jueves, 15 de enero de 2009

Sobre la unión civil de parejas del mismo sexo - por Gabriel Andrade

Sobre la unón civil de parejas del mismo sexo - por Gabriel Andrade


La legalidad de la unión de hecho y estable de parejas será uno de los temas en agenda en el presente año en la legislatura de la provincia de Santa Fe. Este proyecto es impulsado por VOX -entidad que defiende los derechos de las minorías sexuales- y también contempla la unión civil de parejas del mismo sexo, además de las heterosexuales, dentro de una nueva normativa que incluye la igualdad frente al Registro Civil, sus actas y libretas de unión. Con esto las parejas estables de hecho podrían gozar de pensión, obra social y licencia laboral, aunque por el momento no se contemplaría el derecho de adopción y herencia. En Capital Federal, una ley similar rige desde el 2002. Esto apunta a terminar con la discriminación que significa que una pareja de hecho tenga que tramitar su unión con testigos ante el Poder Judicial en vez del Registro Civil.

Es indiscutible que toda ley debe enmarcarse dentro de la moral que pertenezca a la sociedad que va dirigida. Dentro de esta sociedad, específicamente la santafesina, una de las mayores usinas de esta pretendida moral es la Institución Iglesia Católica. Si es posible también, esta ley debería ser ética.
Ética y moral no son sinónimos. La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo, principios y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres) pero no necesariamente ética (obedece a principios).
En nuestra cultura, junto a las familias-matrimonio, se dan las familias-pareja (cohabitación de uniones libres), que dan origen a la familia consensual no conyugal. La introducción del divorcio ha dado lugar a familias uniparentales (la madre o el padre con los hijos/as) o multiparentales (con hijos/as provenientes de matrimonios anteriores) y también uniones entre homosexuales (hombres o mujeres).
¿Hasta qué punto estas formas son realizaciones concretas de la sustancia de lo que llamamos familia? Antes de cualquier respuesta, como señala el teólogo Leonardo Boff, la actitud cristiana más adecuada y no moralizante es: si en todas estas formas existe amor -y no hay por qué dudar de ello-, entonces estamos ante algo que tiene que ver con Dios, que es amor y bondad. En este campo, lo que debe regir es el respeto y no los prejuicios.
En palabras del obispo Jerónimo Podestá: “la intimidad sexual ha sido creada por Dios para la plenitud personal y el elemento fundamental para juzgarlas es si éstas son producto y expresión de un amor maduro”.
En esta concepción debe estar siempre presente lo utópico y lo concreto, pues ambas dimensiones constituyen juntas la realidad de la familia. Lo concreto son las cosas tal como están ahí. Lo utópico es lo que es virtual y posible en lo concreto, su referencia de valor nunca totalmente alcanzable, pero que tiene como función mantener a la familia siempre abierta y perfectible y jamás cerrada, ni estancada en alguna forma considerada como la única posible, por muy buena que pretenda ser.
Juan Pablo II en la Carta Apostólica Familiaris Consortio (1981) y en la Carta a las familias (1994) enseña que la familia es “una comunidad de personas fundada sobre el amor y animada por el amor... un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad/maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales cada persona humana es introducida en la familia humana”.
El núcleo utópico e inmutable de la familia es el amor, el afecto, el cuidado de uno para con otro y la voluntad de estar juntos, estando la pareja abierta a la procreación, cuando es posible, o, al menos, abierta al cuidado de todas las formas de vida, que es un modo también de realizar la fecundidad. Este núcleo debe poder realizarse en variadas formas concretas de convivencia.
Todos viven de la voluntad de encontrar y vivir el amor; sueñan poder realizarse a dúo y ser mínimamente felices. Sin ese motor, la vida humana sería menos humana y perdería sentido, a pesar de todas las dificultades, deformaciones y frustraciones.
Suele decirse que la Institución Iglesia Católica tiene fobia sexual y que trata los temas de la moral familiar y de la sexualidad con excesivo rigor. No falta razón al decirlo, pues la palabra “placer” suscita en ella preocupaciones y si se trata de “placer sexual”, tenebrosas sospechas. En realidad ha educado más para la renuncia que para la alegre celebración de la vida.
El catecismo católico dice que la sexualidad está ordenada al amor conyugal (Nº 2360). Es entonces cuando esta misma institución amenaza con la condenación eterna en los sulfurosos fuegos del infierno a un adolescente que se masturba, a los novios que tienen relaciones sexuales prematrimoniales, a los matrimonios que utilizan preservativos e invita jovialmente a las parejas homosexuales a convivir pero sin tener intimidad carnal, demostrando así el divorcio en tiempo y espacio con el mundo biológico, histórico y social que mal pretende guiar. La misma institución que en palabras de sacerdote católico Padre José Ignacio González Faus “ha hecho méritos sobrados para desacreditar su propio juicio moral”, no siendo Santa Fe la excepción, en el paradigma del procesado por escándalos sexuales, su ex arzobispo Edgardo Gabriel Storni.

