. Esto tenía que manifestarlo en su convivencia como realización de los proyectos de Dios. Y con eso, podía perder hasta el derecho a existir; y podía llegar a su fin, como lo había dicho el profeta Amós: "Ha llegado el fin para mi pueblo Israel" (Am 8,2).
Sin embargo, lo maravilloso en todo este asunto es que cuando el hombre llega a su fin, Dios no. Porque Dios es distinto del hombre. Y por eso, se puede decir que justamente es a lo que se refiere el profeta Isaías al hablar del "vástago del tronco" y del "retoño de sus raíces". Es una vida nueva, que brota allí donde la vida humana no da más de sí. Porque es Dios, en su estremecedora generosidad, quien hace posible la realidad de la vida nueva que se anuncia. He ahí la utopía.

EL IDEAL DE LA CONVIVENCIA
Como acabamos de ver, el pueblo de Israel, el pueblo elegido de Dios, no supo estar a la altura de las circunstancias, porque no supo comprender los maravillosos proyectos de Dios, tal como esos proyectos habían sido anunciados por los profetas. Aquel pueblo tenía otros proyectos, porque se dejó seducir por el mal ejemplo de los pueblos vecinos. Y se puso a hacer lo que hacían los demás: buscar el poder, el prestigio, la riqueza y el lujo. Aquel pueblo no se daba cuenta del precio que tenía que pagar por esas cosas: la miseria, la pobreza, la humillación de muchas gentes. En una palabra: la INJUSTICIA.
Pues bien, estando así las cosas, lo que el profeta Isaías viene a decir es que solamente con la ayuda de Dios será posible salir de semejante situación. Es decir solamente será posible salir de aquella situación mediante lai intervención del ESPIRITU. En este sentido, el profeta Isaías hace una lista de las cualidades que se pedían para un rey perfecto, según las costumbres de los pueblos orientales. Se trata de las cualidades que debía tener para el día de su coronación como rey, Y esas cualidades son: prudencia, sabiduría, consejo, valentía, conocimiento y respeto del Señor. Y sobre todo, la justicia, el respeto y la protección a los débiles. Aquí aparece ya la utopía sobre lo que debería ser una sociedad humana ideal.
Pero de sobra sabemos que ese tipo de sociedad no existe en ninguna parte. Por eso es algo hacia lo que nos encaminamos. Pero es superior a nuestras tuerzas y a nuestra limitada condición. Por eso, necesitamos el Espíritu del Señor. El Espíritu que se manifiesta por medio de la lista de cualidades que hemos visto hace un momento.

EL PARAISO
Pero el texto del profeta Isaías, que estamos analizando, va más lejos. Y por eso dice algo más sorprendente aún. Después de hablar de las cualidades del rey -como hemos visto hace un momento- el profeta describe lo que debe ser la convivencia entre los hombres, en la utopía de la sociedad que él nos pinta. En realidad, se refiere a la paz universal. Habrá paz en toda la creación, si los hombres practican la justicia.
Pero, ¿qué se entiende aquí por paz? Por supuesto, no es la mera ausencia de guerra, la sola ausencia de conflictos y tensiones. Se trata de algo más profundo, a saber: la capacidad de convivencia, no de los que naturalmente se llevan bien, sino justamente de los que son enemigos por naturaleza. Así el lobo y el cordero serán vecinos, la vaca y el oso serán compañeros, el león y el buey comerán juntos. Comer juntos quiere decir llevarse bien, compartir la misma forma de vida, puesto que se comparte lo que alimenta la vida, que es la comida.
En el fondo, ¿qué quiere decir todo esto? La lucha entre las fieras y las bestias es un reflejo de la lucha entre los hombre y los pueblos. Los hombres son como fieras los unos para los otros. Y la causa de todo ese desastre está en la falta de justicia. Por eso, cuando entre los hombres reine de verdad la justicia, habrá paz en todo el mundo y hasta los animales serán como mansos y pacíficos, es decir habrá una paz universal.
Y eso justamente es el paraíso en la tierra. Los israelitas se imaginaban que, al principio de los tiempos, la situación de los hombres y de los animales había sido de perfecta paz y armonía. Hasta que vino el pecado, es decir el mal causado por el egoísmo del hombre, que ha sido la causa del desorden total y de todos los enfrentamientos. Por eso, la utopía se concibe como una recuperación del paraíso perdido. Osea, la recuperación de la convivencia perfecta entre todos los seres vivientes, desde el momento en que el hombre vive la justicia.

EL MOTIVO
La razón última de por qué se va a recuperar la paz perfecta y deseada está en las siguientes palabras del profeta, que aparecen al final del texto que venimos comentando: “Porque está lleno el país de conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar”.
La clave de todo está en el conocimiento de Dios. Pero, en realidad, ¿qué es eso de conocer a Dios? El profeta Jeremías lo dijo de manera admirable: “Si tu padre comió y bebió, es porque guardó la justicia y el derecho, y entonces le fue bien. Sentenció a favor del pobre y del oprimido. ¿No es eso realmente conocerme? Oráculo del Señor” (Jr 22, 15-16).
Aquí se ve claramente que “conocer” a Dios no es algo teórico, es decir no es cuestión de saber algo más o menos complicado. “Conocer” a Dios es vivir de una manera determinada, es la misma práctica de la vida. Ya hemos hablado de este asunto al explicar lo de la viña de Nabot. No hay conocimiento de Dios, si eso no se manifiesta en la forma de vivir. Y al revés: el comportamiento concreto de una persona es lo que demuestra si esa persona conoce a Dios y cómo conoce a Dios.
Dios mismo está en el fondo de los proyectos de utopía que hacemos los hombres. Porque el proyecto de Dios es que el hombre sea feliz y llegue a colmar sus aspiraciones más profundas. Por eso, cuando los hombres se ponen de verdad a practicar la justicia y logran una convivencia en paz, entonces es cuando esos hombres conocen de verdad a Dios y entran en la corriente de vida de sus planes.




