jueves, 15 de enero de 2009

Carta a los Gálatas (ensayo) por Gabriel Andrade

CARTA A LOS GÁLATAS

Los gálatas eran un pueblo de origen céltico, emparentados con las tribus de la antigua Galia. Se instalaron en Asia menor (actual Turquía) y fueron sometidos por los romanos en 180 a.C.
Esta es quizás la carta más genuina de Pablo por sus datos biográficos, su tono, su estilo y sus ideas. Hace uso de referencias históricas, evocaciones personales, citas de la Escritura, procedimientos exegéticos característicos de las escuelas rabínicas, interpelaciones personales, observaciones irónicas. Maldice y condena con violencia, recrimina sin respetos humanos aunque ruega con dulzura. Pablo nos pone alerta para que no caigamos en un legalismo formulista, vacío, fariseo y sin amor.
Los cristianos de Galacia fueron ganados al Evangelio por Pablo en su segundo y tercer viaje apostólico, (le había sido encomendada la evangelización de los pueblos paganos, lo mismo que a Pedro le había sido encargada la evangelización de los judíos) pero se hallaban inmersos en una grave crisis de identidad cristiana, provocada desde fuera por unos predicadores que ponían en entredicho la validez y legitimidad del anuncio evangélico hecho por Pablo, acusado de falsearlo y mutilarlo. Estos judíos-cristianos que enseñaban desviado, presentaban a un Jesucristo deformado y estéril, exigiendo que se circuncidasen y cumpliesen la Ley mosaica; pretendiendo que el hombre era capaz de salvarse por esta observancia, sin la gracia de Cristo. Además sembraban desconfianza contra Pablo, diciendo que él no había sido autorizado por los primeros Apóstoles y que su doctrina no estaba en armonía con la fe de aquéllos. La acusación que se le hacía se basaba a que no formó parte del grupo de los apóstoles que anduvieron con Jesús y que tampoco fue enviado ni acreditado por la Iglesia de Jerusalén, por lo tanto estaría desautorizado para dar órdenes a los gentiles y éstos no tendrían por qué obedecerle. Para combatir la confusión causada por éstos, Pablo escribió esta carta probablemente desde Efeso, entre los años 49 y 55. Su enseñanza principal fue: el cristiano se salva por la fe en Jesucristo y no por la Ley mosaica.
La salvación del hombre (“justificación”) viene de Dios, a través de la vida de Jesucristo, muerto y resucitado. Al hombre le corresponde aceptar y creer que Jesucristo es el único salvador. Y esta fe no sólo es asentimiento intelectual sino sobre todo es amor. Sólo así el hombre se convertirá coherentemente en el hombre nuevo y libre del Evangelio.

Esta carta tiene una riqueza de enseñanzas tan vigente que se podrían sacar buenos corolarios para nuestras comunidades, para la iglesia universal y para la relación entre los cristianos.
“Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo vienese a evangelizarlos en forma diversa a como lo hemos hecho nosotros, yo les digo: ¡Fuera con él!” (1;8) “¿Con quien tratamos de conciliarnos?, ¿con los hombres o con Dios? ¿Acaso tenemos que agradar a los hombres? Si tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (1;10). Hay maneras de predicar el Evangelio que lo hacen ser cualquier cosa menos la Buena Nueva dada por Dios en Jesús. Entre los gálatas, la importancia que algunos daban nuevamente a las prácticas tradicionales de los judíos era una manera de dudar de Jesús como único Salvador. Pablo no sólo ha visto a Cristo sino que lo ha descubierto íntimamente presente en sí mismo. Cristo resucitado le ha dado toda la verdad de la fe y los responsables de aquella primera Iglesia no imponían personalismos, sino que trataban de reconocer los llamados del Espíritu Santo. No era entonces una iglesia dictatorial, ni su jerarquía se creía con la exclusividad del Espíritu.
Aquí queda claro que la enseñanza de Pablo se puede interpolar al presente si pensamos en los conflictos de una ortodoxia que responde a un sistema eclesiástico en oposición a la ortopraxis de Jesús y sus primeros discípulos. Aunque “un ángel” (mucho menos un papa) impusiera a partir de su “poder sacral” normas que contradicen las prácticas evangélicas de estos primeros cristianos sería correcto rechazarlas denunciándolas públicamente.