Pero esto no siempre fue así. Dentro de la misma Iglesia hay tradiciones y doctrinas que ven en el placer y en la sexualidad una manifestación de la creación buena de Dios, una chispa de lo Divino, una participación en el propio ser de Dios. Esta línea se liga más bien a la tradición bíblica que ve con naturalidad y hasta con entusiasmo el amor entre parejas con toda su carga erótica, como plásticamente lo describe el libro de la Biblia en el Cantar de los Cantares, con senos, labios, vulvas y besos.
Esta línea, sin embargo, no prosperó en la cristiandad. Al contrario, predominó la negativa por causa de la poderosa influencia que el anacrónico San Agustín (354-430) ejerció sobre toda la Iglesia Romana, quien en sus soliloquios confiesa: “En cuanto a mí, pienso que las relaciones sexuales deben ser radicalmente evitadas. Estimo que nada envilece tanto el espíritu de un hombre como las caricias sensuales de una mujer y las relaciones corporales que forman parte del matrimonio”.
¿Puede una Iglesia que afirma el amor humano asumir tal doctrina?

Junto con el eminente teólogo José María Castillo, me parece que el fondo del problema está en saber si lo esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de ser, consiste en el instinto que une al macho y a la hembra para procrear, de manera que así sea posible que sigan naciendo hijos y no se acabe la especie -orden divina dada hace unos 40000 años a los primeros habitantes de una despoblada tierra, y escrita hace 3800 años en el Génesis-, o si, más bien, lo esencial y específico de la sexualidad humana, el culmen de su razón de ser, no se limita a la facultad de procrear, sino que -eso supuesto- lo que caracteriza al sexo, entre los humanos, es la entrega de una persona a otra, la entrega mutua que así expresa y comunica el amor propiamente humano.
En cualquier caso, lo que no admite discusión es que, si se prefiere la primera solución, en ese supuesto se tiene una idea de la sexualidad humana que poco se distingue del mero instinto animal; ya que, de ser eso así, el amor y la entrega entre las personas no es el culmen y la plenitud, sino una fuerza que atrae a los machos y a las hembras para unirse y copular para tener crías y que así la vida humana no se acabe en este mundo, por más que la tendencia sea de una desastrosa superpoblación que amenace finalmente con agotar al planeta.
La moral católica ha dicho siempre que lo central es el amor. Pero con tal que sea un amor abierto a la procreación. Con lo cual, lo que en realidad se está diciendo es que lo que nunca puede faltar es la posibilidad de procrear, por más que falte el amor, como de hecho ocurre en tantas familias, en las que se cumplen todos los requisitos de los códigos religiosos, pero las personas no se quieren y a duras penas se soportan. O sea, se antepone la posibilidad de procrear legalmente al amor, por muy fuerte que éste sea.
Por extensión, la familia modelo sería entonces la de heterosexuales legalmente casados por civil y cumplidoras del sacramento religioso y de todos los preceptos canónicos. Se da la paradoja entonces que, para la Institución Iglesia Católica, es más moral y digno de comunión y misa diaria un hetero ultracatólico, ex presidente y genocida Jorge Rafael Videla!!!
Por supuesto, cada cual es libre para defender la idea que le dicte su conciencia, su confesor o su catequista. Con la salvedad de que nunca una idea sea más importante que una persona. Y menos aún que, por una idea, se humille y se amargue la vida a millones de personas. ¡Y mucho menos que para justificar esto se blasfeme tomando en vano el nombre de Dios!
Es más, sabemos como principio básico de teología que nuestro Dios opta por los pobres. La definición teológica más exacta de pobres es la de “injusticiados”. Así son pobres las mujeres en una sociedad machista, los obreros explotados, los aborígenes saqueados en sus derechos, los ciudadanos privados en su libertad en países totalitarios, los niños maltratados, ¡y los homosexuales en una sociedad que los discriminan! Por consiguiente, si hay que decir algo de Dios con respecto a ellos, no es justamente que los condena por sus preferencias sexuales, sino que, dada la hostilidad que les presentan sectores reaccionarios y que rápidamente deriva en injusticia (donde lamentablemente debemos incluir a la Institución Iglesia Católica) Dios opta amorosamente por ellos y en contra de estos otros!!!