ANDAMOS BUSCANDO
A nosotros, la gente de ahora, nos ha tocado vivir un tiempo de cambio. Es esto una cosa que estamos sufriendo en carne propia. Todo cambia en este mundo nuestro: cambian las ideas, las costumbres, las formas de vivir, de relacionarse, de divertirse. Por eso, los jóvenes no entienden a los mayores, ni éstos a los jóvenes. Además, todo cambia muy deprisa: cosas que hace cuatro días estaban de moda, ya se han puesto anticuadas. Y así pasa con todo. Porque, en realidad, una época se está yendo y otra época completamente nueva está asomando ya a nuestras puertas.
La primera consecuencia de este estado de cosas es la inseguridad que sufre la mayor parte de la gente. Y con la inseguridad, el miedo. De tal manera que casi todo el mundo busca aquello que le puede liberar de esa inseguridad y de ese miedo. Por eso, hay tantas personas que se aferran al pasado, a lo de antes, a lo que se hizo siempre. Porque todo eso les da seguridad y les libera del miedo. He aquí una de las cosas más conocidas y frecuentes que ocurren en la actualidad.
Pero es importante saber que todo esto no pasa por primera vez en la vida y en la historia. Ha pasado ya otras veces, en todos los momentos en que ha habido grandes cambios en la vida. Concretamente, sabemos que el tiempo en que vivieron los profeta de Israel fue un tiempo parecido al nuestro, al menos en este punto del cambio y la inseguridad. Por eso, lo que dicen los profetas para su tiempo, vale admirablemente también para nosotros ahora. Vamos a dejar a aquel profeta que nos hable a nosotros, los que vivimos ahora: "¡Escuchad estas palabras que entono por vosotros: Cayó para no levantarse la doncella de Israel, está arrojada en el suelo y nadie la levanta. Pues así dice el Señor a la casa de Israel: …Buscadme y viviréis: no busquéis a Betel, no vayáis Guilgal, no os dirijáis a Berseba; que Guilgal irá cautiva y Betel será reducida a nada. Buscad al Señor y viviréis" (Am 5,1-6)

HAY BUSQUEDA PORQUE HAY CAMBIO
Estas palabras del profeta son muy serias. Porque empiezan con un canto de lamentación o de muerte. ¿Por qué? Muy sencillo: porque lo que el pueblo celebra en sus ceremonias de culto sagrado no tiene futuro y está llamado a ser destruido. Todo eso se acaba definitivamente. A eso se refieren las palabras: "Cayó para no levantarse la doncella de Israel".
Para comprender lo que esto significa, hay que tener en cuenta que, a continuación, el profeta habla de Betel y de Guilgal. ¿A qué se refiere con esas palabras? Betel era una ciudad importante para el culto religioso, porque se tenia la creencia de que allí fue donde le habló Dios al patriarca Jacob, cuando éste vio el cielo abierto y el Señor le dijo lo mismo que había dicho al padre de todos los patriarcas, Abrahán: "Estaré contigo, te guardaré por donde vayas, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he prometido" (Gen 28,15). Por eso, la gente iba mucho a Betel, para celebrar las ceremonias de la religión judía. En cuanto a Guilgal, hay que decir lo siguiente: era el sitio por donde los israelitas habían entrado en la Tierra Prometida; y era, por lo tanto, el sitio en donde ellos se habían sentido seguros, por primera vez, desde que habían salido de la esclavitud de Egipto y después de pasar la amenaza de las aguas del río Jordán. En este sitio fue donde Josué puso doce piedras en recuerdo de los milagros que acabamos de citar y, como dice la Biblia, "para que todos los pueblos de la tierra reconozcan que la mano de Yahvéh es fuerte..." (Jos 4,24)
Pues bien, ¿por qué se recuerdan esos dos sitios en las palabras del profeta Amós?. En Betel había un templo o santuario; y en Guilgal otro. A esos dos templos iban mucho los judíos del tiempo del profeta Amós. Iban a esos templos porque eran sitios sagrados que les recordaban la seguridad de que Dios estaba con ellos, la seguridad de los tiempos pasados y de las antiguas promesas. Por lo tanto, al acudir a esos templos, lo que en realidad ocurría es que la gente se aferraba a su tradición, a lo que siempre les habían dicho, a lo que siempre se había hecho.
Pero Dios no estaba de acuerdo con esa manera de proceder de aquella gente. Porque Dios es el Señor de la historia, que quiere hacer historia con su pueblo. Pero la historia de cambio, porque está siempre en marcha, siempre se presentan nuevas situaciones, situaciones desconocidas, que exigen de los hombres una búsqueda constante. Y de la misma manera que el futuro es siempre nuevo y desconocido, igualmente Dios es siempre el eterno desconocido, porque es el eternamente nuevo. El Dios de nuestra fe está siempre en marcha y en cambio.
Todo esto quiere decir que cada vez que se presentan situaciones nuevas en la vida y en la historia, Dios entra en una nueva relación con su pueblo y con sus fieles. Y eso significa que la relación con Dios es siempre algo más y más profundo, algo más y más sorprendente, de acuerdo con las nuevas situaciones que la historia nos va presentando.
Ahora bien si aplicamos todo esto al caso concreto de los israelitas, en tiempos del profeta Amós, nos encontramos con lo siguiente: aquellos israelitas se aferraban a sus tradiciones, que les daban seguridad. Pero el Señor Yahvéh no se deja encerrar en fórmulas o en tradiciones, el Señor Dios; de la historia no está en Betel o en Guilgal, sino que está en el acontecer de la vida, en los cambios y en la sucesión de las situaciones.