“Pero un día, a Aquel que me había escogido ... le agradó llamarme y revelar en mí a su Hijo, para que lo proclamara entre los pueblos paganos. En ese momento no pedí consejos humanos, ni tampoco subí a Jerusalén para ver a los que eran apóstoles antes que yo” (1; 15-17). Al hablar de los apóstoles, Pablo no piensa únicamente en los Doce de Jesús, sino también en otros que tenían ese título por haber visto el Resucitado. Pablo nos enseña que Dios ha enviado y envía profetas en todos los tiempos para interpretar su voluntad sin mediaciones ni permiso de autoridades jerárquicas oficiales y es de necios no escucharlos; mucho más sancionarlos o suspenderlos en sus ministerios a espaldas de la voluntad de la iglesia-comunidad, por más “sacra” que sea diga una “congregación” que nominalmente se arrogue la defensa de “la doctrina de la fe”...
“Unos falsos hermanos se habían introducido para vigilar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y querían hacernos esclavos (de la Ley). Pero nos negamos a ceder a fin de que el Evangelio se mantenga entre ustedes en toda su verdad” (2; 5). El Evangelio nos libera de todo lo que limita nuestro horizonte. Dios es pura libertad y puro don. Él no nos encierra en ritos, vestuarios, dietas o formas de oración. Pablo nos muestra que la verdad del Evangelio no está únicamente en el contenido intelectual de los dogmas, sino también en la manera de vivir, libre con respecto a todo lo que no sea Dios. Cristo nos trae libertad y ninguna ley nos puede esclavizar más a fin de que el Evangelio mantenga toda su verdad. Esto también le cabe a tantos “profesionales de la fe” que como “falsos hermanos” pretenden encorsetar el Evangelio dentro de los límites del ámbito religiosista; privado, ritual y legalista; sacándole el aguijón liberador y dejando de lado lo liberador y profético que le es esencia. El pueblo de Dios no necesita que se lo “vigile” o trate como menor de edad, ignorante o peligroso cuando hace su propia hermenéutica encarnada de cada acontecimiento o cuestión terrena.
“Tiempo después, cuando Cefas vino a Antioquía, le enfrenté en circunstancias en que su conducta era reprensible” (2;11). “Cuando advertí que no andaban derecho según la verdad del Evangelio, le dije a Cefas delante de todos ...” (2;14) “Hemos reconocido que las personas no son justas como Dios las quiere por haber observado la Ley, sino por la fe en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser hechos justos a partir de la fe en Cristo Jesús, y no por las prácticas de la Ley. Porque el cumplimiento de la Ley no hará nunca de ningún mortal una persona justa según Dios”. (2; 16) “Esta es para mí la manera de no despreciar el don de Dios; pues si la verdadera rectitud es fruto de la Ley, quiere decir que Cristo murió inútilmente”. (2;21). Pablo les había enseñado a liberarse de las supersticiones paganas, así como de las prácticas judías; pero ahora, sin esas prácticas, los gálatas se sentían desnudos. La fe en Cristo no les parecía cosa bastante concreta en un mundo donde cada uno tenía una religión con obligaciones bien determinadas. Por eso miraban a los ritos judíos que les daban identidad. Aceptar que en la Iglesia primitiva los de origen judío no se mezclaran con los demás habría sido como hacer fieles de segunda clase a los no judíos. Este problema nunca pierde actualidad, porque -demasiado a menudo- los que dan el “perfil” en una comunidad cristiana son los de una determinada “observancia” y nivel jerárquico, despreciando a los miembros de las comunidades eclesiales de base o iglesias locales, con sus celebraciones, ritos, liturgias y hermenéuticas; y encierran la interpretación del dogma con exclusividad para sí. Cada uno en la Iglesia llega con su pertenencia a un medio, con su cultura y su idioma y no debe ser excluido en una Iglesia abierta a diversos pueblos. En un nivel más elevado, es evidente que durante siglos la latinidad de la Iglesia y su carácter eurocéntrico, han entorpecido la evangelización y la inclusió, reprimiendo los esfuerzos apostólicos que le son diferentes, tratando de imponer a otros su propia manera de ser Iglesia. Así, en la Vº Conferencia Episcopal de Aparecida, el papa junto a su gerontocracia vaticana desde el corazón de la Europa opulenta, se arroga el derecho de modificar un documento consensuado por cientos de obispos, biblistas, teólogos y pastoralistas latinoamericanos, imponiendo criterios y pretendiendo saber más de estas latitudes que sus representantes, -actitud frontalmente contraria al Evangelio que estamos tratando- exponiendo así su ceguera y su urgente necesidad de conversión a los primigenios valores cristianos.