Volviendo entonces a la ética, y siendo que la diferencia es un hecho y la igualdad un derecho, la desigualdad resulta una violación de la igual dignidad que todos los humanos tenemos por el hecho de ser coincidentes en lo que a todos nos iguala: ¡todos somos humanos!
Con demasiada frecuencia se produce un deslizamiento de la diferencia a la desigualdad. Todos somos diferentes: unos más fuertes que otros; unos más ricos que otros; unos más inteligentes y emprendedores que otros. Así las cosas, si fuera cierto que la diferencia justifica la desigualdad, entonces resultaría que el fuerte tendría más derechos que el débil; el rico más derechos que el pobre; el dotado más derechos que el torpe. O sea, lo que en realidad ocurriría es que terminaría por imponerse la ley del más fuerte. Y la sociedad se convertiría en una selva.
Lo más grave de todo este tema es que los fuertes no sólo veían así la vida, sino que durante siglos y siglos se han dedicado a poner en práctica su ley sin piedad, la ley del más fuerte, invocando para esto la voluntad y autoridad de Dios para actuar salvajemente. Por eso hay personas que, aunque sean contemporáneos nuestros, en realidad viven en tiempos antiguos y bárbaros. Son los que siguen pensando que los heterosexuales tienen más derechos que los homosexuales. Esto es lo que nos baja de la Institución Iglesia Católica, aunque en mucha menor medida de la Iglesia Comunidad de la totalidad de bautizados, incluidos muchos sacerdotes que en silencio o no tanto, desaprueban a la institución.
En los tiempos antiguos y bárbaros, a los homosexuales se les quemaba vivos en la plaza pública, como se hacía con los herejes, las brujas y los infieles. Luego, con el paso del tiempo, esa ley se humanizó. A los homosexuales no se les quemaba, ni se les metía en la cárcel. Pero su libertad estaba controlada. Hasta que ha llegado el momento en que casi se les ha igualado en derechos con los demás ciudadanos. Cosa que algunos de estos cristianoides no pueden soportar. Porque dicen que eso atenta contra “la familia”. Y amenaza a la sociedad.
¿Exactamente qué es eso de manifestarse “en favor de la familia cristiana”? ¿Quién la ataca? ¿Cómo no teníamos conciencia de que estuviese en peligro? ¿De qué o de quiénes deberíamos defenderla? Hasta donde recuerdo, salvo en la época de la dictadura militar de raigambre seudocatólica, nuestra militancia cristiana siempre fue perfectamente aceptada y compatible con otros grupos sociales y políticos con los que compartimos anhelos de cambio social tal y como el Concilio Vaticano II nos había impulsado, aunque discrepásemos en las formas con estos otros. Hemos educado a nuestros hijos de la mejor manera que hemos considerado, sin que nadie nos impusiese nada. Hemos sido libres para declarar y vivir nuestra creencia cristiana y para actuar en la sociedad según la misma; por lo tanto, insisto ¿dónde está el problema?
Como Antonio Garrido y Maite Dorronsoro -laicos de la Sagrada Familia de Burdeos- sabemos que hay parejas de homosexuales que intentan construir una relación con todas sus dificultades y con toda su ilusión, pues tienen derecho a ello; no son enfermos que, como si fuesen los leprosos de antaño, deban ser excluidos. Se puede compartir con ellos el amor y la fidelidad que desean vivir y los proyectos comunes por una sociedad más justa y tolerante, que a los cristianos nos mueven desde el Evangelio; el cual, por cierto, no establece normas para la confección de una familia o de una determinada organización social -que es cambiante a lo largo de los tiempos y los lugares- sino unos valores. El Evangelio no es un recetario sobre cómo construir una sociedad, sino la adopción de un estilo personal de vida con unos valores para ofrecer libremente y compartir en la sociedad que nos ha tocado vivir. Y entre ellos está la tolerancia y no está la exclusión.
Tampoco atacan a la “familia cristiana” la multitud de parejas que no son creyentes y entienden su compromiso matrimonial desde otras perspectivas y se esfuerzan por madurar juntos y educar a sus hijos en los valores éticos en los que creen y que son ampliamente compartidos por los creyentes cristianos. Parejas que, además, manifiestan su coherencia y el profundo respeto que sienten por nuestra creencia cristiana al no hacer la pantomima social de casarse por la iglesia o de introducir a sus hijos en unos sacramentos que no tienen entronque con su vida.
La importancia está en que todos, desde sus particulares creencias o increencias, caminemos hacia relaciones interpersonales maduras atentos a los problemas y situaciones propias y del otro.
Defender a la familia, ¿no tendrá más que ver con trabajar para eliminar las pésimas condiciones de trabajo de tantas parejas, los bajos salarios, la ilegalidad contractual, la imposibilidad de hacer frente a una hipoteca -en el mejor de los casos- sin trabajar los dos miembros de la pareja en jornadas interminables, de no poder congeniar aceptablemente el trabajo y la paternidad o maternidad? En definitiva, con mejorar las condiciones vitales de tantas familias que padecen incomunicación, falta de estímulo, pobreza y un largo etcétera de situaciones que limitan su capacidad normal de funcionamiento.
¿Cuántos de los que se rasgan las vestiduras por la “defensa de la familia cristiana” son responsables, en base a su posición social, del mantenimiento de esas situaciones injustas? Porque la contribución a una sociedad más justa y solidaria en el que se respete la dignidad de cada persona y se erradique la necesidad y la pobreza sí que está en el Evangelio. Y la necesidad, en sus diversas variantes, y la pobreza, absoluta o relativa, sí que son causa de deterioro social y no tanto, como creen algunos miopes, “los pecados personales contra la carne”...