BUSCAR AL DIOS VIVO
Precisamente cuando los fieles israelitas iban a los templos de Betel y de Guilgal, para buscar la seguridad que echaban de menos, aparece el profeta Amós, que viene a quitarles esa falsa seguridad: "No busquéis a Betel, no vayáis a Guilgal". Con estas palabras, el profeta les quiere decir: no vale agarrarse a tradiciones religiosas, en vez de seguir buscando al Señor, en vez de seguir tras del rostro de Yahvéh.
En realidad, ¿qué es lo que pasaba allí? Pues sencillamente, que aquellos israelitas se habían instalado en la tierra prometida. Y se habían instalado de manera que se afanaban por el dinero, los negocios, el poder, la dominación, el orgullo, etc., etc. Y luego, querían estar bien con Dios mediante las ceremonias del culto religioso. De esta manera, Dios había dejado de ser para ellos un Dios vivo, porque ellos lo habían convertido en una especie de momia, un rito sagrado, un ídolo. Aquello era una relación falsa con Dios, porque era una relación sin vida: "arrojada en el suelo y nadie la levanta", como dice el texto del profeta.
Estando así las cosas, para volver al Dios vivo había que dejar las falsas seguridades, las falsas garantías, que se habían fabricado con sus tradiciones. Para volver al Dios vivo tenían que buscarlo en la nueva situación. Pero, en realidad, ¿cómo tenían que buscar a ese Dios vivo y de la vida? El profeta lo dice a continuación: "Buscad el bien, no el mal, y viviréis y estará realmente con vosotros, como decís, El Señor y Dios de los ejércitos. Odiad el mal, amad el bien, instalad en el tribunal la justicia, a ver si se apiada el Señor, Dios de los ejércitos, del resto de José'' (Am 5, 14-15).
Buscar a Dios es una cosa concreta: en vez del mal deben buscar el bien. Eso es buscar a Yahvéh. Y el bien, que hay que buscar, se refiere a algo más concreto: practicar la justicia. Ahora bien, si nos preguntamos qué es la justicia, el mismo profeta Amós nos lo explica con las siguientes palabras: "Ay de los que convierten la justicia en acibar y arrastran por el suelo el derecho… Sé bien vuestros muchos crímenes y vuestros innumerables pecados; estrujáis al inocente, aceptáis sobornos, atropelláis a los pobres en el tribunal" (Am 59 7.12).
Por lo tanto, atropellar la justicia es lo mismo que atropellar al pobre, al débil, al indefenso, al que por sí mismo no puede valerse. Por consiguiente, hacer justicia es lo mismo que defender eficazmente al que por si mismo no puede defenderse; es ponerse de parte del desgraciado y del marginado. Eso es hacer justicia, según la mentalidad de la Biblia y de los profetas.
En definitiva, buscar al Dios vivo es lo mismo que buscar la verdadera justicia entre los hombres. Los que practican de verdad esa justicia, esos son los que buscan y encuentran al Dios de la vida.

UNA MISION TRAICIONADA
Pero hay, en todo esto, algo más profundo. El pueblo de Israel, como tal pueblo que era, tenía una misión, una tarea que cumplir: tenía que demostrar a los demás pueblos de la tierra quién es el Dios Yahvéh. Y tenía que demostrar eso mediante su organización y su forma de vivir. Es decir, viviendo en la, justicia, la solidaridad, la fraternidad de unos hombres con otros, el pueblo de Dios tenía que demostrar que el Dios vivo y verdadero es el Dios de la justicia y la solidaridad entre los hombres. Era, pues, una misión maravillosa: dar a conocer quien es Dios mediante la forma de vivir que tenían entre ellos.
Pero aquel pueblo no fue fiel a esa misión, traicionó esa misión. Y la traicionó porque se puso a vivir come los demás pueblos de la tierra: buscando las ganancias del dinero, las ambiciones del poder, la rivalidad del orgullo y las competencias. Es decir, los israelitas se pusieron a vivir como si no hubieran conocido a Yahvéh. Y no conocían en realidad a Yahvéh porque se dedicaron a cometer injusticias. Mataron a su Dios, exactamente como hoy lo sigue matando todo el que comete la injusticia, todo el que no defiende eficazmente al que por si mismo no puede defenderse.
Pero el profeta Amós va más lejos en su denuncia. Porque les dice a los israelitas que las tradiciones religiosas, en las que se apoyan para tener seguridad, no les sirven de nada. Y no les sirven de nada por la forma de vivir que tienen, atropellándose unos a otros, etc. Pero, entonces, ¿es que el profeta quiere decir que no se debe hacer caso nunca jamás de las tradiciones, que recuerdan al hombre los caminos de Dios con su pueblo? Nada de eso, pino todo lo contrario: el profeta mismo echa mano de la historia y de las tradiciones, precisamente para que el pueblo sepa lo que tiene que hacer: "Escuchad, israelitas, esta palabra que os dice el Señor; a todas las tribus que saqué de Egipto: A vosotros solos os escogí entre todas las tribus de la tierra, por eso os tomaré cuentas de todos vuestros pecados" (Am 3,1-2).
Dios recuerda a su pueblo la historia pasada, no para que se quede anclado en esa historia, sino para que así sepa lo que tiene que hacer en e1 futuro. He ahí la función que cumplen las tradiciones: el pasado nos orienta y nos ilumina el porvenir. En ese sentido es bueno volver al pasado. Lo malo, sin embargo, es cuando nos aferramos al pasado para tener así seguridad y de esa manera escapar de la responsabilidad de seguir buscando el rostro de Dios, la voluntad de Dios, los caminos del Señor.
En definitiva, se trata de comprender que, en cada situación nueva, el hombre tiene que buscar de nuevo a Dios. En cada situación nueva, debemos volver al pasado, a las grandes lecciones de la historia, para que así se nos pueda descubrir el sentido de lo que Dios nos quiere decir. Y, en último término, buscar así a Dios, es buscar la vida. Porque Dios es la Vida misma.



