Sobre milagros masivos y otras apariciones
Por Gabriel Andrade (*)
De la anacrónica definición de San Agustín del siglo IV en donde un milagro es “un fenómeno donde se produce un efecto con independencia de la causa, de la cual quiso Dios que dependiera, según la común y ordinaria condición de las cosas” (y a partir del insalvable escollo que representa la ciencia moderna desenmascarando tanta ignorancia y superstición presentada como “milagro”, por lo que fue sigilosamente sepultada después del Concilio Vaticano II) se pasó a la definición el Colegio Episcopal Holandés que propusieron una nueva definición de milagro diciendo “nada nos obliga a considerar los milagros los milagros como una intervención arbitraria y extraña de Dios, como si Dios impidiera el curso de su propia creación. Lo más propio es decir que el milagro hace al hombre consciente de que ignora lo que puede pasar en él mismo y en el mundo”.
El 25 de enero de 1983, el Papa Juan Pablo II promulgó el vigente Código de Derecho Canónico, donde toda referencia a milagros fue suprimida.
Nos centraremos en los supuestos “milagros” de las múltiples Vírgenes Marías que a gusto y placer se extienden entre los malcreyentes.
María ha muerto y su cuerpo glorificado mora en un lugar del que no se puede entrar en contacto físico con los vivos. Como ya hemos explicado, son lugares de naturaleza distintas y el sólo intento de querer traspasar esas dimensiones diferentes está severamente condenado en las escrituras. El mundo de los vivos y de los muertos son de especies distintas.
Ahora bien, si sobre una imagen se hallara sangre, lágrimas o cualquier otro líquido humano se debe dar por seguro que no son de la Virgen. Se confirma esto con los análisis de los que se han hallado, los cuales tienen diferentes grupos, factores y hasta pertenecen a diferentes sexos.
¿Pero entonces cómo puede ser esto posible entonces? La mente humana tiene una propiedad llamada “proyección hemática” la cual consiste en que, bajo los efectos de una neurosis o histeria, ciertas personas pueden extraer de su cuerpo sangre, lágrimas u otros humores y proyectarlos sobre un objeto físico del que tienen especial fijación.
Un caso algo similar pasa con los estigmas. Bajo ciertas circunstancias emocionales, existe un mecanismo que lleva sangre en abundancia hacia los capilares y nos hace sonrojar, o la retira, haciéndonos palidecer. Todo esto es gobernado por la mente que somatiza al cuerpo. Cuando éstos son llevados a extremos excitados por una sugestión inconsciente, generalmente de naturaleza histérica, puede producir heridas sangrantes o “llagas”. Este fenómeno se llama “dermografia” y se encuentra en personas que son sugestionables a partir de largas horas de contemplación frente a crucifijos centrando el pensamiento en ellos, mal comidos, mal dormidos, mortificados, pidiendo a Dios identificarse con la pasión de Jesús. Así es como somatizan sus deseos y adquieren las “llagas de Cristo” que tendrán forma circulares, de tajos, de media caña o forma de crucifijos en forma de cruz latina o de Y griega, según sea la forma del objeto que están contemplando; como se ha comprobado a partir de estos “llagados”. Quizás el más famoso fue el primero del que se tiene referencia, San Francisco de Asís, quien en 1224 con los brazos en cruz y mirando hacia el oriente se le provocaron los estigmas. Vale aclarar que se lo consagró santo por sus obras a favor de los pobres y por la oposición al poder que los empobrecía, incluido el eclesial. Fue santo a pesar de sus estigmas, no por ellos. De hecho, la gran mayoría de los “estigmatizados” no están declarados santos.
Dios no tortura ni gusta de mandar tormentos a nadie. Es una ofensa grave considerar que puede llegar a tener tal grado de sadismo. Es ridículo pensar que esta experiencia tan dolorosa pueda venir del Dios del amor revelado por Jesús.
(*) militante cristiano de base – Grupo Obispo Angelelli
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