También es significativo lo de Pablo reprendiendo públicamente al primer papa. Esta libertad de pensamiento y de expresión forma parte de la verdad del Evangelio y la Iglesia sería más sana si no renegara de ella. Jesús había prometido a Pedro que su fe no desfallecería, pero no dijo que Pedro fuera “infalible” en ningún aspecto. Esto es impensable en el actual (des)orden vaticano, en donde una actitud similar implicaría sanciones canónicas, excomuniones y expulsiones de quien se atreviera, mostrando de esta forma el divorcio de la actual política eclesiástica romana con la de la iglesia fundada por Jesús.
“La Escritura anticipó que Dios daría a los paganos la verdadera rectitud por el camino de la fe. Por eso Abrahán recibió esta promesa: La bendición pasará de ti a todas las naciones”. (3; 8) “Con la Ley nadie llega a ser justo a los ojos de Dios; la cosa es cierta, pues el justo vivirá por la fe, y la Ley no da lugar a la fe cuando dice: El que cumple estas cosas tendrá vida por medio de ellas” (3; 11-12). “Al llegar la fe, ya no necesitamos que nos lleven al maestro. Ustedes están en Cristo Jesús, y todos son hijos de Dios gracias a la fe”. (3; 25-26)
Esta soberbia se repite por mucho dentro de nuestros ámbitos parroquiales. Pablo resalta el aspecto negativo de la Ley, que sólo sabe denunciar y condenar, y dice que la Ley lo encerró todo en los marcos del pecado. Para Pablo, la Ley no era algo divino y eterno dictado por Dios mismo. Era necesario adaptarla a un momento determinado y a un pueblo en particular Algunos piensan que son cristianos porque han sido bautizados al nacer y ahora van a misa, pero se olvidan de que sin una fe madura y su conversión personal, esto no tiene sentido. Desprecian a los pobres, los marginados, los de otras etnias, los de otras experiencias, los distintos. Son cristianos nominalmente pero no sustancialmente. Aquí se encuentra mucho de las actitudes soberbias de la más alta jerarquía también.
“Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (3; 28).
Esta cita debiera hacer repensar a las máximas autoridades detentoras de “verdades absolutas”, el lugar de ciudadanos de segunda que le atribuyen a los laicos en general y a las mujeres en particular; si es que les interesara serles fiel al Evangelio de Jesús.
“También nosotros, pasamos por una etapa de niñez, y estuvimos sometidos a las normas y principios que rigen el mundo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo ... con el fin de rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que así recibiéramos nuestros derechos como hijos” (4; 3-5) “De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y siendo hijo, Dios te da la herencia” (4; 7). “¿Quieren ser de nuevo esclavos?” (4; 9)“¿Por qué se perdió la alegría de aquel tiempo?” (4; 15). De chicos, es bueno haber estado sometido a una ley, haber aprendido a obedecer sin discutir durante nuestros primeros años. Gracias a esto somos capaces de obedecer a nuestra conciencia sin confundirla con nuestros caprichos. Es lo que dice Pablo que sucedió con el pueblo de Dios; la Ley los preparó para la libertad del Evangelio. Dios creó al hombre libre y a su imagen. Cristo nos libera de las supersticiones y de las creencias que nos impedían conocer al Padre y actuar como hijos libres. Cristo vino, en primer lugar, como el salvador de los judíos, y para salvarlos fue formado en medio del pueblo a través por la Ley del Antiguo Testamento. Esa Ley era positiva, pero el tiempo había transcurrido y era necesario liberarse del yugo de la Ley para recibir la plenitud de la verdad divina. Lo mismo pasa con la Iglesia; sólo podrá transformar un grupo humano y entregarlo a Dios si acepta compartir sus condiciones y llevar sus conflictos. Mientras no se haga esa elección no se puede hablar de “evangelización”; el código de derecho canónico no podrá reemplazar al Espíritu de Jesús, que no se impone de lo alto sino que surge del interior. “¿Quieren ser de nuevo esclavos?” Hay quienes se cansan de la libertad, pues les complica la vida. Es más cómodo que les digan: “esto está bien, esto es pecado”. Por eso los Gálatas preferían marchar por senderos conocidos observando ciertas reglas igual que los judíos, y después se quedaban con una fe mediocre y un amor que no libera. Igual que muchos ahora, tolerados y hasta alentados por una religiosidad oficial estéril.