EL DESIERTO DE LA VIDA
Todos hemos visto alguna vez el desierto. En la tele o en el cine, en una foto o en pintura. El desierto es terrible: un espacio y una tierra reseca y sin vida, ni agua, ni vegetación, ni animales ni casas con habitantes. El desierto carece de vida. Y por eso, con toda razón, se puede decir que el desierto es un espacio de muerte.
Por otra parte, en la vida es frecuente aplicar la imagen del desierto para explicar situaciones humanas, que de alguna manera se parecen a lo que es el desierto. Por ejemplo, cuando uno se siente solo y como abandonado se puede decir que vive en un desierto, aunque viva en una ciudad muy grande con miles de habitantes o en un bloque inmenso de pisos habitados. Lo mismo se puede decir de las situaciones de desolación, cuando uno se siente privado de lo que más ha querido en este mundo. O también en una situación de tristeza y desamparo cuando, por ejemplo, uno quiere profunda y desinteresadamente a una persona, pero se da cuenta que esa relación, en vez de ser correspondida, ha sido aprovechada de manera egoísta. Todos, de una manera o de otra, hemos pasado por situaciones de este tipo. Y por eso sabemos lo que es el desierto en nuestra vida.
Ahora bien, el tema del desierto es uno de los temas más importantes para comprender a los profetas, ya que ellos hablan, con frecuencia, de este asunto. En este sentido, hoy vamos a recordar un texto genial del profeta Jeremías: "Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra reseca. Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha: quien se atrevía a comer de ella lo pagaba, la desgracia caía sobre él -oráculo del Señor-. Escuchad la Palabra del Señor, casa de Jacob, tribus todas de Israel: así dice el Señor: ¿Qué falta encontraron en mi vuestros padres, para alejarse de mí? Siguieron vaciedades y se quedaron vacíos, en vez de preguntar: ¿Dónde está el Señor, que nos guió por el desierto, por estepas y barrancos, por tierra sedienta y oscura, tierra que nadie atraviesa, que el hombre no habita?". (Jer 2,2-6)
Si nos fijamos despacio en este texto admirable del profeta, Jeremías, veremos enseguida que en él se reflejan tres reacciones distintas que el desierto provoca en el pueblo con relación a su Dios Yahvéh. Vamos a explicar cada una de esas reacciones. Porque eso contiene grandes enseñanzas para nosotros también.

EL DESIERTO COMO LUGAR DE MUERTE
El desierto es, en efecto, una tierra sin agua, "seca y sombría", una tierra sin vegetación, porque allí "no se siembra nada". Un espacio deshabitado, "que nadie atraviesa" y que "el hombre no habita". En esas condiciones, se puede decir que todo eso se parece a la situación del caos original, es decir el mundo antes de que en él hubiera vida (Gen 2,6). Por eso, el desierto es todo lo contrario del paraiso, donde hay vida en abundancia: agua (Gen 2,6-10), plantas y árboles (Gen 2,9) y habitantes en convivencia fraternal (Gen 2,15). Por el contrario, el desierto es el lugar en el que faltan las condiciones mínimas para la vida y, sobre todo, donde no hay comunidad humana, ni compañía de nadie. El desierto es, en una palabra, soledad. Y por cierto, soledad en todos sentidos. Y es precisamente por eso por lo que el desierto es como el símbolo de la muerte. Porque la persona humana está hecha para vivir y realizarse en convivencia con otros seres humanos. Y donde no hay convivencia, termina por imponerse la muerte.

EL DESIERTO COMO LUGAR DE CONVIVENCIA
El pueblo de Israel pasó por el desierto, es decir pasó por el lugar de la muerte, como acabamos de ver. Pero no fue para morir, sino para entrar en una relación de convivencia mucho más profunda: la convivencia entre el pueblo y su Dios Yahvéh. En el desierto se conocieron mutuamente y entraron en unas relaciones que, con el paso del tiempo, han sido consideradas por los profetas como unas relaciones ideales. En este sentido el profeta Jeremías habla de "cariño de joven" y de "amor de novia". El Señor Yahvéh guiaba a su pueblo día y noche, para que no se sintiera amenazado de muerte. De ahí que el desierto fue el único lugar y el único tiempo en que el pueblo vivió exclusivamente de Yahvéh y para Yahvéh. Por eso, el profeta Jeremías lo llama tiempo de noviazgo, porque allí fue donde Israel llegó a nacer como "pueblo de Dios". Y allí fue donde Yahvéh llegó a ser de verdad el "Dios de Israel". Esta fue la época de una relación no empañada, no enturbiada, porque el pueblo no iba detrás de otros dioses. Fue el tiempo del seguimiento radical y total: "cuando me seguías por el desierto".
Por otra parte, este seguimiento tuvo una consecuencia importante: el pueblo se llegó a parecer a Yahvéh su Dios. Porque, según las ideas del pueblo hebreo, cuando alguien seguía a otra persona, terminaba por parecerse a ella. Y esa es la razón por la que el mismo profeta Jeremías dice que cuando las gentes del pueblo "siguieron vaciedades", ellos mismos "se quedaron vacíos".
Por todo esto, se comprende perfectamente una cosa que es muy importante en las ideas del Antiguo Testamento, a saber: el "desierto" es el lugar y el tiempo de la fundación del pueblo de Israel como pueblo de Yahvéh. De ahí que el desierto, junto con el éxodo y con la entrada en la tierra prometida, es un elemento fundamental de la confesión de fe del pueblo de Dios, el pueblo de Israel. Por lo tanto, el desierto, la salida de Egipto (Éxodo) y la entrada en la tierra prometida, son como los pilares básicos de la historia del pueblo. Tres pilares tan importantes que, con el paso del tiempo, fueron considerados, no sólo como hechos históricos, sino además -y sobre todo- como hechos de salvación, hechos a través de los cuales Dios había salvado a todo el pueblo.
Pero, en el fondo, ¿qué quiere decir todo esto? Quiere decir que el desierto, el lugar de la muerte, se puede convertir y se convierte en el lugar de la vida, cuando en él hay convivencia, la convivencia con el Señor, mediante la fidelidad y el seguimiento. Entonces, justamente entonces, el desierto se convierte en paraíso, es decir en lugar de convivencia en el amor y la entrega.

