HIJITUS... O LA COSMOVISIÓN DE LO DESEADO
por Gabriel Andrade
Cierta tarde encontré a mi hija de nueve años haciendo sus deberes escolares con una enciclopedia de García Ferré sobre la mesa y, por supuesto, el televisor encendido.
Ojeando esta muy buena edición a todo color me detuve en las efemérides argentinas y me llamó la atención la omisión del 24 de marzo del 76, fecha del golpe de estado que inaugurara la dictadura más genocida que nuestra patria tuvo que soportar.
Descartando cualquier tipo de error, comencé a preguntarme el porqué. ¿Sería porque el autor ha pensado que la memoria no es conveniente para “educar” o sería tal vez porque le diera vergüenza justificar y apoyar ese golpe de estado abiertamente? ¡Que insertidumbre, ¿no?!
Me encontraba masticando esa duda cuando escuché la inconfundible música que precede el corto televisivo de “Hijitus”. Levanté la vista y -ahora en color- me detuve a observar “criteriosamente” la galería de personajes que en mi infancia me eran una delicia.
Primeramente me detuve en Hijitus, un superhéroe iluminado que por sí solo y sin ningún tipo de acción comunitaria, institución u organización social, “salva” a la sociedad de los males que la aquejan. Jodido esto de los super hombres (o niños), porque según esta tira, si este personaje se cambiara de bando, no sólo nadie nos salvaría de los malos, sino que nadie podría pararlo a él.
Luego me detuve en el comisario de Trulalá. Correntino semi bruto (favor que le hace a las fuerzas policiales y a nuestros hermanos correntinos, como lo fuera San Martín), totalmente inoperante y torpe y además asistido por un ayudante peor que él. Con esto se refuerza la figura del iluminado-héroe que carga solo con la responsabilidad del orden. Pero todavía hay un detalle más jugoso: el comisario ayuda frecuentemente a Hijitus -y es lo único que hace en forma eficaz- a dar el “chucu chucu chucu” a los malos, castigo físico en forma de golpes en el culo, en una suerte de apología a la tortura o, por lo menos, de apremios ilegales según las leyes que rigen a nuestra sociedad, realizados en forma sumarísima y sin ningún tipo de juicio ni derecho a defensa.
Luego vendría el poder económico de Trulalá representado por Gold Silver, multimillonario que, como corresponde, tiene un apellido anglosajón -reforzando la idea de civilización y progreso para lo de afuera y la de barbarie y atraso para lo nativo- que no se sabe de donde carajo sacó tanto dinero (¿será contratista del estado o tal vez concesionario?) pero que es el prototipo del hombre bien y exitoso y, por supuesto, interesado en mantener el orden de las cosas. Para seguir con este cuadro, lo acompaña su chofer y sirviente que, como prototipo del asalariado, es obsecuente, mentiroso y ladrón.
Completa el cuadro familiar su único hijo y heredero Oaky, un niño que a pesar de sus lujos está “incomprensiblemente” disconforme con el cómo son las cosas -especialmente por el poco interés que le demuestra su padre- con lo que se lo presenta como un loquito caprichoso que gusta de juntarse con la plebe para darle disgustos a su progenitor. Algún malintencionado diría que es notable el paralelo que existe entre Oaky con muchos de los hijos de la oligarquía que en los 60 y 70 se vuelcan al peronismo de izquierda para intentar cambiar el orden social existente, los que también fueron estigmatizados como “loquitos intelectualizados”.
Refuerza la visión de “lo culto” el profesor del museo de Trulalá, poseedor de un fuerte acento inglés, (no podía ser de otra manera) que curiosamente se contrapone a un profesor local, el profesor Neurus, (probablemente hijo de la educación pública y “zurdito”) que se lo presenta como un científico loco preocupado en hacer cuanta maldad se le ocurra y archienemigo del niño iluminado Hijitus. Es inevitable asociar esto al castigo y desprestigio de los científicos argentinos, empezando por la noche de los bastones largos -donde la policía de la dictadura de Onganía entró a la universidad con caballos a pegarle a nuestros intelectuales- hasta cuando un tristemente célebre ministro de economía, Cavallo, mandó a los investigadores a lavar los platos.
El hombre de barrio lo podemos ver en Pucho, un vicioso del tabaco, tanguero bandeoneonista, vago, corto de luces e ignorante que, como tal, es un secuaz del maléfico doctor Neurus, al igual que Serrucho, un mudo (o sea, una persona diferente) que es como un “petiso de los mandados” de la banda de Neurus. Está también Kepchu, un rosarino (o sea provinciano) por demás de rudo y bruto, quien se lo presenta como un buenudo adorador de su “mama” pero que -por ser estúpido y por su inocencia- termina siempre metido en problemas por el científico loco que lo usa. Por supuesto que todos estos tipos humanos -de los que para García Ferré serían una buena parte de la gente común- son merecedores por acción o por estar influenciados por el maléfico intelectual nacional Neurus, del chucu chucu chucu.
El tratamiento que da a las féminas no es más auspicioso. En esta cosmovisión parece que la mujer carece de importancia (las familias descriptas son todas disfuncionales con una total ausencia de la figura materna) por lo que la mujer casi no existe en estas historias, siendo el personaje femenino de mayor importancia la Bruja Cachabacha; una mujer vieja, fea y mala que, si bien no pertenece a la banda de Neurus, es tan maléfica como éste. Es notable el hecho de que se junten la imagen de la mujer con la de una bruja y la imagen de lo viejo y lo feo con lo malo. Algún malpensado podría especular conque esto responde a un síntoma inequívoco de machismo de la peor calaña o de homosexualidad envidiosa junto a un prejuicio recalcitrante y repetido que hace del distinto un origen de lo malo.
No faltan tampoco los animalitos. Aquí nos encontramos con Pichichus, el inseparable amigo del iluminado héroe Hijitus, que demuestra tener más inteligencia y valores humanos que la mayoría del resto de las personas de la tira, y en menor medida el Boxitracio, una especie de canguro con sentimientos nobles. Es notable que prácticamente se ponga al tope de la tabla de las virtudes, tales como la fidelidad, la ternura y la inteligencia, a los animales antes que a las personas, lo que induce a pensar que -por lo menos en el inconsciente del autor y es lo que se trasmite a los niños- vale mucho más un perro que un semejante.
Dejé para el final a mi preferido: Larguirucho, un tipo totalmente querible, macanudo y bonachón, amigo de todos -buenos y malos- pero que es merecedor del chucu chucu chucu cuando se confunde y es “seducido” por las fuerzas del mal. Pareciera sugerir un paralelo notable con la otrora “juventud maravillosa”, como la nombrara un viejo general en épocas más felices, más aun, cuando el personaje presenta una ingenuidad a causa de su juventud que lo hace vulnerable a ideas “ajenas a las buenas costumbres”.
Todavía pensando todo esto me detuve a mirar a mi hija queriéndome mirar a mí mismo cuando tenía su edad. No podía imaginar cómo mi vieja -que tanto empeño puso para cuidarme y formarme para que sea un tipo de bien- se le había escapado el controlar lo que veía por televisión.
Habrá sido un descuido.
Se habrá confiado porque hace 25 o 30 años no se veían tantas tetas y culos como se ven hoy.
Tal vez será porque no siempre la perversión es tan grosera y evidente.
A veces, toma forma muy sutiles
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Muy bueno!!! igualmente me sigue encantando hijitus jajaja mas alla del contenido ideologico. Aguante Pucho!!! Saludos, me gusto
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