Hay una idea “seudo divina” que, a muchas personas que se quieren, se les prohíbe el amor. O se le limita ese amor de tal manera que se intenta reducirlo a casi nada. En este asunto, como en tantos otros, siempre se ha impuesto la ley del más fuerte. También en esto, la diferencia se ha convertido en desigualdad. Es comprensible que estos “profesionales” de la religión defiendan sus ideas. Pero que no impidan que el legislador organice la convivencia de las personas de forma que todos tengamos los mismos derechos.
Dicho esto solo me queda pasar un poco de vergüenza ajena y expresar a nuestra sociedad santafesina el conocimiento de que no todos los cristianos, ni siquiera la mayoría, pensamos y vivimos como el grupo de poder seudocristiano dentro de la Institución Iglesia Católica.
Tengo la más profunda convicción de que todos tenemos la misma dignidad. Todos somos hijos de Dios y estamos llamado a su reinado de justicia aquí en la tierra. Todos merecemos el mismo respeto.



BIBLIOGRAFÍA

Concenso en diputados para debatir la unión civil – La Capital (25/ 1/ 08)
El problema del sexo – Francisco José Fernandez de la Cigoña
Ética y moral – Leonardo Boff (Servicios Koinonia)
La revolución del hombre nuevo – Padre Obispo Jerónimo Podestá (1969)
Matriminio indisuluble ¿ley o ideal? – Gonzalez Faus (Nueva Vida 15/ 12/ 71)
Moral Sexual – Catecismo de la Iglesia Católica (2331-50 / 2517-99) (CEA)
Movilización en defensa de la Familia Cristiana – Garrido / Dorronso (Eclesialia)
Placer sexual e Iglesia – Boof (Servicios Koinonia)
Sexo, verdad y discurso eclesiástico – Gonzalez Faus (Sal Terrae – 1993)

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