EL DESIERTO COMO LUGAR DE TENTACION
Pero hay en el desierto algo más profundo y misterioso. Porque el desierto es lo que mejor descubre la ambigüedad y la contradicción que el hombre lleva en sí mismo. Por una razón que se comprende enseguida: para el hombre, el momento de mayor plenitud de vida es a la vez el momento de más grande tentación. Porque cuando los hombres se dan cuenta de todo lo que tienen y pueden, entonces precisamente es cuando sienten el mayor deseo de vivir por su cuenta, vivir a sus anchas, haciendo cada cual lo que se le antoja.
Esto precisamente es lo que se sabe que ocurrió con el pueblo de Israel en el desierto. El pueblo vivía con Dios, de Dios y para Dios, sin otras seguridades, sin tierras, sin pan, sin olla, sin carne (cf. Ex 16,3). Pero es lo que al pueblo le pareció insoportable. Porque se pensó que aquello era demasiada dependencia. Después de haber puesto su mirada y su confianza en Dios y después de haber sido felices de esa manera, se vuelven hacia sí mismos en el horizonte estrecho del propio egoísmo. Cambiar la mirada es aquí lo mismo que cambiar el seguimiento. Preferían la seguridad material de sus propias manos a las de Dios en el "desierto". Es una cosa que parece enteramente increíble. Y por eso, el profeta Jeremías se hace la pregunta: "¿Qué falta encontraron en mi vuestros padres, para alejarse de mí?".
En realidad, el pueblo no fue fiel a Dios casi nunca. Con el paso del tiempo y de las situaciones, ellos fueron cambiando en sus formas de infidelidad. Pero siempre se trataba de la misma cosa. Cuando ya el pueblo estuvo en la tierra prometida, y cuando cambió de ser un pueblo de pastores a un pueblo de agricultores establecidos, entonces se pusieron a ir detrás de los dioses falsos (los baales) que había en aquel país, porque se pusieron a hacer negocios y juntar dinero, con ambición, orgullo y poderío.
Pues bien, a partir de lo que fue la experiencia del desierto, la historia del pueblo de Israel aparece como una historia de seguimiento de Yahvéh; y a la vez como una historia de rebeldía contra ese mismo Dios. Porque el desierto es un excelente retrato de la vida toda: lugar de vida y de muerte, de soledad y de convivencia, lugar de enormes contrastes, de fidelidad y de infidelidades. Porque en el desierto se revela la ambigüedad del hombre, su grandeza y su miseria, su capacidad de entrega y también su posibilidad de rebeldía y perdición..


HAY QUE EMPEZAR DE NUEVO
En el tema anterior, al hablar del desierto, hemos tratado una serie de experiencias muy íntimas, y también muy importantes, por las que pasamos casi todos en esta vida. En este tema, vamos a continuar hablando de ese asunto. Porque hay, en todo eso, varias cosas que aclarar.
Ante todo, con frecuencia nos ocurre que nos invade la desilusión y el desengaño: hemos empezado una cosa con verdadero entusiasmo, en eso hemos puesto todas nuestras fuerzas, pero al poco tiempo nos damos cuenta que fallamos, nos cansamos, caemos y volvemos a caer. Parece que, en algunas ocasiones, cuanto más buenos son nuestros propósitos, antes caemos y nos decepcionamos de nosotros mismos.
Por otra parte, tenemos que contar también con los fallos de los otros. A veces, hemos tenido una mala racha con alguien, pero ya se superó la dificultad. Entonces queremos empezar con nueva energía. Pero con frecuencia ocurre que la otra persona nos falla, por lo que sea. Y entonces parece como que todo se nos hunde. Y nos volvemos a encontrar mal, quizás peor que antes.
Pues bien, cuando nos pasan estas cosas –o algo parecido- es bueno acordarse de un tiempo pasado, quizás una época "de oro" en la relación humana, con el empeño de volver a repetir aquella situación ideal. Pero no olvidemos que, mientras tanto, ha pasado el tiempo, han ocurrido quizás cosas, y los acontecimientos nos han marcado y hasta seguramente nos han hecho cambiar.
Este conjunto de experiencias, que de una manera o de otra ocurren alguna vez en nuestra vida, nos ayudarán a comprender un texto profético de especial profundidad y de un contenido entrañable. Se trata de un texto famoso del profeta Oseas:
"Cuando Israel era joven le amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Cuando le llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraím, le alzaba en brazos; y él no comprendía que yo le curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor le atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la nuca, me inclinaba y le daba de comer. Efraím volverá a Egipto. Asur será su rey, porque no quiso convertirse. Llega la espada contra sus ciudades, y devorará sus puertas, y les consumirá en pago de sus planes. Pueblo mío, perturbado por tu apostasía; llaman a Baal y no les ayuda. ¿Cómo podré entregarte, Efraím, abandonarte, Israel? ¿Podré convertirte como Admá, hacerte semejante a Seboím? Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, que soy Dios y no hombre, santo en medio de ti, no enemigo a la puerta. Irán detrás del Señor, rugirá como un león, rugirá y vendrán temerosos sus hijos desde Occidente. Vendrán desde Egipto temblando como pájaros, de Asiria vendrán como palomas, y los haré habitar en sus casas -oráculo del Señor-".