“A nosotros, en cambio, el Espíritu nos da la convicción de que por la fe seremos tales como Dios nos quiere .. solamente vale la fe que actúa mediante el amor” (5; 5-6).
“Nuestra vocación, hermanos, es la libertad ... del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros. Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al prójimo como a ti mismo” (5; 13-14). Para Pablo no se puede predicar el Evangelio de una manera auténtica sin tomar abiertamente posiciones que suscitan conflictos. La verdad del Evangelio no está en las fórmulas puras de los dogmas, sino que también se encuentra en las posiciones adoptadas que muestran hasta qué punto somos libres. Si el Evangelio es liberación, los apóstoles deben adoptar, en determinados puntos, posturas que provocan escándalo. Jesús había dado ejemplo al violar la más santa de las leyes -la del sábado- sin tener necesidad de hacerlo. Salvar a los hombres es también hacerles descubrir lo que son delante de Dios y llevarlos así a enfrentar las fuerzas que los mantienen sometidos y alienados; tanto de lo político terrenal como muchos preceptos formales de la religión oficial que están contra el espíritu del Evangelio.
“No se engañen, nadie se burla de Dios: al final cada uno cosechará lo que ha sembrado” (6; 7). “Así, pues, hagamos el bien sin desanimarnos, que a su debido tiempo cosecharemos si somos constantes” (6; 9). “No hagamos ya distinción entre pueblo de la circuncisión y mundo pagano, porque una nueva creación ha empezado. Que la paz y la misericordia acompañen a los que viven según esta regla, que son el Israel de Dios” (6; 15-16).
En el momento de despedirse, Pablo vuelve a los problemas de la comunidad; no se trata sólo de un problema de prácticas religiosas, sino también de algunas personas que quieren aparecer como una élite. Los que tratan de imponerles la circuncisión son miembros de la comunidad, deseosos de diferenciarse de los cristianos “ordinarios”. Forman por esto un grupo aparentemente más serio y religioso. Pero Pablo sabe que ese rito les abrirá las puertas de los hogares judíos; ya que en aquel tiempo las relaciones y la solidaridad entre las comunidades judías establecidas en todas las ciudades importantes del Imperio romano les conferían ventajas. Pablo en cambio iba a ser perseguido de ciudad en ciudad hasta que sus adversarios lo hicieran condenar por la justicia imperial. Los que se oponían a Pablo tenían el medio de ser una élite religiosa y al mismo tiempo una élite social. Pablo ha escogido un camino diferente. Va sin hogar, perseguido por algunos, menospreciado por otros, temido por los que no pueden soportar su ejemplo de coherencia ni tampoco el hecho de que reúna a tanta gente que consideran inferior. Esta era su manera de estar crucificado para el mundo, al igual que debiera serlo para nosotros si fuéramos plenamente coherentes con nuestra fe, aunque nuestros verdugos fuesen “destacados” en esta sociedad hipócrita, o se vistiesen de púrpura...

El actual sistema eclesiástico está agotado. Todos tenemos la misma dignidad como pueblo de Dios; las distinciones son sólo ministeriales (de servicios). Las monarquías absolutistas como sistema político han dejado de tener actualidad hace dos siglos para dejar paso a las democracias; donde todos somos ciudadanos de primera. El sistema jerárquico piramidal de la institución católica es inadmisible tanto por anacrónico como por antievangélico. La jerarquía NO da prerrogativas de privilegios de poder, sino que da el privilegio de servir. Todos estamos bajo la acción del espíritu “que sopla donde quiere” y en comunidad existe menos posibilidad de equivocarse porque no se piensa solo y la comunidad decide pastoralmente.