PARA ENTENDER EL TEXTO
Ante todo, hay que tener en cuenta que todo el capítulo 11 del profeta Oseas nos explica lo que fue el drama de las relaciones entre Yahvéh y su pueblo querido, el de Israel. Y explica ese drama en varias partes o etapas: primero, habla del amor inicial y gratuito de Dios para con su pueblo (vv. 1-4), un amor que no fue correspondido por parte del pueblo. En segundo lugar, se dice cómo Yahvéh, al darse una relación que no era correspondida por parte del pueblo, abandona aquella relación que no era correspondida y entonces Israel tiene que volver a su situación del principio, la situación que tenía antes de conocer a su Dios (vv. 5-6). Por eso dice que el pueblo vuelve a Egipto, cosa que no hay que entender en el sentido literal o geográfico, sino como una situación, la situación que consiste en la esclavitud, en la dependencia y en el sometimiento. En tercer lugar, se destaca una idea clave: Yahvéh no abandona a su pueblo, porque lo quiere demasiado (vv. 7-9); Dios sufre por la infidelidad de Israel; porque tal situación es muy peligrosa para el pueblo, que está "enfermo de Yahvéh", sencillamente porque es infiel. En cuarto lugar, se describe al pueblo en situación de desierto y Dios en el centro, representado en la imagen del león, que es el rey del desierto (vv. 10-11). Dios saca de nuevo a su pueblo de la esclavitud y el pueblo sigue a su Señor.
Por lo demás, hay que tener presente que el profeta Oseas predicó su mensaje en un tiempo de grandes cambios políticos. Era aquél un tiempo de transición. Hasta entonces habían existido pequeños estados, pequeñas naciones que tenían, poco más o menos, la misma fuerza. Pero en tiempos de Oseas había aparecido ya el gran imperio de Asiria, que iba conquistando un pueblo tras otro, de tal manera que rompía el equilibrio y amenazaba a todos los pequeños países de su alrededor. En tales condiciones, Israel busca su salvación firmando pactos y coaliciones con los estados vecinos. En la confianza de que por esas coaliciones con el dios Baal, que era el dios de la fertilidad de la tierra, iba a poder salir adelante. Pero la terrible consecuencia de todo esto era que Yahvéh, el verdadero Dios de su vida y de su existencia, el fundador del pueblo, ya no era el Dios vivo para ellos.

EN EL PRINCIPIO FUE ASI
El profeta afirma que el pueblo de Israel está enfermo de infidelidad. Han rechazado a Yahvéh, su Dios. Por eso, Oseas vuelve a los orígenes de la relación entro Dios y su pueblo, entre Yahvéh e Israel. El profeta describe a Dios como un padre cariñoso y bueno, mientras que el pueblo se comporta como un hijo desagradecido. Las palabras de Yahvéh son fuertes: "de Egipto llamé a mi niño, le enseñé' a caminar, tomándole en mis brazos; con cuerdas humanas, con lazos de amor los atraía, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer".
Con estas palabras, Dios se refería, sin duda al tiempo del desierto, el tiempo aquél que el profeta Jeremías llama el "tiempo del primer amor, del noviazgo de juventud". Era aquello una realidad tan grande y tan hermosa, que para hablar de ella hay que echar mano, no de palabras corrientes, sino de comparaciones e imágenes tomadas de las más hermosas relaciones humanas: los amantes, los padres y los hijos.
Y sin embargo, parece como que Israel rechazaba a su Dios ya desde el principio; desde los orígenes era infiel: "cuanto más le llamaba, más se alejaba de mí; sacrificaban a los baales y echaban incienso a los ídolos". Con estas palabras, parece que Dios se refiere a las alianzas políticas y a los pactos internacionales, en los que Israel ponía su confianza, El profeta compara la maldad y la ingratitud del pueblo con las manchas de un leopardo o con la piel de un negro, que no se puede cambiar y mudar (Jer 13,23). En todo este balance de lo que fue la actitud de Yahvéh y la correspondencia del pueblo, Israel queda como alguien que es profundamente desagradecido y, sobre todo, infiel, como un hijo mal nacido. Se trata, en todo esto, de la falta de buena disposición para convertirse y volver a Dios.

EL JUICIO DE YAHVEH
En los vv. 5 y 6, se expresa el juicio de Dios sobre el pueblo. Pero este juicio no se debe entender como un castigo. Y menos aún como una venganza por su amor rechazado. No se trata de nada de eso, sino de otra cosa. Dice Dios que el pueblo tiene que volver a Egipto, que aquí no se ha de entender como un sitio determinado, sino como una situación: la situación de esclavitud, es decir la situación en que Dios encontró a su pueblo al comienzo de la mutua relación entre ambos. A esa situación vuelve Israel, pero no en las mismas condiciones de antes. Ahora va a ser el gran enemigo, el poder de Asiria, quien va a crear la situación de esclavitud invadiendo el país de Israel. Asiria va a ser su rey, es decir a los asirios se tendrá que someter: "llega la espada contra sus ciudades, y devorará sus puertas, y les consumirá en pago de sus planes" (v. 6). De esta manera, el pueblo volverá a ser otra vez insignificante y pequeño y débil.

EL DIOS DE LA MISERICORDIA
El Señor, Yahvéh, repite otra vez su mismo comportamiento que en los tiempos de Egipto, cuando el mismo Dios dijo estas palabras: "Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios" (Ex 3,7-8). Entonces no se conocían todavía Dios y el pueblo y, por eso, existía la esperanza de una correspondencia y de una fidelidad por parte del pueblo hacia su Dios liberador. Ahora, sin embargo, cuando habla el profeta Oseas y en los tiempos del profeta Amós, el pueblo de Israel ha dado pruebas más que sobradas de su ingratitud y de su infidelidad. Y sin embargo, a pesar de todo, Dios sigue siendo fiel y queriendo a su pueblo. Por eso, el amor de Yahvéh ahora llega a más profundidad. Y por eso demuestra que él "es Dios y no hombre", es decir demuestra más su divinidad.
Esta capacidad de perdón sin límites es la gran oferta, la gran invitación, para que el pueblo se convierta. Y aquí es importante tener en cuenta que la conversión no sale de la voluntad humana, sino de la iniciativa de Dios. Porque pasa en esto lo que pasa en la vida entre las personas: la bondad y la generosidad de uno hace al otro caer en la cuenta de su mal comportamiento. Cuando uno reconoce la grandeza del otro, reconoce así también su propia debilidad. Y eso justamente es lo que pasó entre Dios y su pueblo querido.

OTRA VEZ EL DESIERTO
Después de la liberación de la esclavitud, el pueblo de Israel entrará otra vez en la misma situación que estuvo cuando salió de Egipto. De nuevo el paso por el desierto, el lugar del primer amor, donde el pueblo seguía a su Dios con toda fidelidad. Dios ofrece al pueblo otra vez la oportunidad de seguirle. Por parte del pueblo, si acepta esa oferta de Dios, eso es convertirse, Y eso justamente es lo que más necesita el pueblo: convertirse y seguir nuevamente a su Dios.
En este punto, Yahvéh es presentado comparándolo con un león, que es el que domina el desierto. Allí Dios les va a "llamar" de nuevo, como un padre "a su niño". Teniendo en cuenta que el desierto es el lugar de la liberación después de la salida de Egipto, de la casa de la esclavitud.
Liberación es un proceso que necesita condiciones. Pero aquí el profeta no ve otra condición que volver al principio, volver a empezar de nuevo, Sabiendo, por lo demás, que la historia no se repite. Porque ahora no es de Egipto de donde va a ser liberado el pueblo, sino de Asur (Asiria), que es ahora como el medio por el que Dios va a realizar su proyecto de que el pueblo vuelva a sus orígenes. Israel ahora se encuentra solo delante de su Dios, porque ya no tiene en la mano ni más dioses ni más ídolos en los que apoyarse. Sencillamente está en el desierto. Esta situación es expresada por el profeta con las siguientes palabras: "No nos salvará Asiria, nos montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos" (Os 14,4)




NO TODO EL QUE PROFETIZA ES PROFETA
Nosotros sabemos que, según cuenta el evangelio, Jesús advirtió a la gente de que iban a venir falsos profetas, para extraviar a la masa de los incautos (Mt 24,11). Pero es importante saber que ya, en el Antiguo Testamento, los verdaderos profetas Dios se tuvieron que enfrentar muchas veces a los profetas falsos, que eran, ni más ni menos, los que le decían a la gente lo que a la gente le gusta oír. Por eso, los falsos profetas solían tener mucha clientela, mucho prestigio, dinero y regalos y, en general, una aceptación que no solían tener los verdaderos profetas del Señor.
Han pasado los tiempos. Pero este problema no ha pasado de moda. También ahora hay falsos profetas, incluso dentro de la misma Iglesia. Profetas que engañan a la gente, que se llevan de calle al personal y que entusiasman a muchos. Pero no son esos los verdaderos profetas de Dios. Por lo tanto, se trata aquí de un tema de enorme actualidad. Un tema que vamos a explicar recordando, ante todo, un pasaje importante del profeta Miqueas: "Así dice el Señor a los profetas que extravían a mi pueblo: Cuando tienen algo que morder, anuncian prosperidad; y declaran una guerra santo a quien no les llena la boca... Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el Espíritu del Señor, que es fortaleza y justicia, para anunciar su culpa a Jacob, su pecado a Israel" (Mi 3,5-8).