La comunidad cambia toda perspectiva individualista, incomoda al mundo, a las estructuras, a uno mismo. No hay forma de ser iglesia sacramento que no sea ser comunidad. No hay forma de construir Reino que no sea en comunidad. No se entendía el cristianismo evangélico más que en comunidad. Las colegiaturas ministeriales tendrán que ser comunidad de comunidades.
Hay que volver a las fuentes adaptándolas a los signos de nuestros tiempos. Un Concilio Vaticano III con voz y voto de nuestros pastores que lleven los sentimientos del Pueblo de Dios a esa asamblea sin derecho a veto de nadie y en ningún tema.
Una Iglesia de composición circular donde las comunidades eclesiales de base -como iglesia sacramento que son- estén en comunión con el prebiteriado de la parroquia, éste con el obispado de la diócesis, éste a su vez con el episcopado de la iglesia particular y éste último, finalmente, con el papado de iglesia universal.
Las experiencias exitosas que ya existen en ciudades como en Quilmes son de un conjunto de 8; 10; 12 personas que se reúnen en casas cada semana, quincena o mes para compartir la palabra y encarnarla en una hermenéutica coyuntural. Compartir las alegrías, los problemas y soluciones de cada quien haciéndose uno cargo del otro (incluso desde lo económico) en un espíritu de hermandad, fraternidad y misericordia. Celebran estando en comunión entre sí, con otras comunidades y con la parroquia en plenarios mensuales. Tienen presencia en la sociedad civil y su tejido social. ¡Esto es hacer Reino! Sus integrantes ya no son laicos o creyentes (como “fabrica” el actual sistema jerárquico piramidal) que sólo “creen”; sino que son discípulos que misionan con una fuerte conciencia, identidad y participación. Es el discipulado el que marcha a través del mundo por la justicia, desde el amor al otro, creciendo y multiplicándose. Eso es lo que nos enseñó Jesús hace 2000 años, que además de los 12 apóstoles que tenía con Él, mandó a los 72 discípulos de dos en dos: “vayan y anuncien el Reino”. La opción pastoral de Jesús fue formar discípulos, para que, a su vez, formasen discípulos y así conquistar el mundo para Dios. Así lo entendió Pablo. Así nació la Iglesia.
El sistema piramidal ha creado un reino de la jerarquía, no el Reino de Dios. En aquel el discipulado de misión como actitud de vida no existe. Esta política pastoral es pésima y los resultados están a la vista. Menos vocaciones, menos discípulos, hasta menos creyentes que son captados por otras confesiones que sí viven más en comunidad, conociéndose unos con otros. En nuestros templos es común sentarse al lado de una persona que no se le conoce el nombre, ni qué hace, ni qué piensa. Es un perfecto extraño, no un hermano.
Las comunidades tienen un máximo de vida con un mínimo de estructuras y un fuerte protagonismo comunitario, especialmente de la mujer. Es un modelo contracultural y contraeclesial que se aleja del modelo histórico de la edad media actual. Se ejerce un discipulado comunitario, desde los injusticiados y con los injusticiados, hacia el mundo.
Estos discípulos tienen autonomía que no significa independencia de la parroquia o la diócesis. Ejercen una opción personal pero no solitaria. El ministerio ordenado (tanto el sacerdotal como el episcopal) tienen un perfil de servicio sacramental nuevo con respecto al viejo orden; evangelizan tanto como son evangelizados por el resto de la comunidad. Existen ministerios nuevos en la comunidad: el de servidor, el de animador y los de coordinadores de áreas. Se da una liturgia vital, renovada y llena de vida en la eucaristía, cuando la hay, celebrando el Día del Señor cuando pueden -modelo jesuítico si los hay- y una fuerte presencia de devoción mariana, santoral y de los mártires.
Esta es mi propuesta para llegar a una comunidad de discípulos de Jesús, comprometida y metida en el “barro” del mundo, “con un oído en el Pueblo y el otro en el Evangelio”...

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