¿QUÉ HACEN LOS FALSOS PROFETAS?
Sin duda alguna, lo que más le gusta escuchar a la gente es que va a ver paz, que vamos a tener seguridad, que Dios está con nosotros, y que no nos va a pasar nada. Es el deseo de seguridad y de tranquilidad que todos tenemos. Y, a veces, llevados por ese deseo, hasta nos vendemos, si es preciso. O incluso pagamos lo que sea necesario para oír lo que nos da tranquilidad y nos agrada. En este sentido, la experiencia en la misma Iglesia es muy elocuente. Quizás cada uno tiene cosas que contar o ha vivido situaciones que tienen mucho que ver con lo que estamos diciendo. No somos ahora mejores que la gente que vivía en tiempos de los profetas; o en los tiempos de Jesús, que también avisó contra los falsos profetas.
Pues bien, los falsos profetas eran los que se aprovechaban de este deseo de la gente y "anunciaban prosperidad" cuando tenían "algo que morder", mientras que declaraban "guerra santa" contra quienes "no les llenaban la boca". A veces, hasta había profetas profesionales, profetas de oficio, lo mismo que había sacerdotes de profesión, que estaban al servicio del rey y le decían al rey lo que a éste y a la gente le gustaba oír. Tal es el caso, por ejemplo de Amasías, que esta al servicio de la corte del rey y temía confrontarse con el profeta Amós (cf. Am 7,12). Pasaba entonces lo que pasa ahora, que se compran por dinero bendiciones del papa o se dicen por dinero una buena cantidad de misas para tranquilidad del difunto y de su familia.
En el fondo, lo que estaba en juego, en todo esto, era el problema de la libertad. El que tiene las manos limpias y libres, puede decir libremente la verdad, mientras que quien se vende por el sucio interés, el que depende económicamente de otro o de otros, no puede decir sino lo que agrada a los que le pagan y le llenan la barriga.
Pero, entonces, ¿es que los profetas falsos no predican la palabra de Dios? Por supuesto que sí, la predicaban. Pero su fallo estaba en otra cosa, que el mismo Miqueas indica con toda claridad: "Sus profetas adivinan por dinero. Y encima se apoyan en el Señor diciendo: ¿ No está el Señor en medio de nosotros? No puede sucedernos nada malo" (Mi 3,11).
Donde hay interés económico no puede haber libertad. Y donde no hay libertad, se adultera el mensaje de Dios, porque se dice, no lo que quiere el Señor, sino lo que le gusta al señorito.
Pero hay más en todo este asunto. Según el texto del profeta Miqueas, que acabamos de ver, los falsos profetas se tranquilizan a sí mismos y tranquilizan a la gente diciendo que Dios está con ellos. (¿No está el Señor en medio de nosotros?). La expresión según la cual Dios está con alguien, es una expresión que en la Biblia es dicha por Dios para ofrecer seguridad en una tarea o misión difícil. Pero esa expresión entraña un peligro: que se utilice para manipular a Dios, para poner a Dios al servicio de los propios intereses. En ese caso, la relación con Dios se convierte en una cosa mágica, que engaña y tranquiliza falsamente, cuando uno va y se piensa que si comulga nueve primeros viernes de mes seguidos, ya por eso tiene asegurada la salvación, aunque luego resulte que es un sinvergüenza. A Dios no se le puede manipular para el propio interés. Porque Dios realiza la salvación en la historia y en la vida de los hombres, pero según sus propios proyectos, no según nuestros proyectos interesados y egoístas.

¿QUÉ HACEN LOS VERDADEROS PROFETAS?
La misión principal del profeta auténtico es llevar al pueblo de Dios al seguimiento del mismo. A eso, y nada más que a eso, se reduce la tarea y la misión del profeta verdadero. Pero esto necesita algunas explicaciones.
La historia del pueblo de Israel nos demuestra que el hombre sigue sus propios caminos y va más por ellos, que los caminos que Dios le traza y le señala. Y sabemos que el hombre hace eso incluso cuando dice que está cumpliendo la voluntad de Dios, cosa que entonces resulta más peligrosa, porque supone un engaño mayor en la persona. Por otra parte, la experiencia nos enseña que el hombre pega su corazón a la última novedad que se le presenta, hasta el punto de convertir eso en una especie de ídolo, del que espera la solución de sus problemas, es decir, su propia salvación. De ahí que la tarea del verdadero profeta consista en abrir los ojos a la gente, para que se den cuenta de su propio engaño, y para que sepan que los ídolos no pueden aportarnos la salvación. Por eso, el verdadero profeta tiene que decir a la gente que acaben con los ídolos hechos por manos humanas; y tiene que decir también que los hombres deben quedarse con las manos vacías, para poder buscar sinceramente el nuevo rostro de Dios, en cada situación, en cada nueva posibilidad de la vida.
Todo esto quiere decir que el profeta tiene que ser un auténtico provocador. Porque tiene que provocar al pueblo a enfrentarse con su Dios, en la desnudez y soledad del desierto, es decir en el despojo de cuanto ata y engaña falsamente a la gente en la sociedad y el sistema que se nos ha impuesto.
Pero, naturalmente, a nadie le gusta oír estas cosas. Porque a nadie le gusta que le hablen de desnudez y de desierto, en el sentido que acabamos de indicar. De ahí que el profeta tenga que echarle valentía a este asunto, tiene que echarle bravura y audacia. Porque tiene que decir lo que a la gente no le gusta escuchar. Por eso, la existencia del profeta es siempre una existencia perseguida y crucificada, en el sufrimiento y en la soledad.
De todo esto se desprende que el criterio para distinguir al verdadero profeta del falso no es, necesariamente, la denuncia, porque también pronuncian palabras de consuelo y de promesas, que son auténticas palabras de Dios a los hombres. El criterio para distinguir al verdadero profeta del falso es la capacidad que tiene el profeta para enfrentar al hombre con su Dios, para confrontar a la conciencia humana con el juicio divino, con el proyecto del Señor, en definitiva, para hacer que el hombre se ponga delante de Dios, se sienta interpelado por Dios, y tome postura ante los proyectos del Señor.
Por el contrario, el falso profeta es el que se limita a recordar lo que Dios hizo o dijo en otros tiempos ("in illo tempore"). Se trata, entonces, de palabras que no complican a la gente y, por eso, se trata de palabras que a la gente le gusta escuchar. Porque esas palabras no provocan a un cambio de vida, a una toma de postura, a una decisión desde el fondo de nuestro ser.

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